“Demasiado pesado”, capítulo 11 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, 2021
Capítulo 11: “Demasiado pesado”
Capítulo 11
Demasiado pesado
La tarde del 6 de agosto de 1914, Arthur Horbach, un Santo de los Últimos Días de diecisiete años en Lieja, Bélgica, buscó refugio mientras la artillería alemana bombardeaba su ciudad1. En el verano de ese mismo año, un nacionalista serbio había asesinado al heredero al Imperio austrohúngaro de Europa, lo que provocó una guerra entre Austria-Hungría y el Reino de Serbia. Pronto se unieron a ese enfrentamiento aliados de ambas naciones. A principios de agosto, Serbia, Rusia, Francia, Bélgica y Gran Bretaña estaban en guerra con Austria-Hungría y Alemania2.
Bélgica, que originalmente era una nación neutral, entró al conflicto cuando tropas alemanas lanzaron una invasión a Francia por la frontera oriental de Bélgica. La ciudad de Lieja representó el primer obstáculo significativo para el ejército invasor. Doce fuertes rodeaban la ciudad, y al principio habían mantenido a los alemanes alejados; pero el ataque era implacable. Miles de tropas atacaron los fuertes, y las fortificaciones belgas comenzaron a derrumbarse.
Pronto las tropas alemanas traspasaban la línea de defensa belga y se posesionaban de Lieja. Los atacantes barrieron la ciudad, saquearon casas, quemaron edificios y dispararon a los civiles3. Arthur y su madre, Mathilde, evadieron de alguna manera a las tropas. Los cerca de cincuenta santos que había en Lieja se hallaban en peligro, al igual que Arthur, pero quienes venían continuamente a su mente eran los misioneros que servían en la ciudad. Él había pasado mucho tiempo con los misioneros y los conocía bien. ¿Habrían resultado heridos en el ataque?4.
Los días pasaban. Arthur y su madre vivían bajo el terror de las tropas alemanas y de la artillería pesada que bombardeaba los fuertes que todavía no habían sido capturados. Los Santos de los Últimos Días estaban dispersados por la ciudad y varios de los miembros de la rama se encontraban agazapados en un sótano. Un grupo de soldados había ocupado el salón alquilado en el que la rama se reunía regularmente. Por fortuna, Tonia Deguée, una mujer mayor que era miembro de la Iglesia y hablaba alemán con fluidez se ganó la confianza de los soldados invasores en poco tiempo y los persuadió a no dañar el salón ni su mobiliario5.
Finalmente, Arthur se enteró de que los misioneros estaban a salvo. El consulado de los Estados Unidos en Lieja les había ordenado evacuar la ciudad el primer día del bombardeo, pero los bloqueos en los caminos no habían permitido que ellos le avisaran a Arthur ni a nadie más en cuanto al traslado6.
De hecho, los misioneros por toda Europa continental estaban dejando sus lugares de trabajo. “Releven a todos los misioneros alemanes y franceses —dijo el presidente Joseph F. Smith en un telegrama a los líderes de la Misión Europea—, y téngase la debida discreción para trasladar a todos los misioneros de países neutrales o beligerantes a misiones en los Estados Unidos”7.
Arthur sintió inmediatamente la pérdida de los misioneros. En los seis años desde que él y Mathilde se unieron a la Iglesia, el liderazgo del sacerdocio de su rama había dependido de los misioneros. Ahora los únicos poseedores del sacerdocio en la rama eran un maestro y dos diáconos, uno de los cuales era el propio Arthur, quien había recibido el Sacerdocio Aarónico hacía menos de un año8.
Después de que Lieja cayó en manos de los alemanes, la rama dejó de reunirse casi por completo. Los soldados que ocuparon su salón de reuniones se retiraron a otro sitio, pero el casero se negó a permitir que la rama se reuniera en el lugar. Cada día era una lucha por la supervivencia. Los alimentos y los artículos de uso cotidiano escasearon. El hambre y la miseria se propagaron por la ciudad.
Arthur sabía que todos en la rama anhelaban reunirse para orar y encontrar consuelo. Pero, sin un centro de reuniones y alguien autorizado para bendecir la Santa Cena, ¿cómo podían continuar funcionando como una rama?9.
A medida que la guerra se extendía por Europa, Ida Smith se preguntaba cómo podía ayudar a los soldados británicos que partían al campo de batalla. Hacía un año que ella y su esposo, el apóstol Hyrum M. Smith, se habían mudado a Liverpool con sus cuatro hijos. Hyrum, el hijo mayor de Joseph F. Smith servía como presidente de la Misión Europea. Ida apoyaba la obra, pero había decidido no participar de manera activa en la labor misional —ni en ningún servicio fuera de su pequeña rama de la Iglesia— mientras tuviera hijos pequeños en el hogar10.
Sin embargo, una tarde, Ida vio un aviso escrito por Winifred Rathbone, la esposa del alcalde de Liverpool, quien solicitaba a todas las organizaciones femeninas en la ciudad que se unieran a otras voluntarias por toda Gran Bretaña para tejer prendas de abrigo para los soldados. Ida sabía que cientos de miles de soldados británicos, entre ellos algunos Santos de los Últimos Días, necesitarían con desesperación la ropa para sobrevivir al invierno próximo, pero sentía que no podía hacer mucho.
—¿Qué puedo hacer para ayudar a esa mujer? —se preguntó—. Nunca he tejido en mi vida11.
Entonces una voz pareció hablarle: “Este es el momento para que las Sociedades de Socorro de la Misión Europea den un paso al frente y ofrezcan sus servicios”. Las palabras impresionaron a Ida profundamente. La Sociedad de Socorro de Liverpool era pequeña, a lo mucho tenía ocho integrantes activas, pero las mujeres podían hacer su parte12.
Con ayuda del secretario de la misión, Ida hizo arreglos para reunirse con Winifred al día siguiente. Antes de la reunión su corazón se aceleró. “¿Para qué vas a la esposa del alcalde a ofrecerle tu servicio y el de unas cuantas mujeres? —se increpó a sí misma—. ¿Por qué no te vas a casa y te ocupas de tus asuntos?”.
Pero Ida hizo a un lado ese pensamiento. El Señor estaba con ella. Llevaba en su mano una pequeña tarjeta impresa con información acerca de la Sociedad de Socorro y su propósito. “Si tan solo puedo darle esta tarjeta —se dijo a sí misma— eso haré”13.
La oficina de la esposa del alcalde se encontraba en un edificio grande que servía de sede central para su labor caritativa. Winifred recibió a Ida con gentileza y los nervios de Ida se sosegaron rápidamente cuando le habló a la esposa del alcalde en cuanto a la Sociedad de Socorro, la Iglesia y la pequeña Rama Liverpool. “He venido a ofrecerle nuestros servicios para ayudar a coser o tejer para los soldados”, explicó14.
Tras dar su mensaje, Ida estaba a punto de retirarse, pero Winifred la detuvo. “Me gustaría que recorriera el edificio —dijo— y que vea cómo se lleva a cabo nuestro trabajo”. Condujo a Ida por diecisiete habitaciones grandes, cada una llena con cerca de una docena de mujeres trabajando arduamente. Después llevó a Ida a su oficina. “Así es como llevamos nuestros registros —dijo, y le mostró un libro mayor—. Todo lo que ustedes hagan por nosotros se registrará en este libro como trabajo efectuado por la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.
Ida le agradeció. “Haremos lo mejor que podamos”, dijo15.
Ese otoño las hermanas de la Sociedad de Socorro en Liverpool tejieron. Además, reclutaron a sus amigas y vecinas para que ayudaran. Después de una semana contaban con cuarenta personas que tejían. Ida misma aprendió a tejer y comenzó a trabajar en varias bufandas grandes. Por solicitud de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro en Salt Lake City, el esposo de Ida la apartó como la presidenta de las Sociedades de Socorro en la Misión Europea. Debido a que no era seguro viajar por Europa continental, ella comenzó a viajar por Gran Bretaña para organizar nuevas Sociedades de Socorro, capacitar a sus miembros y reclutarlas para que tejieran para los soldados. Al final, las mujeres crearon y distribuyeron cerca de dos mil trescientas prendas de vestir hechas a mano16.
Ida y otras integrantes de la Sociedad de Socorro recibieron cartas y el reconocimiento de oficiales importantes por toda Gran Bretaña. “Si todas las organizaciones de mujeres en Gran Bretaña trabajaran como las mujeres Santos de los Últimos Días lo están haciendo —escribió una mujer—, a nuestros soldados no les faltaría nada”17.
“Los informes de matanzas y destrucción que acontecen en Europa son desagradables y deplorables”, escribió el presidente Joseph F. Smith a Hyrum M. Smith el 7 de noviembre de 1914. Dos meses antes, las tropas británicas y francesas habían detenido el avance de las fuerzas alemanas en una batalla sangrienta en el río Marne, al noreste de Francia. Se sucedieron otras batallas, pero ningún bando había tenido éxito en asestar un golpe decisivo. Ahora los ejércitos se hallaban agazapados en una red de trincheras defensivas a lo largo y ancho de la campiña francesa18.
La guerra se extendía por Europa Oriental hasta África y el Medio Oriente, y llegaba hasta las islas del océano Pacífico. Los recuentos del conflicto que hacían los diarios trajeron a la mente del presidente Smith la revelación del Señor de 1832 en cuanto a la guerra. “… entonces se derramará la guerra sobre todas las naciones” —anunciaba—. Y así, con la espada y por el derramamiento de sangre se han de lamentar los habitantes de la tierra”19.
El domingo 24 de enero de 1915, el profeta hizo un llamado a los miembros de la Iglesia en los Estados Unidos y Canadá a contribuir a un fondo de ayuda para los santos europeos. “Esta es la manera más directa de llegar a esos miembros de la Iglesia que necesitan ayuda”, declaró20. En respuesta, más de setecientos barrios y ramas recaudaron dinero y enviaron donativos a la oficina del Obispado Presidente de la Iglesia. El dinero se envió a la oficina de la misión en Liverpool para que Hyrum lo distribuyera entre los santos europeos, sin importar qué bando apoyaran en la guerra21.
Pocos meses después, el presidente Smith viajó con el Obispo Presidente Charles W. Nibley para inspeccionar un rincón del mundo más pacífico: la granja de la Iglesia de dos mil cuatrocientas hectáreas en Laie, Hawái22. En Honolulú, ambos hombres se reunieron con el apóstol y senador de los Estados Unidos, Reed Smoot, quien había ido a las islas con su esposa Allie para que la salud de ella mejorara y para visitar la legislatura hawaiana. Luego, viajaron a Laie junto con Abraham y Minerva Fernández, quienes habían alojado a George Q. Cannon durante su visita final a las islas, y allí disfrutaron un banquete de celebración con cuatrocientos santos23.
Durante los días siguientes, el presidente Smith visitó a los miembros de la Iglesia y recorrió la granja, quedando complacido al ver a los santos hawaianos prosperar espiritual y temporalmente. Ahora vivían en las islas cerca de diez mil santos. Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio recién se habían publicado en hawaiano. Había más de cincuenta centros de reuniones Santos de los Últimos Días en las islas, y Laie contaba con una escuela que era propiedad de la Iglesia. Los santos en Laie también habían embellecido sus patios y calles con flores y árboles robustos24.
La Iglesia también se estaba expandiendo en otras partes de Oceanía. El Libro de Mormón y otros materiales de la Iglesia ahora estaban disponibles en maorí, samoano y tahitiano. La Misión Tahití tenía una imprenta y hacía su propia publicación periódica en tahitiano, Nueva revelación [Te Heheuraa Api]25. En Tonga, la Iglesia nuevamente estaba tomando fuerza después de que se había cerrado para la obra misional por más de diez años. Los santos en Australia, Samoa y Nueva Zelanda adoraban en ramas fuertes con Sociedades de Socorro, Escuelas Dominicales y coros. En 1913, la Iglesia también abrió la Escuela Maorí de Agricultura en Hastings, Nueva Zelanda. La escuela capacitaba a jóvenes varones en agricultura y otras profesiones26.
El 1 de junio, durante su última tarde en Laie, el presidente Smith caminó con el obispo Nibley y el élder Smoot a un centro de reuniones en lo alto de un cerro que tenía vista hacia la ciudad. El centro de reuniones había estado ahí desde 1883. Su nombre, I Hemolele, significaba “Santidad al Señor”, la misma frase bíblica que aparecía en el exterior del Templo de Salt Lake27.
Justo afuera del edificio, el presidente Smith le mencionó al élder Smoot que él y el obispo Nibley habían estado analizando la posibilidad de construir una Casa de Investiduras o un templo pequeño en Laie, ya que la Iglesia en Hawái estaba firme. Él sugirió cambiar I Hemolele a otro lugar a fin de que el templo pudiera edificarse en el sitio28.
Al élder Smoot le gustó la idea. Él había tenido un pensamiento similar a principios de esa semana, tras asistir al funeral de un santo de edad avanzada que había recibido su investidura hacía años en Utah. La mayoría de las veces, la Iglesia había construido templos cerca de grandes poblaciones de santos; pero en 1913, el presidente Smith había dedicado un sitio para un templo en Cardston, Alberta, Canadá, en donde ahora había dos estacas. Era la primera vez que se habían hecho planes para construir un templo para los santos que vivían lejos del grupo principal de la Iglesia29.
“Hermanos —dijo el presidente Smith a sus compañeros—, siento la impresión de dedicar este terreno para que se levante un templo a Dios, en un lugar en el que las personas de las islas del Pacífico puedan venir a hacer su obra del templo”. Reconoció que no había consultado al Cuórum de los Doce Apóstoles ni a otros miembros de la Primera Presidencia en cuanto al asunto. “Si piensan que no habrá ninguna objeción —dijo—, creo que este es el momento de dedicar el terreno”.
El élder Smoot y el obispo Nibley estaban entusiasmados con la idea, así que el profeta ofreció la oración dedicatoria ahí mismo30.
Para el verano de 1915, la Revolución mexicana ya no representaba mucha amenaza para las colonias de la Iglesia en el norte de México. Muchas familias habían regresado a sus hogares en las colonias y vivían en relativa paz. Por otra parte, algunos de los colonos, entre ellos Camilla Eyring y su familia, decidieron permanecer en los Estados Unidos31.
Pero las condiciones eran distintas en San Marcos, donde Rafael Monroy ahora servía como presidente de una rama de cerca de cuarenta santos. El 17 de julio, un grupo de tropas rebeldes invadieron el pueblo, instalaron un cuartel general en una casa grande en el centro del pueblo y demandaron que Rafael, un ganadero próspero, les proporcionara carne de res32.
Con la esperanza de apaciguar a las tropas, Rafael les dio una vaca para que la mataran. Los rebeldes eran zapatistas, o seguidores de Emiliano Zapata, uno de los varios líderes rebeldes que disputaban el control del gobierno de México. Por meses, los zapatistas habían luchado contra las fuerzas de Venustiano Carranza, o los carrancistas, en los alrededores de San Marcos. Por consejo del presidente de misión Rey L. Pratt, Rafael y sus hermanos de la Iglesia habían tratado de mantenerse fuera de la disputa, con la esperanza de que las tropas los dejaran en paz. Hasta que los rebeldes llegaron, San Marcos había sido un paraíso para los santos que habían sido desplazados por la violencia en el centro de México33.
Entre los santos en San Marcos se encontraba Jesusita, la madre de Rafael, y Guadalupe, su esposa, quienes se habían bautizado en julio de 1913. El presidente Pratt, que se había marchado a los Estados Unidos, continuó ayudando a la rama desde lejos34.
Después de que Rafael entregó la vaca, algunos de sus vecinos comenzaron a hablar con los rebeldes. Uno de los vecinos, Andrés Reyes, no estaba feliz con el número creciente de santos en la región. Muchos mexicanos se oponían a las influencias extranjeras en su país, y Andrés y otros en su pueblo estaban molestos con los Monroy por dejar su fe católica y unirse a una iglesia que estaba ampliamente relacionada con los Estados Unidos. El hecho de que Natalia, la mayor de las hermanas de la familia Monroy, se hubiera casado con un estadounidense hacía que el pueblo tuviera más sospechas de la familia35.
Al escuchar eso, los soldados siguieron a Rafael de regreso a su casa y lo arrestaron justo cuando se iba a sentar a desayunar. Le ordenaron que abriera la tienda de la familia, afirmando que él y su cuñado estadounidense eran coroneles del ejército carrancista que escondían armas para usarlas en contra de los zapatistas.
En la tienda, Rafael y las tropas encontraron a Vicente Morales, otro miembro de la Iglesia, que hacía diversos trabajos. Al creer que él también era un soldado carrancista, las tropas lo arrestaron y comenzaron a saquear la tienda mientras buscaban las armas. Rafael y Vicente declararon su inocencia, les aseguraron a las tropas que no eran el enemigo.
Los soldados no les creyeron. “Si no nos dan sus armas —dijeron—, los colgaremos del árbol más alto”36.
Cuando los zapatistas forzaron a Rafael a salir de la casa, sus hermanas Jovita y Lupe corrieron tras él. Jovita logró alcanzar primero a los soldados, pero ellos ignoraron sus súplicas. Lupe llegó justo a tiempo para ver a los rebeldes tomar por la fuerza a su hermana. “Lupe —gritó Jovita—, ¡me están arrestando!”.
Para ese momento, se había formado una muchedumbre alrededor de Rafael y Vicente. Algunas personas llevaban cuerdas en las manos y gritaban, “¡Cuélguenlos!”.
—¿Qué van a hacer? Mi hermano es inocente —dijo Lupe—. Tiren la casa si es necesario, pero no encontrarán armas.
Alguien entre la gente gritó que también la arrestaran. Lupe corrió a un árbol cercano y se aferró a él tan fuerte como pudo, pero los soldados rebeldes la tomaron y la apartaron con facilidad37. Entonces regresaron a la casa de los Monroy y arrestaron a Natalia.
Los rebeldes se llevaron a las tres hermanas a su cuartel general y las pusieron en habitaciones separadas. Afuera, algunas personas dijeron a los soldados que Rafael y Vicente eran “mormones” que corrompían al pueblo con su extraña religión. Los soldados nunca habían escuchado la palabra, pero asumieron que significaba algo malo. Llevaron a los dos hombres a un árbol alto y colgaron cuerdas en sus ramas. Entonces pasaron sogas alrededor del cuello de ellos. Si Rafael y Vicente abandonaban su religión y se unían a los zapatistas, dijeron los soldados, serían puestos en libertad.
—Mi religión es más preciada para mí que mi vida —dijo Rafael—, y no puedo abandonarla.
Los soldados tiraron de las cuerdas hasta que Rafael y Vicente colgaron del cuello y perdieron el conocimiento. Entonces los rebeldes soltaron las cuerdas, revivieron a los hombres y continuaron torturándolos38.
En la tienda, los rebeldes continuaban su búsqueda de las armas. Jesusita y Guadalupe insistían en que no había armas. “¡Mi hijo es un hombre pacífico! —dijo Jesusita—. Si no lo fuera, ¿creen que lo habrían encontrado en su casa?”. Cuando los soldados demandaron nuevamente ver las armas de la familia, los Monroy les dieron ejemplares del Libro de Mormón y la Biblia.
—Esas no son armas —dijeron los rebeldes—. Queremos las armas.
Por la tarde, en el cuartel general de los zapatistas, los rebeldes pusieron a los hermanos Monroy juntos en la misma habitación. Lupe estaba conmocionada por la apariencia de Rafael. “Rafa, tienes sangre en el cuello”, le dijo ella. Rafael caminó a un lavabo que estaba en la habitación y se lavó la cara. A pesar de todo lo que había ocurrido, él se veía calmado y no parecía estar molesto.
Más tarde, Jesusita les llevó comida a sus hijos. Antes de que se marchara, Rafael le dio una carta que había escrito a un capitán zapatista que conocía, pidiendo su ayuda para probar su inocencia. Jesusita tomó la carta y fue a buscar al capitán. Los Monroy y Vicente bendijeron los alimentos, pero antes de que pudieran comerlos, escucharon el ruido de pasos y armas afuera de la puerta. Los soldados llamaron a Rafael y a Vicente, y los dos hombres salieron de la habitación. En la puerta, Rafael le pidió a Natalia que viniera con él, pero los guardias la empujaron hacia adentro.
Las hermanas se miraron una a la otra, sus corazones latiendo con fuerza, y quedaron envueltas en silencio. En eso, el sonido de disparos interrumpió el silencio de la noche39.
Hyrum M. Smith sentía un peso increíble sobre sus hombros al contemplar la situación en Europa. Como presidente de la Misión Europea, había seguido sin demora las instrucciones de la Primera Presidencia y había retirado a los misioneros de Alemania y Francia poco después de comenzar la guerra. Pero había tenido dudas de lo que debía hacer con los misioneros en los países neutrales o en las regiones sin combates violentos, como Gran Bretaña. La Primera Presidencia le había dado pocas instrucciones en cuanto a cómo proceder. “Dejaremos que usted decida en cuanto al asunto”, le habían escrito40.
Hyrum se había reunido dos veces con los misioneros en la oficina de la misión para analizar la manera correcta de proceder. Tras algo de debate, habían decidido relevar solo a los misioneros en Europa continental y dejar a los misioneros en Gran Bretaña para que concluyeran su misión según lo planificado. Hyrum entonces les escribió a los presidentes de misión en el continente, les dio instrucciones a ellos y a sus asistentes de que permanecieran en sus cargos para mantener la Iglesia en sus regiones. El resto de los misioneros serían evacuados41.
Ahora, solo un año después, los periódicos estaban llenos de historias de alemanes que atacaban barcos británicos de la armada y de pasajeros. En mayo de 1915, un submarino alemán atacó con torpedos al Lusitania, un trasatlántico británico, matando a cerca de mil doscientas personas entre civiles y la tripulación. Tres meses después, los alemanes hundieron otro trasatlántico, el Arabic, en la costa de Irlanda. A bordo del barco se encontraba un misionero que regresaba a su hogar, y casi murió en el ataque.
Hyrum era la persona responsable de hacer los arreglos de viaje de los misioneros y los santos que emigraban cruzando el Atlántico, y se le hacía difícil saber cómo responder de la mejor manera a la crisis42. Muchos de los misioneros estadounidenses en Gran Bretaña estaban tan deseosos de ir a casa que estaban dispuestos a correr cualquier riesgo. De igual manera, los santos que emigraban, con frecuencia ponían su deseo de congregarse en Utah por encima de su seguridad personal.
La situación era aún más compleja, ya que la Iglesia había contratado a una compañía británica de embarcaciones para que se encargara de todos los viajes relacionados con la Iglesia para cruzar el Atlántico. Sin poder encontrar una manera honesta de finiquitar el contrato, Hyrum creía que la oficina de la misión no podía reservar viajes legalmente para los santos en barcos estadounidenses, aunque estos se consideraban más seguros, toda vez que los Estados Unidos no estaban en guerra con Alemania.
El 20 de agosto de 1915, escribió a la Primera Presidencia en cuanto al dilema. Ya había reservado lugares para varios misioneros y santos que emigraban en el Scandinavian, un barco británico-canadiense que salía de Liverpool el 17 de septiembre. Pero ahora se cuestionaba si debía permitirles partir.
“Llevar esta responsabilidad yo solo es prácticamente demasiado pesado para mis hombros —escribió—. Les suplico con humildad que me aconsejen en cuanto a este asunto, a fin de que pueda sentir que estoy actuando completamente en armonía con sus deseos”43.
Una semana antes de la fecha en la que el Scandinavian debía partir, Hyrum recibió un telegrama de la Primera Presidencia: “Los emigrantes que vengan en barcos de países beligerantes deben asumir responsabilidad personal”. Si los santos elegían viajar bajo la bandera británica, lo harían entonces bajo su propio riesgo44.
Hyrum sopesó sus opciones cuidadosamente. La Primera Presidencia claramente no deseaba alentar a los santos a viajar en barcos que pudieran ser atacados. Sin embargo, los barcos estadounidenses más seguros no estaban disponibles para los santos a menos que ellos eligieran viajar de manera independiente de la Iglesia. E incluso si lo hacían, el alto precio de los pasajes en los barcos estadounidenses podía impedirles hacer el viaje.
“De ninguna manera quiero arriesgar a los santos en el océano”, escribió en su diario. Pero sabía que tenía que hacer algo. “En tanto que no se nos ha instruido que no procedamos —escribió—, seguiremos adelante y confiaremos en el Señor”45.
El 17 de septiembre de 1915, Hyrum se despidió de cuatro misioneros y treinta y siete emigrantes que abordaron el Scandinavian46. Todo lo que podía hacer ahora era esperar noticias de que habían llegado con bien a su destino.