“Ya sea para vida o para muerte”, capítulo 9 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018
Capítulo 9: “Ya sea para vida o para muerte”
Capítulo 9
Ya sea para vida o para muerte
Al domingo siguiente de haberse organizado la Iglesia, Oliver predicó a la familia Whitmer y a sus amigos en Fayette. Muchos de ellos habían apoyado la traducción del Libro de Mormón pero aún no se habían unido a la Iglesia. Cuando Oliver terminó de hablar, seis personas le pidieron que los bautizara en un lago cercano1.
A medida que se unían más personas a la nueva Iglesia, más agobiaba a José la inmensidad del mandato del Señor de llevar el Evangelio al mundo. Había publicado el Libro de Mormón y organizado la Iglesia del Señor, pero el libro no se estaba vendiendo bien y quienes deseaban bautizarse eran en su mayoría sus amigos y familiares. Y José todavía tenía mucho que aprender sobre el cielo y la tierra.
Con frecuencia, las personas que se unían a la Iglesia venían en busca de los dones del Espíritu y otros milagros sobre los cuales leían en el Nuevo Testamento2. Pero el Evangelio restaurado les prometía a los creyentes algo más grande que las maravillas y las señales. Benjamín, un sabio profeta y rey del Libro de Mormón, había enseñado que si las personas se sometían al Santo Espíritu, podrían despojarse de su naturaleza pecaminosa y hacerse santos por medio de la expiación de Jesucristo3.
Para José, el desafío ahora era cómo hacer avanzar la obra del Señor. Él y Oliver sabían que tenían que proclamar el arrepentimiento a todas las personas. El campo estaba listo para la siega y el valor de cada alma era grande a los ojos de Dios. Pero, ¿cómo podían hacer avanzar una obra tan grande dos noveles apóstoles —uno, agricultor y el otro, maestro de escuela— ambos de poco más de veinte años?
Y, ¿cómo podría una pequeña iglesia de la zona rural del estado de Nueva York elevarse por encima de sus humildes comienzos y crecer hasta llenar el mundo entero?
Después de los bautismos en Fayette, José emprendió el viaje de regreso a su granja en Harmony, a ciento sesenta kilómetros de distancia. Tan ocupado como estaba con la nueva Iglesia, él aún tenía que plantar sus campos, y pronto, si quería tener una cosecha productiva en el otoño. Se había retrasado con los pagos por la granja y, si fallaban sus cosechas, tendría que encontrar otra manera de pagar su deuda al padre de Emma.
De camino a casa, José se detuvo en la granja de Joseph y Polly Knight en Colesville, Nueva York. Los Knight lo habían respaldado por mucho tiempo, pero aún no se habían unido a la Iglesia. Joseph Knight, en particular, quería leer el Libro de Mormón antes de abrazar la nueva religión4.
José se quedó unos días en Colesville, predicando a la familia Knight y a sus amigos. Newel Knight, uno de los hijos de Joseph y Polly, a menudo hablaba con el Profeta acerca del Evangelio. Un día, José lo invitó a orar en una reunión, pero Newel dijo que prefería orar solo en el bosque.
A la mañana siguiente, Newel fue al bosque e intentó orar. Una sensación incómoda le invadió, la cual empeoró cuando quiso volver a casa. Para cuando llegó, la sensación era tan opresiva que le rogó a su esposa, Sally, que buscara al Profeta.
José fue corriendo a ver a Newel y encontró a los familiares y vecinos contemplando atemorizados mientras el joven sufría violentas contorsiones en su cara, sus brazos y piernas. Cuando Newel vio a José, gritó: “¡Echa fuera al demonio!”.
Hasta entonces, José nunca había intentado reprender al demonio o sanar a alguien, pero sabía que Jesús había prometido a Sus discípulos el poder de hacerlo. Actuando rápidamente, tomó a Newel de la mano. “En el nombre de Jesucristo —dijo José—: ¡apártate de él!”.
Tan pronto como habló José, las contorsiones se detuvieron. Newel se desplomó en el suelo, exhausto pero ileso, murmurando que había visto al diablo abandonar su cuerpo.
Los Knight y sus vecinos estaban asombrados por lo que José había hecho. Mientras llevaban a Newel a la cama, José les dijo que ese era el primer milagro que se había efectuado en la Iglesia.
“Fue hecho por Dios — testificó—, y por el poder de la divinidad”5.
A cientos de kilómetros hacia el oeste, un granjero llamado Parley Pratt sintió que el Espíritu lo instaba a abandonar su hogar y su familia para predicar sobre las profecías y los dones espirituales que veía en la Biblia. Vendió su granja a pérdida y confió en que Dios lo bendeciría por haber dejado todo por Cristo.
Con tan solo algunas prendas de vestir y el dinero suficiente para hacer el viaje, él y su esposa, Thankful, abandonaron su hogar y se dirigieron al este para visitar a su familia antes de partir a predicar. Sin embargo, mientras viajaban por el canal, Parley se volvió hacia Thankful y le pidió que continuara sin él. Sintió que el Espíritu le mandaba a bajar del bote.
“Volveré pronto —le prometió—. Tengo una obra que realizar en esta región”6.
Parley desembarcó y caminó dieciséis kilómetros por el campo, hasta encontrar la casa de un diácono bautista quien le contó acerca de un nuevo y extraño libro que había adquirido. Afirmaba ser un registro antiguo, dijo el hombre, traducido de planchas de oro con la ayuda de ángeles y visiones. El diácono no tenía el libro consigo, pero prometió mostrárselo a Parley al día siguiente.
A la mañana siguiente, Parley regresó a la casa del diácono. Abrió el libro ansiosamente y leyó la portada. Luego pasó a la parte posterior del libro y leyó los testimonios de varios testigos. Las palabras lo atrajeron y comenzó a leer el libro desde el principio. Las horas pasaban, pero él no podía dejar de leer. Comer y dormir le resultaban una carga. El Espíritu del Señor estaba sobre él, y supo que el libro era verdadero7.
Parley se dirigió rápidamente al pueblo de Palmyra, que quedaba cerca, con la determinación de conocer al traductor del libro. Unos lugareños le indicaron cómo llegar a la granja, que estaba a pocos kilómetros por el camino. De camino, Parley vio a un hombre y le preguntó dónde podía encontrar a José Smith. El hombre le dijo que José vivía en Harmony, a unos ciento sesenta kilómetros al sur, pero se presentó como Hyrum Smith, hermano del Profeta.
Ellos conversaron hasta bien avanzada la noche, y Hyrum le testificó del Libro de Mormón, la restauración del sacerdocio y la obra del Señor en los últimos días. A la mañana siguiente, Parley tenía citas para predicar que deseaba cumplir, por lo que Hyrum le dio un ejemplar del libro y se despidieron.
En la siguiente oportunidad que tuvo, Parley retomó la lectura del libro y descubrió, para su alegría, que el Señor resucitado había visitado al pueblo de la antigua América y les había enseñado Su evangelio. Parley comprendió que el mensaje del libro era de más estima que todas las riquezas del mundo.
Cuando cumplió con sus citas de predicación, Parley regresó a la casa de la familia Smith. Hyrum lo recibió nuevamente y lo invitó a visitar la granja de la familia Whitmer, donde podría conocer a una creciente congregación de miembros de la Iglesia.
Deseoso de aprender más, Parley aceptó la invitación. Pocos días más tarde, él fue bautizado8.
A fines de junio de 1830, Emma viajó con José y Oliver hacia Colesville. Las noticias del milagro que José había efectuado esa primavera se habían esparcido por toda la región, y ahora los Knight y varias otras familias deseaban unirse a la Iglesia.
Emma también estaba lista para su bautismo. Al igual que los Knight, ella creía en el Evangelio restaurado y en el llamamiento profético de su esposo, pero todavía no se había unido a la Iglesia9.
Después de llegar a Colesville, José trabajó con otras personas construyendo un dique en un arroyo cercano para poder llevar a cabo una reunión bautismal al día siguiente. Sin embargo, cuando llegó la mañana, descubrieron que alguien había destruido el dique durante la noche para evitar que se efectuaran los bautismos.
Decepcionados, llevaron a cabo una reunión dominical en su lugar y Oliver predicó sobre el bautismo y el Espíritu Santo. Después del sermón, un ministro local y algunos miembros de su congregación interrumpieron la reunión e intentaron arrastrar afuera a uno de los creyentes.
Emma estaba bien familiarizada con la violencia de quienes se oponían a José y su mensaje. Algunas personas lo tildaban de fraude y lo acusaban de tratar de sacar provecho de sus seguidores. Otros se burlaban de los creyentes y los llamaban “Mormonitas”10. Al día siguiente, Emma y los demás regresaron al río temprano para evitar problemas, y repararon el dique. Una vez que el agua era suficientemente profunda, Oliver entró en el estanque, y bautizó a Emma, a Joseph y Polly Knight y a otras diez personas.
Durante los bautismos, algunos hombres se mantuvieron a lo largo de la orilla, a poca distancia, interrumpiendo con sus burlas a los creyentes. Emma y los demás trataron de ignorarlos pero, cuando el grupo regresó a la granja de la familia Knight, esos hombres los siguieron, vociferando amenazas contra el Profeta por el camino. En la casa de la familia Knight, José y Oliver querían confirmar a las mujeres y los hombres recién bautizados, pero el grupo de agitadores que estaban afuera se convirtió en un ruidoso populacho de unas cincuenta personas.
Temiendo ser atacados, los creyentes huyeron a una casa vecina, con la esperanza de terminar las confirmaciones en paz. Pero antes de que pudieran llevar a cabo las ordenanzas, un alguacil arrestó a José y lo llevó a la cárcel por causar un alboroto en la comunidad al predicar el Libro de Mormón.
José pasó la noche bajo custodia, sin saber si el populacho lo capturaría y llevaría a cabo sus amenazas. Mientras tanto, Emma esperaba ansiosamente en la casa de su hermana, y tanto ella como sus amigos de Colesville oraban porque José fuera liberado sano y salvo11.
Durante los dos días siguientes, José fue juzgado en la corte y fue absuelto, solo para ser arrestado y juzgado nuevamente por cargos similares. Tras su segunda audiencia, él fue liberado, y regresó con Emma a su granja de Harmony antes de que ella y los hermanos de Colesville pudieran ser confirmados como miembros de la Iglesia12.
De vuelta en casa, José empezó nuevamente a trabajar en su granja, pero el Señor le dio una nueva revelación sobre cómo debía utilizar su tiempo. “Porque dedicarás todo tu servicio a Sion —declaró el Señor—. Mas para los trabajos temporales no tendrás fuerza, porque este no es tu llamamiento”. Se le dijo a José que plantara sus campos y luego partiera para confirmar a los nuevos miembros de Nueva York13.
La revelación creó muchas incertidumbres en la vida de Emma. ¿Cómo se ganarían la vida si José dedicaba todo su tiempo a los santos? ¿Y qué haría ella mientras él estuviera fuera, sirviendo a la Iglesia? ¿Debía quedarse ella en casa, o el Señor quería que fuera con él? Y si esto era lo que Él deseaba, ¿cuál sería la función de ella en la Iglesia?
Conociendo el deseo que Emma tenía de recibir guía, el Señor le habló en una revelación dada por medio de José. El Señor le perdonó sus pecados y la llamó “dama elegida”. Le mandó que fuera con José en sus viajes y le prometió: “Serás ordenada por su mano para explicar las Escrituras y para exhortar a la iglesia”.
También calmó sus temores sobre sus finanzas: “No tienes por qué temer —le aseguró—, porque tu marido te sustentará”.
Luego, el Señor le indicó que hiciera una selección de himnos sagrados para la Iglesia; “porque mi alma se deleita en el canto del corazón”14.
Poco después de la revelación, José y Emma viajaron a Colesville, donde Emma y los santos de allí fueron confirmados finalmente. Al recibir los nuevos miembros el don del Espíritu Santo, el Espíritu del Señor llenó la habitación. Todos se regocijaron y alabaron a Dios15.
Mas tarde ese verano, José y Emma pagaron la totalidad de su granja con la ayuda de amigos y se mudaron a Fayette para que José pudiera dedicar más tiempo a la Iglesia16. Sin embargo, al llegar allí se enteraron de que Hiram Page, uno de los Ocho Testigos, había empezado a buscar revelaciones para la Iglesia a través de lo que él pensaba que era una piedra de vidente17. Muchos santos, entre ellos Oliver y algunos miembros de la familia Whitmer, creían que esas revelaciones provenían de Dios18.
José sabía que estaba enfrentando una crisis. Las revelaciones de Hiram imitaban el lenguaje de las Escrituras, hablaban del establecimiento de Sion y de la organización de la Iglesia, pero a veces contradecían el Nuevo Testamento y las verdades que el Señor había revelado por medio de José.
Sin saber cómo proceder, José se quedó levantado una noche orando, suplicando por guía. Había experimentado oposición antes, pero no de sus amigos. Si actuaba demasiado enérgicamente contra las revelaciones de Hiram, podía ofender a quienes creían en ellas o desalentar a los santos fieles de buscar revelación por sí mismos19. Pero si no condenaba las revelaciones falsas, podían socavar la autoridad de la palabra del Señor y dividir a los santos.
Después de muchas horas sin dormir, José recibió una revelación dirigida a Oliver. “Nadie será nombrado para recibir mandamientos y revelaciones en esta iglesia sino mi siervo José Smith —declaró el Señor—, porque es preciso que todas las cosas se hagan con orden y de común acuerdo en la iglesia”. El Señor le indicó a Oliver que le enseñara este principio a Hiram.
Luego, la revelación llamó a Oliver a viajar casi mil seiscientos kilómetros hasta la frontera occidental de los Estados Unidos para predicar el Evangelio restaurado a los indios americanos, quienes eran un remanente de la casa de Israel. El Señor dijo que la ciudad de Sion se edificaría cerca de esos pueblos, haciéndose eco de la promesa del Libro de Mormón de que Dios establecería la Nueva Jerusalén en el continente americano antes de la segunda venida de Cristo. No identificaba la ubicación exacta de la ciudad, pero prometía revelar esa información en un momento posterior20.
Unos días más tarde, en una conferencia de la Iglesia, los santos renunciaron a las revelaciones de Hiram y sostuvieron unánimemente a José como el único que podía recibir revelación para la Iglesia21.
El Señor llamó a Peter Whitmer, hijo, a Ziba Peterson y a Parley Pratt para que se unieran a Oliver en la misión al Oeste22. Emma y otras mujeres, mientras tanto, comenzaron a hacer ropa para los misioneros. Trabajando largas horas, hilaron lana en hilos, con los cuales tejieron telas y cosieron la tela a mano, pieza por pieza23.
Parley había regresado recientemente a Fayette con Thankful después de compartir el Evangelio con ella y con otros miembros de su familia. Cuando él partió hacia el Oeste, Thankful se mudó con Mary Whitmer, quien con gusto la recibió en su casa.
De camino a Misuri, Parley planeó llevar a los otros misioneros al estado de Ohio, donde vivía su antiguo pastor, Sidney Rigdon. Parley confiaba que él estaría interesado en su mensaje24.
Ese mismo verano, en un pueblo a dos días de camino de Fayette, Rhoda Greene encontró a Samuel Smith, el hermano del Profeta, en la puerta de su casa. Rhoda había conocido a Samuel anteriormente, en ese mismo año, cuando él dejó un ejemplar del Libro de Mormón en la casa de ella. Su esposo, John, era un predicador viajante de otra religión y pensaba que el libro era un disparate, pero había prometido llevarlo con él en su recorrido y recopilar los nombres de aquellos que estuvieran interesados en su mensaje.
Rhoda invitó a Samuel a entrar, y le dijo que nadie había mostrado interés en el Libro de Mormón hasta ese momento. “Tendrá que llevarse el libro —le dijo—. El señor Greene no parece querer comprarlo”.
Samuel tomó el Libro de Mormón y se volvía para marcharse cuando Rhoda mencionó que ella lo había leído y que le había gustado. Samuel hizo una pausa. “Le daré este libro —le dijo, devolviéndole el ejemplar—. El Espíritu de Dios me prohíbe que me lo lleve”.
Rhoda se sintió profundamente emocionada al tomar de nuevo el libro. “Pídale a Dios que le dé un testimonio de la veracidad de la obra —dijo Samuel—, y sentirá una sensación de ardor en su pecho, la cual es el Espíritu de Dios”.
Más tarde, luego de volver su esposo a casa, Rhoda le contó acerca de la visita de Samuel. Al principio, John se mostró reacio a orar acerca del libro, pero Rhoda lo convenció de que confiara en la promesa de Samuel.
“Sé que no diría una mentira —dijo ella—. Si alguna vez hubo un buen hombre, él es uno de ellos”.
Rhoda y John oraron en cuanto al libro y recibieron un testimonio de su veracidad. Luego lo compartieron con sus familiares y vecinos, entre ellos el hermano menor de Rhoda, Brigham Young, y su amigo, Heber Kimball25.
En el otoño, Sidney Rigdon, de treinta y ocho años, escuchó cortésmente mientras Parley Pratt y sus tres compañeros testificaban de un nuevo libro de Escrituras, el Libro de Mormón. Pero Sidney no estaba interesado. Durante años, él había exhortado a las personas de los alrededores del pueblo de Kirtland, Ohio, a leer la Biblia y regresar a los principios de la iglesia del Nuevo Testamento. La Biblia siempre había guiado su vida, dijo a los misioneros, y eso era suficiente26.
—Usted trajo la verdad a mi vida —le recordó Parley a Sidney—. Ahora le pido, como amigo, que lea esto; por consideración a mí27.
—No debe discutir conmigo sobre el tema — insistió Sidney—. Pero leeré su libro y veré qué efecto tiene en mi fe28.
Parley le preguntó a Sidney si podían predicarle a su congregación. Aunque era escéptico de su mensaje, Sidney les dio permiso.
Luego que los misioneros se fueron, Sidney leyó partes del libro y descubrió que no podía desecharlo29. Para cuando Parley y Oliver le predicaron a su congregación, él no tenía deseos de advertir a nadie en contra del libro. Cuando se levantó para hablar al final de la reunión, citó la Biblia.
“Examinadlo todo —dijo—, y retened lo bueno”30.
Pero Sidney seguía sin saber qué hacer. Aceptar el Libro de Mormón significaría perder su empleo como pastor. Tenía una buena congregación, y le proporcionaban una vida cómoda a él, a su esposa Phebe y a sus seis hijos. Algunas personas de la congregación, incluso, estaban construyendo una casa para ellos31. ¿Podía realmente pedirle a su familia que se alejara de la comodidad de la que disfrutaban?
Sidney oró hasta que una sensación de paz descansó sobre él. Sabía que el Libro de Mormón era verdadero. “No me lo reveló carne ni sangre —exclamó—, sino mi Padre que está en los cielos”32.
Sidney compartió sus sentimientos con Phebe. “Querida —le dijo—, una vez me seguiste hacia la pobreza. ¿Estás dispuesta a volver a hacer lo mismo?”.
“He considerado el precio” —respondió ella—. Es mi deseo hacer la voluntad de Dios, ya sea para vida o para muerte”33.