Historia de la Iglesia
14 Visiones y pesadillas


“Visiones y pesadillas”, capítulo 14 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 14: “Visiones y pesadillas”

Capítulo 14

Brea y plumas

Visiones y pesadillas

En enero de 1832, José, Emma y los mellizos vivían en la casa de Elsa y John Johnson en Hiram, Ohio, a unos cincuenta kilómetros al sur de Kirtland1. Los Johnson tenían más o menos la misma edad que los padres de José, por lo que la mayoría de sus hijos se habían casado y se habían mudado de su espaciosa casa de campo, dejando mucho espacio como para que José se reuniera con líderes de la Iglesia y trabajara en la traducción de la Biblia.

Antes de bautizarse, Elsa y John habían sido miembros de la congregación de Ezra Booth. De hecho, fue el sanamiento milagroso de Elsa, efectuado por José, lo que llevó a Ezra a unirse a la Iglesia2. Pero mientras que Ezra había perdido su fe, los Johnson continuaron apoyando al Profeta, tal como lo habían hecho las familias Whitmer y Knight en Nueva York.

Ese invierno, José y Sidney pasaron gran parte de su tiempo traduciendo en una habitación en el piso superior de la casa de la familia Johnson. A mediados de febrero, mientras leían en el Evangelio de Juan acerca de la resurrección de las almas justas e injustas, José se preguntó si no habría más que saber sobre el cielo y la salvación de la humanidad. Si Dios recompensaba a Sus hijos según sus obras en la tierra, ¿no eran las nociones tradicionales del cielo y el infierno demasiado simples?3.

El 16 de febrero, José, Sidney y unos doce hombres más estaban sentados en una habitación del piso superior de la casa de la familia Johnson4. El Espíritu reposó sobre José y Sidney, y se quedaron quietos al abrirse una visión ante sus ojos. La gloria del Señor los rodeó y vieron a Jesucristo a la diestra de Dios. Ángeles adoraban ante Su trono, y una voz testificó que Jesús era el Unigénito del Padre5.

“¿Qué es lo que veo?”, preguntó José mientras él y Sidney se asombraban de las maravillas que veían. Entonces, describió lo que veía en la visión, y Sidney dijo: “Yo veo lo mismo”. A continuación, Sidney hizo la misma pregunta y describió la escena que veía frente a él. Cuando terminó, José dijo: “Yo veo lo mismo”.

Hablaron así durante una hora, y su visión reveló que el plan de salvación de Dios comenzó antes de la vida en la tierra y que Sus hijos resucitarían después de la muerte mediante el poder de Jesucristo. También describieron el cielo de una manera que nadie en la habitación había imaginado. En lugar de ser un solo reino, estaba organizado en varios reinos de gloria.

Ampliando la descripción que el apóstol Pablo hizo de la resurrección en 1 Corintios 15, José y Sidney vieron y describieron detalles específicos acerca de cada reino. El Señor preparó la gloria telestial para aquellos que hubieran sido inicuos y no se arrepintieron en la tierra. La gloria terrestre era para quienes hubieran vivido honorablemente pero sin obedecer completamente el evangelio de Jesucristo. La gloria celestial era para aquellos que aceptaran a Cristo, hicieran convenios del Evangelio y los guardaran y heredaran la plenitud de la gloria de Dios6.

El Señor reveló más en cuanto al cielo y la resurrección a José y Sidney, pero les dijo que no lo registraran. “Solo se ven y se comprenden por el poder del Santo Espíritu que Dios confiere a los que lo aman y se purifican ante él”, explicó José7.

Cuando la visión se cerró, Sidney se veía débil y pálido, dominado por lo que había visto. José sonrió y dijo: “Sidney no está acostumbrado a esto como lo estoy yo”8.


Al mismo tiempo que los santos de Kirtland se enteraban de la gran visión del cielo que tuvo José, William Phelps estaba instalando la imprenta de la Iglesia en Independence. Había sido editor de periódicos gran parte de su vida adulta y, además de trabajar en el Libro de Mandamientos, esperaba publicar un periódico mensual para los santos y sus vecinos de Misuri.

En un tono firme y seguro, William escribió un anuncio público para el periódico, al que planeaba llamar The Evening and the Morning Star [La estrella vespertina y matutina]. “The Star [La estrella] recibirá su luz de fuentes sagradas —declaró—, y se dedicará a las revelaciones de Dios”. Él creía que los últimos días habían llegado y quería que su periódico les advirtiera a los justos y los inicuos por igual que el Evangelio se había restaurado y que el Salvador pronto regresaría a la tierra.

Deseaba imprimir también otros artículos de interés, entre ellos informes de noticias y poesía. Pero a pesar de que era un hombre de fuertes convicciones que rara vez dejaba pasar la oportunidad de decir lo que pensaba, William insistió en que el periódico no se entrometería en política o en disputas locales.

Él había sido un editor políticamente activo para otros periódicos y algunas veces había salpicado sus artículos y editoriales con opiniones que irritaban a sus oponentes9. Permanecer sin involucrarse en discusiones sería un desafío. Aun así, la perspectiva de escribir artículos periodísticos y editoriales lo llenaba de emoción.

William era sincero en su plan de centrar el periódico en el Evangelio y entendió que su primera prioridad como impresor de la Iglesia era publicar las revelaciones. “De esta imprenta pueden esperarse, tan pronto como la prudencia lo indique, muchos registros sagrados”, les prometió a sus lectores10.


En Ohio, la visión de José y Sidney estaba causando revuelo. Muchos santos aceptaron rápidamente las verdades recién reveladas acerca del cielo, pero a otros les costó conciliar la visión con sus creencias cristianas tradicionales11. ¿Salvaba demasiadas almas esta nueva forma de ver el cielo? Algunos santos rechazaron la revelación y abandonaron la Iglesia.

La visión inquietó aún más a algunos de sus vecinos, quienes ya estaban molestos por las cartas que Ezra Booth había publicado en un periódico local. A medida que las cartas propagaban las críticas de Ezra contra José, otras personas que habían sido miembros de la Iglesia se sumaron a ellas, planteando preguntas en la mente de las personas cuyos familiares y amigos adoraban con los santos12.

Al ponerse el sol una tarde a fines de marzo de 1832, un grupo de hombres se encontraron en una fábrica de ladrillos a unos ochocientos metros de la casa de la familia Johnson. En el horno, los hombres prepararon un fuego para calentar brea de pino. Cuando el cielo se oscureció, cubrieron sus rostros de hollín y se escabulleron en la noche13.


Emma estaba despierta en la cama cuando escuchó un leve golpeteo en la ventana. El ruido fue lo suficientemente fuerte como para llamar su atención, pero no era inusual, y ella le restó importancia.

Cerca de allí, José yacía en una cama baja con ruedas; su respiración regular era una señal de que estaba dormido. Los mellizos tenían sarampión, y José se había quedado con el más enfermo de los dos para que Emma pudiera dormir. Después de un rato, ella se despertó, tomó al bebé y le dijo a José que descansara. Él tenía que predicar por la mañana.

Emma se estaba quedando dormida cuando la puerta de la habitación se abrió y una docena de hombres irrumpieron en ella. Sujetaron a José por los brazos y las piernas y comenzaron a arrastrarlo fuera de la casa. Emma gritó.

José se revolvía con frenesí mientras los hombres lo aferraban más fuertemente. Alguien lo tomó por los cabellos y tiró de él hacia la puerta. Liberando bruscamente una de sus piernas, José pateó a un hombre en la cara. El hombre tropezó hacia atrás y cayó por el peldaño de la puerta, sujetándose la nariz sangrante. Con una risa ronca, se puso en pie y le empujó la cara de José con fuerza con su mano ensangrentada.

“Ajustaré cuentas contigo”, gruñó.

Los hombres lucharon con José y lo llevaron fuera de la casa, hacia el patio. José se esforzó por librarse de quienes le sujetaban y trató de liberar sus potentes extremidades, pero alguien lo agarró por el cuello y lo apretó hasta que su cuerpo quedó inerte14.


José volvió en sí en un prado a cierta distancia de la casa de la familia Johnson. Los hombres todavía lo sujetaban con fuerza, un poco por sobre el suelo, por lo que no podía liberarse. A unos metros de distancia, vio la silueta semidesnuda de Sidney Rigdon tendida en la hierba. Parecía muerto.

—Tengan piedad —suplicó José a los hombres—. Perdónenme la vida.

—Pídele ayuda a tu Dios —le gritó alguien. José miró a su alrededor y vio que más hombres se unían al populacho. Un hombre salió de un huerto cercano con una tabla de madera y los hombres estiraron a José sobre ella y lo llevaron más hacia dentro del prado.

Después de que se hubieron alejado un poco de la casa, le arrancaron la ropa y lo sujetaron al tiempo que un hombre se acercó con un cuchillo afilado, listo para mutilarlo. Pero el hombre miró a José y se negó a cortarlo.

“Maldito seas”, bramó otro hombre. Se lanzó sobre José y rasgó la piel del Profeta con sus afiladas uñas, dejándole en carne viva y lacerado. “Esa es la forma en la que el Espíritu Santo desciende sobre la gente”, dijo.

José podía oír a otros hombres a corta distancia, discutiendo sobre qué hacer con él y con Sidney. No podía oír cada palabra que decían, pero creyó haber escuchado uno o dos nombres conocidos.

Una vez que las discusiones se detuvieron, alguien dijo: “Llenémosle la boca de brea”. Sucias manos forzaron su mandíbula a abrirse mientras un hombre intentaba verter una botella de ácido en su garganta. La botella se rompió en los dientes de José, cortando a uno de ellos.

Otro hombre trató de meter una paleta de brea pegajosa en su boca, pero José sacudió la cabeza de atrás para adelante. “¡Maldito seas! —gritó el hombre—. Levanta la cabeza”. Metió la paleta en la boca de José hasta que la brea le rebosó por los labios.

Llegaron más hombres con una tinaja de brea y la vertieron sobre él. La brea corrió por su piel lacerada y por su cabello. Lo cubrieron con plumas, lo tiraron en el suelo frío y huyeron de la escena.

Cuando se marcharon, José se quitó la brea de los labios y jadeó en busca de aire. Se esforzó por ponerse de pie, pero sus fuerzas le fallaron. Lo intentó de nuevo y esta vez logró mantenerse erguido. En el aire a su alrededor revoloteaban plumas perdidas15.


Cuando vio a José caminando a tropezones hacia la puerta de la familia Johnson, Emma se desmayó, segura de que el populacho lo había desfigurado hasta dejarlo irreconocible. Al escuchar la conmoción, varias mujeres del vecindario habían corrido hasta la casa. José pidió una manta para cubrir su cuerpo maltratado.

Durante el resto de la noche, las personas atendieron a José y a Sidney, que había estado tendido en el prado por mucho tiempo, respirando apenas. Emma raspó la brea de las extremidades, el pecho y la espalda de José. Elsa Johnson, mientras tanto, utilizó grasa de cerdo de su despensa para aflojar la brea endurecida de su piel y cabello.16.

Al día siguiente, José se vistió y dio un sermón desde la puerta de la familia Johnson. Reconoció a algunos de los hombres del populacho entre la congregación pero no les dijo nada. Por la tarde, bautizó a tres personas17.

Aún así, el ataque había causado mucho daño. Su cuerpo tenía moretones y estaba dolorido por la paliza. Sidney yacía en la cama, delirando, debatiéndose entre la vida y la muerte. El populacho lo había arrastrado fuera de su casa por los talones, dejándole la cabeza sin protección mientras rebotaba por las escaleras y lo arrastraban por el frío suelo de marzo.

Los bebés de José y Emma también sufrieron. Mientras que la salud de su hermana melliza Julia mejoró constantemente, el pequeño Joseph empeoró y murió más tarde esa semana. El Profeta culpó de la muerte de su hijo al aire frío que entró a raudales en la casa cuando el populacho lo arrastró fuera18.


Unos días después del entierro del bebé, José regresó a la obra a pesar de su dolor. Siguiendo el mandamiento del Señor, partió para Misuri el 1º de abril junto con Newel Whitney y Sidney, quien todavía estaba débil por el ataque pero que se había recuperado lo suficiente como para viajar19. El Señor había llamado recientemente a Newel para que prestara servicio como obispo de los santos en Ohio, y le mandó que consagrara el dinero excedente de sus rentables negocios para ayudar a mantener la tienda, la imprenta y las compras de tierras en Independence20.

El Señor deseaba que los tres hombres fueran a Misuri e hicieran convenio de cooperar económicamente con los líderes de Sion a fin de beneficiar a la Iglesia y cuidar mejor de los pobres. También quería que fortalecieran a los santos para que no perdieran de vista su responsabilidad sagrada de edificar la ciudad de Sion21.

Cuando llegaron a Independence, José convocó a un consejo de líderes de la Iglesia y leyó una revelación que los llamaba a él, a Edward Partridge, a Newel Whitney y a otros líderes de la Iglesia a hacer convenio entre sí a fin de administrar los asuntos de negocios de la Iglesia22.

“Os doy este mandamiento de ligaros por medio de este convenio —declaró el Señor— buscando cada cual el bienestar de su prójimo, y haciendo todas las cosas con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios”. Ligados de esa manera, se denominaron a sí mismos la Firma Unida23.

Mientras estaba en Misuri, José visitó también a los miembros de la antigua Rama Colesville y a otras personas que se habían establecido en la zona. Los líderes de la Iglesia parecían estar trabajando bien juntos, la nueva imprenta se preparaba para publicar el primer ejemplar de The Evening and the Morning Star y muchos miembros de la Iglesia estaban ansiosos por edificar la ciudad24.

Pero José presentía que había resentimientos hacia él por parte de algunos de los santos, entre ellos algunos de sus líderes. Parecían molestos por su decisión de quedarse en Kirtland en lugar de mudarse permanentemente a Misuri. Y algunos aún parecían disgustados por lo que había sucedido en su última visita a la región, cuando él y algunos de los élderes habían estado en desacuerdo sobre dónde establecer Sion en Misuri.

El resentimiento de ellos lo sorprendió. ¿No se daban cuenta de que había abandonado a su afligida familia y había viajado mil trescientos kilómetros solamente para ayudarles?25


Mientras José visitaba a los santos en Independence, William McLellin estaba luchando espiritualmente en Ohio. Después de ser llamado como misionero, había pasado el invierno predicando el Evangelio, primero en ciudades y pueblos al este de Kirtland y más tarde en el sur. A pesar de que había disfrutado de cierto éxito al principio, la mala salud, el mal tiempo y la falta de interés de las personas lo habían desanimado26.

Como maestro, estaba acostumbrado a los alumnos obedientes que escuchaban sus lecciones y no contestaban con impertinencia. Sin embargo, como misionero, a menudo estaba en conflicto con personas que no respetaban su autoridad. Una vez, mientras daba un largo sermón, fue interrumpido varias veces y lo llamaron mentiroso27.

Después de varios meses de fracasos, comenzó a cuestionar si era el Señor o José Smith quien lo había llamado a una misión28. Incapaz de resolver sus dudas, abandonó el campo misional y encontró empleo como vendedor en una tienda29. En su tiempo libre, examinaba minuciosamente la Biblia buscando evidencias del Evangelio restaurado y discutía con escépticos acerca de religión.

Con el tiempo, optó por no regresar a su misión. En cambio, se casó con una miembro de la Iglesia llamada Emeline Miller y decidió acompañar a un grupo de unos cien santos al condado de Jackson, donde había tierra fácil de obtener. En una revelación a José, Dios había reprendido a William por abandonar su misión, pero este creía que podría comenzar de nuevo en Sion.

Sin embargo, él quería hacerlo de acuerdo con sus propios términos. En el verano de 1832, él y su compañía se mudaron a Misuri sin una recomendación de los líderes de la Iglesia, la cual el Señor requería que obtuvieran los santos que migraban, a fin de que Sion no creciera demasiado rápido y forzaran los recursos al límite. Cuando llegó, tampoco fue al obispo Partridge para consagrar su propiedad o recibir una herencia. En cambio, compró dos lotes del gobierno en Independence30.

La llegada de William y los demás abrumó al obispo Partridge y sus consejeros. Muchos de los recién llegados eran pobres y tenían poco para consagrar. El obispo hizo todo lo posible para que se establecieran, pero fue un desafío organizar casas, granjas y empleo para ellos mientras la economía de Sion todavía era precaria31.

Sin embargo, William creía que su gran compañía cumplía la profecía de Isaías de que muchas personas vendrían a Sion. Encontró trabajo como maestro de escuela y les escribió a sus familiares acerca de su religión.

“Creemos que José Smith es un verdadero profeta o vidente del Señor —testificó—, y que tiene poder y recibe revelaciones de Dios, y que esas revelaciones, cuando se reciben, tienen autoridad divina en la Iglesia de Cristo”32.

No obstante, tales ideas estaban empezando a poner nerviosos a sus vecinos de Misuri, especialmente cuando oyeron a algunos miembros de la Iglesia decir que Dios había designado a Independence como el lugar central de su tierra prometida33. Con la llegada de la compañía de William, los santos de Sion llegaron a ser alrededor de quinientos. Los recursos ya escaseaban, lo que hacía aumentar los precios de los productos locales34.

“Se están aglomerando —dijo una mujer al observar que más santos se instalaban a su alrededor—. Pienso realmente que deberían ser castigados”35.