Rescatado de las tinieblas
El accidente ocurrió mientras regresaba a casa en bicicleta después de un partido de fútbol en una ciudad al sur de Santiago, Chile. Mi hermano menor había jugado en uno de los equipos y mientras mis padres aguardaban por él, yo me adelanté con la bicicleta. Mi primo de ocho años me preguntó si podía ir conmigo, así que lo senté en el manillar de la bicicleta y nos fuimos.
Mientras pedaleaba, sentía una punzada de culpa. La noche anterior, después de celebrar el triunfo de mi propio equipo en otro partido local, me había emborrachado. A los 18 años de edad, no estaba haciendo mucho con mi vida.
El viento nos golpeaba el rostro y mi primo, incómodo, se movió; pero al hacerlo, un pie le quedó atrapado entre la rueda y el cuadro de la bicicleta; ésta volcó y golpeé el duro asfalto con el rostro. Al tocarme la cara, creí que ya no se podría hacer nada por mi nariz.
Afortunadamente mi primo se encontraba bien. Mis padres llegaron al rato, luego lo hizo un agente de policía y, finalmente, una ambulancia. Me llevaron a cirugía, donde me dieron unos puntos en la nariz y me pusieron tejido de cicatrización en la frente. Después de unas horas de observación en el hospital, me enviaron a casa, aunque aquella noche tuve un dolor tan intenso que no pude dormir.
A la noche siguiente el dolor fue todavía peor. Finalmente, cansado de la intensidad del dolor, me quedé dormido. En un sueño escalofriante, me pareció verme acostado en la cama con los brazos cruzados sobre el pecho, la única posición en la que me sentía cómodo. Entonces vi un denso vapor de tinieblas y sentí una mano que me llevaba hacia él. Aterrorizado, luché por liberarme.
De repente vi a mi hermano menor a mi lado, alejándome de las tinieblas y llevándome hacia la luz, pero su ayuda no era suficiente. Yo me desesperé y grité, y al hacerlo, desperté; mi padre entró para calmarme. El dolor regresó y por primera vez en mi vida, vi a mi padre llorar.
Me llevaron a la habitación de mis padres, al lado de mi madre. Mi madre y mi hermano se habían bautizado en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días unos meses atrás, y yo había visto cuánto amaba ella el Libro de Mormón. Me leyó de él hasta que volví a quedarme dormido.
Casi de inmediato tuve el mismo sueño. Esta vez, cuando mi hermano comenzó a tirarme del brazo, comprendí su significado. Las tinieblas representaban el mundo en su estado caído, y mi hermano simbolizaba el Evangelio y una vida de esperanza, la vida que él deseaba para mí. Sabía que había caído en malos hábitos; no había abierto el corazón a lo que nos habían enseñado los misioneros y jamás había orado para averiguar si lo que me enseñaban era verdadero. En ese instante, le prometí a mi Padre Celestial que me bautizaría.
Desperté con lágrimas. Mi mamá también lloraba y oraba por mí.
El dolor continuó al día siguiente y mi madre pidió a los misioneros que me dieran un bendición del sacerdocio, después de lo cual comencé a sentirme mejor. A lo largo de mi recuperación, el deseo de bautizarme fue creciendo.
Empecé a recibir las charlas misionales una vez más, y en esta ocasión abrí mi corazón. Aún no sabía mucho sobre el Evangelio, pero el sueño, junto con la fe de mi madre y la bendición del sacerdocio, me ayudaron a saber que Dios me amaba y que me había preparado el camino para obtener la vida eterna. El día que me bauticé, di un paso importante hacia esa meta.
Solía pensar que tenía mucho tiempo para preocuparme por buscar la Iglesia verdadera, en caso de que existiera, pero el accidente me ayudó a entender que no debemos posponer el tomar buenas decisiones.
Heri Castro Véliz es miembro del Barrio Puente Alto 1, Estaca Puente Alto, Santiago, Chile.