2002
Actividad misteriosa
abril de 2002


Actividad misteriosa

Basado en un hecho real

“¿Qué se te asignó llevar?”, preguntó Melisa a Clara mientras iban camino a la casa de la hermana López para la actividad del día de logros.

“Harina”, respondió Clara. “¿Y a ti?”.

“Levadura”, dijo Melisa.

“Me pregunto qué vamos a hacer hoy”, prosiguió Clara. “Ana también va a llevar harina. La hermana López lo ha mantenido todo en secreto”.

“Lo sé”, accedió Melisa. “Todo lo que dijo fue que iba a afectar a muchos miembros de la Iglesia este domingo”.

Las niñas estaban hablando todavía de la actividad misteriosa cuando llegaron a la casa de la hermana López. Tina, Luisa y Susana ya estaban allí, y en el momento de sentarse Clara y Melisa, llegó Ana. Ya estaban todas las niñas y todas esperaban que pronto se diera a conocer el proyecto misterioso.

La hermana López ofreció la primera oración, pidiendo que pudieran comprender la importancia del gran sacrificio que Jesucristo hizo por ellas. También pidió una bendición sobre la comida que iban a preparar para que beneficiara a todos los que participaran de ella.

Después de la oración, fueron a la cocina con los ingredientes que se les había asignado.

“Veamos”, comenzó diciendo la hermana López, “¿quién ha traído la levadura?”.

“Yo”, dijo Melisa.

“Bien”, dijo la hermana López. “Vamos a ponerla en un recipiente pequeño con un poco de agua tibia para que se disuelva. Pondremos el resto de los ingredientes secos en un recipiente más grande. ¿Quién tiene la harina, el azúcar y la sal?”.

“Yo”, respondieron al unísono Clara, Ana y Luisa.

Mientras las niñas trabajaban, hablaban y se reían, Clara preguntó en medio de la charla: “¿Qué estamos haciendo y cómo afectará a los miembros de la Iglesia?”.

“¿Alguien lo sabe?”, preguntó la hermana López.

“¿Estamos haciendo galletas?”, preguntó Susana.

La hermana López sonrió. “Estamos preparando el pan que emplearemos el domingo en la Santa Cena”.

El murmullo se detuvo de repente y las niñas hablaron con reverencia. No sólo estaban aprendiendo cómo hacer pan, sino que ¡estaban haciendo el pan que se emplearía en una ordenanza sagrada!

Cuando la levadura estuvo disuelta, Susana vertió la leche que había llevado y Tina hizo lo mismo con su aceite. Entonces las niñas mezclaron los ingredientes líquidos y los secos y se turnaron en amasar la masa, después la cubrieron con un paño y aguardaron a que se levantara. Hicieron dos barras y mientras esperaban a que se levantara una segunda vez, tuvieron la lección sobre la Santa Cena.

“¿Puede alguien decirme qué representan el pan y el agua?”, preguntó la hermana López.

“El cuerpo y la sangre de Jesucristo”, respondió Melisa.

“Eso es”, dijo la hermana López. “Poco antes de Su crucifixión, Jesús reunió a Sus apóstoles en un cuarto alto. Sabía que iba a morir y quería que los apóstoles le recordaran siempre y fueran fieles a Sus enseñanzas. Bendijo el pan y lo partió en pedazos; lo dio a Sus discípulos para que lo tomaran en memoria de Su cuerpo. Bendijo el vino y se lo dio para que bebieran en memoria de Su sangre.

“Cuando participamos de la Santa Cena, renovamos los convenios que hicimos al bautizarnos”, siguió diciendo la hermana López. “¿Puede alguien decirme qué prometimos hacer?”.

“Yo lo sé”, dijo Clara. “Prometimos guardar los mandamientos”.

“Prometimos recordar a Jesucristo”, añadió Luisa.

“Muy bien”, dijo la hermana López. “También prometimos tomar sobre nosotras el nombre de Jesucristo. Nuestra forma de actuar, las cosas que hacemos y las palabras que decimos debieran mostrar a los demás que somos seguidoras de Cristo. El Señor nos promete que si guardamos nuestros convenios, siempre tendremos Su Espíritu con nosotras.

“¿Hay algo especial que debamos hacer durante la Santa Cena?”, preguntó la hermana López.

Ana levantó la mano. “Mi mamá siempre nos dice que debemos ser reverentes”.

“Y tiene razón”, dijo la hermana López. “También debemos recordar la Expiación y pensar en las promesas que estamos renovando. Además, debemos pensar en formas de mejorarnos y ser más como Cristo”.

Las niñas hablaron de las cosas que podían hacer para ser más como Cristo, y entonces llegó el momento de poner el pan en el horno. Mientras éste se cocinaba, ellas planearon sus futuras actividades.

Entonces retiraron las doradas barras de pan del horno y la hermana López dijo: “Cuando se enfríen, las rebanaremos y luego se las daremos al obispo Uriarte”.

El domingo las niñas se sentaron con sus familias en la reunión sacramental, cantaron el himno sacramental con reverencia mientras los presbíteros partían el pan para la congregación. Escucharon con atención mientras el presbítero bendecía el pan; y cuando dijeron “Amén”, lo dijeron de corazón. Entonces los diáconos repartieron el pan. Cuando Clara tomó un pedazo de la bandeja, estaba llena de gratitud por todo lo que el Salvador había hecho por ella. Pensó en la Última Cena y en lo que Jesús había enseñado a Sus discípulos sobre la Santa Cena. También pensó en formas en que podría obedecer mejor los mandamientos.

Clara observó a Melisa y por la expresión de su rostro, Clara supo que la Santa Cena también había tocado el corazón de su amiga.

Después de la reunión, las chicas se detuvieron fuera de la capilla para charlar un rato antes de irse a casa.

“Estoy feliz porque la hermana López nos ayudó a cocinar el pan de la Santa Cena”, dijo Luisa.

“Sí, hoy la Santa Cena fue algo especial”, añadió Tina.

“No fue sólo el pan”, contestó Melisa pensativamente, “en ese momento pensé en el sacrificio de Jesucristo y en lo que significa la Santa Cena”.

Clara sonrió. “Tienes razón. Yo sentí lo mismo que tú. No fue el pan lo que lo hizo especial, sino el Salvador”.

Cuando tomamos la Santa Cena, prometemos:

  • Tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo.

  • Recordarle siempre.

  • Guardar Sus mandamientos.

(Véase D. y C. 20: 77, 79).