Clásicos del Evangelio
Lo haré hoy…
N. Eldon Tanner fue ordenado Apóstol en 1962. En 1963 comenzó a servir en la Primera Presidencia, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Aquí nos enseña a prepararnos para la vida eterna, al empezar hoy mismo.
Si hoy fuera en la tierra tu último día,
Del largo camino, el último trecho,
Después de tus luchas, ¿qué valor tendrías?
¿Qué cuentas darías a Dios de tus hechos?
—Anónimo (Traducción libre)
Las palabras de este conocido poema resumen el motivo de nuestra vida. Nacemos, vivimos y morimos ¿con qué propósito? El conocimiento y la comprensión del motivo de nuestra existencia y de cuál será nuestro destino eterno deberían ayudarnos a determinar nuestra forma de vida, a seleccionar las cosas que son verdaderamente importantes y a luchar por ellas.
Bien podría cada uno de nosotros decirse: “Hoy es el último día del resto de mi vida; empezaré ahora a prepararme para la vida eterna a fin de recibir plenitud de gozo y felicidad desde hoy y para siempre”. Después de todo, eso es lo que en realidad todos queremos y es muy importante que dediquemos tiempo a aprender cómo podemos alcanzar esa meta y comencemos ahora a esforzarnos por ello día a día.
Día a día
Para lograr ese propósito, debemos estudiar y aprender, aumentando así nuestro conocimiento y comprensión del Evangelio, y después aplicar ese conocimiento diariamente a nuestra vida; de esta forma aumentarán nuestra fe y nuestro testimonio que son tan necesarios para alcanzar la salvación, y así también podremos influir en nuestros seres queridos, aquellos con quienes deseamos compartir la felicidad y las bendiciones.
Recordemos siempre que la finalidad del Evangelio es enseñarnos a conducirnos correctamente, en beneficio de nuestros asuntos espirituales y temporales. No es suficiente con asistir a las reuniones de la Iglesia, participar de la Santa Cena, tomar parte en conversaciones religiosas, etc., si después nos hacemos los distraídos ante las necesidades de nuestra familia, los vecinos o la comunidad, o somos deshonestos o inescrupulosos en nuestros tratos con ellos.
Tampoco es suficiente con ser buenos ciudadanos, contribuir a causas caritativas, tomar parte en los asuntos de la comunidad y llevar en general una vida cristiana. Aunque todo eso es loable, no basta para darnos el derecho a gozar de la plenitud de gozo y de la vida eterna que nuestro Padre Celestial ha prometido a todos los que lo amen y guarden Sus mandamientos.
Nuestros deberes
Es bueno recordar el relato de las Escrituras sobre aquel que fue adonde estaba el Señor y le dijo:
“…Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?
“El le dijo:… si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:16–17).
En las Escrituras se repite una y otra vez cuáles son los mandamientos y se especifica que uno de los requisitos para alcanzar la vida eterna, o sea, la vida con Dios, es recibir el bautismo en Su Iglesia y reino, de manos de un siervo que tenga la debida autoridad. Al bautizarnos, nos hacemos miembros de la Iglesia verdadera y tomamos sobre nuestros hombros las responsabilidades inherentes a este estado.
Se nos aconseja que aprendamos cuáles son nuestros deberes y que actuemos en el oficio que se nos haya dado, y se nos advierte que si no lo hacemos, no seremos dignos de permanecer (véase D. y C. 107:99–100).
La práctica conduce a la perfección
¿Cómo podemos mantenernos en el camino recto a fin de alcanzar nuestras metas y lograr, finalmente, la vida eterna? Sólo mediante la autodisciplina y el arrepentimiento diario de los hábitos arraigados y las debilidades que puedan impedirnos desarrollar el potencial que hemos recibido de Dios y alcanzar nuestro destino eterno. Sabemos que tenemos que trabajar constantemente a fin de conseguir cualquier cosa de valor en la vida.
Antes de comenzar la competición, el jugador de golf dedicará horas a practicar un golpe. Los músicos, los artistas, los oradores, tienen que perfeccionar su talento y hacerse expertos en su campo de acción. Cuánto más importante es para nosotros entonces prepararnos para realizar la obra de nuestro Padre Celestial, que nos ha puesto aquí para un propósito sabio y glorioso.
Al tomar la decisión de esforzarnos por ser mejores, propongámonos disciplinarnos a fin de seleccionar detenidamente las resoluciones que tomemos, de considerar el propósito que nos haya llevado a hacerlo y de asegurarnos de que nos mantendremos firmes, no permitiendo que ningún obstáculo se interponga. Al comenzar cada día, recordemos que es posible mantenernos fieles a un propósito por el término de un día; al hacerlo, será cada vez más fácil hasta convertirse en un hábito.
Alegren esa vida
Conocí a una joven a la que se había enseñado el Evangelio y que deseaba ser miembro de la Iglesia, pero tenía gran dificultad para guardar la Palabra de Sabiduría; fumaba y bebía café, y le sobrecogía la sola idea de no volver a probar otro cigarrillo u otra taza de café en su vida. Uno de los misioneros le sugirió que probara abstenerse un día, y después de ese, otro más. La joven pronto se dio cuenta de que renovando su decisión día a día, le resultaba más fácil mantenerla; al poco tiempo se bautizó. Lo mismo podría aplicarse a cualquier otro mal hábito que se desee cambiar por uno bueno.
La bendición más grande que podernos gozar en la vida es irnos cada noche a dormir con la conciencia limpia y sabiendo que hemos vivido ese día en armonía con las enseñanzas del Salvador y que hemos cumplido con la tarea que nos había sido asignada.
Hemos llegado ahora al primer día del resto de nuestra vida. Al aplicar la disciplina y la determinación, hagamos de éste un buen año para nosotros, nuestra familia y nuestros conocidos. Sería conveniente que empezáramos cada día con resoluciones por el estilo de éstas u otras de su propia elección:
Lo haré hoy
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Hoy buscaré a mi Padre Celestial en oración ferviente. Hoy permitiré que la inspiración del Espíritu me guíe.
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Hoy expresaré mi amor a Dios y a Su Hijo Jesucristo por medio de la oración y demostraré ese amor sirviendo a mi prójimo.
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Hoy estudiaré y procuraré lograr una mayor comprensión del Evangelio.
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Hoy buscaré primero el reino de Dios y Su justicia.
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Hoy escucharé al Profeta de Dios y seguiré su consejo. Hoy guardaré los mandamientos y los convenios que he hecho.
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Hoy enseñaré a alguien el Evangelio, con palabras o con el ejemplo.
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Hoy obedeceré las normas de la Iglesia.
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Hoy expresaré con palabras y con hechos mi amor por mi familia.
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Hoy seré honrado en todos mis asuntos.
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Hoy me prepararé para desempeñar las tareas que me han asignado.
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Hoy realizaré una buena acción en bien de mi prójimo.
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Hoy expresaré mi gratitud por todas las bendiciones que recibo.
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Hoy seré leal a todo aquello a que debo mi lealtad.
Finalmente, no podríamos hacer nada mejor que tomar la determinación (y después mantenerla) de seguir los principios expresados en nuestro decimotercero Artículo de Fe: “Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer el bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos”.