Un fundamento seguro
Nuestro testimonio… debe estar edificado sobre un fundamento seguro, arraigado profundamente en el Evangelio de Jesucristo.
Hace ya algunos años, una terrible tormenta azotó la zona donde vivíamos; comenzó con una lluvia torrencial seguida de un devastador viento del este. Cuando pasó la tormenta, se evaluaron los daños: cables eléctricos caídos, daños a propiedades y muchos de los hermosos árboles que crecían en el lugar habían sido arrancados de raíz. Pocos días después, conversé con un amigo que había perdido varios de los árboles de su jardín. Los que estaban a un lado de la casa se mantenían erguidos; habían resistido bien la tormenta, mientras que los que se encontraban en lo que yo consideraba el mejor lugar de la propiedad, no habían podido soportar el embate de los fuertes vientos. Me indicó que los árboles que habían sobrevivido al vendaval estaban plantados en suelo firme; sus raíces habían tenido que penetrar muy hondo en la tierra con el fin de recibir sustento. Los árboles que habían caído estaban plantados cerca de una pequeña corriente de agua, donde el sustento se encontraba casi a flor de tierra. Las raíces eran superficiales y no estaban afianzadas lo suficiente para protegerlos de la tempestad.
Nuestro testimonio, al igual que esos árboles, debe estar edificado sobre un fundamento seguro, arraigado profundamente en el Evangelio de Jesucristo, para que cuando los vientos y las lluvias azoten nuestra vida, como de cierto pasará, estemos lo suficientemente fuertes como para resistir las tempestades que rujan a nuestro alrededor. Helamán aconsejó a sus hijos:
“Y ahora bien, recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán”1.
En el Libro de Mormón, el profeta Jacob, durante su enfrentamiento con Sherem, el anticristo, hizo esta pregunta: “¿Niegas tú al Cristo que ha de venir? Y él dijo: Si hubiera un Cristo, no lo negaría; mas sé que no hay Cristo, ni lo ha habido, ni jamás lo habrá.
“Y le dije: ¿Crees tú en las Escrituras? Y dijo él: Sí.
“Y le dije yo: Entonces no las entiendes; porque en verdad testifican de Cristo. He aquí, te digo que ninguno de los profetas ha escrito ni profetizado sin que haya hablado concerniente a este Cristo.
“Y esto no es todo… también me lo ha manifestado el poder del Espíritu Santo”2.
Jacob señaló tres fuentes de verdad —las Escrituras, los profetas y el Espíritu Santo— que testifican de Cristo. Éstas nos ayudarán a edificar “sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios”3.
1. Las Escrituras.
El Salvador mismo dijo: “Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí”4. Cuando el Señor mandó a Lehi a huir con su familia al desierto, sabía que ellos necesitarían un fundamento firme sobre el cual establecerse en la nueva tierra. Las Escrituras eran tan importantes que, con el fin de obtener los registros, la voz del Espíritu mandó a Nefi a matar a Labán, diciéndole: “Es preferible que muera un hombre a dejar que una nación degenere y perezca en la incredulidad”5.
Alrededor de esa misma época de la historia, el Señor condujo a otro grupo de personas desde Jerusalén a la tierra prometida. Muchas generaciones después, el rey Mosíah descubrió a sus descendientes, que eran conocidos como el pueblo de Zarahemla. Su condición espiritual era muy deficiente. En Omni leemos: “…su idioma se había corrompido, y no habían llevado anales consigo, y negaban la existencia de su Creador”6. Sin las Escrituras, no sólo los pueblos perecen, sino que las familias y las personas caen en la incredulidad. El estudio diario de las Escrituras nos ayuda a afianzar nuestra fe en Cristo. Ellas en verdad testifican de Él.
2. Los profetas.
Años atrás, se me asignó reorganizar la presidencia de una estaca. Durante la sesión del domingo de la conferencia, la esposa del nuevo presidente de estaca relató lo siguiente: Contó que ella se había criado en un buen hogar cristiano; sus padres reunían a la familia todos los días para leer y estudiar la Biblia. Al leer sobre los profetas de la antigüedad, ella preguntó a sus padres por qué no había profetas hoy día sobre la tierra. Ellos no le dieron una respuesta que le pareciera satisfactoria ni tampoco lo hicieron sus maestros o líderes religiosos.
Un día, siendo estudiante universitaria, vio a dos jóvenes de camisa blanca y corbata. Ella leyó el nombre “Jesucristo” en las placas negras que llevaban puestas. Se dirigió a ellos y les preguntó si eran ministros. “¡Sí, lo somos! Somos misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.
“¿Podría hacerles una pregunta?”, les dijo. “¿Ama el Señor a la gente de la actualidad tanto como amaba a la de la antigüedad?”
“¡Sí, la ama!”, le respondieron.
“Entonces, ¿por qué no tenemos profetas en la tierra hoy día?”.
¿Se imaginan el entusiasmo de los dos jóvenes misioneros ante una pregunta así? Ellos respondieron: “Sí, si tenemos profetas sobre la tierra en la actualidad. ¿Quiere que le hablemos de ellos?”.
Nuestro mensaje al mundo es el mismo: “Tenemos profetas sobre la tierra en la actualidad”. Esta misma tarde, levantaremos la mano para sostener al presidente Gordon B. Hinckley, a sus consejeros y al Quórum de los Doce como profetas, videntes y reveladores. Ellos son testigos especiales del nombre de Jesucristo. En la declaración, “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, ellos manifiestan: “Damos testimonio, en calidad de Sus apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios… Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero”7. Hermanos y hermanas, si Dios nos ama tanto como para enviarnos profetas, entonces nosotros debemos amarle a Él lo suficiente como para seguirlos. El seguir a los profetas nos protegerá de las tempestades de la vida y nos guiará a Cristo.
1. El Espíritu Santo.
Cuando Cristo se reunió con Sus apóstoles en el aposento alto, antes de Su crucifixión, dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”8.
Cuando se imponen manos sobre nuestra cabeza después del bautismo, se nos confirma miembros de Su Iglesia y se nos otorga el don del Espíritu Santo. Si vivimos rectamente y permanecemos dignos, se nos promete Su compañía constante. Él guiará nuestra vida, nos enseñará verdades y nos testificará que Jesús es el Cristo. Como miembros del convenio de la Iglesia del Señor, prometemos servirle y guardar Sus mandamientos “para que él derrame su Espíritu más abundantemente sobre [nosotros]”9.
En África Occidental, donde prestamos servicio actualmente, sentimos que Su Espíritu se está derramando abundantemente sobre los fieles santos. En 1989, una tempestad se desató sobre Ghana; no fue una tempestad de viento ni de lluvia, sino de persecución, de calumnias y de malentendidos. Fue una época muy difícil; la Iglesia era nueva en el lugar y todos los misioneros que no eran africanos tuvieron que salir del país. Nuestros centros de reuniones fueron cerrados y custodiados para que los miembros no pudieran utilizarlos. Los santos no se podían reunir, por lo que adoraban en sus hogares como familia. Algunos miembros fueron arrestados e incluso encarcelados. A ese período se le llamó “la paralización”. Los miembros tuvieron poco contacto y apoyo de fuera, pero no fueron abandonados a su suerte para hacer frente a la tormenta; tenían las Escrituras y las palabras de los profetas; pusieron su confianza y fe en el Señor, y Él derramó Su Espíritu sobre ellos. Un miembro de la Iglesia dijo: “Teníamos el Espíritu del Señor con nosotros; podíamos sentir que nos guiaba y nos dirigía. Nos acercamos más los unos a los otros y nos acercamos más al Salvador”.
Durante dieciocho meses los santos ayunaron y oraron para que llegara el día en que se acabara “la paralización”. En noviembre de 1990, se levantó la veda. Lo peor de la tempestad había pasado, pero había cobrado sus víctimas. Hubo quienes se alejaron de la Iglesia; sus raíces eran superficiales y su fundamento endeble. Hoy día, el cimiento de la Iglesia en Ghana está edificado sobre la fe de quienes resistieron la tormenta; los que estaban profundamente afianzados en el Evangelio de Jesucristo.
Hermanos y hermanas, las Escrituras, los profetas vivientes y el Espíritu Santo testifican de Cristo. Ellos nos ayudarán a establecernos sobre “un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán”10. De esto testifico humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.