¿Es usted un santo?
Si vamos a ser santos en nuestros días, debemos alejarnos de la conducta malvada y de los fines destructivos que imperan en el mundo.
Hace ya algunos años, me encontraba en Atlanta, Georgia, como abogado representando a un hombre que deseaba comprar un negocio. Después de varios días de negociaciones, llegamos a un acuerdo y firmamos los documentos finales. Esa noche, uno de los vendedores nos invitó a cenar para celebrar el “cierre” del negocio. Al llegar, me ofreció una bebida alcohólica, la cual rechacé. Entonces me dijo: “¿Es usted un santo?” Como yo no comprendía bien lo que quería decir, él repitió: “¿Es usted Santo de los Últimos Días?” y le respondí: “Sí, lo soy”. Dijo que había estado observando mi comportamiento durante las negociaciones y que había llegado a la conclusión de que o bien era miembro de la Iglesia o tenía un problema estomacal. Ambos reímos. Después me contó que sólo había conocido a otro miembro de la Iglesia en persona: a David B. Haight. Ambos habían sido directivos en una gran cadena de tiendas, terminada la Segunda Guerra Mundial. Me habló sobre la influencia significativa que el élder Haight había tenido en su vida y del gran respeto que sentía por él.
Mientras volaba de regreso a San Francisco, reflexioné en lo ocurrido, especialmente en dos aspectos: me sorprendió el modo en que me sentí cuando me preguntaron si era un “santo”, y me impactó la influencia positiva que un extraordinario ejemplo, el del élder Haight, tuvo en ese buen hombre.
¿Qué significa ser santo? En la Iglesia del Señor, los miembros son Santos de los Últimos Días y tratan de emular al Salvador, de seguir Sus enseñanzas y recibir las ordenanzas salvadoras con el fin de llegar a vivir en el reino celestial con Dios el Padre y nuestro Salvador, Jesucristo1. El Salvador dijo: “…éste es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, ésas también las haréis;…”2.
No es fácil ser Santo de los Últimos Días; ése no fue el objetivo. La meta primordial de vivir en la presencia de Dios el Padre y de Su Hijo, Jesucristo, es un privilegio imposible de comprender.
Entre las pruebas más grandes que la Iglesia ha debido afrontar, se encuentra el martirio del profeta José Smith y después la expulsión de los santos de Nauvoo. Mientras cruzaban las planicies bajo circunstancias sumamente adversas, William Clayton compuso el extraordinario himno: “¡Oh, está todo bien!”, que les conmovió el alma y les hizo recordar su sagrada misión. ¿Quién de nosotros no se emociona al pensar en su sacrificio, valentía y cometido mientras cantamos: “…Aunque morir nos toque sin llegar, ¡oh, qué gozo y paz!”?3
Ese himno les brindó consuelo, solaz y esperanza en momentos de gran dificultad y de obstáculos casi insuperables. Les levantó el espíritu y resaltó el hecho de que esta vida terrenal es un viaje entre la vida preterrenal y la vida eterna: el gran plan de felicidad. El inspirador himno del hermano Clayton hace hincapié en los sacrificios y en lo que significa realmente ser un santo. Nuestros miembros pioneros tuvieron que afrontar los desafíos de ser santos en su época.
En griego, la palabra santo significa “apartado”, “separado y consagrado”4. Si vamos a ser santos en nuestros días, debemos alejarnos de la conducta malvada y de los fines destructivos que imperan en el mundo.
Se nos acosa con imágenes de violencia e inmoralidad. La música inapropiada y la pornografía se toleran cada vez más; y el uso de las drogas y del alcohol está fuera de control. Se hace cada vez menos hincapié en la honradez y en la buena reputación. Se exigen los derechos individuales pero se desatienden los deberes, las responsabilidades y las obligaciones. Ha aumentado el lenguaje grosero y la ostentación hacia lo despreciable y vulgar. El adversario ha sido implacable en sus esfuerzos por destruir el plan de felicidad. Si nos apartamos de esa conducta mundana, tendremos el Espíritu en nuestra vida y experimentaremos el gozo de ser Santos de los Últimos Días dignos.
Como santos debemos también evitar la adoración a los dioses del mundo. El presidente Hinckley ha expresado el deseo de que “… toda persona disfrutara de algunas de las cosas buenas de esta vida…”, pero advirtió: “La obsesión con las riquezas es la que corrompe y destruye”5.
En 1630, John Winthrop habló a sus compañeros de viaje, a bordo del buque Arbella, acerca de una visión del nuevo mundo (América), que se llegó a conocer como el sermón de “La ciudad asentada sobre un monte”. En su último párrafo, Winthrop mencionó Deuteronomio 30 y amonestó acerca del adorar y servir a otros dioses, e hizo particular hincapié en “los placeres y las ganancias”6. Hace algún tiempo, el presidente Kimball explicó que incluso las casas, los botes, las credenciales, los títulos e intereses similares se adoran como a ídolos cuando nos alejan del amor y el servicio a Dios7.
El profeta Moroni, al hablar de nuestra época, advirtió acerca del amor al dinero y a los bienes materiales y dio a entender que los amaríamos “… más de lo que amáis a los pobres y los necesitados, los enfermos y los afligidos”8.
Si vamos a ser santos dignos, debemos velar por los demás y cumplir la admonición del Salvador de amar a Dios y a nuestros semejantes.
El apartarse de las maldades del mundo debe ir de la mano con la santidad. Un santo ama al Salvador y lo sigue por medio de la santidad y la devoción9. La consagración y el sacrificio son una evidencia de esa clase de santidad y devoción. El presidente Hinckley enseñó: “Sin el sacrificio no existe la verdadera adoración de Dios…”10. El sacrificio es la prueba suprema del Evangelio; y significa consagrar el tiempo, los talentos, las energías y los bienes materiales para llevar adelante la obra de Dios. En Doctrina y Convenios 97:8 se afirma: “Todos los que… están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí”.
Los santos que respondan al mensaje del Salvador no permitirán que los intereses que distraen y son destructivos los pierdan, y estarán preparados para hacer los sacrificios requeridos. El sacrificio expiatorio del Salvador, el cual es el núcleo del Evangelio, es un ejemplo de la importancia del sacrificio para quienes deseen ser santos11.
Volviendo a la pregunta original de mi conocido en Atlanta que preguntó: “¿Es usted un santo?”, permítanme sugerirles tres preguntas que les ayudarán en una autoevaluación.
Primero, ¿concuerda la forma en que vivimos con lo que creemos y, se dan cuenta nuestros amigos y conocidos, como lo hizo el amigo del élder Haight, de que nos hemos apartado de las maldades del mundo?
Segundo, ¿nos distraen de seguir, adorar y servir al Salvador en nuestra vida diaria los placeres mundanos, las ganancias e intereses similares?
Tercero, con el fin de servir al Señor y ser santos, ¿hacemos sacrificios que concuerdan con nuestros convenios?
¡Qué maravillosa bendición es ser Santo de los Últimos Días! Me gusta mucho la letra de las últimas estrofas del himno: “Oh Santos de Sión”:
Oh Santos de Sión, sigan por el mismo sendero que sus fieles padres siguieron.
Eleven en gratitud su corazón y al Dios viviente sirvan hasta el fin12.
Testifico que el evitar los fines malvados y destructivos, y sacrificarnos con el fin de prestar servicio, nos hará merecedores de experimentar el gozo de ser Santos de los Últimos Días dedicados y, como lo prometen las Escrituras, de recibir la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero13. En el nombre de Jesucristo. Amén.