Señor, “Creo: ayuda mi incredulidad”
La fe vigorizante puede ser el máximo consuelo de la vida. Todos debemos buscar nuestro propio testimonio.
Esta mañana quisiera expresar un testimonio humilde a los que tengan luchas y dudas personales en cuanto a la misión divina de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. A veces, muchos de nosotros somos como el padre que le pidió al Salvador que sanara a su hijo que tenía un espíritu inmundo. El padre del muchacho exclamó: Señor, “Creo; ayuda mi incredulidad”. A todos aquellos que aún tengan dudas e interrogantes, hay maneras de ayudar su incredulidad. En el proceso de aceptar y rechazar información en la búsqueda de luz, verdad y conocimiento, casi todos, en un momento dado, han tenido dudas, lo cual es parte del proceso de aprendizaje.
La fe vigorizante puede ser el máximo consuelo de la vida. Todos debemos buscar nuestro propio testimonio.
Un testimonio se inicia al aceptar mediante la fe la misión divina de Jesucristo, la cabeza de esta Iglesia, y al Profeta de la Restauración, José Smith. El Evangelio, tal como fue restaurado por José Smith, o es verdadero o no lo es. A fin de recibir todas las bendiciones prometidas, debemos aceptar el Evangelio con fe y en su plenitud. No obstante, esa clase de fe no siempre se adquiere toda a la vez. Aprendemos espiritualmente línea por línea y precepto por precepto.
Joseph Hamstead, profesor de la Universidad de Londres, había hablado sobre la Iglesia y sus programas para la juventud con sus compañeros de esa gran institución. Uno de ellos dijo: “Me gusta todo eso, lo que se está haciendo por las familias, etc. Si eliminara la parte del ángel que se aparece a José Smith podría pertenecer a su iglesia”. El hermano Hamstead contestó: “Ah, pero si eliminara lo del ángel que se aparece a José Smith, entonces yo no podría pertenecer a la Iglesia porque ése es su fundamento”2.
Al igual que el profesor de la Universidad de Londres, muchos ven la maravilla singular de esta Iglesia y se convencen de su gran mérito y esencia; agradecen lo que la Iglesia puede hacer por sus creyentes; no obstante, carecen de la confirmación espiritual de que José Smith en verdad vio en visión al Padre y al Hijo, y que un ángel le entregó las planchas de las que se tradujo el Libro de Mormón. El llegar a conocer a Dios es el principal don espiritual que pueda recibir cualquier hombre o mujer. José Smith recibió ese conocimiento personalmente. Muchos años más tarde, cuando aún reflexionaba sobre el impacto que ése y otros acontecimientos habían tenido en su vida, José dijo: “No culpo a nadie por no creer mi historia; si yo mismo no hubiera experimentado lo que pasó, tampoco la hubiera creído”3.
No había nadie con el joven José Smith en la Arboleda Sagrada, en Palmyra, Nueva York, cuando Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo se aparecieron. Sin embargo, incluso aquellos que no creen que ocurrió, tendrán dificultad para probar que no sucedió. Han pasado muchas cosas desde que eso tuvo lugar para negar que no haya ocurrido.
Los que dicen, al igual que el padre que se menciona en la Biblia: “Creo, ayuda mi incredulidad”, pueden recibir una confirmación si siguen la indicación del Libro de Mormón, que nos invita a preguntar “a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo”, en cuanto a la verdad que sólo se puede recibir por medio de la fe en Cristo y mediante la revelación. No obstante, hay dos elementos indispensables. Uno debe pedir “con un corazón sincero, con verdadera intención”, y luego Dios “manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”4.
Hay contundente evidencia, además del Libro de Mormón, que corrobora las afirmaciones de José Smith. Para empezar, los Tres Testigos y los Ocho Testigos, quienes palparon las planchas y vieron los grabados, testificaron que el Libro de Mormón fue traducido por el poder de Dios. Los familiares de José Smith, que lo conocían mejor, también aceptaron y creyeron su mensaje. Entre los creyentes estaban sus padres, sus hermanos y hermanas, y su tío John Smith. Su hermano mayor Hyrum probó su total fe en la obra de José al dar su vida junto con él. Todos esos testigos fidedignos ratifican el testimonio del Profeta.
Sus colegas más íntimos eran terminantes en la creencia que tenían de la divina misión de José Smith. Dos de ellos, Willard Richards y John Taylor, estaban con José y con Hyrum cuando fueron asesinados. José le preguntó a Willard Richards si estaría dispuesto a quedarse con ellos. Claramente Willard dijo: “Hermano José, usted no me pidió que lo acompañara a cruzar el río, ni que viniera a Carthage, ni tampoco me pidió que viniera a la cárcel con usted, ¿y piensa que lo abandonaría en un momento como éste? Le diré qué es lo que voy a hacer: si le condenan a la horca por traición, pediré que me ahorquen a mí en su lugar y que a usted lo dejen libre”5.
John Taylor testificó: “José Smith, el Profeta y Vidente del Señor, ha hecho más por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en él, exceptuando sólo a Jesús”6. El pragmático Brigham Young dijo: “Siento como que siempre quisiera exclamar: ¡Aleluya!, al pensar que pude conocer a José Smith, el Profeta a quien el Señor levantó y ordenó, y a quien entregó las llaves y el poder para edificar el Reino de Dios sobre la tierra y sostenerlo”7. En mi opinión, a esos hombres fuertes e inteligentes no se les podría haber engañado.
Para mí es también muy convincente que ninguna otra religión afirme tener las llaves para unir los lazos familiares por la eternidad. El presidente Hinckley dijo: “Todo templo, ya sea grande o pequeño, viejo o nuevo, es una expresión de nuestro testimonio de que la vida más allá de la tumba es tan real y segura como la vida terrenal”8. Aquellos que atesoren a su familia tienen una convincente razón para reclamar las incomparables bendiciones de estar sellados por la eternidad en los templos de Dios. Para todos: abuelos, padres, maridos, esposas, hijos y nietos, este poder y autoridad para sellar es el principio supremo, el pináculo de la restauración “de todas las cosas”9 mediante el profeta José Smith. Los sellamientos unen para siempre. Esta bendición se extiende a todos los vivientes, al igual que vicariamente a los que han muerto, uniendo así a las familias por la eternidad10.
Otra poderosa evidencia de la divinidad de esta santa obra es el extraordinario crecimiento y fortaleza de esta Iglesia por todo el mundo. Es una institución única; nada se le compara. Como discurrió Gamaliel, cuando Pedro y los primeros apóstoles testificaban de la divinidad de Jesucristo:
“…si… esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir”11.
Sin embargo, aunque todo esto sea cierto, toda persona debe tener una confirmación espiritual por el poder del Espíritu Santo, que es más fuerte que todos los sentidos combinados. A los que dicen: Señor, “creo, ayuda mi incredulidad”, quisiera sugerirles que miren “hacia adelante con el ojo de la fe”12. A los que lo hagan, el Señor ha prometido: “…hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón”13.
Algunas de las razones que dan algunas personas cuando la llama de la fe parpadea y se extingue, son: debilidades humanas y las imperfecciones de los demás; algo en la historia de la Iglesia que no pueden entender; cambios en las normas que resultan del crecimiento y de la revelación continua; indiferencia o transgresión.
En una ocasión, el Señor dijo que estaba “bien complacido” con Joseph Wakefield14, quien fue valiente y fiel, y enseñó a cientos de personas en cuanto a la obra profética de José Smith. Pero de 1833 a 1834 influyeron en él algunos disidentes de Kirtland. Una vez estaba en casa de José Smith, cuando éste salió de la habitación donde había estado traduciendo la palabra de Dios, y de inmediato se puso a jugar con unos niños. “Eso convenció [al hermano Wakefield] que” José “no era un hombre de Dios, y que, por lo tanto, la obra era falsa”15. Con el tiempo, Joseph Wakefield apostató, fue excomulgado, y llegó a perseguir a la Iglesia y a los santos.
Cuando su hijo salió en una misión, una hermana inactiva de pronto se dio cuenta de que ella no estaba convertida a la Iglesia. Al compararse con otros que tenían impresionantes relatos sobre su conversión, se preguntaba: “¿Por qué se han convertido estas personas de forma tan poderosa, y yo, con mi legado pionero, sigo sin convertirme?” Empezó a leer el Libro de Mormón a pesar de que dudaba de su valor y lo encontraba aburrido. Entonces una amiga le dijo: “Dices que crees en la oración; ¿por qué no oras al respecto?”.
Lo hizo, y una vez que oró, empezó a leer el Libro de Mormón de nuevo. Ya no lo encontró aburrido; cuanto más leía, más le atraía, y pensó: “José Smith no pudo haber escrito eso; ¡esas palabras eran de Dios!”. Terminó de leerlo y se preguntó cómo le haría saber Dios que era verdadero. Ella dijo: “Un poder fuerte, hermoso y feliz me recorrió el cuerpo… sabía que Jesucristo había resucitado… que José Smith era un profeta que vio a Dios y a Jesucristo. Sabía que milagrosamente él había traducido los registros antiguos con la guía de Dios. Sabía que José Smith recibió revelaciones de Dios”. Eso cambió su vida, porque ahora ella también es conversa16.
Para aquellos cuya fe se haya debilitado, las razones tal vez les parezcan reales, pero ésas no cambian la realidad de lo que José Smith restauró. El profeta José Smith dijo: “Yo nunca os he declarado que soy perfecto; pero no hay errores en las revelaciones que he enseñado”17. Uno no puede tener éxito al atacar principios o doctrinas correctas porque son eternas. ¡Las revelaciones que se recibieron por medio del profeta José Smith aún son correctas! Es un error permitir que las distracciones, descortesías u ofensas destruyan nuestra casa de fe.
Podemos tener un testimonio firme de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y Redentor de la humanidad, y de que José Smith fue un profeta comisionado para restaurar la Iglesia en nuestro día y época, sin que tengamos una comprensión total de todos los principios del Evangelio. Pero cuando se recoge un palo, se recogen ambos extremos. Lo mismo ocurre con el Evangelio. Como miembros de la Iglesia, debemos aceptarlo en su totalidad. Aun el tener una certeza espiritual limitada de algunos de los aspectos del Evangelio es una bendición, y con el tiempo, los otros elementos de los que estamos inseguros pueden adquirirse mediante la fe y la obediencia.
La brecha entre lo que es popular y lo que es recto se está ensanchando. Como profetizó Isaías, hoy día muchos “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo”18. Las revelaciones de los profetas de Dios no son como platillos de restaurante: unos se seleccionan y otros se rechazan. Estamos en gran deuda con el profeta José Smith por las muchas revelaciones grandiosas que se recibieron por medio de él. Nadie se le equipara en restaurar conocimiento espiritual19. Se ha llevado a cabo el cumplimiento de la revelación dada a José Smith en marzo de 1839:
“Los extremos de la tierra indagarán tu nombre, los necios se burlarán de ti y el infierno se encolerizará en tu contra;
“en tanto que los puros de corazón, los sabios, los nobles y los virtuosos buscarán consejo, autoridad y bendiciones de tu mano constantemente”20.
A aquellos que creen, pero que desean que su creencia sea fortalecida, les exhorto a andar con fe y confianza en Dios. El conocimiento espiritual siempre requiere el ejercicio de la fe. Para adquirir un testimonio de los principios del Evangelio debemos ser obedientes en vivirlos. El Salvador dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá… la doctrina”21. El testimonio de la eficacia de la oración se logra mediante la oración humilde y sincera. El testimonio del diezmo se obtiene al pagar el diezmo. No permitan que sus dudas personales los aparten de la fuente divina de conocimiento. Con oración sigan adelante, buscando humildemente la luz eterna, y su incredulidad se disipará. Testifico que si continúan en el proceso útil de buscar y aceptar la luz espiritual, la verdad y el conocimiento, estos de seguro vendrán. Si siguen adelante con fe, descubrirán que su fe aumentará. Al igual que una buena semilla, si ésta no se desecha a causa de la incredulidad, se ensanchará dentro de su pecho22.
Creo que el testimonio que cada persona tenga de que Jesús es el Cristo viene como un don espiritual. Nadie puede refutarlo ni cuestionarlo ya que es de naturaleza sumamente personal para aquel al que ha sido dado. Será como una batería espiritual que continuamente dará energía a nuestra luz espiritual para mostrarnos el camino a la felicidad eterna. Pero testifico que puede ser mucho, mucho más. Al hacer convenio “con nuestro Dios de hacer su voluntad, y ser obedientes a sus mandamientos en todas las cosas que él nos mande, todo el resto de nuestros días”, nuestros “corazones [habrán] cambiado por medio de la fe en [el] nombre [de Cristo]”. De ese modo, habremos “nacido de él y… [llegaremos] a ser sus hijos y sus hijas”23. Tengo un firme conocimiento de esto, lo cual declaro en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.