2003
Hasta que Sobreabunde
diciembre de 2003


Hasta que Sobreabunde

Algunos miembros de la Iglesia comparten sus observaciones sobre el pago del diezmo y las bendiciones que han recibido por hacerlo.

Cada año, tenemos la oportunidad de asistir al ajuste de diezmos y revisar en privado el pago de nuestros diezmos con nuestro obispo o presidente de rama. En esa ocasión, podemos tener nuevamente la determinación de pagar un diezmo íntegro.

“Traed todos los diezmos al alfolí”, mandó el Señor, “…y probadme ahora en esto… si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10). Cuando pagamos el diezmo, ¿qué bendiciones espirituales y temporales se derraman sobre nosotros a través de las ventanas celestiales abiertas de par en par?

Fui guiado a regresar

Hace casi cuatro años, me fui a vivir con mi padre, que había sido miembro fiel de la Iglesia durante 20 años. Yo había estado totalmente inactivo y sabía poco del Evangelio.

Con el tiempo empecé a asistir a las reuniones, pero un domingo, durante una conferencia de estaca, oí al élder Adelson de Paula Parrella, un Setenta Autoridad de Área, dar un discurso sobre el diezmo. Aunque no entendía mucho de esa ley, el élder Parrella habló con tanta confianza, fe y fervor, que a partir de ese momento decidí pagar el diezmo.

Al comenzar a pagar los diezmos y las ofrendas, algo maravilloso empezó a suceder en mi vida: el Espíritu empezó a entrar en mi corazón y, al igual que sucedió con el hijo pródigo, fui guiado a regresar al camino del Evangelio verdadero. El Señor incluso me bendijo de tal forma que pude servir como misionero en la Misión Brasil Fortaleza.

Sé que cuando somos fieles en el pago de nuestro diezmo y de una generosa ofrenda de ayuno, el Señor puede bendecirnos temporal y espiritualmente.

Rafael Barcellos Machado, Barrio Parque Pinheiro, Estaca Santa Maria, Brasil

Confiar en Él

Dos meses después de bautizarme, les dije a las hermanas misioneras que aún no había pagado el diezmo. Estaba desempleada y no tenía dinero suficiente para llegar a fin de mes. Entonces las hermanas me leyeron la promesa del Señor de que abriría las ventanas de los cielos y sentí que el Espíritu Santo me testificaba: “Confía en el Señor”.

Al día siguiente me sentí muy feliz cuando pagué el diezmo de la pequeña cantidad que tenía, y en el transcurso de la semana encontré un empleo. Soy muy feliz por saber que si confiamos en el Señor Jesucristo, Él obrará milagros para nosotros.

Ivanka Ivanova, Rama Sofía Tsentralen, Distrito Sofía, Bulgaria

Más de lo que merecemos

Por ser el único miembro de la Iglesia de mi familia, tuve que vencer muchos obstáculos para servir en una misión de tiempo completo. Uno de ellos era el aspecto económico y dedicaba incontables horas a buscar empleo a fin de conseguir el dinero suficiente para mi misión. Al final encontré trabajo para cuidar la casa de una persona, y aunque se trataba de un sueldo modesto, siempre pagaba el diezmo. Luego encontré otro empleo, en el que daba clases de inglés a tres niños. Entre los dos sueldos, ganaba más que el doble de mi otro salario y podía mantener ambos trabajos. ¡Qué bendición! Después de trabajar varios meses —siempre pagando el diezmo— por fin recibí mi llamamiento para servir en la Misión Camboya Phnom Penh.

A veces considero al Señor como un amo, y me considero a mí como uno de Sus siervos. Si soy un siervo perezoso que no hace nada excepto dormir, comer y divertirme, ¿podrá recompensarme? No. Pero si trabajo diligentemente, ¿me retendrá nuestro Amo mis bendiciones? No, sino que me premiará más de lo que merezco. Si somos obedientes a la ley del diezmo, ¿cuán generosas serán entonces nuestras bendiciones? Él ha dicho que derramará bendiciones hasta que sobreabunden (véase Malaquías 3:10; 3 Nefi 24:10). Ésa es la maravillosa promesa que el Señor ha hecho a todo el que paga el diezmo.

Eng Bun Huoch, Rama Ta Khmau, Distrito Phnom Penh Sur, Camboya

Poner a prueba la fe

Al unirme a la Iglesia en Taiwán siendo adolescente, no me era difícil pagar el diezmo porque tenía pocos ingresos. Después de graduarme y empezar a trabajar, se hizo un poco más difícil. Siempre había demasiadas cosas que comprar y poco dinero para adquirirlas; pero cada año, durante el ajuste de diezmos, podía decirle con toda sinceridad a mi presidente de rama que había pagado un diezmo íntegro.

Pero el año pasado mi madre tuvo que ingresar en la unidad de cuidados intensivos del hospital. Me preocupaba enormemente por ella y también por cómo íbamos a pagar los servicios médicos. El domingo siguiente recordé que ese mes aún no había pagado mi diezmo, pero creyendo que iba a necesitar todo el dinero para pagar los costos del hospital, decidí posponer el pago del diezmo hasta la semana siguiente. Cuando nuevamente se acercaba el domingo, una vocecita me recordó que el Señor me había prometido abrir las ventanas de los cielos si pagaba el diezmo. “Ésta es la ocasión de poner a prueba mi fe”, pensé.

Saqué algo de dinero del banco y lo metí en el sobre de donativos. Vacilé un poco, pero haciendo acopio de valor, entregué el sobre al presidente de rama. A pesar de que dudé un poco al desprenderme del sobre, decidí dejar el asunto en manos de Dios.

Una semana más tarde, recibí una llamada telefónica en la que se me informaba que nuestra compañía aseguradora nos iba a enviar un cheque. “¿Por cuánto?”, pregunté. La cantidad era varias veces superior al diezmo que había pagado. Sé que si somos fieles, Dios nunca nos abandonará.

Lu Chia, Barrio Chino de BYU, Estaca Universidad Brigham Young 6

Bendecida con paz

Cuando me bauticé en 2001, empecé a pagar el diezmo cada mes; pero ocho meses más tarde, mi marido falleció y me convertí en una viuda con dos niños pequeños en casa y uno mayor en la misión. Aunque mis problemas económicos eran graves, jamás dejé de pagar el diezmo. He sido bendecida con más y más trabajo, lo cual me ha permitido ganar más dinero. Pero, lo que es más importante, debido a que pago el diezmo, siempre me siento en paz con el Señor.

Hoy día, mi pequeña casa me parece grande y cómoda. Me siento tranquila con mis dos hijos pequeños y espero no dejar de pagar el diezmo porque sé que el Señor me ha bendecido no sólo con salud física y espiritual, sino con sabiduría y paz.

Josefa Margarita dos Santos Fontes, Barrio Rio Grande da Serra, Estaca Ribeirão Pires, Brasil

No podíamos darnos el lujo de no pagarlo

Después de que mi esposa, Jean, y yo nos bautizamos el 27 de octubre de 1957, no empezamos a pagar el diezmo en seguida como debíamos haberlo hecho. Concluí que teníamos demasiadas deudas y muy poco dinero, pero debía haberme dado cuenta de que no podíamos permitirnos el lujo de no pagarlo.

Un año después esperábamos nuestro tercer hijo, acabábamos de comprar una casa nueva y teníamos varias deudas más. En ese tiempo, mi esposa dijo: “Debemos pagar nuestro diezmo”. Yo no sabía cómo podríamos hacerlo ya que nos quedábamos sin dinero después de pagar los gastos, pero le dije: “Lo haremos”. Y lo hicimos.

Ya nos habíamos trasladado a nuestra nueva casa, pero aún no habíamos hecho todos los trámites para finalizar el préstamo puesto que la calle y la entrada al garaje todavía estaban sin terminar. Pronto empezó a llover sin parar y las obras de la calle se retrasaron; el préstamo no se finalizó, de modo que no tuvimos que hacer el pago de la casa.

Para cuando las obras por fin se terminaron, la compañía hipotecaria había perdido la documentación y parecían no tener prisa por encontrarla. Cuando finalmente la hallaron, llevábamos seis o siete meses viviendo en la casa sin haber hecho ningún pago, razón que nos permitió saldar otras deudas durante ese tiempo.

Las cosas no siempre han ido viento en popa en lo económico, pero jamás hemos dejado de pagar el diezmo. Esa experiencia fue una bendición del cielo.

Henry Hardnock, Barrio Midland 2, Estaca Odessa, Texas

Felicidad y bienestar

Cuando tenía 20 años y me hallaba investigando la Iglesia en Ulan-Ude, Rusia, mi hermano y yo cantamos en un concurso musical. Yo oré para que nuestra composición llegara al corazón de los miembros del jurado y mi oración fue contestada cuando dos de los jueces fueron conmovidos de tal modo que lloraron durante nuestra actuación. Me quedé contentísima cuando logramos el segundo lugar y recibimos un premio en efectivo.

Una vez que mi hermano y yo nos repartimos el dinero del premio, recordé lo que había aprendido sobre el diezmo: que el 10% del Señor se debe pagar al presidente de rama. Mi familia pasaba por apuros económicos y alegaban que no debía pagar ese 10% a Dios.

Sin embargo, uno de los miembros de la rama me enseñó cómo llenar un impreso de donativos y me hizo muy feliz poder entregar mi primer diezmo al presidente de rama, con la convicción de que nuestro Padre Celestial no permitiría que mi familia careciera de dinero para comprar alimentos.

Esa tarde, una amiga de mi madre vino a visitarnos a nuestra casa. Deseaba ayudarnos y nos dio más dinero del que yo había pagado. Ésa fue una experiencia que me ayudó mucho. Me bauticé seis semanas más tarde y ahora me hallo sirviendo en una misión de tiempo completo.

Sé que el ser íntegros en el pago del diezmo influye en nuestra felicidad y bienestar, ¡y ahora mi familia es de la misma opinión!

Hermana Marita Ivanova, Misión Rusia Samara

Compartir las bendiciones

En una ocasión, cuando nuestros hijos eran pequeños, decidí pagar el diezmo y así poner a prueba la promesa del Señor, aunque no sabía de dónde íbamos a sacar el dinero para comprar alimentos. No mencioné nuestra difícil situación a nadie.

Para mi sorpresa, mis padres nos visitaron poco después y nos trajeron carne, patatas (papas) y pan para mucho tiempo. Pero eso no fue todo. Nuestra hija mayor recibió una asignación de prácticas laborales relacionadas con sus estudios. Su lugar de trabajo fue en una tienda de emparedados (bocadillos), y al fin de la semana tenía permiso para llevar a casa bocadillos y emparedados para toda la familia.

“Ahora sólo nos falta algo de fruta”, pensé para mí. Y esa tarde, al volver de pasear en bicicleta, me topé con una mujer que metía manzanas en una bolsa. “¿Las quiere?”, me preguntó. Sorprendida, respondí que me gustaría mucho tenerlas.

Entonces pasó el hijo menor de nuestro vecino que, al ver las deliciosas manzanas, preguntó: “¿Podría darme una?”. Sostuve la bolsa y él tomó una manzana. Me dio las gracias y se fue deprisa, con los ojos radiantes de felicidad.

Luego pensé que tal vez el Señor había querido probarme a mí también. Si Él nos había dado tanto a mí y a los míos, ¿sería yo capaz de compartir con los demás? Lo hice, y desde entonces me he esforzado por seguir haciéndolo.

Jytte Christiansen, Barrio Fredericia, Estaca Aarhus, Dinamarca

Primeramente el diezmo

Después de graduarme de la secundaria, conseguí un buen empleo como secretaria en la universidad y podía ayudar a mi padre a mantener a la familia. Él había sido el único de la familia que tenía un empleo y le había resultado muy difícil mantener a sus cuatro hijos de edad escolar. En ocasiones habíamos pasado muchas privaciones.

Entonces, cuando cumplí 18 años, mi padre murió de forma inesperada. Mi madre no podía trabajar porque estaba enferma y, siendo yo la mayor, tendría que mantener a mi familia.

Un día que me encontraba enfadada porque no había logrado reunir el dinero suficiente para cubrir todos nuestros gastos, recordé la promesa de Malaquías. Oré a nuestro Padre Celestial, recordándole que yo pagaba un diezmo íntegro, aun cuando no tuviéramos dinero para comer. Hacia el fin del día, el obispo fue a visitarnos y nos llevó comida y ayuda. En ningún momento del periodo en el que tuve que mantener a mi familia me falló el Señor.

Cuando mi hermano creció lo suficiente para servir en una misión, quería quedarse y trabajar para ayudarnos con los gastos de la casa; pero creíamos que debía ir, así que dejó su empleo y se fue a la misión. Al mes siguiente, me aumentaron el sueldo y durante toda la misión de mi hermano, a nuestra familia nunca le faltó nada. Logré una beca y fui capaz de estudiar para ser ingeniera comercial. En ese periodo, los zapatos nos duraron más, la ropa no se gastó con tanta rapidez y no enfermamos con tanta frecuencia.

Después de seis años de mantener a mi familia, me casé con un hombre maravilloso en el Templo de Guayaquil, Ecuador. Nuestra meta fue siempre pagar el diezmo, y siempre lo hemos hecho. Lo primero que hacíamos cada mes era separar el diezmo. No teníamos de todo, pero tampoco pasamos apuros.

A los dos años de casada, mi esposo falleció en un accidente automovilístico y ahora vuelvo a mantener a mi familia; pero tengo un buen empleo y sé que si sigo viviendo la ley del diezmo, mi hijo pequeño y yo seguiremos teniendo lo que precisamos. Sé de todo corazón que el Señor jamás me abandonará y que seguirá derramando Sus bendiciones, no sólo temporales, sino también espirituales.

Karina Vanegas Barcia, Rama Monay, Estaca Cuenca, Ecuador