2004
El Libro de Mormón Cambiará Sus Vidas
febrero de 2004


El Libro de Mormón Cambiará Sus Vidas

Hace algunos años, mi hijo Matthew llegó a casa procedente de una reunión del consejo de seminario y dijo: “Papá, quiero que me grabes algo en madera”. Me dio el texto y la placa de madera que le grabé dice: “El Libro de Mormón cambiará sus vidas”1.

El mensaje que tengo para ustedes es sencillo: lo que se escribió en aquella placa es cierto. ¿Se fijaron en las palabras de la cita? No dice: “La enseñanza o el estudio del Libro de Mormón cambiará sus vidas”, sino: “El Libro de Mormón cambiará sus vidas”. Quisiera explicar por qué sé que eso es verdad; el libro mismo es el material de estudio más maravilloso que tenemos, no sólo desde el punto de vista del alumno, sino desde el punto de vista del maestro.

Cuando enseño las Escrituras, intento hacer cuatro cosas: leer, demostrar, preparar y testificar. Permítanme tratar cada una de ellas.

Leer

Antes de redactar este artículo, dediqué un breve periodo a la lectura del Libro de Mormón; éste cambió mi vida. De repente lo vi como una película, a todo color, en una gran pantalla. La gente se me hizo más real. Me imaginé al Salvador y Su visita casi como si yo hubiera estado allí; sentí un gran amor por Nefi, quien de algún modo sabía el cambio que tanto ustedes como yo deseamos efectuar en nuestra vida y en la de nuestros alumnos. Si yo fuera a enseñar en qué consiste ese cambio, emplearía Mosíah 27:25–26:

“Y el Señor me dijo: No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas;

“y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios”.

Ése es el cambio. No se trata de ser un poco mejores, ni de saber un poco más, sino de nacer de nuevo, de ser cambiados por el poder de la Expiación.

Ustedes y yo sabemos que si una persona lee el Libro de Mormón, éste le describirá el cambio y cómo llevarlo a cabo. Les pido que tengan fe en que sus alumnos desearán leer el Libro de Mormón, en que despertará tanto el interés de ellos como el de ustedes.

Me ha preocupado la barrera que es Isaías; de hecho, he meditado en este pensamiento: “¿Por qué habrá puesto ahí Nefi ese obstáculo?”.

Durante años, al escribir y preparar materiales de estudio para los cursos de seminario e instituto de religión, empleé un pasaje que dice:

“Y les leí muchas cosas que estaban escritas en los libros de Moisés; pero a fin de convencerlos más plenamente de que creyeran en el Señor su Redentor, les leí lo que escribió el profeta Isaías; porque apliqué todas las Escrituras a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23).

He llegado a pensar que tal vez lo que Nefi intenta decirnos es que también él se percataba de la barrera de Isaías, pues él sabía que ese libro está repleto de imaginería. De todas las Escrituras, pocas hay que tengan tantas imágenes literarias; por tanto, Isaías puede resultar muy difícil. Creo que cuando Nefi dijo: “…apliqué todas las Escrituras a nosotros mismos”, se refería a que éstas se podían aplicar directamente a nosotros.

Hay mucha gente que tiene más talento que yo para explicar las Escrituras de acuerdo con su contexto histórico. Existen técnicas geniales para la comprensión de las metáforas, los símiles y las alegorías de los textos sagrados, y espero que ustedes aprendan lo máximo posible al respecto; pero también espero que aprendan una cosa más: Cuando lean los escritos de Isaías en el Libro de Mormón, esfuércense por creer que Nefi conocía a Isaías y las imágenes literarias. Nefi dijo que aplicaran Isaías a ustedes mismos. Yo lo intenté; releí las palabras de Isaías dando por sentado que Nefi había seleccionado aquellas partes que yo, sin preocuparme de las imágenes literarias, podía llevar directamente a mi corazón como si el Señor hablara directamente conmigo.

Paso a compartir con ustedes mi propio experimento; no es algo que querrán enseñar, puesto que el Señor habla directamente al corazón de cada persona con un mensaje diferente. Es algo personal que les permite mirar en mi corazón.

Empecé a leer en 2 Nefi 12 y pensé: “El Señor me está hablando. ¿Qué desea decirme?”. Llegué a un versículo en los pasajes de Isaías que me saltó a la vista como si ya estuviera subrayado. “Y sucederá que la mirada altiva del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada, y sólo el Señor será exaltado en aquel día” (versículo 11).

Se describe en ese versículo el día de la venida del Salvador, un día que todos anhelamos y para el que deseamos que se preparen nuestros alumnos. El pasaje dice que en aquel día, todos aquellos que creíamos ser especiales y maravillosos pareceremos pequeños, y que el Señor será exaltado. Apreciaremos mejor quién es Él, cuánto le amamos y lo humildes que debemos ser.

Seguí leyendo en el Libro de Mormón; pasé Isaías y llegué a Éter 3:2, donde vi algo que no había visto jamás, pues esta vez creía que Isaías se dirigía directamente a mí, sin intermediación de imágenes literarias.

El hermano de Jared estaba lidiando con el problema de tener luz en los barcos. Recordarán que, cuando acudió al Señor en busca de ayuda, Él le preguntó qué iba a hacer al respecto. El hermano de Jared se había esforzado al máximo, pero iba a hacer falta algo superior a su propia capacidad, por lo que dijo: “¡Oh Señor, has dicho que hemos de estar rodeados por las olas! Y ahora, he aquí, oh Señor, no te enojes…”.

Al leer ese pasaje, podía verlo a todo color. La experiencia por la que él pasaba casi parecía estar sucediendo mientras la leía.

“…no te enojes con tu siervo a causa de su debilidad delante de ti; porque sabemos que tú eres santo y habitas en los cielos, y que somos indignos delante de ti…”. De repente, las palabras anteriores de Isaías volvieron a mi mente.

Seguí leyendo: “…por causa de la caída nuestra naturaleza se ha tornado mala continuamente; no obstante, oh Señor, tú nos has dado el mandamiento de invocarte, para que recibamos de ti según nuestros deseos” (Éter 3:2).

Ahora no pensaba tanto en la luz de un barco, sino en el gran cambio y en lo mucho que yo lo deseaba en mi vida y ustedes en la suya. Entendí por qué Isaías me dijo que sería útil prever el día en el que el Señor sería exaltado y saber lo mucho que dependo de Él. Le necesitamos y la fe que depositamos en Él nos permite verle grandioso y exaltado, y a nosotros pequeños y dependientes. A pesar de lo grandioso que era el hermano de Jared, se veía a sí mismo como debemos vernos a nosotros para que la Expiación surta efecto en nuestra vida.

Les haré una promesa respecto a la lectura del Libro de Mormón: Serán atraídos a él una vez que sepan que el Señor ha incorporado en dicho libro el mensaje que Él tiene para ustedes. Nefi, Mormón y Moroni lo sabían, y los que lo compilaron dejaron en él mensajes para ustedes. Espero que tengan la seguridad de que el libro se escribió para sus alumnos. Hay mensajes sencillos y directos para ellos que les dirán cómo cambiar. En eso consiste el libro; es un testimonio del Señor Jesucristo, de la Expiación y de cómo ésta puede obrar en sus vidas. Este año, ustedes tendrán la experiencia de percibir el cambio que se produce por medio de la Expiación mediante el estudio de este libro.

Demostrar

La segunda cosa en la que todos los maestros pensamos, por la que oramos y trabajamos es la de “demostrar”. Ustedes desean demostrar que el Evangelio de Jesucristo es verdadero, que los alumnos sepan que es verídico.

Hace algún tiempo, mi esposa y yo nos hallábamos conversando sobre una lección que ella tenía que dar. Hablamos del hecho de que, aunque la lección tenía un solo tema y varios objetivos, la única manera de enseñar ese tema y lograr esos objetivos consistía en enseñar sobre la Expiación. En ese momento nos dimos cuenta de que si uno enseña algo importante, en realidad está enseñando sobre la Expiación.

John, nuestro hijo, que en aquel entonces tenía 18 años, estaba ahí sentado mientras yo disertaba sobre el hecho de que los maestros realmente excepcionales siempre sabrían que en realidad estaban enseñando sobre la Expiación. John me enseñó algo sobre el principio de “demostrar”. Me habló de un maestro de seminario: “Papá, había algo que él sabía, y era que se puede testificar a los jóvenes. Tal vez se pueda enseñar que la Expiación es algo que ellos necesitan; que precisan tener fe en el Señor Jesucristo, arrepentirse y bautizarse; o que necesitan sentir la influencia del Espíritu Santo. Se puede hacer todo eso y ellos prestarán atención, pero puede que no lo crean. Tienen que experimentarlo antes de creer que lo necesitan”.

John luego describió a un maestro que había persuadido a algunos alumnos a probar algo. El desafío del maestro consistía en que no fueran a ver películas inapropiadas, y observar si podían percibir el efecto que ello surtiría en sus vidas. Según las palabras de John, así fue: Volvieron a sentir el compañerismo del Espíritu Santo.

John creía que todos los sermones del mundo que intentaran demostrar que hubo una Caída no tendrían tanto efecto como el que la persona se esforzara por hacer lo correcto y que luego sintiera el poder del Espíritu Santo en su vida. Podemos percibir que hay una diferencia entre nuestra naturaleza caída y el ser elevados por encima de ella mediante el poder de la fe en el Señor Jesucristo y los efectos de la Expiación.

Ustedes desean que sus alumnos vean que el reto que tienen no consiste en demostrar que el Libro de Mormón es verdadero, sino en demostrarle a Dios que ellos , los alumnos, son firmes en la fe. Al hacerlo, sabrán que el libro es verdadero; y cuando demuestren que harán lo que éste les indique, Dios les dirá más:

“Y cuando hayan recibido esto, que conviene que obtengan primero para probar su fe, y si sucede que creen estas cosas, entonces les serán manifestadas las cosas mayores.

“Y si sucede que no creen estas cosas, entonces les serán retenidas las cosas mayores, para su condenación” (3 Nefi 26:9–10).

Al demostrar la veracidad del Libro de Mormón a sus alumnos, ustedes se darán cuenta de que no se hace por medio de argumentos; ni tan siquiera se demuestra mediante grandes ejemplos o relatos. Serán de utilidad, pero los alumnos comprobarán la veracidad del Libro de Mormón al decir: “Creo que es verdadero; lo pondré a prueba”. Una vez que se prueben a sí mismos ante Dios, recibirán la comprobación porque verán el fruto espiritual.

El Libro de Mormón trata sobre personas que poco a poco demuestran a Dios que creen; luego, Él les confirma su creencia y les da más.

En el libro de Éter se encuentra una de las confirmaciones más maravillosas que conozco. El Señor le preguntó al hermano de Jared si vio más que Su dedo.

“Y él contestó: No; Señor, muéstrate a mí.

“Y le dijo el Señor: ¿Creerás las palabras que hablaré?

“Y él le respondió: Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres un Dios de verdad, y no puedes mentir.

“Y cuando hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró” (Éter 3:10–13).

El hermano de Jared no llegó hasta ese momento de repente, sino que aquello fue el resultado de toda una vida. Se le dio un poco de luz, tuvo fe y la ejerció. Cuando el Señor vio que creía, le dio un poco más de luz, hasta que finalmente le dijo: “¿Creerás todo lo que te diga?”. El Señor sabía que el hermano de Jared decía la verdad cuando le respondió: “…Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres un Dios de verdad, y no puedes mentir” (versículo 12).

El Libro de Mormón está escrito de tal modo que los alumnos sentirán que contiene principios que deben poner a prueba. Hay que ser cautos para no programar prácticas o retos que no se adapten al alumno, pues Dios le estará hablando a dicha persona. Cuando lean el Libro de Mormón, ustedes y sus alumnos sabrán lo que deberán hacer, y al hacerlo, recibirán mayor luz porque habrán demostrado que creen. Les testifico que, a pesar de lo mucho que hayan aprendido del Libro de Mormón, deben volver a leerlo y ponerlo a prueba. Pónganlo a prueba al probarse ustedes mismos. Hagan aquello que sienten que deben hacer y descubrirán en él cosas que no habían visto previamente.

Preparar

El prepararse es el paso siguiente que da un maestro. ¿Recuerdan cómo se prepararon los hijos de Mosíah? De hecho, empleamos los pasajes de las Escrituras que describen lo que hicieron, en especial la forma en que ayunaron y oraron, como ejemplos de la preparación (véase Alma 17:3, 9). Pero al volver a leer el Libro de Mormón, sobresalieron dos versículos de Alma:

“Por esta causa, pues, fue que los hijos de Mosíah habían emprendido la obra, para que quizá los condujeran al arrepentimiento; para que tal vez los trajeran al conocimiento del plan de redención.

“De manera que se separaron unos de otros, y fueron entre ellos, cada uno a solas , según la palabra y poder de Dios que le era concedido” (Alma 17:16–17; cursiva agregada).

La expresión a solas me hace pensar en ustedes cuando entran en el aula, a solas. Ellos fueron a solas entre un pueblo feroz, con la intención de enseñar el Evangelio de Jesucristo. (Habrá días en que sus alumnos puedan parecerles así de feroces.) Los hijos de Mosíah no fueron sólo a conseguir algunos conversos, sino a ayudar a la gente a cambiar sus vidas por el poder de la Expiación.

Ammón se había preparado mediante el ayuno, la oración, el estudio de las Escrituras y el haber obtenido la fortaleza espiritual que todos precisamos para enseñar; pero lo que más me impresiona es su modo de enseñar. Recuerden que el rey Lamoni le invitó a recibir cosas, y que se hicieran cosas por él, pero en vez de ello decidió servir al pueblo al que tenía intención de enseñar: “Mas le dijo Ammón: No, sino seré tu siervo. Por tanto, Ammón se hizo siervo del rey Lamoni” (Alma 17:25).

Márquenlo y recuérdenlo toda la vida si es que desean saber algo sobre la preparación. Ammón se preparó, pero hizo algo más: Preparó a su alumno para recibir las doctrinas de salvación. ¿Cómo?

“…Y sucedió que lo pusieron con otros siervos para que cuidara los rebaños de Lamoni, según la costumbre de los lamanitas” (versículo 25).

Recuerden que no sólo protegió a los siervos y a los animales en las aguas de Sebús, sino que hizo huir al enemigo. Cuando los demás siervos presentaron evidencias de las obras de Ammón, el rey Lamoni preguntó: “¿Dónde está este hombre?”. A lo que ellos respondieron: “En los establos, haciendo hasta la última cosa a fin de servirle” (véase Alma 18:8–9).

¿No les resulta extraño? Fue llamado a enseñar las doctrinas de salvación, pero estaba en los establos. ¿No creen que debió haber estado orando y ayunando, y perfeccionando su plan de enseñanza? No, estaba en los establos.

El rey Lamoni había sido educado en la creencia de que había un Dios, pero cualquier cosa que hiciere el rey, estaría bien. Específicamente se le había enseñado doctrina falsa que tal vez pudiera haber influido en él para que no tuviera sentimientos de culpa. ¿Recuerdan que cuando supo dónde estaba Ammón, le sobrevino un sentimiento de culpa, de temor, de que había obrado mal al ordenar la muerte de sus siervos (véase Alma 18:5)? Recuerden el efecto en Alma 18:

“Y respondieron ellos al rey, y dijeron esto: Si es el Gran Espíritu o un hombre, no sabemos; mas esto sí sabemos, que los enemigos del rey no lo pueden matar; ni pueden esparcir los rebaños del rey cuando él se halla con nosotros, por causa de su destreza y gran fuerza; por tanto, sabemos que es amigo del rey. Y ahora bien, ¡oh rey!, no creemos que un hombre tenga tanto poder, pues sabemos que no se le puede matar.

“Y cuando el rey oyó estas palabras, les dijo: Ahora sé que es el Gran Espíritu; y ha descendido en esta ocasión para salvar vuestras vidas, a fin de que no os matara como lo hice con vuestros hermanos. Este es el Gran Espíritu de quien han hablado nuestros padres” (Alma 18:3–4).

Anteriormente siempre me había centrado en lo confuso que estaba Lamoni con su doctrina, sin ver el milagro. El milagro fue que en un hombre se creó la necesidad de lo espiritual a fin de que se le pudiera enseñar el Evangelio de Jesucristo. Su corazón estaba quebrantado; se sentía culpable, y todo ello debido a las cosas temporales que Ammón había hecho.

Les doy mi testimonio de que ustedes pueden preparar el corazón de sus alumnos. Sírvanles; busquen cosas pequeñas que puedan hacer por ellos. Paguen el precio del servicio y Dios lo honrará. Les hago esa promesa. No se preocupen si sus alumnos no son siempre encantadores; hagan algo por ellos y poco a poco les irán pareciendo más adorables. Será un don de Dios.

Les testifico que el Espíritu Santo preparará a sus alumnos tal como preparó al rey Lamoni para recibir a Ammón. Jamás subestimen el valor espiritual de hacer cosas temporales para el beneficio de aquellos a quienes sirven.

Ruego que todos se preparen por medio del ayuno, la oración y el testimonio. Espero que preparen el corazón de sus alumnos. Sean sus siervos y llegarán a amarles; y ellos sentirán su amor. Pero, lo que es aún más importante, sentirán el amor de Dios. El Libro de Mormón les ayudará en ese aspecto.

Testificar

Es necesario testificar. Les prometo un año magnífico porque el Libro de Mormón está repleto de testimonio. No pueden enseñar el Libro de Mormón sin la compañía de grandes testimoniadores, entre ellos el Salvador mismo.

Nefi escribió: “Y ahora bien, mis amados hermanos, y también vosotros los judíos y todos los extremos de la tierra, escuchad estas palabras y creed en Cristo; y si no creéis en estas palabras, creed en Cristo. Y si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son las palabras de Cristo, y él me las ha dado; y enseñan a todos los hombres que deben hacer lo bueno” (2 Nefi 33:10).

Dios les ama y desea que tengan poder al enseñar la expiación de Su Hijo, Jesucristo. Les testifico que se les concederá ese poder.

He aquí el último testimonio del Libro de Mormón. Creo que se reservó para el final con un propósito: “Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de ningún modo podréis negar el poder de Dios.

“Y además, si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo y no negáis su poder, entonces sois santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, que está en el convenio del Padre para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos, sin mancha” (Moroni 10:32–33).

Ruego que puedan saber que han sido invitados por los siervos de Dios para, a su vez, invitar a Sus hijos a venir a Cristo. Si se olvidan de ustedes mismos, se acuerdan de Él y sirven a sus alumnos, Dios les bendecirá a ustedes y a ellos para que muchos, si no todos, vengan a Cristo y sientan ese potente cambio en sus vidas.

Adaptado de un discurso pronunciado en una conferencia de maestros de religión del Sistema Educativo de la Iglesia celebrada en la Universidad Brigham Young el 17 de agosto de 1990.

Nota

  1. Véase Ezra Taft Benson, “Para la ‘juventud bendita’ ”, Liahona, julio de 1986, pág. 41.