Tan sólo con pensar en ti
Jesús, tan sólo con pensar en Ti, mi corazón se llena de un gozo inexplicable que controla cada fibra de mi ser.
Recientemente se oyó al presidente Hinckley decirle a una joven pareja de recién casados en el templo: “¡Qué época tan maravillosa en la que vivir y estar enamorados!”. Su perspectiva y personalidad optimistas nos dan consuelo e infunden esperanza en un mundo sombrío. Sin embargo, éstas son más que meras manifestaciones de una personalidad positiva. Un rápido vistazo al pasado servirá para ilustrar mis palabras.
A principios del siglo doce, el clérigo San Bernard de Clairvaux, “hombre de fe intensa”1, escribió lo siguiente:
Estas líneas tienen que ver con la esperanza, la dicha y la paz, aun cuando se escribieron en una época en la que el mundo estaba sumido en la ignorancia, la pobreza y la desesperación. Esas palabras expresan la calmada certeza que siempre acompaña al testimonio de Jesús. Esta misma certeza brinda aliento y optimismo a nuestro amado profeta y a todos los fieles seguidores de Jesucristo.
Entonces, ¿qué es este testimonio de Jesús, cómo se obtiene y qué hará por los que lo reciban? El testimonio de Jesús es el conocimiento cierto y seguro, revelado al espíritu de una persona mediante el Espíritu Santo, de que Jesús es el hijo viviente del Dios viviente3.
Dado que el testimonio de Jesús procede de Dios, es vital y esencial para una vida feliz; es el principio fundamental de nuestra religión, y todas las demás cuestiones referentes a nuestra fe son apéndices de él4. El presidente Hinckley nos recuerda:
“Todo Santo de los Últimos Días tiene el privilegio, la oportunidad y la obligación de lograr para sí mismo cierto conocimiento… de que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, el Redentor de toda la humanidad… Ese testimonio… es la posesión más preciada que podamos tener…
“Estoy convencido de que… siempre que una persona tiene en su corazón el testimonio verdadero de la realidad viviente del Señor Jesucristo, todo lo demás ocupará su lugar a su debido tiempo”5.
Cuando es nutrido por una vida de rectitud, ese testimonio de Jesús se torna en la fuerza gobernante de todo lo que haga la persona. Es más, cualquiera puede disponer de él, pues “Dios no hace acepción de personas”6.
No obstante, la adquisición de ese testimonio no se logra sin cierto esfuerzo personal. La persona debe desear saber, estudiar para aprender, vivir para merecerlo y orar para recibirlo. Si se busca con humildad y fe se recibe el conocimiento, y con él viene tanto la dulce certeza de que todo irá bien, así como la fuerza interior para que así sea.
El deseo de saber
El deseo de saber es el primer paso en nuestra búsqueda personal de un testimonio de Jesús. En las Escrituras se encuentra este consejo: “Si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras”7.
Estudiar para aprender
El testimonio de Jesús requiere que el que lo busca con sinceridad estudie para aprender. El Señor dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”8.
De tapa a tapa, la Biblia enseña y testifica de Cristo; Él es el Jehová del Antiguo Testamento y el Mesías del Nuevo Testamento9. El Libro de Mormón, otro testamento de Él, fue compilado, preservado y sacado a la luz con el expreso propósito de “convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones”10.
Vivir para merecerlo
Junto con el deseo y el estudio personal, uno debe vivir para merecer semejante testimonio. La persona que hace lo que Jesús dice, llega a saber quién es Jesús. Él dijo:
“Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
“El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”11.
Orar para recibirlo
Por último, el testimonio de Jesús se concede a todo el que ora para recibirlo. “Pedid, y se os dará”12 es la invitación que conduce al humilde y al penitente a ese conocimiento. Con ese conocimiento, la persona logra también un entendimiento de su origen y los propósitos de la vida, ampliándose así una perspectiva que, de otro modo, permanecería oculta.
Por ejemplo, la vida del Señor no comenzó en Belén13, ni la nuestra se inició al nacer. En el mundo preterrenal, Él fue el defensor leal y firme del plan eterno de Dios para Sus hijos14, y nosotros estuvimos allí. En la gran Guerra de los Cielos, Lucifer fue expulsado gracias al poder del Unigénito15, y nosotros contribuimos a esa causa. Por medio del Hijo Unigénito de Dios, “los mundos son y fueron creados” 16 y por esa razón nosotros podemos lograr nuestro potencial divino. El presidente J. Reuben Clark dijo:
“No fue un novato, ni un amateur, ni un Ser que hacía su primer intento el que descendió en el principio… y creó este mundo…
“Si suponen que nuestra galaxia tuviera desde un principio, digamos… un millón de mundos y multiplican eso por el número de millones de galaxias… que nos rodean, comenzarán a hacerse una idea de quién es [Jesucristo]”17.
Maravillados, nos regocijamos con el antiguo clérigo: Tan sólo con pensar en ti me lleno de solaz.
Como progenie literal de Dios y de haber nacido de una madre terrenal, el Cristo preterrenal se convirtió en el Hijo Unigénito del Padre en la carne. Si bien no gozó de la plenitud de Su majestuosidad, de Su calidad de Mesías y de Su divinidad desde el principio, “continuó de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud”, al igual que lo podemos hacer nosotros18.
Le fortalecieron ángeles, el Espíritu Santo descendió sobre Él, llevó sobre Sí todos los pesares del género humano por lo que nuestros pecados pueden ser perdonados por medio de Él19.
Este Jesús, llamado el Cristo, llevó a cabo una Expiación perfecta por toda la humanidad gracias a Su vida incomparable, Su sufrimiento en Getsemaní, el derramamiento de Su sangre, Su muerte en la cruz y Su gloriosa resurrección. Él venció a la tumba y, gracias a Él, también lo haremos nosotros20. “Él es el Ser más grandioso que haya nacido en esta tierra… Él es el Señor de señores, el Rey de reyes…el Salvador… la estrella resplandeciente de la mañana. Su nombre es el único nombre dado bajo el cielo por el cual podemos ser salvos”21. Él es el Ungido, y una vez más exclamamos: Tan sólo con pensar en Ti me lleno de solaz.
Dado que el mundo no pudo vencerle en el meridiano de los tiempos, tampoco el mundo puede prescindir de Él en nuestra época, como tampoco podemos hacerlo nosotros. Su objetivo es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” 22. Por tanto, acudió al profeta José Smith, restauró el sacerdocio, reestableció Su Iglesia y nuevamente proclamó el plan de redención. José lo vio, conversó con Él y nos ha dejado esta trascendental relación poética:
Contemplé el trono, los ángeles, las huestes,
Santos seres de mundos ya inertes,
Adorando a Dios y al Cordero en santidad,
¡Amén y amén! Por toda la eternidad.
Tras los testimonios que de Él se han dado
De testigos que lo han contemplado,
He aquí el mío y definitivo: ¡Que vive, sí, Él vive!
Y en Su trono se sienta, a la diestra de Dios.
Del cielo descendió gran voz:
Él es el Salvador, el Unigénito de Dios,
Los mundos por medio de Él creó,
A lo largo y ancho de la gran expansión.
Y a todos sus moradores,
Redime el Salvador; engendrando Él
Hijos e hijas para Dios,
Por la misma verdad e idéntico poder23.
Hoy en día tenemos a los apóstoles del Señor debidamente ordenados, quienes, fieles a su sagrado cometido como “testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo”24, declaran:
“Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emmanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino”25.
Jesús, tan sólo con pensar en Ti, mi corazón se llena de un gozo inexplicable que controla cada fibra de mi ser. Mi vida, mi amor y mis ambiciones se adaptan, cobran vida y tienen sentido porque sé que Tú eres el Cristo, el Santo.
Doy gracias a Dios por mi testimonio de Jesús y ruego que todos puedan ser bendecidos de igual modo, en el nombre de Jesucristo. Amén.