La historia terminada
Tenemos que seguir escribiendo, seguir caminando, seguir prestando servicio y aceptando nuevos retos hasta el final de nuestra propia historia.
Hace un tiempo, hallé un gran sobre blanco en el buzón, el cual contenía la historia escrita por un muchacho al yo había enseñado años antes cuando él estaba en el sexto grado. Recordé al alumno y la tarea en la que su clase había trabajado durante meses. También recordé que a él le gustaba mucho escribir y que se sentaba a pensar y pensar. A veces, no escribía más que una o dos palabras en la página y, en ocasiones, trabajaba durante el recreo; pero cuando llegó la fecha de vencimiento, a él todavía le faltaba escribir un capítulo. Le dije que me la entregase como estaba, pero Jimmy tenía una visión distinta y quiso entregar la historia terminada. El último día de clase me preguntó si podía terminarla durante las vacaciones de verano. Volví a decirle que la entregase como estaba. Me rogó le diese más tiempo y, al fin, asentí, y se marchó con un montón de papeles arrugados y emborronados, mientras yo lo felicitaba por su determinación y le reafirmaba mi confianza en su capacidad para terminar una excelente historia.
Pensé en él aquel verano, pero la tarea se alejó de mi mente hasta años después cuando hallé la obra terminada en el buzón. Asombrada, me pregunté qué habría hecho a Jimmy terminar la historia. ¿Qué clase de visión, de determinación y de esfuerzo había sido preciso tener? ¿Por qué cualquiera de nosotros termina una tarea difícil, sobre todo, si nadie exige que se acabe?
El bisabuelo de mi esposo, Henry Clegg Jr., era un hombre que acababa lo comenzado. Él se unió a la Iglesia cuando los primeros misioneros SUD llegaron a Preston, Inglaterra. Henry tenía una visión de su destino cuando él, su esposa, Hannah, y sus dos hijos inmigraron a Utah. Henry dejó a sus padres ancianos, que se hallaban ya muy débiles para hacer tan largo y arduo viaje, sabiendo que nunca volvería a verlos.
Cuando cruzaban las llanuras, Hannah contrajo el cólera y falleció. La enterraron en una sepultura sin nombre, tras lo cual la compañía volvió a ponerse en marcha; a la seis de la tarde de aquel mismo día, el hijo menor de Henry falleció también. Henry volvió sobre sus pasos hasta la sepultura de Hannah, puso el cuerpo del pequeño en los brazos de su esposa y los sepultó juntos. Después de eso, Henry tuvo que alcanzar la caravana de carromatos que ya se hallaba a unos ocho kilómetros de distancia. Padeciendo del cólera él también, Henry describió que se hallaba a las puertas de la muerte cuando comprendió que todavía debía recorrer unos mil seiscientos kilómetros más. Por asombroso que parezca, siguió adelante, dando un paso a la vez. Dejó de escribir en su diario personal durante varias semanas después de que la muerte le arrebatara a su amada Hannah y a su pequeño hijo. Me impresionan las palabras que empleó cuando volvió a escribir: “Seguimos adelante”.
Cuando por fin llegaron al lugar de congregación de los santos, él formó una nueva familia, guardó la fe y continuó su historia. Lo más extraordinario es que su gran pesar por el entierro de su amada esposa e hijito dio lugar a nuestro patrimonio familiar de seguir adelante y de terminar lo comenzado.
A menudo me he preguntado tras haber oído relatos de pioneros como el de Henry Clegg: “¿Hubiera podido yo hacer eso?”. A veces me da temor esa pregunta, consciente de que nuestro patrimonio pionero sigue vivo hoy día. Hace poco visité el Oeste de África y vi a pioneros comunes caminando hacia adelante, uniéndose a una nueva Iglesia, dejando atrás siglos de tradiciones, dejando atrás incluso a familiares y a amigos, al igual que Henry. Mi admiración y amor por ellos son tan grandes como lo son por mis propios antepasados.
¿Parecen los retos de la vida de otras personas más difíciles que los nuestros? A veces, al ver a alguien con enormes responsabilidades, solemos pensar: “Yo nunca podría hacer eso”. No obstante, otras personas podrían pensar exactamente lo mismo con respecto a nosotros. No es la magnitud de la responsabilidad lo que pesa, sino lo que significa ser quien está en medio de una tarea sin terminar. Para una madre joven que tiene muchos hijos pequeños, cuidar de ellos de día y de noche podría equivaler a tener todavía 1.600 kilómetros que recorrer. Dar una lección en la Sociedad de Socorro a hermanas que son mayores o menores, o con más experiencia o más preparadas que una podría ser difícil, sobre todo, cuando el tema es dificultoso de entender y de observar para una misma. Enseñar una clase de diez energéticos niños de seis años podría ser una tarea de enormes proporciones, en particular, si su propio hijo de seis años está en la clase y si aún no ha logrado resolver el enigma de cómo enseñarle a él solo.
¿Qué aprendemos del joven Jimmy, de los antiguos pioneros y de los pioneros actuales de todo el mundo, que nos sirva de utilidad en nuestros cometidos específicos? Jimmy pasó años de su vida escribiendo sin plazo de entrega, Henry Clegg siguió adelante solo y sin aliento ni siquiera para escribir su diario personal, y los santos africanos vivieron dignos de un templo que no hubiesen podido imaginar que un día se construiría en su propia nación. Seguir avanzando, conservarse fieles y terminar lo comenzado tenía que ser su propia recompensa.
Hace años una de mis hijas me pidió que saliera a jugar a la pelota con ella. Me indicó que me sentase a verla golpear una y otra vez la pelota atada a una soga que daba vueltas alrededor de un poste. Después de haber visto que la pelota dio vueltas al poste varias veces, le pregunté qué parte tenía yo en el juego y ella me dijo: “Mamá, tú tienes que decir ‘¡bien hecho!, ¡bien hecho!’, cada vez que la pelota da vueltas alrededor del poste”.
La expresión “¡bien hecho!” hace que la faena parezca posible; podría equivaler a la llamada telefónica de la madre de uno de los niños de seis años de la clase de la Primaria para hacer saber a la maestra que su hijo ayudó con todo esmero a su hermanita en el asiento del coche sin que nadie se lo pidiese, reconociendo de ese modo la lección de la maestra de la Primaria como la motivación de ese nuevo proceder. Podría equivaler al esposo que lleva a los niños a la guardería y a la Primaria mientras su esposa dispone todo para la lección de las Mujeres Jóvenes. Podría equivaler a algo tan sencillo como una sonrisa, un abrazo o una larga caminata para poner nuestros pensamientos en orden con una persona amiga, con el esposo o con un niño.
Cada uno de nosotros debe buscar y terminar su propia historia, pero cuánto más grato es contarla cuando se recibe el aliento necesario, cuando el haber llegado a nuestro destino se valora y se celebra, no importa cuánto tiempo atrás haya comenzado nuestro viaje.
Nuestro supremo Mentor y Defensor ha dicho: “…iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88). ¿Podrá alguno de nosotros permitirse excluir esta parte de su trayecto personal?
Henry Clegg siguió adelante para vivir entre los santos fieles, así como para ocupar su lugar, formar una familia recta y servir a sus semejantes. Conservó esa imagen en la mente aun cuando el corazón se le desgarraba de dolor. Oí a un niño de la Primaria de Ghana responder a la pregunta: “¿Qué significa escoger lo justo todos los días?”, con un: “Significa seguir al Señor y Salvador todos los días y hacer lo mejor que podamos aun cuando sea difícil”. Ese moderno niño pionero conoce la admonición del presidente Hinckley y sabe acerca del guardar los mandamientos todos los días; comprende que su propia historia se desarrollará sencillamente al dar un paso a la vez y un día a la vez.
El otoño pasado, tuve la magnífica y retadora oportunidad de elaborar y enseñar una capacitación para la Primaria mediante un video hecho totalmente en español. En una época de mi vida hablé español, pero últimamente había estado hablando portugués y comprendía lo difícil que sería volver a aprender español. Hice todo lo que ustedes hacen para llevar a cabo una tarea que estiman en extremo difícil. Hallé la ayuda de capaces y dedicadas hermanas hispanas, y juntas estudiamos, oramos, ayunamos y trabajamos largas horas. Llegó el día de ir y hacer lo que el Señor había solicitado, y no sólo sentíamos temor, sino que pensábamos que nuestro trabajo era insuficiente. Trabajamos hasta el momento de comenzar a grabar y no podía hacerse nada más. Yo deseaba empezar de nuevo.
Nuestros respectivos esposos nos dieron bendiciones del sacerdocio y comenzamos a sentir paz y calma. Como de los ángeles, recibí la ayuda de mi amado esposo que puso la alarma de su reloj de pulsera para orar por mí cada media hora durante la grabación, así como la de un camarógrafo cuyos ojos irradiaban “¡bien hecho!” y la de los líderes de la Primaria que confían en las indicaciones del Espíritu y que nos comunicaron esa confianza con potencia. E hicimos un video que fue útil para nuestros líderes de habla hispana. Todos los que participaron en él estuvieron en parte sorprendidos y del todo agradecidos por el éxito alcanzado. Caminamos hasta donde pudimos llegar y, cuando estábamos a punto de abandonar nuestros carros de mano para dejarnos caer junto al camino, ángeles acudieron a ayudarnos.
¿Qué aprendimos de esa tarea? La misma lección que aprendieron Henry Clegg Jr. y Jimmy, y lo mismo que están aprendiendo todos los fieles pioneros modernos. Nada hay imposible para Dios (véase Lucas 1:37), pero cada uno de nosotros tiene que terminar su propia historia. El Señor envía Su Espíritu, nos damos aliento los unos a los otros, pero tenemos que seguir escribiendo, seguir caminando, seguir prestando servicio y aceptando nuevos retos hasta el final de nuestra propia historia. “Seguir adelante” es el requisito fundamental de la jornada de la vida. Dios desea que terminemos bien, desea que volvamos a Él. Ruego que nuestras respectivas historias terminen en la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo, nuestro Salvador Jesucristo, los autores y consumadores de nuestra fe. En el nombre de Jesucristo. Amén.