Raíces y ramas
Resumiéndolo sencillamente, digamos que recibiremos las bendiciones más grandes de la vida si nuestro amor por Jesucristo está profundamente arraigado en nuestro corazón.
Cada vez que pasamos por la sección de seguridad de un aeropuerto, se nos pide que mostremos un documento de identidad con fotografía; entendemos el motivo y hacemos lo que se nos pide, sabiendo que es necesario y útil. Pero muestro mi foto como evidencia de mi verdadera identidad un poco abochornado; si al mirar la foto de mi pasaporte alguien dijera que es igual a mí, yo sabría que debo volver a casa para acicalarme. Pero el bochorno tiene otra causa: la foto no indica nada de mis raíces ni mis ramas, y éstas son partes importantes de mi identidad. ¿Podrían ustedes describir un árbol al ver una fotografía de su tronco solamente? ¡No! Las raíces y las ramas de un árbol proporcionan muchos más detalles sobre éste. Lo mismo ocurre con nosotros, tanto personalmente como con nuestra religión.
Las raíces personales
Las raíces personales son sumamente importantes. Mi esposa y yo conocemos a una familia que muestra con orgullo la evidencia de sus raíces ancestrales mediante murales en las paredes exteriores de su casa. Tienen allí pintadas hermosas representaciones del patrimonio familiar de las líneas de ambas familias.
Cuando los parientes se reúnen alrededor de un niño recién nacido, inevitablemente se oyen comentarios como: “Es pelirroja como la madre”, o “Tiene un hoyuelo en el mentón, igual que el padre”.
Cada uno de nosotros tiene sus raíces ancestrales. Todo hombre ha recibido algunas características genéticas iguales a las de su padre; toda mujer ha recibido algunas características genéticas iguales a las de su madre1. Además, cada uno de nosotros ha recibido otros rasgos genéticos que nos hacen únicos.
Por tener un cuerpo espiritual así como uno físico2, tenemos también raíces espirituales que se remontan a largo tiempo atrás; éstas dan forma a nuestros valores, a nuestras creencias y a nuestra fe. Las raíces espirituales guían nuestro cometido hacia los ideales y las enseñanzas del Señor3.
Los hijos tienen un deseo natural de emular el ejemplo de sus padres. Generalmente, los varones se inclinan hacia las actitudes y el trabajo del padre, mientras que las niñas aspiran a ser como la madre. Padres, no se asombren mucho si, en algún momento, sus hijos llegan a ser mejores que ustedes.
Las raíces personales, físicas y espirituales merecen nuestra gratitud. Por mi vida doy gracias a mi Creador, así como también a mis padres y a mis antepasados. Trato de honrarlos averiguando quiénes fueron y prestándoles servicio en el templo4. Los padres tienen la responsabilidad de transmitir a sus hijos y nietos el conocimiento que tengan sobre sus raíces personales. El aprender juntos su historia unifica a la familia.
Las raíces religiosas
Debemos conocer también las raíces de nuestra religión. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, aun cuando fue organizada oficialmente en 1830, fue restaurada de raíces que datan de mucho tiempo. Ahora se han reunido, expandido y aclarado verdades de dispensaciones anteriores5. Los padres y maestros tenemos una excelente fuente de enseñanza en los Artículos de Fe. Escrito por el profeta José Smith6, este documento se refiere a las muchas doctrinas que forman la base de nuestra religión; habla de la Trinidad, del albedrío moral, de la caída de Adán y de la expiación de Jesucristo; explica los fundamentales principios y ordenanzas de la fe, el arrepentimiento, el bautismo y la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo; se refiere a asuntos de la autoridad del sacerdocio y de administración. Reconoce como Escritura sagrada la Santa Biblia, el Libro de Mormón y un canon de Escrituras que está abierto a la revelación continua de Dios. Además, confirma que el recogimiento de Israel es un hecho real7. Qué tesoro de verdad es ese invalorable documento para enseñar nuestras raíces religiosas.
Otras doctrinas reveladas que forman la raíz de nuestra religión son la Creación, la Resurrección, la ley del diezmo, la oración y las bendiciones supremas del templo. Al enseñarlas, nos damos cuenta de cuán firme es nuestro cimiento; al aplicarlas a nuestra vida, las raíces de nuestra religión llegan a formar parte de nuestra propia fortaleza espiritual.
Los conversos deben fortalecer sus raíces religiosas. El presidente Gordon B. Hinckley ha enseñado que todo converso necesita un amigo, una responsabilidad y ser nutrido por la buena palabra de Dios. Con esas raíces para sostenerlos a ellos y a sus hijos, los estimados conversos llegan a ser pioneros para que su propia familia los siga.
Lamentablemente, algunos miembros de familias fieles se apartan porque sus raíces son débiles. Mi corazón se entristece cuando sé de alguien que se aleja de la fe de sus predecesores pioneros. Un amigo, reconocido profesional y descendiente inteligente de antepasados fieles, ha dejado que una duda doctrinal oscurezca su visión de la plenitud del Evangelio y coloque entre él y el templo una cuña que se ensancha cada vez más. Otra persona conocida, una buena hermana con ilustres progenitores pioneros, dice actualmente que no es “miembro practicante” de la Iglesia.
¿Han llegado esas queridas personas a aceptar en tal forma el mundo que han olvidado sus raíces? ¿Han olvidado lo que en verdad significa la Restauración y lo que costó? ¿Han olvidado su patrimonio pionero y el linaje que se les declaró en su bendición patriarcal? ¿Olvidarían y perderían la vida eterna por unas pocas ventajas del momento? Indiferentes a las raíces que las han bendecido, ya no disfrutan de las bendiciones espirituales que animan a los santos que se hallan embarcados en la obra del Dios Todopoderoso.
Sus nobles antepasados “llegaron al conocimiento de la verdad… según el espíritu de revelación y de profecía, y el poder de Dios”. Sus antecesores “fueron convertidos al Señor, [y] nunca más se desviaron”8. ¿Qué sentirán aquellos antepasados con respecto a sus descendientes que se hayan desviado? Su desilusión se convertirá en aflicción, porque el fruto que se desprende de la raíz no puede vivir mucho tiempo.
El Señor hizo esta advertencia solemne:
“…después de haber sido nutridos por la buena palabra de Dios… ¿rechazaréis estas palabras… de los profetas; y rechazaréis todas las palabras que se han hablado en cuanto a Cristo…? ¿…y el poder de Dios y el don del Espíritu Santo… y haréis irrisión del gran plan de redención que se ha dispuesto para vosotros?
“…la resurrección… os llevará a presentaros con vergüenza y con terrible culpa ante el tribunal de Dios…”9.
Ruego a cada uno de ustedes que preste atención a esa sagrada advertencia.
Las ramas personales
Así como nuestras raíces determinan en gran parte quiénes somos, nuestras ramas son también una extensión importante de nuestra identidad. Las ramas personales llevan el fruto de nuestros lomos10. Las Escrituras nos enseñan: “…por sus frutos los conoceréis”11. Hace años, mi esposa y yo nos encontrábamos muchas veces con jóvenes que decían que les parecía conocernos, porque conocían a nuestros hijos. Ahora nos saludan cariñosamente personas que nos conocen porque conocen a nuestros nietos.
Las ramas religiosas
De manera similar, nuestra religión se conoce por el fruto de sus ramas. Hace poco, me reuní con oficiales gubernamentales de un país lejano que estaban sumamente impresionados con la Iglesia y con los esfuerzos que ésta hace por todo el mundo; les gustaron nuestras enseñanzas sobre la familia y pidieron copias de la Proclamación al mundo y manuales para la noche de hogar; también se interesaron por saber más sobre nuestro plan de bienestar y de ayuda humanitaria. Hicimos lo posible por cumplir lo que nos pedían y luego les dirigimos la atención hacia el por qué lo hacemos, en lugar de lo que hacemos. Para explicarlo, hice una analogía con un árbol. “A ustedes les atraen diversos frutos de nuestra fe”, les dije. “Esos son abundantes y convincentes. Pero no pueden saborear ese fruto a menos que conozcan el árbol que lo produce; y no pueden entender el árbol a no ser que entiendan sus raíces. En nuestra religión, no se pueden tener los frutos sin las raíces”. Ellos comprendieron eso.
Los frutos del árbol frondoso del Evangelio son “amor, gozo, paciencia, benignidad, bondad [y] fe”12. El presidente Harold B. Lee dijo una vez: “Los frutos hermosos y abundantes no crecen a menos que las raíces del… árbol se hayan plantado en suelo rico y fértil, y que se cuide de él, podándolo, cultivándolo y regándolo adecuadamente. Así también, los abundantes frutos de la virtud y de la castidad, de la honradez, la templanza, la integridad y la fidelidad no se hallarán en una persona si su existencia no está fundada en un firme testimonio de las verdades del Evangelio y en la vida y la misión del Señor Jesucristo”13.
Los frutos del Evangelio son deliciosos para los que obedecen al Señor. Proseguimos estudios académicos porque sabemos que “la gloria de Dios es la inteligencia”14. La bendición del diezmo se recibe al pagar el diezmo15. Las recompensas de la Palabra de Sabiduría se obtienen al obedecerla16. Debido a experiencias que se tienen al vivir el Evangelio, aprendemos que la oración, la observancia del día de reposo y la participación de la Santa Cena nos protegen de caer esclavos del pecado. Evitamos la pornografía y la inmoralidad, sabiendo que sólo podemos obtener la paz de la pureza personal si vivimos de acuerdo con las leyes del Evangelio.
El Señor dio esta promesa y mandamiento: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado… Permaneced en mí, y yo en vosotros… Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”17. Resumiéndolo sencillamente, digamos que recibiremos las bendiciones más grandes de la vida si nuestro amor por Jesucristo está profundamente arraigado en nuestro corazón18.
El testimonio
La identidad individual es mucho más que una fotografía de pasaporte. Tenemos también raíces y ramas. La divinidad está arraigada en cada uno de nosotros; “…obra de tus manos [las del Creador] somos todos nosotros”19. Somos seres eternos. En los ámbitos premortales se nos preordenó, a los hermanos, para nuestras responsabilidades del sacerdocio20. Antes de la fundación del mundo, se preparó a las mujeres para tener hijos y glorificar a Dios21.
Vinimos a esta experiencia mortal para adquirir un cuerpo y para ser probados22. Debemos formar familias y ser sellados en los santos templos con relaciones de amor y de regocijo que perduren eternamente. Estamos personalmente arraigados a esas verdades sempiternas.
Las ramas de nuestra familia y del Evangelio dan frutos que ennoblecen nuestra vida. La obra y la gloria de Dios —“llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”— pueden ser nuestras también23. Podremos vivir con Él y con nuestra familia para siempre. Él concederá esas bendiciones a los fieles a Su propia manera y en Su propio tiempo24.
Dios vive. Jesús es el Cristo. José Smith es el Revelador y Profeta de esta última dispensación. El Libro de Mormón es verdadero. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el reino del Señor establecido una vez más en la tierra. El presidente Gordon B. Hinckley es hoy día el Profeta del Señor. Si nos mantenemos arraigados a estas verdades, los frutos de nuestras ramas permanecerán25. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.