Confirma a tus hermanos
Qué cada quórum y cada uno de nosotros en forma individual… sigamos el ejemplo de nuestro Señor y Salvador y “lleve consigo al que es débil… para que se haga fuerte también”.
El hermano José de Souza Marques era la clase de líder que comprendía verdaderamente el principio que enseñó el Salvador: “Y si de entre vosotros uno es fuerte en el Espíritu, lleve consigo al que es débil, a fin de que sea edificado con toda mansedumbre para que se haga fuerte también” (D. y C. 84:106).
Como miembro de la presidencia de rama en Fortaleza, Brasil, el hermano Marques, con los demás líderes del sacerdocio, crearon un plan para reactivar a los miembros menos activos de la rama. Uno de los menos activos era un joven de nombre Fernando Araujo. Hace poco, hablé con Fernando y él me contó su historia:
“Comencé a participar en las competencias de surfing los domingos por la mañana y dejé de ir a las reuniones de la Iglesia. Un domingo por la mañana el hermano Marques llamó a mi puerta y le preguntó a mi madre, que no era miembro, si podía hablar conmigo. Cuando ella le dijo que yo estaba durmiendo, le pidió permiso para despertarme. Me dijo: ‘Fernando, ¡se te hace tarde para ir a la Iglesia!’; y sin escuchar mis excusas me llevó a la Iglesia.
“Al domingo siguiente pasó lo mismo, así que al tercer domingo decidí salir temprano para eludirlo. Pero al abrir la puerta, lo encontré sentado en su auto leyendo las Escrituras. Cuando me vio dijo: ‘¡Qué bueno! Te levantaste temprano. ¡Hoy vamos a buscar a otro joven!’ Yo traté de apelar a mi albedrío, pero él replicó: ‘Hablaremos de eso más tarde’.
“Pasaron ocho domingos sin poder librarme de él, por lo que decidí quedarme a dormir en casa de un amigo. A la mañana siguiente, me encontraba en la playa cuando vi a un hombre vestido de traje y corbata que se acercaba a mí. Cuando vi que se trataba del hermano Marques, corrí hacia el agua. De pronto, sentí una mano en el hombro; era el hermano Marques ¡con el agua hasta el pecho! Me tomó de la mano y dijo: ‘Vamos, ¡se te ha hecho tarde!’. Cuando me quejé de que no tenía ropa adecuada para ponerme, me contestó: ‘Está en el auto’.
“Ese día, al salir del océano me emocionó el amor y la preocupación sinceros que el hermano Marques sentía por mí. Él comprendía verdaderamente las palabras del Salvador: ‘Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil’ (Ezequiel 34:16). El hermano Marques no sólo me llevó en su auto a la Iglesia, sino que el quórum se aseguró de que yo permaneciera activo. Ellos planearon actividades que me hicieron sentir necesitado y querido, recibí un llamamiento y los miembros del quórum se convirtieron en mis amigos”.
Después de su reactivación, el hermano Araujo sirvió una misión de tiempo completo, prestó servicio como obispo, presidente de estaca, presidente de misión y representante regional. Su madre viuda, tres hermanas y varios primos también entraron en las aguas del bautismo.
Al hablar sobre la obra de los quórumes del Sacerdocio Aarónico de su barrio, el hermano Araujo, que presta nuevamente servicio como obispo, declaró:
“Nuestra obra de rescate es el centro de atención de los tres quórumes del Sacerdocio Aarónico. Tenemos una lista de nuestras ovejas perdidas y las presidencias de los quórumes, los asesores y el obispado se la dividen y las visitan regularmente. No sólo visitamos a los menos activos, sino también a los no miembros en las familias menos activas o en las que no todos son miembros.
“Se organizan actividades para llegar a cada joven. Hablamos sobre cada uno de ellos en las reuniones de presidencia de quórum y en las reuniones mensuales del comité del obispado para la juventud. En 2003, alcanzamos rescatar a cinco presbíteros, a un maestro y a dos diáconos que ahora están activos en sus quórumes. Hemos también reactivado a algunas familias y disfrutado de las bendiciones de ver a algunos no miembros entrar en las aguas del bautismo”.
Al reflexionar en el deseo de esos hermanos del sacerdocio de cumplir con sus deberes sagrados, dedicando la mayoría de su tiempo a ministrar en lugar de administrar, recordé estas palabras del Salvador:
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
“estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25:35–36).
El ejemplo del Salvador de recorrer la segunda milla para buscar a Su oveja perdida se manifiesta a lo largo de las Escrituras. “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve y va al desierto tras la que se perdió, hasta encontrarla? (JST Lucas 15:4). El Buen Pastor sabía cuando le faltaba una de Sus ovejas: “[Él] cuenta a sus ovejas, y ellas lo conocen” (1 Nefi 22:25), “y a sus ovejas llama por su nombre” (Juan 10:3). Él fue al desierto, el cual a veces se ha definido como a “una multitud o masa confundida” (véase Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary, 2003, “Wilderness” [Desierto], pág.1432), y buscó lo que se le había perdido.
No se nos ha dicho cuánto tiempo le llevó al Buen Pastor encontrar a Su oveja perdida o si otros le ayudaron en la búsqueda, pero sabemos que ellas “[conocían] su voz” (Juan 10:4), y que Él las amaba. Sabemos también que Él no se dio por vencido, que fue “tras la que se perdió hasta encontrarla” y cuando Él regresó, traía a la oveja perdida segura sobre Sus hombros. Y entonces exclamó: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:6–7).
En Ezequiel, capítulo 34, leemos la voz de amonestación del profeta:
“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
“…¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños?…
“Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas…
“Vivo yo, ha dicho Jehová el Señor, que por cuanto mi rebaño fue para ser robado, y mis ovejas fueron para ser presa de todas las fieras del campo, sin pastor, ni mis pastores buscaron mis ovejas…
“…demandaré mis ovejas de su mano” (versículos 1–2, 6, 8, 10; cursiva agregada).
El Señor siempre ha requerido que aquellos a quienes Él ha confiado Su santo sacerdocio, incluso los padres, los líderes de quórum y los miembros de quórum, sean hallados responsables de Sus rebaños. Hermanos, debemos examinar y buscar nuestros rebaños, y no permitir que sean “presa de todas las fieras del campo”.
En la sección 20 de Doctrina y Convenios, el Salvador nos enseña muchos de nuestros deberes como poseedores del sacerdocio y miembros de quórum. Las siguientes palabras y frases subrayan Su sentido de urgencia: “velar”, “dirigir”, “exponer”, “visitar la casa de todos los miembros”, “orar”, “fortalecer”, “amonestar”, “mandar”, “enseñar”, “exhortar”, bautizar” e “invitar a todos a venir a Cristo” (versículos 42, 44, 46–47, 53, 59, 81–82; cursiva agregada).
También sentí la urgencia en la voz del presidente Hinckley cuando dijo: “Hagámonos el firme propósito, cada uno, íntimamente, de aceptar esta renovada oportunidad, este nuevo sentido de responsabilidad, y de asumir la obligación de ayudar a nuestro Padre Celestial en Su gloriosa obra de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos e hijas en toda la tierra” (“Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 124).
Estoy agradecido por el ejemplo del Buen Pastor que no se dio por vencido sino hasta que tuvo a su oveja perdida segura en casa; por los ejemplos del presidente Thomas S. Monson, que cuando prestaba servicio en calidad de obispo, dejó a su rebaño al cuidado del asesor y fue hasta un taller en la calle West Temple para rescatar a Richard de una fosa de engrase (véase “El camino del Sacerdocio Aarónico”, Liahona, enero de 1985, pág. 36); por el hermano Marques, que rescató a Fernando del océano; por un asesor de quórum y varios miembros de quórum que conozco, que golpearon la ventana del cuarto de Scott todos los domingos por la mañana durante seis meses, hermanándole y brindándole amor hasta que él volvió al rebaño; y por el ejemplo de muchos de ustedes que recorrieron la segunda milla para encontrar a quien estaba perdido. Sus esfuerzos tendrán un alcance eterno en la vida de los miembros de su quórum y de su posteridad durante futuras generaciones. Ellos serán testimonios vivientes de la promesa que dio el Salvador cuando dijo: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros… Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:2, 4), “a fin de que traigas almas a mí, para que con ellas reposes en el reino de mi Padre” (D. y C. 15:6) y “¡cuán grande no será vuestro gozo” (D. y C. 18:16).
Qué cada quórum y cada uno de nosotros, en forma individual, obrando en conjunto con los consejos de la Iglesia, sigamos el ejemplo de nuestro Señor y Salvador y “lleve consigo al que es débil… para que se haga fuerte también” (D. y C. 84:106). Testifico humildemente que José Smith fue un profeta de Dios, que el Libro de Mormón es Escritura, que el presidente Gordon B. Hinckley es en verdad un profeta de Dios, que Jesucristo es el Redentor y el Buen Pastor y que Él vive. En el nombre de Jesucristo. Amén.