La preparación para la Segunda Venida
Tenemos que hacer preparativos… espirituales para los acontecimientos profetizados para la Segunda Venida.
En la revelación moderna tenemos la promesa de que si estamos preparados no debemos temer (véase D. y C. 38:30). Llegué a conocer ese principio hace 60 años este verano cuando llegué a ser Boy Scout y aprendí el lema scout: “Siempre listos”. Hoy me he sentido inspirado a hablar acerca de la importancia de la preparación para un acontecimiento futuro de suprema importancia para cada uno de nosotros: la segunda venida del Señor.
En las Escrituras abundan las referencias acerca de la Segunda Venida, un acontecimiento que los justos esperan con ansias, y al que temen o niegan los inicuos. Los fieles de todos los tiempos han meditado en la secuencia y el significado de los muchos acontecimientos profetizados que precederían y seguirían a ese momento sumamente importante de la historia.
Hay cuatro asuntos irrefutables para los Santos de los Últimos Días: (1) el Salvador regresará a la tierra con poder y gran gloria para reinar personalmente durante un Milenio de rectitud y paz. (2) Al momento de Su venida habrá una destrucción de los inicuos y una resurrección de los justos. (3) Nadie sabe el tiempo de Su venida, pero (4) a los fieles se les enseña a estudiar las señales de la Venida y estar preparados para ella. Deseo hablar acerca del cuarto punto de estas grandes realidades: las señales de la Segunda Venida y lo que debemos hacer para estar preparados para ella.
I.
El Señor ha declarado: “Y acontecerá que el que me teme estará esperando que llegue el gran día del Señor, sí, las señales de la venida del Hijo del Hombre”, señales que “se manifestarán arriba en los cielos y abajo en la tierra” (D. y C. 45:39–40).
El Salvador enseñó esto en la parábola de la higuera cuyas tiernas ramas nuevas dan una señal de la llegada del verano; “así igualmente”, cuando los escogidos vean las señales de Su venida “sabrán que Él está cerca, sí, a las puertas” (José Smith—Mateo 1:38–39; véase también Mateo 24:32–33; D. y C. 45:37–38).
En las profecías bíblicas y modernas hay muchas señales de la Segunda Venida, entre ellas:
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La plenitud del Evangelio, restaurado y predicado en todo el mundo como testimonio a todas las naciones.
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Falsos cristos y falsos profetas que engañan a muchos.
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Guerras y rumores de guerra, con nación levantándose contra nación.
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Terremotos en diversos lugares.
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Hambruna y pestilencia.
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Una plaga arrasadora, una enfermedad desoladora cubrirá la tierra.
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La iniquidad abunda.
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Toda la tierra en conmoción; y
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El corazón de los hombres desmaya.
(Véase Mateo 24:5–15; José Smith—Mateo 1:22, 28–32; D. y C. 45:26–33).
En otra revelación, el Señor declara que algunas de esas señales son Su voz que llama a Su pueblo al arrepentimiento.
“¡Escuchad, oh naciones de la tierra, y oíd las palabras del Dios que os hizo!…
“¡Cuántas veces os he llamado por boca de mis siervos y por la ministración de ángeles, y por mi propia voz y por la de los truenos y la de los relámpagos y la de las tempestades; y por la voz de terremotos y de fuertes granizadas, y la de hambres y pestilencias de todas clases… y os hubiera salvado con una salvación sempiterna, mas no quisisteis!” (D. y C. 43:23, 25).
Esas señales de la Segunda Venida nos rodean y parecen ir aumentando en frecuencia e intensidad. Por ejemplo, en la lista de los terremotos más devastadores en The World Almanac and Book of Facts 2004 [El almanaque mundial y el anuario 2004], figura el doble de terremotos en las décadas de los años de 1980 y de 1990 que en las dos décadas anteriores (págs. 189–190); también figura un aumento considerable en los primeros años de este siglo. La lista de notables inundaciones, maremotos, huracanes, tifones y ventiscas en todo el mundo muestra aumentos similares en años recientes (págs. 188–189). El incremento, al compararlo con hace 50 años, se puede descartar al atribuirlo a los cambios en la forma de rendir los informes, pero el patrón acelerado de los desastres naturales en las últimas décadas es aterrador.
II.
Otra señal de los tiempos es el recogimiento de los fieles (véase D. y C. 133:4). En los primeros años de esta última dispensación, el recogimiento en Sión comprendía varios lugares de los Estados Unidos: en Kirtland, en Misuri, en Nauvoo y en la cima de las montañas. Aquellos recogimientos siempre fueron hacia futuros templos. Con la creación de estacas y la construcción de templos en muchas naciones con un número considerable de miembros, el mandamiento actual no es de congregarse en un lugar sino en las estacas de nuestros propios países. Allí, los fieles pueden disfrutar todas las bendiciones de la eternidad en una casa del Señor. Allí, en su tierra natal, pueden obedecer el mandamiento del Señor de ensanchar las fronteras de Su pueblo y fortalecer las estacas de Sión (véase D. y C. 101:21; 133:9, 14). De esa forma, las estacas de Sión son “para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:6).
III.
Aunque no podemos hacer nada para alterar la realidad de la Segunda Venida y no podemos saber el momento exacto en que ocurrirá, podemos acelerar nuestra propia preparación y tratar de influir en la preparación de quienes nos rodean.
Una parábola que contiene una enseñanza importante y desafiante sobre este tema es la parábola de las diez vírgenes, sobre la cual, el Señor dijo: “Y en aquel día, cuando yo venga en mi gloria, se cumplirá la parábola que hablé acerca de las diez vírgenes” (D. y C. 45:56).
Esta parábola, que aparece en el capítulo 25 de Mateo, contrasta las circunstancias de las cinco vírgenes insensatas y de las cinco prudentes. Las diez fueron invitadas a la fiesta de bodas, pero sólo la mitad se preparó con aceite en sus lámparas cuando llegó el esposo. Las cinco que estaban preparadas entraron en la fiesta de bodas y se cerró la puerta; las cinco que habían demorado su preparación llegaron tarde; la puerta estaba cerrada y el Señor no las dejó entrar, diciendo: “…no os conozco” (ver. 12). “Velad, pues”, concluyó el Señor, “porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (ver. 13).
Los cálculos aritméticos de esta parábola son espeluznantes. Las diez vírgenes obviamente representan a los miembros de la Iglesia de Cristo porque todas fueron invitadas a las fiestas de bodas y todas sabían lo que se requería para ser admitidas cuando el esposo llegara, pero sólo la mitad estuvo lista cuando Él llegó.
La revelación moderna contiene esta enseñanza que el Señor mencionó a los primeros líderes de la Iglesia:
“Y después de vuestro testimonio vienen la ira y la indignación sobre el pueblo.
“Porque después de vuestro testimonio viene el testimonio de terremotos…
“Y… el testimonio de la voz de truenos, y la voz de relámpagos, y la voz de tempestades, y la voz de las olas del mar que se precipitan allende sus límites.
“Y todas las cosas estarán en conmoción; y de cierto, desfallecerá el corazón de los hombres, porque el temor vendrá sobre todo pueblo.
“Y ángeles volarán por en medio del cielo, clamando en voz alta, tocando la trompeta de Dios, diciendo: Preparaos, preparaos, oh habitantes de la tierra, porque el juicio de nuestro Dios ha llegado. He aquí, el Esposo viene; salid a recibirlo” (D. y C. 88:88–92).
IV.
Hermanos y hermanas, tal como se enseña en el Libro de Mormón: “…esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios… el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra” (Alma 34:32). ¿Nos estamos preparando?
En Su prefacio a nuestra compilación de revelación moderna, el Señor declara: “Preparaos, preparaos para lo que ha de venir, porque el Señor está cerca” (D. y C. 1:12).
El Señor también advirtió:
“Sí, óigase el pregón entre todo pueblo: Despertad y levantaos y salid a recibir al Esposo; he aquí, el Esposo viene; salid a recibirlo. Preparaos para el gran día del Señor” (D. y C. 133:10; véase también D. y C. 34:6).
Siempre se nos advierte que no podemos saber el día ni la hora de Su venida. En el capítulo 24 de Mateo, Jesús enseñó:
“Velad, pues; porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.
“Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a que hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa” (Mateo 24:42–43); “antes habría estado prevenido” (José Smith—Mateo 1:47).
“Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mateo 24:44; véase también D. y C. 51:20).
¿Qué tal si el día de Su venida fuese mañana? Si supiéramos que mañana nos encontraríamos con el Señor, ya fuese por medio de nuestra muerte prematura o de Su inesperada venida, ¿qué haríamos hoy? ¿Qué confesiones haríamos? ¿Qué dejaríamos de hacer? ¿Qué problemas o desacuerdos solucionaríamos? ¿A quién perdonaríamos? ¿De qué cosas testificaríamos?
Si entonces hiciésemos esas cosas, ¿por qué no ahora? ¿Por qué no procurar la paz mientras se puede alcanzar? Si las lámparas de nuestra preparación están casi vacías, empecemos de inmediato a llenarlas.
Tenemos que hacer preparativos tanto temporales como espirituales para los acontecimientos profetizados para la Segunda Venida; y la preparación que es más probable que descuidemos es la menos visible y la más difícil: la espiritual. Un equipo de emergencia de 72 horas puede ser de valor para los desafíos terrenales, pero tal como lamentablemente lo aprendieron las vírgenes insensatas, un equipo de emergencia de 24 horas de preparación espiritual tiene un valor más grande y perdurable.
V.
Vivimos en el tiempo profetizado “cuando la paz será quitada de la tierra” (D. y C. 1:35), cuando “todas las cosas estarán en conmoción” y “desfallecerá el corazón de los hombres” (D. y C. 88:91). Hay muchas cosas temporales de conmoción, incluso las guerras y los desastres naturales, pero una causa aún más grande de “conmoción” actual es la espiritual.
Al contemplar nuestro entorno por medio del lente de la fe y con una perspectiva eterna, vemos a nuestro alrededor el cumplimiento de la profecía de que “el diablo tendrá poder sobre su propio dominio” (D. y C. 1:35). Nuestro himno describe: “Ya la hueste enemiga se apresta a luchar” (“Juventud de Israel”, Himnos, Nº 168, 2da estrofa); y así es.
La maldad que solía estar restringida a un lugar y se cubría como un furúnculo ahora se ha legalizado y se exhibe con orgullo; las raíces y baluartes más fundamentales de la civilización se ponen en tela de juicio y se atacan; las naciones rechazan su herencia religiosa; las responsabilidades del matrimonio y la familia se abandonan como impedimentos para la satisfacción personal; las películas, las revistas y la televisión, que moldean nuestras actitudes, están llenas de historias e imágenes que representan a los hijos de Dios como bestias predatorias, o en su mejor caso, como creaciones triviales que buscan nada más que el placer personal. Y muchos de nosotros aceptamos eso como entretenimiento.
Los hombres y las mujeres que realizaron sacrificios heroicos para combatir a gobiernos malvados en el pasado fueron moldeados por los valores que están desapareciendo de nuestra enseñanza pública. Lo bueno, lo verídico y lo hermoso está siendo reemplazado por lo que de nada sirve, por la indiferencia y por lo que proviene del impulso personal que no tiene ningún valor. No es de sorprender que muchos de nuestros jóvenes y adultos queden atrapados en la pornografía, en la costumbre pagana de perforarse partes del cuerpo, en la búsqueda egoísta del placer, en la conducta deshonesta, en la ropa inmodesta, en el lenguaje profano y en el degradante abuso del sexo.
Un número cada vez mayor de personas que controlan o establecen la opinión pública y sus seguidores niegan la existencia del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y sólo veneran a los dioses del mundo. Muchas personas en posiciones de poder e influencia niegan lo bueno y lo malo, según ha sido definido por decreto divino. Aun entre aquellos que profesan creer en lo bueno y lo malo, hay quienes “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo” (Isaías 5:20; 2 Nefi 15:20). Muchos también niegan la responsabilidad individual y practican la dependencia en los demás procurando, como las vírgenes insensatas, vivir de cosas prestadas y de la luz prestada.
Todo esto es doloroso a la vista de nuestro Padre Celestial que ama a todos Sus hijos y que prohíbe toda práctica que impida a cualquiera regresar a Su presencia.
¿Cuál es la situación de nuestra preparación personal para la vida eterna? El pueblo de Dios siempre ha sido un pueblo de convenio. ¿Cuán bien cumplimos los convenios, incluso las sagradas promesas que hicimos en las aguas del bautismo, al recibir el Santo Sacerdocio y en los templos de Dios? ¿Hacemos promesas que no cumplimos; y somos creyentes que no actuamos según lo que creemos?
¿Seguimos el mandamiento del Señor de “…permaneced en lugares santos y no seáis movidos, hasta que venga el día del Señor; porque he aquí, viene pronto” (D. y C. 87:8)? ¿Cuáles son esos “lugares santos?”. Por cierto incluyen el templo y sus convenios fielmente guardados; ciertamente incluyen el hogar donde se atesora a los hijos y se respeta a los padres; por seguro los lugares santos incluyen los puestos de deberes asignados por la autoridad del sacerdocio, incluso las misiones y los llamamientos que se cumplen fielmente en las ramas, los barrios y las estacas.
Tal como el Salvador lo enseñó en Su profecía acerca de la Segunda Venida, bienaventurado es “el siervo fiel y prudente” que esté cumpliendo con su deber cuando el Señor venga (véase Mateo 24:45–46). Así como el profeta Nefi enseñó acerca de aquel día “…los justos no tienen por qué temer” (1 Nefi 22:17; véase también 1 Nefi 14:14; D. y C. 133:44); y la revelación moderna promete que “…el Señor tendrá poder sobre sus santos” (D. y C. 1:36).
Por doquier nos rodean desafíos (véase 2 Corintios 4:8–9), pero con fe en Dios, confiamos en las bendiciones que Él ha prometido a quienes guarden Sus mandamientos. Tenemos fe en el futuro y nos estamos preparando para ese futuro. Utilizando una metáfora del conocido mundo de las competiciones atléticas, no sabemos cuándo terminará este partido y no sabemos cuál será el resultado final, pero lo que sí sabemos es que cuando el partido termine, nuestro equipo sale vencedor. Seguiremos avanzando “hasta que se cumplan los propósitos de Dios, y el gran Jehová diga que la obra está concluida” (History of the Church, 4:540).
“Por lo tanto”, nos dice el Salvador, “sed fieles, orando siempre, llevando arregladas y encendidas vuestras lámparas, y una provisión de aceite, a fin de que estéis listos a la venida del Esposo. Porque he aquí, de cierto, de cierto os digo, que yo vengo pronto” (D. y C. 33:17–18).
Testifico de Jesucristo; testifico que Él vendrá, como lo ha prometido y ruego que estemos preparados para recibirlo. En el nombre de Jesucristo. Amén.