David O. McKay: Embajador de la Fe
El presidente McKay tendió una mano amiga a todo el mundo durante sus 19 años como Presidente de la Iglesia, periodo en el que casi se triplicó el número de miembros.
Una lluviosa mañana de 1953, el presidente David O. McKay, de 79 años, estaba de visita en Thurso, Escocia, para conocer el lugar donde sus antepasados habían abrazado el Evangelio restaurado hacía más de 100 años. El hijo del presidente McKay, Llewelyn, que le acompañaba durante la visita, recordó más tarde: “[Al acercarnos a la casa], el sol apareció entre las nubes, bañándonos con sus rayos, como si reflejara el gozo y la felicidad que había en el corazón de papá. Al reunirnos todos frente a la casa, los ojos de mi padre se llenaron de lágrimas al mirar a través de la puerta. ‘¡Si no hubiera sido por dos misioneros que llamaron a esta puerta alrededor de 1850, yo no estaría aquí hoy!’ ”, dijo1.
Aun cuando la casa estaba deteriorada y en aquel entonces únicamente se utilizaba como almacén de patatas (papas), el presidente McKay permaneció algún tiempo en la entrada, hablando con cariño de lo sucedido allí. La gratitud y la dicha que el presidente McKay manifestó aquel día eran características de su vida y ministerio. Había sido Autoridad General casi durante 64 años, 19 de esos años como noveno Presidente de la Iglesia, y lo había hecho con la energía de alguien que se preocupaba enormemente por la gente y por el Evangelio y que hallaba gozo cuando ambos se unían.
Padres rectos
Nacido el 8 de septiembre de 1873 en Huntsville, Utah, David Oman McKay fue el primogénito de David McKay y Jennette Evans McKay. Cuando él tenía sólo siete años de edad, su padre aceptó el llamamiento de servir en una misión en Escocia, aun cuando en ese tiempo la hermana McKay estaba esperando otro hijo y sólo contaba con su hijito David para ayudarle en la granja. Los ánimos de su esposa fueron, indudablemente, un factor decisivo. Nada más leer la carta del llamamiento misional de su esposo, dijo: “Claro que debes aceptar; no tienes por qué preocuparte por mí. David O. y yo nos arreglaremos muy bien”2.
La granja salió adelante bajo la dirección de Jennette. Un fuerte crecimiento espiritual acompañó a la prosperidad temporal que experimentó la familia durante la misión del padre de David. “La oración familiar era una costumbre invariable en el hogar de los McKay y, al quedar la madre sola con su pequeña familia, se convirtió en una parte aún más importante de los sucesos diarios. A David [O.] se le enseñó a tomar su turno en la oración familiar de la mañana y de la noche y aprendió la importancia de recibir en el hogar las bendiciones del cielo”3.
Años más tarde, durante una conferencia general, el presidente McKay relató la siguiente experiencia que tuvo en su infancia en cuanto a la oración:
“Recuerdo una noche en que estaba [acostado], temblando de miedo. Cuando niño tenía, como suele suceder, miedo a la oscuridad y muchas veces me quedaba despierto pensando en ladrones, en ‘el coco’ y en enemigos invisibles. Así me encontraba esa noche: aterrado. Pero se me había enseñado que Dios contesta las oraciones. Haciendo acopio de todo mi valor, me bajé de la cama, me arrodillé en la oscuridad y supliqué a Dios que me quitara ese temor que sentía. Y, con la misma claridad con que oyen ustedes mi voz esta tarde, oí: ‘No tengas miedo; nada te hará daño’. Quizás algunos digan: ‘No fue más que la imaginación’. Que digan lo que quieran, lo que sé es que mi alma se llenó de la dulce paz de mi oración infantil contestada”4.
Las enseñanzas y el ejemplo de su padre fueron tan poderosos como los de su madre. En una ocasión David O. McKay, sus hermanos y su padre se hallaban recogiendo heno. Cuando llegó el momento de recoger la décima carga, que debía entregarse a la Iglesia a modo de diezmo, David McKay, padre, les dijo a sus hijos que se fueran a una parte del campo mejor que aquella en la que habían recogido las nueve cargas anteriores. Cuando el joven David O. le preguntó por qué, su padre le dijo: “Ésta es la décima carga y a Dios sólo le daremos lo mejor”. Años más tarde, David O. McKay se refirió a esa experiencia como “el discurso más eficaz que he oído en mi vida sobre el diezmo”5.
El entendimiento que el presidente McKay tenía de la influencia de sus padres aumentó con los años. Cuando enseñaba a los miembros de la Iglesia sobre la importancia de la familia y del hogar, la experiencia personal trascendía en sus enseñanzas:
“[La] comprensión del amor de mamá, junto con la lealtad a los preceptos de un padre ejemplar… hicieron que más de una vez durante mi juventud me echara atrás desde el precipicio de la tentación.
“Si me pidieran que nombrara la necesidad más apremiante del mundo, sin dudarlo diría que son las madres sabias; y la segunda: padres ejemplares”6.
El desarrollo del amor hacia la enseñanza y el aprendizaje
Durante su juventud y como adulto joven, David O. McKay demostró una capacidad tremenda en diversos campos, entre ellos los estudios, el atletismo, la música, la oratoria y el liderazgo. Si bien podría decirse que el escoger su mayor talento es una tarea imposible, la enseñanza se destaca entre todos los demás.
En 1889, a la edad de 15 años, se le llamó como secretario de la Escuela Dominical de su barrio, llamamiento que desempeñó durante cuatro años hasta que fue llamado a ser maestro de la misma organización. Juntamente con su trabajo como maestro de la Escuela Dominical, sirvió como maestro y director de la escuela primaria de Huntsville, incluso antes de recibir educación universitaria.
Contando ya con una amplia experiencia práctica, asistió a la Universidad de Utah desde 1894 hasta 1897 y, por haber sacado las más altas calificaciones, fue el alumno escogido para dar el discurso de despedida durante la ceremonia de graduación, y recibió una propuesta para enseñar en el condado de Salt Lake. Sin embargo, después de graduarse, recibió otra oportunidad para enseñar: fue llamado a servir en una misión en las Islas Británicas, llamamiento que cumplió desde 1897 hasta 1899.
Sus experiencias proselitistas incluyeron numerosas reuniones al aire libre en las que él y otros misioneros predicaban el Evangelio en las esquinas de las calles y en otros lugares públicos y distribuían folletos entre quienes deseaban aceptarlos. Tal y como atestigua su diario misional, cada reunión demostró ser una experiencia única. Tras una reunión al aire libre particularmente difícil, el élder McKay escribió: “¡El mundo se me ha caído encima!”. Después de una reunión más prometedora, escribió: “He tenido algunas conversaciones interesantes. A casi todas las personas que la semana pasada aceptaron un folleto, parecería que les dio gusto recibir éste. Algunos me preguntaron cuándo tendríamos otra reunión”7.
En 1898, mientras supervisaba la obra misional en Escocia, preparó un artículo para un diario local de Glasgow, a fin de refutar las difamaciones que el mismo diario había publicado sobre la Iglesia. Tanto en esa ocasión, como en circunstancias similares que enfrentaría veinte años después como presidente de misión, sus cartas dirigidas al director fueron publicadas gracias al tono gentil y a sus enseñanzas bien razonadas8.
Poco tiempo después de su relevo de la misión, comenzó a servir como miembro de la mesa de la Escuela Dominical de la Estaca Weber, donde se le asignó reorganizar y revitalizar las clases al trabajar con los maestros y revisar los materiales didácticos. Tras seis años de servicio en la Estaca Weber, llegó a ser segundo asistente del superintendente general de las Escuelas Dominicales, cargo que en aquel entonces desempeñaba el presidente Joseph F. Smith. En 1909 llegó a ser primer asistente y en 1918 se le llamó como superintendente.
Al comienzo de sus labores al frente de la Escuela Dominical, también trabajó en las escuelas públicas. Enseñó en la Academia de la Estaca Weber en Ogden, Utah, actualmente conocida como la Universidad Weber State [Estatal de Weber], y luego fue nombrado director de la academia. Uno de sus alumnos, Joseph Anderson —que posteriormente fue miembro de los Setenta— recordaba: “Le teníamos en muy alta estima. Llegaba a estar tan absorto en su materia que a veces ni siquiera oía la campana que anunciaba el fin de la clase”9.
Él creía firmemente en que cualquier faceta educativa debía fomentar el carácter cristiano. “La verdadera educación”, dijo, “procura hacer de los hombres y mujeres no sólo buenos matemáticos, expertos lingüistas, científicos eruditos o brillantes literatos, sino también personas honestas, de virtud, moderación y amor fraternal; procura formar hombres y mujeres que valoren la verdad, la justicia, la prudencia, la benevolencia y el autodominio como los logros más preciados de una vida de éxito”10.
La labor que desempeñó enseñando el Evangelio prosiguió durante toda su vida, pero su empleo formal en las escuelas públicas terminó en 1906, cuando se le llamó como Apóstol a los 32 años de edad.
Esposo y padre
El matrimonio de David O. McKay, contraído con Emma Ray Riggs el 2 de enero de 1901, fue una fuente de gozo para él, al mismo tiempo que se convirtió en un ejemplo para todo el mundo. Al enseñar sobre el matrimonio de éxito, el presidente McKay declaró:
“Quiero instar a que exista un romance continuo entre la pareja, y aplicarlo a las personas mayores. Hay muchas parejas que vienen ante el altar del matrimonio con la idea de que la ceremonia señala el fin del romance en lugar del principio de un romance eterno. No olvidemos que al llevar las cargas de la vida de hogar —y las habrá—, las palabras tiernas de aprecio y los actos de cortesía se estimarán aún más que durante los románticos días y meses del noviazgo”11.
El presidente McKay vivía ese consejo: componía poemas de amor para su esposa en el día de su cumpleaños, le abría las puertas del auto y la saludaba o la despedía con un beso cariñoso. En cierta ocasión, el presidente y la hermana McKay estaban de viaje por California, cuando un joven- cito que les había estado observando se aproximó a la hermana y le dijo, señalando al presidente McKay: “Me parece que aquel hombre la quiere mucho”12.
Los siete hijos de la familia McKay se beneficiaron de la rectitud de sus padres y del amor que se profesaban. Uno de sus hijos, David Lawrence McKay, recuerda: “Las expectativas de nuestros padres nos indicaban el camino a seguir y nuestro amor por ellos era una motivación irresistible para que lo siguiéramos. Aprendimos a amarlos porque ellos se querían entrañablemente y nos amaban a nosotros”13.
Su servicio en el Quórum de los Doce Apóstoles y la Primera Presidencia
El élder McKay, llamado a servir como apóstol en abril de 1906, pronunció su primer discurso en una conferencia general durante la última sesión de la conferencia de octubre de ese mismo año. Con pala-bras que reflejaban su deseo de servir, dijo: “Como miembros de la Iglesia… creo que debemos volver a casa con la determina-ción de desempeñar la responsabilidad que pesa sobre nosotros, no tan sólo porque las Autoridades Generales así nos han instado a hacerlo, sino porque en el alma tenemos un gran deseo de hacerlo”14.
En 1920, a los 47 años de edad, el élder McKay fue llamado por la Primera Presidencia a dedicar un año a visitar y fortalecer las ramas y las misiones de la Iglesia de todo el mundo. Ese viaje prefiguró en muchos aspectos el énfasis mundial de su presidencia. Él y su compañero, Hugh J. Cannon, presidente de la Estaca Liberty de Salt Lake City, viajaron cerca de 95.000 kilómetros y obtuvieron un conocimiento que les sirvió para preparar a la Iglesia para un mayor crecimiento mundial.
Poco después de regresar de ese año de servicio misional, se le llamó para llevar a su familia a Inglaterra y presidir la Misión Europea. Al cumplir con ese llamamiento, la expresión “Todo miembro un misionero” se convirtió en su lema. Él enseñó: “Todo miembro… tiene la responsabilidad de poner a alguien —la madre, el padre, un vecino, un compañero de trabajo, un colega— en contacto con los mensajeros del Evangelio… Y el contacto personal será su mayor influencia en esos investigadores… Lo que motivará a la gente a investigar es lo que ustedes sean y no lo que aparenten ser”15.
En 1934 fue llamado a servir en la Primera Presidencia como Consejero del presidente Heber J. Grant, y en 1945 fue llamado como Consejero del presidente George Albert Smith. Durante esos años adquirió una valiosa experiencia y cumplió con una importante carga administrativa y eclesiástica.
En la primavera de 1951, el presidente y la hermana McKay salieron de Salt Lake City para tomarse unas vacaciones, algo que les hacía mucha falta; sin embargo, durante su primera noche fuera, el presidente McKay se despertó con la clara impresión de que ambos debían regresar a la sede de la Iglesia, lo cual hicieron a la mañana siguiente. A las pocas semanas, el presidente Smith sufrió un derrame cerebral y falleció16.
Profeta y Presidente de una Iglesia mundial
En abril de 1951, habiendo servido ya en la Primera Presidencia durante 17 años, David O. McKay se convirtió en el noveno Presidente de la Iglesia. En aquel entonces, la Iglesia contaba con un poco más de un millón de miembros y ocho templos en funcionamiento (todos en los Estados Unidos, Hawai y Canadá).
El presidente McKay estaba decidido a hacer que la Iglesia continuara su crecimiento en todo el mundo, para lo cual la obra misional era el elemento clave. En 1952, la Primera Presidencia presentó la primera reseña oficial de proselitismo para los misioneros de tiempo completo. En 1961, el presidente McKay convocó el primer seminario mundial de todos los presidentes de misión, a quienes se les instruyó sobre la importancia del ejemplo y el hermanamiento en la obra misional, y él hizo hincapié en el concepto de “todo miembro un misionero”.
El presidente McKay consideraba que el fortalecer en forma personal a los santos de todo el mundo era otro factor clave del crecimiento de la Iglesia. En un discurso de una conferencia, siendo ya Presidente de la Iglesia, declaró: “Que Dios bendiga a la Iglesia, que está por todo el mundo. Todas las naciones deberían sentir su influencia. Que Su Espíritu influya en las personas de todas partes e inspire su corazón hacia la buena voluntad y la paz”17. De 1952 a 1963, visitó varias veces a los santos de Europa y viajó a Sudáfrica, América del Sur y las islas del Pacífico Sur.
Él también deseaba que las bendiciones del templo estuvieran al alcance de más miembros de la Iglesia. Durante su servicio como Presidente, dedicó los templos de Berna, Suiza; Los Ángeles, California; Hamilton, Nueva Zelanda; Londres, Inglaterra y Oakland, California. Escribió: “Deseo llevar el templo a todas las personas”, y creía firmemente que “una de las características distintivas de la Iglesia restaurada de Jesucristo es la naturaleza eterna que tienen sus ordenanzas y ceremonias”18.
En todo el mundo se le consideraba como un líder espiritual de suma importancia. Durante una visita a la reina de los Países Bajos, en 1952, al presidente y a la hermana McKay se les ofreció una taza de té. Cuando ellos declinaron la invitación aludiendo a motivos religiosos, la reina les preguntó: “¿Quiere decir usted que no tomarían un poco de té ni siquiera con la reina de los Países Bajos?”. El presidente McKay respondió: “¿Pediría [usted] al líder de un millón trescientas mil personas que hiciera algo que él mismo enseña a su gente que no se debe hacer?”. A lo que ella replicó: “Usted es un gran hombre, presidente McKay. Por supuesto, no le pediría que lo hiciera”19.
A los miembros de la Iglesia les gustaba oír hablar al presidente McKay o simplemente estar en su presencia. A pesar de sus muchas responsabilidades, solía permanecer en las reuniones hasta haber estrechado la mano de toda persona. Un miembro que asistió a la dedicación del Templo de Londres, Inglaterra, recordaba “estar esperando en unas filas interminables” para saludar al profeta hasta que finalmente llegó su turno. “Hizo que cada uno de nosotros se sintiera especial cuando habría sido muy fácil ser simplemente uno de tantos”, dijo20.
La salud del presidente McKay comenzó a menguar en la década de 1960, momento en el que fueron llamados consejeros adicionales para servir en la Primera Presidencia y llevar a cabo la obra. A pesar de ello, él siguió fortaleciendo a los miembros con los discursos que pronunciaba en las conferencias, a veces en persona, o que a veces leía uno de sus hijos.
En el momento de su muerte, ocurrida en enero de 1970, la Iglesia había alcanzado casi tres millones de miembros. El presidente Joseph Fielding Smith, que sucedió al presidente McKay en el cargo de Presidente de la Iglesia, dijo de él, de un hombre que había enseñado tan incansablemente sobre la familia, el autodominio, el carácter, la obra misional y la fe en Jesucristo: “Era un hombre de gran fortaleza espiritual, un líder nato de la humanidad y hombre amado por su pueblo y honrado por el mundo. En todo tiempo futuro, los hombres se levantarán y bendecirán su nombre”21.
El presidente Hugh B. Brown, que sirvió como Primer Consejero del presidente McKay, resumió así su vida: “El presidente McKay llevó una vida semejante a la de Cristo, en lo que le es humanamente posible a un hombre hacerlo. Descubrió que la respuesta al anhelo del corazón del hombre de una plenitud reside en preocuparse desinteresadamente y con amor por los demás. Él demostró la veracidad de las palabras paradójicas de Cristo: ‘Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará’. Fue un verdadero siervo del Señor; vivió tal y como enseñó”22.
Wade Murdock es miembro del Barrio South Jordan 3, Estaca South Jordan, Utah.