Valientes en Venezuela
Verdaderamente, estos jóvenes y jovencitas son “testigos de Dios”.
El colgante de Rubí. Comenzó siendo un día como cualquier otro, pero la rutina del trayecto diario de Rubí a la escuela secundaria quedó deshecha en un instante. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, alguien asió su colgante de las Mujeres Jóvenes, se lo arrancó del cuello y desapareció entre la multitud.
Rubí temblaba de miedo. ¿Cómo podía alguien invadir su intimidad y robarle algo tan preciado? Si bien el ladrón se había llevado el colgante, no había podido robarle algo aún más valioso: las normas y los valores que éste representaba. Poco después del incidente, Rubí consiguió otro colgante de las Mujeres Jóvenes. “Lo llevo siempre”, dice. “Si alguien vuelve a robármelo… ¡me compraré otro!”
La negativa de Jimmy. Una noche, cuando Jimmy y sus amigos se encontraban en una fiesta, “se me acercó una chica y me ofreció una bebida alcohólica”, relata. “Le dije que no y no le presté atención, pero ella insistía. No era sólo el alcohol… había invitaciones a hacer otras cosas. No accedí a nada de aquello y me alejé del grupo. Algunos chicos dijeron que yo era antisocial, pero yo sabía que no podía quedarme allí. Cada vez que tengo una prueba como ésa y la venzo, me hago más fuerte”.
Rubí Cornejo y Jimmy Flórez, ambos de 17 años y ambos de Caracas, son dos de los muchos jóvenes Santos de los Últimos Días de Venezuela que encuentran la forma de “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:9) en un mundo atribulado.
El mantener las normas
“Tenemos retos bastante fuertes en la escuela”, dice David Javier Franco, de 17 años de edad, de Caracas. “Pero se nos ha enseñado a ser como José de Egipto. José se mantuvo alejado de las cosas malas y cuando la esposa de Potifar le tentó a hacer algo que no estaba bien, ¡él se fue corriendo! ¡Huyó de ella! Nosotros podemos tener la misma fortaleza que él tuvo”.
Orar y estudiar las Escrituras no son formas nuevas ni originales de mantenerse fuerte, pero sí son eficaces. “Vivo en una parte de la ciudad donde soy el único miembro de la Iglesia”, dice Fátima Moutinho, de 15 años de edad, de Barcelona, “y cada domingo hay fiestas y se bebe mucho. Hay grandes tentaciones para no ir a la Iglesia, pero el Evangelio me ha ayudado a ser fiel y firme. Cuando las inquietudes y las tentaciones comienzan a hacer mella en mí, lo primero que hago es orar y leer las Escrituras”.
Los programas Mi deber a Dios, del Sacerdocio Aarónico, y Mi progreso personal, de las Mujeres Jóvenes, son también herramientas esenciales para mantener las normas. “Nuestros líderes nos han enseñado a no sólo fijar una meta, sino a alcanzarla, a seguir adelante y a jamás detenernos”, dice Fátima. “Cada día nos esforzamos por progresar”.
Hace falta valor para defender tus normas. “Cada vez que lo hago”, dice Norelia Reyes, de 17 años de edad, de Caracas, “descubro algo de mí misma: que tengo valor para decir no y rechazar aquello que no es correcto. Entonces pienso: ‘¡Vaya! ¡Tengo potencial!’. Y siento gozo”.
El ser un ejemplo
Cuando se es el único miembro de la Iglesia en la escuela, puede resultar difícil encontrar amigos que compartan tus valores, pero no es imposible. Tal vez los demás decidan seguirte.
“Estoy con mis compañeros desde las 7 de la mañana hasta las 4 de la tarde”, dice Luciano Fernández, de 16 años de edad, de Caracas. “La mayor parte de ellos fuma, se va de fiesta, bebe y emplea un lenguaje vulgar. Soy la única persona que conocen que puede darles un ejemplo correcto, lo cual es una gran responsabilidad, ya que muchos de ellos me ven como una persona en la que pueden confiar”.
“En cierta ocasión mis amigos se iban a un sitio a fumar”, dice Norelia, “y yo dije: ‘¿Recuerdan cuál es mi religión? Yo no hago esas cosas’. Algunos empiezan a entender que fumar es un mal hábito y han intentado dejarlo. Me llaman ‘la perfecta’ y siempre me piden consejo. Yo les digo que no soy perfecta sino que trato de vivir las normas de mi Iglesia. Ellos respetan mis creencias y creo que he sembrado algunas semillas que tal vez algún día sean una fuente de fortaleza para ellos”.
Cierta vez que Enrique López, de 16 años de edad, de Caracas, y cuatro de sus amigos tuvieron una hora libre en la escuela, se fueron a la casa de uno de ellos. “Alguien sacó unas cervezas. Yo no esperaba que me insistieran beber porque todos saben en cuanto a mi religión, pero lo hicieron. Yo les dije: ‘No, yo no tomo’. Comenzaron a criticarme y a decir que no había nada malo en beber y que un poco no me haría daño. Pero hasta un poco termina por hacerte daño. Repetí que no y después de un rato dijeron: ‘Ah, estamos perdiendo el tiempo’. Dejaron de insistir y regresamos a clase. Creo que me gané su respeto”.
Para algunos jóvenes el dar un buen ejemplo es especialmente importante en sus propios hogares. “Aunque mi padre aún no es miembro de la Iglesia”, dice Jackelin García, de 17 años, de Maracaibo, “no he perdido la esperanza de que lo sea y podamos sellarnos en el templo como familia. Siempre oro y ayuno por eso. Espero que mi fe, mi paciencia y mi ejemplo puedan ayudar a papá”.
La elección prudente de las amistades
Estos jóvenes y jovencitas venezolanos están aprendiendo algo sobre los amigos. “La gente que quiere que hagamos cosas malas no son amigos de verdad”, dice David. “Por regla general, quieren hacernos pensar que lo malo no es tan malo, pero sí lo es. En las Escrituras dice que debemos ser firmes en nuestra fe en Cristo para que el Señor nos guíe y nos enseñe qué hacer” (véase 2 Nefi 31:20).
Muchos de ellos descubren que sus mejores amigos son miembros activos de la Iglesia. En muchos barrios y ramas se llevan a cabo clases de seminario tres días por semana de 6:30 a 7:30 de la tarde, de martes a jueves. La Mutual suele realizarse los viernes y a veces incluye actividades combinadas para Hombres Jóvenes y Mujeres Jóvenes, como son los bailes o las fiestas. El sábado suele haber actividades recreativas o proyectos de servicio. Los domingos, claro está, hay reuniones de la Iglesia. Algunos jóvenes dedican tiempo cada semana a trabajar con los misioneros de tiempo completo o a ayudar en la enseñanza de las charlas para los miembros nuevos. A veces hay viajes al templo, conferencias de la juventud y reuniones espirituales reservadas para la tarde del domingo.
“Es en la Iglesia donde están mis amigos”, dice Jimmy. “Además de aprender doctrina, estoy con mis amigos y hago nuevas amistades que creen en mis mismos principios”.
El hermanar a los demás
Algunos de esas nuevas amistades en realidad son viejos amigos que han regresado a la actividad en la Iglesia. “Solemos visitar a jóvenes menos activos”, dice Anángelys Golindano, de 15 años, de Maracaibo. “Nos dividimos en distritos, tres o cuatro personas por distrito, y luego visitamos a los miembros menos activos y les decimos que los echamos de menos. Algunos han aceptado nuestra invitación para volver. Antes éramos 14 en la clase de seminario de nuestro barrio, y ahora somos 20”.
Josué Díaz, de 15 años, de Maracaibo, observó resultados similares en su barrio. “El año pasado sólo éramos 9 en seminario, contando dos barrios. Ayunamos y visitamos a la gente y tuvieron que dividir nuestra clase. ¡Ahora a un barrio asisten 16 y al otro, 15!”.
Otro proyecto de éxito ha sido el dedicar la noche del miércoles para efectuar la noche de hogar en casa de los jóvenes menos activos. “Algunos de los padres no son miembros”, dice Jackelin. “De hecho, muchos de esos jóvenes son los únicos miembros de la Iglesia de sus familias, pero por lo general los padres nos dejan pasar. Cuando los jóvenes nos ven, se llevan una sorpresa, aunque terminan viendo el interés que tenemos en ellos. Uno de nosotros da la lección y animamos a todos a hacer preguntas y comentarios. Verdaderamente se puede sentir el Espíritu. Por lo general, las cosas del mundo es lo que les impide regresar a la Iglesia. Muchos de ellos dicen sentirse felices por haberles visitado y que aún tienen un testimonio”.
Sin embargo, las expresiones de amistad deben ser sinceras, dice Jackelin. “A veces, cuando nos ven, los jóvenes inactivos intentan esconderse porque creen que siempre vamos a hablarles de la Iglesia, pero tratamos de saber de ellos y conversamos sobre otras cosas. Deseamos que vean que estamos interesados en ellos y que somos felices por ser sus amigos”.
David vio un milagro en la vida de un buen amigo. “Un amigo que me ayudó muchísimo cuando yo era nuevo en la Iglesia se inactivó”, dice. “El Señor me bendijo con la oportunidad de verlo otra vez y de conversar con él. Le hablé de todas las cosas que había hecho para ayudarme y que quería hacer lo mismo por él. Traté de ser su amigo y ahora es un miembro activo de nuestro quórum de presbíteros”.
La asistencia al templo
Muchos jóvenes venezolanos viajaban grandes distancias para ir al templo antes de que se construyera el Templo de Caracas, Venezuela; y todavía hay personas que tienen que viajar largas distancias para llegar a Caracas. Por ejemplo, los viajes en autobús desde Barcelona y Puerto La Cruz duran unas seis horas, y desde Maracaibo pueden tomar hasta 10 horas. En ocasiones los jóvenes y sus líderes parten de noche y llegan al templo temprano a la mañana siguiente. Luego, tras servir en el templo, regresan en autobús y llegan a sus casas bien entrada la noche.
Muchos de esos jóvenes se han bautizado por sus propios antepasados. “La última vez que fui al templo”, dice Gustavo Medina, de 14 años, de Maracaibo, “me bauticé por mis abuelos, por mi bisabuelo y por otras personas también”.
Aunque las circunstancias familiares de algunos de estos jóvenes no les permiten sellarse como familia, hacen todo lo posible por disfrutar de las bendiciones del templo. “Mi madre, mis hermanos y yo no hemos podido sellarnos en el templo”, dice Anángelys, “porque mis padres están divorciados. Pero hace dos años me bauticé por ocho mujeres de mi familia. Espero algún día ser sellada a mi futuro esposo”.
Ingrids Rodríguez, de 15 años, de Puerto La Cruz, recuerda cómo se sintió al sellarse a sus padres. “Lloré mucho”, dice. “No podía dejar de llorar. Y me dije a mí misma: ‘De ahora en adelante voy a apoyar a mis padres porque estamos sellados por la eternidad’ ”.
Lo mismo sucedió cuando los Moutinho fueron sellados: Fátima y su familia también saborearon el momento. “Nos miramos en los espejos del templo”, dice, “y prometimos que estaríamos juntos para siempre. Pase lo que pase, nos apoyamos unos a otros”.
El dar testimonio
“Me siento agradecida por ser miembro de la Iglesia”, dice Rubí, que lleva orgullosa su nuevo colgante de las Mujeres Jóvenes. “Los jóvenes tenemos muchas tentaciones. Si no fuera miembro de la Iglesia, tal vez cometería muchos de los mismos errores que vemos que cometen algunos de nuestros amigos. Ninguno de nosotros es perfecto, pero podemos arrepentirnos gracias a que Jesucristo tomó sobre Sí nuestros pecados. Ése es un don por el que debemos estar muy agradecidos”.
Mamá vuelve a la actividad en la Iglesia
¿Es cierto que “nada hay imposible para Dios” ? (Lucas 1:37). José Javier Alarcón, de 16 años, de Maracaibo, ha puesto a prueba la promesa de este pasaje.
“Cuando tenía ocho o nueve años, mis padres se divorciaron. Más tarde, un amigo me invitó a la Iglesia y con el tiempo quise ser bautizado; pero mi madre, que se había bautizado pero que por muchos años no había sido activa, no me daba permiso. Cuando cumplí los 12 años, por fin me dio permiso para ser bautizado. A medida que crecía en el Evangelio, empecé a orar para que mi madre regresara a la Iglesia, ¡lo cual sucedió un par de años más tarde!”
Miriam, la madre de José Javier, admite que estuvo unos ochos años alejada de la Iglesia y “no tenía intención de regresar. Pero cuando mi hijo comenzó a orar por mí con gran fe… algo empezó a suceder en mi interior. Comencé a sentir un fuerte deseo de orar y leer las Escrituras. Una noche, el Señor cambió mi corazón y desde entonces cambié por completo. Se lo debo a mi hijo. ¡Doy gracias al Padre por haberme dado un hijo tan maravilloso!”.
“Es un don de Dios”, dice José Javier. “Yo tuve que poner de mi parte, pero en realidad fue Dios el que lo hizo todo”.
José Javier, su madre y su hermano menor Jesús David, de 10 años de edad, han visitado el templo. José Javier se ha bautizado por los muertos y su madre ha recibido la investidura.
Enfrente de 500 compañeros
Gladys Guerrero, de 16 años, era el único miembro Santo de los Últimos Días que asistía a la escuela secundaria militar de Maracaibo. Durante su primera semana, la obligaron a ponerse enfrente de 500 alumnos y explicar por qué no tomaba café. Aunque muchos estudiantes la ridiculizaron por su estilo de vida, otros comenzaron a observarla más de cerca. “Cuando vieron que no hacía ciertas cosas, como tomar alcohol o ir a ciertas fiestas, algunos se interesaron en el Evangelio”, dice. “Los misioneros pasaron un día por la escuela y yo les llamé. Les presenté a algunos de los alumnos y consiguieron muchas referencias”. Diez compañeros de clase de Gladys se bautizaron durante los meses siguientes.