Debes escoger por ti misma
“Rico es el que tiene la vida eterna” (D. y C. 6:7).
Historia real tomada de fuentes históricas
Los abuelos de Priscilla vivían en una hermosa casa en Liverpool, Inglaterra. Aunque ella era la cuarta de nueve hijos y tenía muchos primos, sus abuelos la hacían sentir que era su persona preferida en todo el mundo. Le gustaba estar en casa de ellos, y ellos siempre le compraban regalos.
Pero un día todo cambió. Unos misioneros americanos enseñaron el Evangelio a su familia y sus padres se bautizaron. Priscilla y sus hermanos también planearon bautizarse. Cuando su abuelo lo supo, se enojó.
Priscilla nunca había visto a su abuelo enfadado. Se asustó mucho, pues él le gritó cosas horribles a su padre: “Hezekiah, toma a tu familia y vete. ¡No vuelvas nunca!”.
Una vez en casa, la aturdida familia se reunió alrededor de la chimenea. Papá jamás había estado tan triste y mamá no había dejado de llorar desde que salieron de casa de los abuelos.
Priscilla estaba confusa y desconsolada. “¿Por qué los abuelos ya no nos aman?”, decía llorosa.
Su padre trató de explicarles. “El abuelo se opone a nuestra nueva iglesia. No quiere saber nada de ella ni de nosotros si seguimos en ella”. Su padre se irguió. “Pero yo sé que Jesucristo vive. Ésta es Su Iglesia verdadera y Él nos ayudará a encontrar el camino mientras hagamos todo lo posible por ser como Él”.
La familia de Priscilla trató de ser feliz, pero todo parecía empeorar. Su padre perdió el empleo como ministro religioso de su antigua iglesia, con lo que el dinero escaseaba aun cuando era maestro de escuela. Mamá remendaba la ropa en vez de comprar ropa nueva. Priscilla intentó no quejarse, pero la vida parecía hacerse más difícil cada día que pasaba. Deseaba visitar a sus abuelos. Si tan sólo pudiera hablar con ellos…
Llamaron a la puerta. El corazón de Priscilla dio un brinco de esperanza, pero no eran sus abuelos. El tío George y la tía Hannah estaban en la puerta con regalos y una cesta de comida. Priscilla se alegró al verlos, pero no tardaron en pedirle que saliera para que ellos pudieran hablar con sus padres. Se trataba de algo serio.
“Priscilla”, la llamó la tía Hannah. “¿Te gustaría venir a vivir con nosotros?”. Ellos no tenían hijos y querían adoptarla, le explicó el tío George. En su mansión tendrían mucho sitio para ella y hasta podría recibir una educación mejor.
“También permitirá que tus hermanos dispongan de más cosas básicas”, agregó la tía Hannah. Priscilla sabía que a sus padres les costaba mucho alimentar y vestir a nueve hijos; si se iba, tal vez las cosas fueran más fáciles para su familia.
Su padre miraba triste al suelo; su madre sollozaba, hundiendo el rostro en el pañuelo. El ofrecimiento era amable, pero no iba a resultar fácil aceptarlo. Priscilla empacó sus pertenencias y se despidió de su familia.
*****
“Éste será tu dormitorio”, dijo la tía Hannah. Priscilla siempre había compartido un cuarto con sus cuatro hermanas; ahora tenía una habitación propia y alguien que la limpiara.
La tía Hannah la llevó a comprarse vestidos bonitos y en poco tiempo su armario estaba repleto de ropa. Sus tíos organizaron fiestas para que Priscilla hiciera nuevas amistades. Disfrutaba de muchas ventajas, pero echaba de menos el estar con su familia y escuchar las enseñanzas de su padre mientras se sentaban alrededor de la chimenea.
*****
La mañana en que cumplió diez años, Priscilla estaba jugando con las flores del jardín, animada por la fiesta que se celebraría esa tarde, pero deseaba que sus hermanas pudieran asistir.
De repente vio a un hombre alto que se acercaba por el camino con un bastón. Priscilla corrió a su encuentro.
“Feliz cumpleaños, princesa Priscilla”, le dijo su padre. La tomó entre sus brazos y le dio varias vueltas en el aire.
“¡Papá, te acordaste!”, exclamó.
Entraron juntos. Su padre sacó una carta del bolsillo. “Priscilla, el tío George y la tía Hannah han solicitado adoptarte oficialmente”. Priscilla sabía lo que eso significaba. Heredaría una gran fortuna y un nombre respetable; nunca más tendría que preocuparse por el dinero.
“Tengo más noticias”, prosiguió su padre. “Tu madre, tus hermanos y yo embarcaremos pronto para América”.
“¿Volverán alguna vez?”, preguntó ella.
Su padre negó con la cabeza. “George y Hannah te aman. Ellos te cuidarán y te darán más riquezas y oportunidades de las que yo podré ofrecerte jamás. Por otro lado, la vida en América con la nueva iglesia será difícil y requerirá muchos sacrificios”. El padre miró a su hija a los ojos. “Debes escoger por ti misma, Priscilla”.
Priscilla no vaciló. Corrió hasta la tía Hannah, la abrazó y la besó. “Te amo, tía Hannah, y siempre te recordaré”, dijo, “pero sé que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera. Debo ir a América con mi familia y ser bautizada”.
Y eso fue exactamente lo que hizo.
Susan B. Mitchell es miembro del Barrio West Bountiful 3, Estaca West Bountiful, Utah
“El sacrificio nos proporciona una oportunidad de demostrarle al Señor que le amamos más que ninguna otra cosa. Debido a ello, en ocasiones el curso se torna difícil puesto que se trata del proceso de perfección que nos prepara para el reino celestial”.
Élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, “La ley de sacrificio”, Liahona, marzo de 2002, pág. 12.