En el centro de la tierra
Los jóvenes de Ecuador disfrutan de vivir en el centro de todo, como por ejemplo en el planeta Tierra. El Evangelio les ayuda a colocar al Salvador en el centro de su vida.
¿Cómo será vivir en el centro del mundo, allá donde la distancia al Polo Norte es la misma que al Polo Sur, donde se puede estar con un pie en el hemisferio norte y con el otro en el hemisferio sur? Podría resultar fácil creerse el centro de atención de todo el mundo.
Pero los jóvenes Santos de los Últimos Días que viven cerca de la línea ecuatorial, en la nación sudamericana que lleva este nombre, saben que el auténtico centro de todo es Jesucristo; y permanecen con los dos pies del lado del Señor.
La fortaleza de la juventud de Quito
La capital del país, Quito, tiene un poco de todo, desde su arquitectura colonial tradicional hasta sus altos edificios modernos. El navegar por sus ajetreadas calles puede representar un gran desafío, como lo puede ser el vadear las tentaciones de la vida. Para muchos adolescentes, el librillo Para la fortaleza de la juventud se ha convertido en un mapa de carreteras.
“Estoy agradecida por la parte de Para la fortaleza de la juventud que dice que debemos vestirnos de manera apropiada”, dice María Alejandra Cabeza de Vaca, de 12 años. “Un día en la escuela nos dejaron vestirnos de la manera que quisiéramos. Me sentí muy mal porque algunas de mis amigas se vistieron de manera inmodesta. Le dije a una de ellas: ‘Mañana te voy a traer una cosa que te va a ayudar mucho’. Le di un ejemplar de Para la fortaleza de la juventud, y ella lo leyó y dijo que creía que era verdad y que ya no quería volver a vestirse de manera inmodesta nunca más. Es bueno compartir lo que tenemos para que el mundo conozca las cosas buenas que estamos aprendiendo”.
Alejandro Flores, de 13 años, descubrió la importancia de hacer así como de saber. “El domingo pasado”, dice, “mi abuelita me pidió que enseñara una lección de la noche de hogar acerca de las normas del vestir, basándome en Para la fortaleza de la juventud. Algunos primos míos y yo teníamos la costumbre de seguir el estilo de vestir del mundo, y me sentí incómodo al dar la lección. Sin embargo, ahora mis primos y yo nos vestimos mejor”. Su lección y su ejemplo le permitieron preparar a sus primos para un importante acontecimiento. “¡Se van a bautizar la semana que viene!”, dice.
Para Christian Lizano, de 14 años, uno de los temas más importantes de Para la fortaleza de la juventud es el servicio. “Rendir servicio debería ser una norma de conducta para nosotros”, dice, “incluso en algo tan simple como dejar su asiento a otra persona en el autobús. Las cosas sencillas pueden decir mucho acerca de los miembros de la Iglesia”.
Cuando Ivanessa Romero, de 15 años, se dio cuenta de que estaba comenzando a seguir el ejemplo de sus amigas en el uso de un lenguaje vulgar, supo que tenía que cambiar. Un día les dijo: “De ahora en adelante, cuando alguien diga una palabrota, le cobraré un centavo”. Unos días más tarde, ¡ya había reunido cuatro dólares! Sus amigas comentaron: “¡Iva se va a hacer millonaria!”. Con la ayuda de Para la fortaleza de la juventud, Ivanessa animó a sus amigas a utilizar un lenguaje más limpio. “Están progresando”, dice. Mientras tanto, ella aprendió algo acerca del ejemplo. “Me di cuenta de que mis amigas están buscando la luz. Cualquier cosita que digamos o hagamos ejerce una influencia en los demás”.
Saríah Moya, de 15 años, se hizo amiga de una joven que le dijo que su familia y ella eran ateos. Sin embargo, su amiga admiraba los valores de Saríah y su determinación de ser fiel a ellos en medio de las críticas. Hablaron del Evangelio muchas veces, Saríah le dio un ejemplar del Libro de Mormón, oraron juntas y asistieron a la Iglesia. “Ayer fue a una actividad de las Mujeres Jóvenes y cantamos un himno”, dice Saríah. “Después me dijo: ‘Sí creo en Dios’. Me di cuenta de que mi ejemplo había ayudado a una persona a encontrar a su Padre Celestial”.
Durante los últimos dos años, Luis Miguel Meza, de 17 años, ha comenzado a sentirse distante de los amigos que conoce desde su primer año en la escuela. “Comenzaron a fumar, a tomar y a presionarme para que yo lo hiciera también”, dice. “Tuve que permanecer firme ante muchas críticas”. Estudió la sección de Para la fortaleza de la juventud que habla de escoger amigos de una manera sabia y oró al respecto. “A medida que pasaba el tiempo, me surgieron oportunidades de hacerme otros amigos que no beben ni fuman y que me respetan por mis normas. Sigo viendo a mis antiguos amigos y nos saludamos; pero gracias a que estuve dispuesto a hacer un sacrificio, mi Padre Celestial estuvo allí para darme una mano”.
“Antes hacía lo correcto por costumbre”, dice Raquel Alonzo, de 17 años. “Me crié dentro de la Iglesia y hacía el bien porque se me había enseñado a hacerlo, pero no lo sentía de verdad en el corazón. Un día, mientras hablaba con mi madre, sentí el Espíritu del Señor de verdad”. Su madre le habló de los enormes sacrificios que había realizado cuando era joven para permanecer fiel al Evangelio y servir en una misión, aunque eso iba en contra de los deseos de su padre. “Ella dijo que la única razón por la que se encuentra tan feliz ahora es porque fue lo suficientemente lista como para aferrarse al Salvador durante su vida. En ese momento, mi testimonio creció más que nunca. Soy una hija de Dios y mi Padre Celestial me ama. Aunque se me caiga el mundo encima, Él me ayudará”.
El poder de la oración en Otavalo
La vida en el valle montañoso de Otavalo no es tan agitada como la vida en Quito. Muchos Santos de los Últimos Días de Otavalo tejen y bordan preciosas telas para fabricar prendas que se venden por el mundo entero. Muchos trabajan a mano. La mayoría de las personas de la región hablan quechua en su casa y español fuera de ella. Hay muchos que tienen que caminar durante una hora o más para acudir a la Iglesia. Aunque los jóvenes van a la escuela de uniforme, se ponen sus ropas tradicionales con orgullo para asistir a la Iglesia.
Pero aunque la vida quizá sea más tranquila en este lugar, los desafíos son igual de reales. Los jóvenes se dan cuenta de que el permanecer cerca del Señor requiere mucho trabajo. Al dedicar sus esfuerzos a ello, han aprendido en cuanto al poder de la oración.
“Cuando mi madre no tenía trabajo”, dice Jéniffer Santacruz, de 12 años, “oré para que encontrara uno pronto. El Señor escuchó mi oración y en uno o dos días encontró un buen trabajo”.
Quizá la oración más ferviente de Tamía Moreta, de 13 años, fue la que pronunció cuando su madre tuvo problemas para dar a luz a un bebé. “Oré”, dijo, “y mi Padre Celestial contestó mi oración. Le practicaron una cesárea, y ahora mi hermanito tiene un año y tanto él como mi madre se encuentran en buena salud”.
Antes de cumplir los 10 años, Laura Córdova, que ahora tiene 15, oró para recibir un testimonio. “Había escuchado a otros miembros decir que el Libro de Mormón y la Iglesia eran verdaderos”, dice. “Así que oré para saberlo por mí misma y el Señor me concedió mi testimonio”.
Zasha Maldonado, de 15 años, recuerda el miedo que sintió debido a un terrible temporal de lluvias que produjo una inundación en su casa. Mientras los miembros de la familia trataban desesperadamente de salvar sus posesiones, uno de los niños dijo que debían ofrecer una oración. “Todos nos arrodillamos sobre el agua y rogamos al Padre Celestial que nos ayudara. Unos minutos después, la lluvia comenzó a detenerse. Nuestro Padre Celestial contestó a nuestra oración. Con Él, no hay nada imposible”.
La oración también sirve de ayuda en circunstancias menos críticas. Jesús Ruiz, de 14 años, dice que a menudo pide ayuda al Señor al tejer. “A veces se me olvidan los patrones”, dice, “así que le pido al Señor que me ayude y siempre lo hace”.
El mismo principio se aplica a la vida escolar. “Cuando tengo un examen”, dice Armando Arellano, de 16 años, “le pido a mi Padre Celestial que me ayude a recordar lo que he aprendido, a lo cual Él responde abriéndome la mente y recordándome las cosas que he estudiado”.
Yolanda Santillán, de 17 años, dice que sus oraciones más sinceras consistían en pedir “que un día pudiera asistir al templo con mi familia para sellarnos. Mi Padre Celestial respondió a mis oraciones y ¡fuimos al templo! Ahora podremos estar juntos para siempre”.
Puede representar un desafío el vivir las normas que nos permiten asistir al templo, pero la oración ha ayudado a David Tabi, de 17 años, a afrontar la presión contraria a la que se ve sometido. “Mis compañeros de clase fuman, beben y hacen todo tipo de cosas”, dice. “Siempre me invitan a participar en ello, pero no les presto atención e intento buscar otros amigos. Hay otro joven en mi clase que también es miembro y nos apoyamos mutuamente”.
Hacer amigos en Guayaquil
Guayaquil es una ciudad portuaria llena de movimiento. Desde su hermoso nuevo templo se puede contemplar parte de la ciudad, que brilla intensamente por la noche. Otra luz radiante de ese lugar es la cálida amistad que uno recibe de los jóvenes al venir aquí, la misma amistad genuina que dan a cualquiera que necesite su aliento.
Cuando Gabriela Aguirre, de 17 años, llegó por primera vez a Guayaquil para vivir, se sentía sola. “No conocía a nadie aquí y me encontraba triste porque mis compañeros de estudios parecían distantes. ¡Pero encontré amigos en la Iglesia! Hay 14 mujeres jóvenes y estamos muy unidas. También nos llevamos bien con los hombres jóvenes. Mis verdaderos amigos son los de la Iglesia”.
“Cuando los hombres y las mujeres jóvenes de nuestro barrio se reúnen”, dice Tatiana Alarcón, de 16 años, “es una buena experiencia porque estamos muy unidos. Somos más que amigos; somos como hermanos y hermanas y nos cuidamos los unos a los otros”.
Además de ello, estos jóvenes también extienden la mano a otras personas que necesitan amistad. Recientemente hicieron una visita a una residencia de ancianos. “Pude sentir verdaderamente el amor puro de Cristo”, dice Tatiana. “Les mostramos nuestro afecto y les cantamos, lo que les dio mucha alegría. Nos preguntaron cuándo volveríamos”.
En una fiesta que los jóvenes dieron a favor de los niños desfavorecidos, “los niños quedaron encantados con la actividad y los regalos que les llevamos”, dice Katherine España, de 14 años.
“Nos encanta reunirnos para participar en fiestas, actividades y bailes”, dice Estefanía Gómez, de 17 años. “Y también nos juntamos para llevar a cabo la obra del Señor. El obispo nos ha llamado a muchos de nosotros como misioneros de barrio. Mi hermana es mi compañera y damos aliento a los nuevos conversos y a los miembros menos activos. Cuando los misioneros enseñan a una familia en la que hay un joven, nos piden ayuda. Los visitamos, los hermanamos y los invitamos a actividades. De ese modo, los jóvenes conversos ya tienen amigos cuando llegan a la Iglesia”.
Ni siquiera en los barrios con menos jóvenes éstos dejan de extender la mano a los demás. “Soy el único hombre joven activo de mi barrio”, dice José Olivares, de 14 años, “por lo que, en compañía de un hermano del quórum de élderes, visito a los hombres jóvenes que no asisten a la Iglesia”.
“Como presidente del quórum de diáconos”, dice Jared Rivera, de 13 años, “animo a los diáconos a llevar a otras personas a la Iglesia porque todos necesitamos la ayuda del Señor para luchar contra las tentaciones. Vamos a la Iglesia antes de que comience la reunión sacramental y oramos juntos para que la repartición de la Santa Cena vaya bien ese día. También visitamos a los miembros del quórum que no asisten a la Iglesia. Queremos saber cómo están”.
Para Alex Arancibia, de 17 años, el ayudar en la mesa de la Santa Cena es una manera importante de servir a los miembros de su barrio. “Cada vez que me arrodillo para pronunciar las oraciones sacramentales, me siento bien porque sé que estoy ayudando a los demás a renovar sus convenios. Siento que el Señor aprueba lo que estoy haciendo. El pensar en mis responsabilidades del domingo me ayuda a tomar las decisiones correctas durante la semana”.
Olmedo Roldán, de 18 años, considera que la obra misional viene como consecuencia natural de la amistad. “Unos días después de bautizarme”, dice, “leí en la revista Liahona acerca de un hombre joven que ayudó a los misioneros de tiempo completo a pesar de que acababa de bautizarse. Así que al día siguiente yo también ayudé a los misioneros y me encantó hacerlo. Ahora el obispo me ha llamado para que sirva como misionero de barrio y me estoy preparando para servir en una misión de tiempo completo. Fue por medio de la obra misional que encontramos la Iglesia. Hay muchas personas que necesitan la Iglesia y están buscándola, y podemos ayudarles a encontrarla”.
“No tengo ningún llamamiento”, dice la hermana menor de Olmedo, que se llama Grimaneza y tiene 14 años, “pero me esfuerzo por ayudar en el hermanamiento. Hace sólo 14 meses yo era nueva en la Iglesia y sé la importancia que tiene el tener amigos que te apoyen. Cuando hay una nueva joven que asiste a la Iglesia, me siento con ella, llego a conocerla y la animo a seguir aprendiendo acerca del Evangelio. También la invito a asistir a las reuniones de las Mujeres Jóvenes conmigo”.
Preparados para afrontar todo lo que pueda venir
“Como jóvenes que somos, a veces deseamos cambiar el mundo”, dice Diana Flores, de 17 años, de Quito. “Sin embargo, creo que tenemos que mirar algo más cerca de nuestro hogar y comenzar a cambiarnos a nosotros mismos”. Diana y otros jóvenes de Ecuador están agradecidos por la manera en que el Evangelio les enseña a poner a Jesucristo y a Su Iglesia en el centro de su vida. “Nuestro Padre Celestial nos ama mucho”, dice, “y nos ha dado a todos los instrumentos que necesitamos, como las Escrituras, el Evangelio, el templo y nuestra familia. Sabemos que somos Sus hijos y que estamos aquí para progresar. Podemos permanecer en paz, sabiendo que nos estamos preparando para afrontar todo lo que nos pueda venir”.
Nunca más estaré solo
“Durante un largo tiempo”, dice Jhon Tobar, 17 años de edad, de Quito, “me dejé llevar por mis amigos y no mantuve una buena relación con mis padres. Sin embargo, he aprendido que si uno pierde la confianza de sus padres y hermanos, es como si se quedara solo. Esta mañana acabo de tener una entrevista con mi obispo, que es también mi padre. Ahora puedo decir que no tengo ningún amigo mejor que mi propio padre. Lo quiero mucho y es el mejor ejemplo para mí”.
¿Sólo una reunión?
“Una noche tuve que escoger entre una fiesta en la Iglesia y otra fiesta en la que nadie era miembro de la Iglesia”, dice Estefanía Gómez, de 17 años de edad, de Guayaquil. “Decidí que no quería ir a la actividad de la Iglesia, y al llegar a la otra fiesta todo estaba lleno de humo de cigarrillos y todo el mundo estaba bebiendo. Me sentí verdaderamente mal y muy sola. Aquel a quien me esfuerzo por conservar a mi lado, el Espíritu Santo, se quedó fuera porque no entra en lugares impuros. Después de 10 minutos, llamé a mi hermano por teléfono para que me llevara a la otra fiesta.
“Tenemos que aprovechar las actividades y los amigos que tenemos en la Iglesia. Quizá tengamos muchos amigos que vayan a una fiesta de otro tipo, y puede que nos digan que sólo es una pequeña reunión. Esto no es cierto, porque normalmente termina convirtiéndose en algo diferente, algo que no tiene absolutamente nada de bueno”.