El fuego de la hermandad
Mitch Dunford ha sido miembro del grupo de sumos sacerdotes del Barrio Santee 1, Estaca Santee, California, durante la mayor parte de los once años que ha vivido allá. “Nuestro grupo de sumos sacerdotes”, dice, “ha estudiado las Escrituras junto y ha hecho obra misional junto. Nos hemos dado bendiciones unos a otros y a los miembros de nuestras respectivas familias. Nuestra camaradería es el resultado natural del habernos ayudado mutuamente a honrar los llamamientos del sacerdocio”.
La noche del domingo 26 de octubre de 2003, los sumos sacerdotes de la Estaca Santee, así como la mayoría de los residentes del condado de San Diego, se vieron atacados por el incendio mayor que ha estallado en la historia de California. Durante casi veinticuatro horas, vientos de entre 80 y 110 kilómetros por hora habían empujado llamas de 30 metros de altura y quemado cientos de casas, causando la muerte a trece personas.
Mitch Dunford estaba solo en las colinas que hay detrás de su casa, con una manguera de jardín en una mano y una pala en la otra. Más temprano había llevado a Cathy, su esposa, y a los cinco hijos de ambos a un hotel. Cuando se levantó la orden de evacuación del lugar, regresó a su casa para ver qué podía hacer.
“El fuego tenía más de un metro de altura y 9 metros de ancho”, dice el hermano Dunford, “y venía desde dos direcciones. Todo estaba silencioso. Yo me quedé allí, pensando si podría detener solo aquel fuego”.
Entretanto, el presidente de la estaca, Chris Allred, estaba en el techo del centro de estaca con sus largavistas. Cuando vio las llamas que iban en dirección a la casa de los Dunford, empezó a hacer llamadas telefónicas.
“Yo estaba solo”, comenta el hermano Dunford con un fuerte sentimiento en la voz, “y de pronto empezaron a aparecer uno por uno; eran los ‘muchachos’ del quórum y sus hijos, cada uno con una pala. Me conmovió muchísimo y, sin embargo, aquello era justamente como debía ser”.
Quince minutos más tarde acometieron las primeras llamaradas.
“Golpeando con las palas, conseguimos reducir el fuego y le echamos tierra encima para apagarlo”, dice Steven Schimpf, de quince años, que había ido con su padre, el obispo Randall Schimpf.
Después que extinguieron el fuego en su primera acometida, se les vino encima otra; también lo extinguieron.
Un fotógrafo de noticias subió hasta donde estaba el grupo y quedó asombrado al ver que eran sólo unos cuantos hombres y muchachos de una iglesia ayudando a uno de los suyos.
“Fue conmovedor ver que mis hermanos del sacerdocio salvaron mi casa”, dice el hermano Dunford. “Es un acto tan típico de su manera de ser. Mis vecinos no podían creer que todos esos hombres y muchachos se hubieran presentado sólo para ayudarnos. Pero sabemos que eso es lo que se hace cuando se es miembro de un quórum del sacerdocio”.