2006
Guiados hasta un restaurante de emparedados
febrero de 2006


Guiados hasta un restaurante de emparedados

Hace unos años, regresábamos a nuestra casa en la costa este de los Estados Unidos, después de un viaje de verano a Utah. Nuestra camioneta comenzó a fallar en algún lugar de Misuri y empeoró al entrar en el estado de Tennessee. Finalmente, ya bien entrada la noche, al subir la colina para salir de Chattanooga, el motor dejó de funcionar por completo.

Mientras estábamos allí sentados en la oscuridad, preguntándonos qué podríamos hacer, se me ocurrió que ésa sería una excelente oportunidad para que toda nuestra familia se uniera en una oración de fe. Mi esposa y yo calmamos a nuestros cuatro hijos y les invitamos a que ejercieran su fe mientras orábamos.

Inmediatamente después de la oración, la camioneta arrancó y continuamos subiendo la colina, pero después de menos de una milla, empezó a fallar otra vez. Tomamos la primera salida de la carretera, pensando que podríamos encontrar un motel donde pasar la noche, pero a pesar de que nos detuvimos en cuatro diferentes moteles, no pudimos conseguir una habitación desocupada.

Regresamos a la carretera y pronto llegamos a otra salida que no parecía tener ningún tipo de moteles; sin embargo, algo me susurraba que debía tomarla. Así lo hice, pero no podía ver nada que me hiciera pensar que sería de ayuda para solucionar nuestro problema. La salida conducía a una carretera de cuatro carriles y no tardamos en detenernos en un semáforo. Me preguntaba desesperadamente qué podría hacer por mi familia en esa difícil situación.

De repente, mi esposa señaló un restaurante de emparedados que todavía estaba abierto, el cual se encontraba en una calle lateral, y sugirió que nos detuviéramos allí y compráramos algo de comer a los niños. Me detuve en el restaurante, le di a nuestro hijo mayor dinero y envié a los otros niños con él mientras mi esposa y yo permanecimos en el auto, reflexionando.

Estábamos cansados; habíamos estado viajando desde las 5 de la mañana y ya eran casi las 9 de la noche. En mi corazón me preguntaba por qué nuestra oración no había funcionado y por qué, cuando más lo necesitábamos, parecía que todos nuestros esfuerzos por vivir el Evangelio no habían producido efecto alguno a nuestro favor, cuando de pronto caí en la cuenta de que algo no estaba bien.

Miré hacia arriba y vi que la luz de afuera del restaurante de emparedados no estaba encendida. “¿Cómo te diste cuenta de este restaurante?”, le pregunté a mi esposa. “¿Había un aviso en la carretera?” Ella dijo que no, que había tenido un súbito impulso de voltear la cabeza hacia la derecha, y allí estaba.

Asentí con la cabeza; mi mente pensaba aceleradamente y en seguida supe la respuesta: tratábamos de vivir el Evangelio, de criar a nuestros hijos correctamente, de ser fieles en nuestros llamamientos; habíamos orado con fe, hecho caso a las impresiones del Espíritu y allí estábamos. En ese momento, me di cuenta de que nos encontrábamos en el preciso lugar donde debíamos estar; simplemente no habíamos comprendido qué era lo que el Señor tenía para nosotros allí.

Y entonces entendí. Debía haber alguien allí que nos pudiera ayudar. Eché un vistazo al restaurante de emparedados y en la primera mesa se encontraba sentada una familia joven. Desde mi asiento de la camioneta podía ver que el padre de la familia tenía manchas de grasa en las manos.

Me bajé del coche, entré al restaurante y me acerqué a la familia. “¿Es usted mecánico de automóviles?”, le pregunté.

Sorprendido, me respondió: “Sí”.

Le expliqué mi problema y su esposa se volvió hacia él y dijo: “¡Eso es exactamente lo que le pasó a mi auto la semana pasada!”. Él me dijo lo que tenía que hacer para que mi auto marchara lo suficientemente bien como para llegar a Atlanta esa noche. Al llegar allí, pudimos repararlo y después llegamos a casa como si nada hubiese pasado.

Nuestros hijos aprendieron esa noche —y yo también— que la oración ferviente sí da resultado, pero que a menudo uno tiene que confiar en el Espíritu para que nos ayude a entender la respuesta.

Chris L. Cooper es miembro del Barrio Charleston 1, Estaca Charleston, Carolina del Sur.