Mensaje de la Primera Presidencia
Purificados por nuestras pruebas
Este mensaje va dirigido a todos, pero especialmente a aquellos que piensan que han tenido más pruebas, pesares, aguijones y espinas de lo que pueden soportar, y que en medio de la adversidad están a punto de hundirse en las aguas de la amargura. La intención del mensaje es darles esperanza, fortaleza y liberación.
Hace algunos años, el presidente David O. McKay (1873–1970) habló de las experiencias que tuvieron algunos de los que habían formado parte de la compañía de carros de mano de Martin. Muchos de aquellos primeros conversos habían emigrado de Europa y eran muy pobres para comprar bueyes o caballos y una carreta; por lo tanto, debido a esa pobreza, se vieron obligados a usar su propia fuerza y a tirar de carros de mano que contenían la totalidad de sus pertenencias, a través de las praderas. El presidente McKay relató un episodio ocurrido algunos años después del heroico éxodo:
“Un maestro, mientras enseñaba una clase, dijo que había sido imprudente que se intentara, e incluso que se les permitiera [a la compañía de carros de mano de Martin] viajar a través de las planicies bajo aquellas condiciones”.
En seguida, el presidente McKay citó a un observador que estaba presente en esa clase: “Surgieron severas críticas en contra de la Iglesia y de sus líderes, debido a que se permitía que una caravana de conversos se aventurara a cruzar las llanuras, sin más provisiones o protección de lo que una compañía de carros de mano podía ofrecerles.
“Un anciano en un rincón… se quedó escuchando, en silencio, hasta que no pudo aguantar más; luego se levantó y dijo cosas que ninguno de los que lo escucharon podrá olvidar jamás. Su cara estaba pálida de emoción; sin embargo, habló con calma, deliberadamente, pero con gran sinceridad y seriedad.
“En esencia, dijo: ‘Les ruego que dejen de criticar. Discuten sobre un asunto que desconocen. Los fríos hechos históricos no significan nada aquí, ya que no proporcionan una interpretación adecuada de las cuestiones pertinentes. ¿Que fue un error enviar la compañía de carros tan tarde, en aquella época del año? Sí. Pero mi esposa y yo estuvimos en esa compañía, y la hermana Nellie Unthank, a quien han mencionado, estuvo allí también. Sufrimos más de lo que se puedan imaginar, y muchos murieron a causa del frío y del hambre, pero, ¿han escuchado alguna vez a un sobreviviente de esa compañía pronunciar una sola palabra de crítica?…
“ ‘Tiraba de mi carro de mano cuando estaba tan débil y agotado debido a la enfermedad y a la falta de alimentos que casi no podía poner un pie enfrente del otro. Miraba hacia adelante y veía un trecho de arena o una cuesta en la colina y me decía: Puedo ir hasta ahí y luego debo darme por vencido, porque ya no puedo seguir tirando esta carga’”.
Continúa su relato: “‘Seguí hasta la arena y cuando llegué a ella, el carro empezó a empujarme a mí. Muchas veces miré a mi alrededor para ver quién estaba empujando el carro, pero no vi a nadie. Sabía entonces que los ángeles de Dios estaban allí.
“‘¿Lamentaba haber decidido venir con carros de mano? No, ni en aquel entonces ni en cualquier otro momento de mi vida después. El precio que pagamos para conocer a Dios fue un privilegio pagarlo, y estoy agradecido de que tuve la oportunidad de venir en la compañía de carros de mano de Martin’”1.
El fuego purificador
Ciertamente, en esto se encierra una gran verdad. En el dolor, la angustia y los heroicos esfuerzos de la vida, pasamos por el fuego purificador, y aquellas insignificancias de nuestra vida pueden derretirse como la escoria y hacer que nuestra fe brille intacta y fuerte. De esta manera, la imagen divina puede reflejarse desde el alma. Es parte del precio purificador que se requiere de algunos para que puedan llegar a conocer a Dios. En las angustias de la vida, parece ser que escuchamos mejor los ligeros y santos susurros del Divino Pastor.
A la vida de cada persona llegan los días de dolor, desesperación, adversidad y golpes. Parece que hay angustia, dolor y desilusiones de sobra para todos, incluso para aquellos que con la mayor sinceridad buscan hacer lo justo y permanecer fieles. El apóstol Pablo aludió a su propia prueba: “Y para que… no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee”2.
Los aguijones que punzan, que se clavan en la carne, que hieren, a menudo cambian vidas que parecen desprovistas de significado y esperanza. Ese cambio llega a través de un proceso de refinamiento que a veces parece cruel y duro. De esta manera el alma puede llegar a ser como suave arcilla en las manos del Maestro para modelar vidas de fe, utilidad, belleza y fortaleza. A algunos, el fuego purificador les hace perder la creencia y la fe en Dios, pero aquellos que poseen una perspectiva eterna comprenden que tal purificación es parte del proceso de perfeccionamiento.
Alma dijo: “¡…un pastor os ha llamado, y os está llamando aún, pero vosotros no queréis escuchar su voz!”3 En nuestros grandes pesares, es posible renacer y ser renovados en el corazón y el espíritu. Entonces ya no nos dejamos llevar por la corriente, sino que disfrutamos de la promesa de Isaías, de que nuestras fuerzas serán renovadas y que levantaremos “alas como las águilas”4.
La prueba de la fe viene antes que el testimonio, pues Moroni testificó: “…no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe”5. Tal prueba de fe puede llegar a ser una experiencia de valor inestimable.
Pedro afirma: “…[la] prueba [de] vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”6. Las tribulaciones y las adversidades pueden ser la preparación para nacer de nuevo.
Llegar a ser nuevas criaturas
El renacer por motivo de las adversidades espirituales nos convierte en nuevas criaturas. Del libro de Mosíah aprendemos que todo el género humano debe nacer otra vez —nacer de Dios, ser cambiados, redimidos y elevados— para llegar a ser los hijos y las hijas de Dios7. El presidente Marion G. Romney (1897–1988), Primer Consejero de la Primera Presidencia, dijo acerca de este maravilloso poder: “El efecto sobre la vida de cada persona es similar. Ninguna persona cuya alma reciba la luz del ardiente Espíritu de Dios puede permanecer indiferente en este mundo de pecado y densa oscuridad. Esa persona se siente motivada por un impulso irresistible de convertirse en un agente activo de Dios para fomentar la rectitud y liberar la vida y la mente de los hombres del cautiverio del pecado”8.
El élder Parley P. Pratt (1807–1857), del Quórum de los Doce Apóstoles, expresó los sentimientos en cuanto al nacer de nuevo: “Si se me hubiese encomendado dar la vuelta al mundo, excavar las profundidades de una montaña, ir a los confines de la tierra o atravesar los desiertos de Arabia, habría sido más fácil que intentar descansar sabiendo que poseo el sacerdocio. He recibido la santa unción y jamás podré descansar, hasta que el último enemigo sea conquistado, la muerte sea destruida y la verdad reine triunfante”9.
Lamentablemente, algunas de nuestras tribulaciones más grandes son el resultado de nuestras propias imprudencias y debilidades, y suceden a causa de nuestro propio descuido o transgresión. Lo principal en la solución de estos problemas es la gran necesidad de volver al buen camino y, si fuera necesario, comprometerse a cumplir cada uno de los pasos de un completo arrepentimiento. Por medio de este gran principio, muchas cosas pueden rectificarse plenamente, y todas las cosas pueden mejorarse.
Podemos recurrir a otras personas para recibir ayuda. ¿A quiénes podemos dirigirnos? El élder Orson F. Whitney (1855–1931), del Quórum de los Doce Apóstoles, planteó esa pregunta y también dio la respuesta:
“¿A quién dirigirnos, en días de aflicción y desastre, para recibir ayuda y consuelo?… A hombres y mujeres que han sufrido, quienes con las experiencias que han tenido con el sufrimiento traen las riquezas de su compasión y sus condolencias como una bendición para los necesitados de ahora. ¿Podrían hacerlo si ellos mismos no hubieran sufrido?
“…¿No es ése el propósito de Dios al dejar que Sus hijos sufran? Él desea que lleguen a ser más como Él. Dios ha sufrido mucho más de lo que el hombre ha sufrido o llegará a sufrir jamás, y es por lo tanto la mayor fuente de compasión y consuelo”10.
Isaías, antes del nacimiento del Salvador, se refirió a Él llamándolo un “varón de dolores”11. Hablando de Sí mismo, el Salvador dijo en Doctrina y Convenios: “…padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”12.
Algunos tienen la tendencia a pensar que sus aflicciones son castigos. Roy W. Doxey escribe:
“El profeta José Smith enseñó que es una idea falsa creer que los santos escaparán a todos los juicios —enfermedades, pestilencias, guerras, etc.— de los últimos días; en consecuencia, es un principio equivocado decir que sufren esas adversidades por causa de sus transgresiones. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 193.)
“El presidente Joseph F. Smith enseñó que constituye un concepto equivocado el pensar que las enfermedades y las aflicciones son producto o de la misericordia de Dios o de Su desagrado13”.
Pablo entendió eso perfectamente. Refiriéndose al Salvador, dijo:
“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
“y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”14.
Una crónica de perseverancia
Para algunos, el sufrimiento es tremendo. Durante los primeros años de la Iglesia, Stillman Pond era miembro del Segundo Quórum de los Setenta en Nauvoo. Era uno de los primeros conversos de la Iglesia, y era originario de Hubbardston, Massachussets. Como muchos otros, él, su esposa María y sus hijos fueron acosados y expulsados de Nauvoo. En septiembre de 1846, se integraron a la gran emigración hacia el Oeste. El invierno llegó temprano ese año, trayendo consigo grandes dificultades, como la malaria, el cólera y la tuberculosis. La familia padeció cada una de esas tres enfermedades.
María contrajo tuberculosis y todos los niños cayeron enfermos de malaria; tres de ellos murieron mientras viajaban a través de la nieve que había llegado temprano. El hermano Stillman los sepultó en las llanuras. La condición de María empeoró a causa de la tristeza, del dolor y de la fiebre ocasionada por la malaria, hasta que no pudo caminar. Débil y enferma, dio a luz gemelos, a quienes llamaron Joseph y Hyrum; los dos niños murieron unos días más tarde.
La familia de Stillman Pond llegó a Winter Quarters y, al igual que muchas otras, sufrió tremendamente mientras vivía en una tienda. La muerte de los cinco hijos durante el viaje a través de las llanuras hacia Winter Quarters fue sólo el principio de las aflicciones.
El diario de Horace K. y Helen Mar Whitney confirma lo siguiente acerca de otros cuatro hijos de Stillman Pond que perecieron:
“El miércoles, 2 de diciembre de 1846, Laura Jane Pond, de 14 años… murió de enfriamiento y de fiebre”. Dos días más tarde, el “viernes, 4 de diciembre de 1846, Harriet M. Pond, de 11 años, falleció con escalofríos”. Tres días más tarde, el “lunes, 7 de diciembre de 1846, Abigail A. Pond, de 18 años… murió con escalofríos”. Sólo cinco semanas más tarde, el “viernes, 15 de enero de 1847, Lyman Pond, de 6 años… murió con escalofríos y fiebre”15.
Cuatro meses más tarde, el 17 de mayo de 1847, su esposa, María Davis Pond, también falleció. Cruzando las llanuras, Stillman Pond perdió nueve hijos y su esposa. Más tarde fue un destacado colonizador en Utah y llegó a ser un líder de los quórumes de los setenta. El haber perdido a esos nueve hijos y a su esposa al cruzar las llanuras no hizo que Stillman Pond perdiera su fe. No se dio por vencido, sino que siguió adelante. Pagó el precio, como muchas otras personas anteriores y posteriores a él, para llegar a conocer a Dios.
El Divino Pastor tiene para todos un mensaje de esperanza, fortaleza y salvación. Si no existiera la noche, no apreciaríamos el día, ni podríamos ver las estrellas y la inmensidad de los cielos. Debemos participar de lo amargo junto con lo dulce. Hay un divino propósito en las adversidades que enfrentamos cada día: éstas preparan, limpian, purifican y, por lo tanto, bendicen.
Cuando cortamos rosas, muchas veces nos es imposible evitar las espinas que crecen en el mismo tallo.
Del fuego purificador podemos recibir una gloriosa redención. Puede ser un noble y perdurable renacimiento. El precio para llegar a conocer a Dios se habrá pagado y podremos hallar santa paz. Habrá un despertar de nuestros recursos internos del estado latente en que se encuentran. Nos envolverá un agradable manto de rectitud para protegernos y mantenernos en un acogedor nivel espiritual. Dejaremos de compadecernos de nosotros mismos al contar nuestras bendiciones.
Las bendiciones de la eternidad seguramente les llegarán a los que sobrelleven bien el refinamiento, de acuerdo con lo que el Señor mismo enseñó: “…sólo se salva aquel que persevera hasta el fin”16. Testifico que Jesús es el Cristo y el Divino Redentor. ¡Él vive! Suyas son las dulces palabras de vida eterna.
Ideas para los maestros orientadores
Una vez que estudie este mensaje con la ayuda de la oración, compártalo empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación figuran unos ejemplos:
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Muestre un anillo de oro o una foto de un anillo. Explique que el oro puede tener muchas impurezas al principio. Describa cómo el calor separa las impurezas del oro, dejándolo puro y bello. Compare este proceso con lo que nos sucede cuando superamos nuestras pruebas, y testifique de lo que enseña el apóstol Pedro: la “prueba [de] vuestra fe [es] mucho más preciosa que el oro, [que es] perecedero…”.
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Pida a los miembros de la familia que sugieran razones por las que tenemos pruebas. De los relatos que aparecen en este mensaje, lea uno que trate de los pioneros. Hablen de cómo esos pioneros fueron ejemplos del ser purificados por las pruebas. Pregunte a los miembros de la familia a quién pueden recurrir, como los pioneros, en momentos de tribulación. Testifique que el Salvador es el mejor consejero.
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Lea en voz alta la sección del mensaje titulada “Una crónica de perseverancia”. Al leer esa sección, haga con la familia una lista de las bendiciones que se obtienen a través de las pruebas. Invite a los miembros de la familia a describir las bendiciones que hayan recibido mediante sus propias pruebas.