La plenitud del Evangelio
La vida antes del nacimiento
Serie de artículos que explican las creencias básicas del Evangelio restaurado, doctrinas que son únicas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
De todas las principales iglesias cristianas, la única que enseña que los seres humanos vivieron en una existencia preterrenal con Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. “Una de las cosas que para mí resultan extrañas”, escribió el presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972), “es que tanta gente crea que en el hombre hay un espíritu y que cuando el hombre muere, ese espíritu continúa viviendo como ente inmortal, y sin embargo no ha tenido existencia hasta el nacimiento del hombre en esta vida”1.
La solución al misterio de la vida
El presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, se refirió a la importancia de esta doctrina: “No hay forma de que la vida tenga sentido si no existe el conocimiento de la doctrina de una vida preterrenal… Cuando llegamos a comprender la doctrina de la vida preterrenal, entonces se arman las piezas del rompecabezas y puede verse el propósito”2.
Si no entendemos nuestra vida preterrenal, no nos es posible comprender correctamente la relación que tenemos con nuestro Padre Celestial ni darnos cuenta completamente del propósito de esta vida terrenal y de nuestro destino divino. “Esta doctrina de la vida preterrenal”, dijo el presidente Packer, “era conocida por los antiguos cristianos. Por casi 500 años se enseñó esta doctrina, pero más tarde fue rechazada como herejía por un clero que se había perdido en la oscuridad de la apostasía. Una vez rechazada esta doctrina… perdieron la posibilidad de resolver el misterio de la vida. Llegaron a ser como un hombre que trata de enhebrar perlas para hacer un collar con un hilo que es demasiado corto. No hay forma de enhebrarlas a todas”3.
El hombre es eterno
Al haber restaurado el Señor la verdad divina por medio del profeta José Smith, se hizo de fundamental importancia el conocimiento de la existencia preterrenal a fin de poder comprender el plan de nuestro Padre Celestial para nuestra salvación. “También el hombre fue en el principio con Dios”, reveló el Señor. “La inteligencia, o sea, la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser” (D. y C. 93:29). Es así que, teniendo en cuenta que nuestra inteligencia siempre ha existido, no tuvimos principio. Pero en algún momento remoto de nuestro pasado preterrenal, se crearon cuerpos espirituales para nosotros y llegamos a ser, literalmente, hijos e hijas espirituales de padres celestiales4.
El conocimiento de que somos hijos espirituales de Dios, de que vivimos con Él antes de nuestro nacimiento terrenal y de que deseamos llegar a ser como Él define la relación que tenemos con nuestro Padre Celestial. José Smith enseñó que “Dios… porque era más inteligente, consideró propio instituir leyes por medio de las cuales [Sus hijos] podrían tener el privilegio de avanzar como Él lo había hecho”5. Un elemento indispensable para que avanzáramos era que saliéramos de la presencia de nuestro Padre, que se pusiera un velo de olvido en nuestra mente y que anduviéramos por la fe, aprendiendo a obedecer Sus mandamientos.
Lo que sabemos
Por haber venido a la tierra para ser probados y andar por la fe, el Señor no nos ha revelado muchos detalles sobre nuestra vida preterrenal; sin embargo, lo que se nos ha revelado es suficiente para que cumplamos nuestro propósito aquí en la tierra. A continuación se encuentran algunos de los hechos que se nos han revelado de nuestra existencia preterrenal:
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Somos literalmente hijos espirituales de Dios y, como tales, tenemos el potencial de llegar a ser como Él (véase Romanos 8:16–17; D. y C. 93:33–34).
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Participamos en un gran concilio del cielo, en el que oímos el plan del Padre para nuestra salvación. Optamos por seguir a Jesucristo, que fue elegido para venir a la tierra como nuestro Salvador y Redentor, y nos regocijamos ante esa maravillosa oportunidad (véase Job 38:7; Abraham 3:24–28).
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Lucifer, “un ángel de Dios que tenía autoridad delante de Dios” (D. y C. 76:25), dijo: “…redimiré a todo el género humano, de modo que no se perderá ni una sola alma… (Moisés 4:1). Pero quería que Dios le diera Su propio poder y gloria y propuso cambiar las condiciones de nuestra experiencia terrenal destruyendo nuestro albedrío; sin éste, no hubiéramos podido llegar a ser como nuestro Padre Celestial, por lo que su propuesta fue rechazada por Dios y por las dos terceras partes de Sus hijos. Por consiguiente, Lucifer se rebeló, hubo una guerra en los cielos —una guerra de palabras y un conflicto espiritual— y fue expulsado con “la tercera parte de las huestes del cielo” que lo siguieron (D. y C. 29:36); llegó a ser conocido como Satanás, y él y sus seguidores procuran ahora destruir nuestras almas con diabólica determinación (véase Apocalipsis 12:7–9; D. y C. 29:36–39; Moisés 4:1–4).
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Vinimos a la tierra sin la memoria de nuestra existencia anterior, pero trajimos nuestras fortalezas y habilidades individuales, así como las debilidades que debemos esforzarnos por superar (véase Éter 12:27; D. y C. 104:17; 138:55–56; Abraham 3:23).
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La vida terrenal no es el principio ni el fin de nuestra existencia, sino que es al mismo tiempo una prueba y una etapa crucial de nuestro continuo desarrollo. La forma de comportarnos en esa prueba determinará nuestro futuro eterno (véase Abraham 3:25–26).