Mi amiga Linda
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).
Basado en experiencias de la autora
Las personas rara vez subían el elevado cerro que había que subir para llegar a mi casa. Al vendedor de helados no le daba la gana gastar combustible para subir tan empinada colina, el muchacho que repartía los periódicos se negaba a llegar hasta allá en bicicleta y aun nuestro perro nunca se iba muy lejos de la casa ¡debido a que hubiese tenido que subir cerro arriba para regresar! Sin embargo, por lo menos una vez a la semana, Linda subía hasta llegar jadeando a mi casa.
Linda era una mujer mayor, gruesa y de cabello entrecano y corto. Algunas personas del vecindario decían que era discapacitada, pero mi madre me decía que Linda era una persona especial. En su interior, todavía era una niña pequeña. Cada vez que Linda iba a visitarnos, nos saludaba con un fuerte y cariñoso abrazo y un beso en la mejilla. No podíamos menos que sonreír cuando ella estaba presente.
Un día, Linda subió airosamente y con energía la colina, y entró corriendo en casa. Nunca llamaba a la puerta ni tocaba el timbre; sencillamente entraba y decía: “¡Linda está aquí!”. Aquel día era tal su entusiasmo que tomó entre sus brazos a mi hermano Roy y comenzó a bailar con él alrededor de la habitación, diciendo a gritos: “¡Me han invitado al Baile de Snowflake! ¡Linda está invitada al Baile de Snowflake!”.
El Baile de Snowflake era una fiesta elegante que se realizaba para las personas que iban a la escuela de Linda. Tan grande era su entusiasmo por poder arreglarse y ponerse un vestido bonito que no podía hablar de ninguna otra cosa. “Quiero ponerme un lindo vestido rojo suave y esponjoso, quiero llevar estrellitas con destellos en el pelo y usar zapatos rojos también con destellos”, dijo y agregó: “También quiero ponerme rosas en el cabello. ¿Te gusta el color rojo, Katie?”
“Sí, me gusta el rojo, pero prefiero el color rosa”, le dije con sinceridad.
“Yo prefiero el rojo. Siempre he deseado usar un hermoso vestido rojo y ser una dama elegante”.
Mamá se ofreció para hacerle el vestido a Linda, como el que siempre había soñado. Le compramos un par de zapatos rojos en una tienda de descuento y pusimos en éstos figuritas centelleantes con pegamento. Cada vez que Linda se ponía el vestido y los zapatos, lloraba cuando tenía que volver a quitárselos. Le gustaba verse tan hermosa en el exterior como ella lo era en su interior.
Por fin llegó el día del anhelado baile. Aunque era un día de escuela para mí, me sentía entusiasmada por la gran fiesta de Linda. A la hora del almuerzo, fui a sentarme fuera del edificio con mis amigas. Desde cierta distancia, oí que alguien me llamaba por mi nombre a gritos: “¡Katie, Katie! ¡Mi mejor amiga, Katie! ¡Mírame, Katie, qué bonita estoy! Katie, mira mi lindo, vaporoso y brillante vestido. ¡Katie, mira a tu amiga Linda! ¡Fíjate en lo elegante que estoy! ¡Aquí está Linda! ¡Mira, Katie!”
Vi a Linda que me saludaba con la mano desde el otro lado de la calle, elegantemente vestida. Yo iba a saludarla con la mano también, pero me fijé en la cara de mis amigas y en lo sorprendidas que estaban.
“¿Conoces tú a esa dama tan rara?”, me preguntó Natalie. “Siempre anda caminando por todo el vecindario. Mi mamá dice que es chiflada”.
Con la voz entrecortada, intenté buscar una respuesta.
Entonces, Kelly añadió: “Yo también la veo por nuestro vecindario. ¡Fíjense en el vestido horrible que lleva puesto! ¡Se ve tan chistosa!” Y todas comenzaron a reírse.
Natalie sonrió con desdén y de nuevo me preguntó: “¿Así que conoces a esa mujer chiflada? ¿Es tu mejor amiga o algo así? ¿Por qué sabe tu nombre?”.
Desde el otro lado de la calle, Linda seguía saludándome con la mano, pero había dejado de gritar. Me di cuenta de que estaba triste porque yo no le había contestado. Me quedé callada durante un momento. “Ah, creo que sabe mi nombre porque suele pasar caminando por nuestra casa y oye a mi mamá cuando me llama”, mentí. “Por supuesto que no la conozco”.
Me dio la impresión de que Kelly, Natalie y las demás niñas se sintieron aliviadas al oír lo que yo había dicho y siguieron haciendo bromas acerca de ella. Me sentí pésimo y no tuve valor para mirar hacia la otra acera a Linda. No pude seguir comiendo lo que había llevado de almuerzo y ni siquiera podía hablar. Comprendí que había hecho algo malo.
Al bautizarme el año anterior, había prometido intentar ser como Jesucristo, y en esos momentos, el Espíritu Santo me estaba haciendo saber que yo había roto mi promesa. Jesús amaba a Linda y nunca la hubiese tratado de esa manera, y Él me amaba a mí y nunca desearía que yo actuara de esa manera.
Cuando mis amigas comenzaban a arreglar sus cosas después del almuerzo, me puse de pie de un salto y exclamé precipitadamente: “¡Un momento! Yo sí soy amiga de esa dama. Se llama Linda y es amiga de mi familia. Por favor, no sean malas con ella; es una persona especial y la queremos”. Algunas de las chicas contuvieron la risa, pero otras dijeron que ellas también tenían amigas especiales como Linda.
Linda se sentó en el borde de la acera a mirar con tristeza sus brillantes zapatos. Había llegado mi turno de saludarla a gritos, agitando al mismo tiempo los brazos. “Linda, Linda, mi mejor amiga Linda, ¡mírame!. Linda, ¡te ves preciosa! ¡Eres una dama muy elegante! ¡Linda, mira tu lindo, vaporoso y brillante vestido! Linda, mira a tu amiga Katie. ¡Aquí está Katie, Linda!”.
Linda levantó la cabeza, sonrió y me saludó con la mano. Cuánto más la saludaba yo a gritos, agitando la mano, tanto más me contestaba el saludo y sonreía. Al poco rato, ella y yo dábamos saltos, saludándonos y tirándonos besos la una a la otra, sonriendo. Habíamos atraído la atención de todos los alumnos que estaban allí fuera, y ellos me oyeron decir que Linda era mi amiga.
Linda lo pasó muy bien en el Baile de Snowflake. En realidad se veía una dama elegante. Mi mamá y yo nos ofrecimos de voluntarias para servir los refrescos en el baile a fin de ver a Linda divertirse.
Una vez terminado el baile, mamá, Linda y yo nos fuimos caminando cerro arriba hasta llegar a casa. Le pedí disculpas a Linda por haberme tardado en devolverle el saludo, pero ella ya no parecía recordarlo, y pensé en lo afortunada que era por tener una amiga que sabía perdonar. La caminata que hicimos juntas de regreso a casa fue encantadora, mis mejores amigas y yo. Sin saber por qué, con ellas a mi lado, el empinado camino hacia casa no me pareció difícil en absoluto.
Heidi Renouf Brisco es miembro del Barrio Woodland Park, Estaca Los Altos, California.
“…si bien [la] apariencia [de algunas personas] puede ser diferente, que se muevan con dificultad o hablen con vacilación, aún así tienen los mismos sentimientos que los demás… Quieren ser amados por lo que son en su interior…”
Presidente James E. Faust, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, “Las obras de Dios”, Liahona, enero de 1985 [número que contiene los discursos de la Conferencia General Semestral de octubre de 1984], pág. 47.