Para todos los hombres, de todas partes
El Libro de Mormón enseña una y otra vez que el Evangelio de Jesucristo es universal en su promesa y su efecto.
El año pasado, por invitación del Profeta, millones de personas leyeron el Libro de Mormón y millones de personas se beneficiaron por haberlo hecho. Cada uno de nosotros recibió bendiciones por la obediencia, y la mayoría también aumentó su conocimiento y testimonio del Señor Jesucristo, del cual este libro es un testigo.
La gente aprendió muchas otras cosas, pero lo aprendido dependía del lector. Lo que saquemos de un libro, especialmente de un texto sagrado, depende en su mayor parte de lo que pongamos de nuestra parte al leerlo: del deseo y la disposición de aprender, y de la armonía que tengamos con la luz que comunica el Espíritu del Señor.
I.
Una de las cosas que aprendí yo de esa lectura más reciente del Libro de Mormón fue cuán grande es el amor de Dios por todos Sus hijos de todas las naciones. En el primer capítulo, Lehi alaba al Señor cuyo “poder… bondad y misericordia se extienden sobre todos los habitantes de la tierra” (1 Nefi 1:14). El Libro de Mormón enseña una y otra vez que el Evangelio de Jesucristo es universal en su promesa y su efecto, dirigiéndose a todos los que han vivido, o que vivan, o que vivirán en la tierra. Aquí daré algunos ejemplos, citados de ese libro:
• “…la expiación… preparada desde la fundación del mundo para todo el género humano que ha existido desde la caída de Adán… o que existirá jamás…” (Mosíah 4:7).
• “Y a causa de la redención del hombre, que vino por Jesucristo… son redimidos todos los hombres…” (Mormón 9:13).
• “…él sufre los dolores de todos… tanto hombres como mujeres y niños… Y sufre esto a fin de que la resurrección llegue a todos los hombres” (2 Nefi 9:21–22).
• “¿Ha mandado él a alguien que no participe de su salvación?… no, sino que la ha dado gratuitamente para todos los hombres; y… todo hombre tiene tanto privilegio como cualquier otro, y nadie es excluido” (2 Nefi 26:27–28).
También leemos que “su sangre expía los pecados de aquellos que… han muerto sin saber la voluntad de Dios concerniente a ellos, o que han pecado por ignorancia” (Mosíah 3:11). Del mismo modo, “la sangre de Cristo expía [los] pecados” de los niños pequeños (Mosíah 3:16). Estas enseñanzas sobre el hecho de que el poder resucitador y purificador de la Expiación es para todos, contradice la afirmación de que la gracia de Dios sólo salva a unos pocos electos. Su gracia es para todos. Estas enseñanzas del Libro de Mormón amplían nuestra visión y expanden nuestra comprensión del amor de Dios, que todo lo abarca, y del efecto universal de Su expiación por todos los hombres, de todas partes.
II.
El Libro de Mormón enseña que nuestro Salvador: “…invita a todos [los hijos de los hombres] a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que vienen a él desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles” (2 Nefi 26:33; véase también Alma 5:49).
“Él invita a todos”. Comprendemos lo que significa “varones o mujeres”; también comprendemos lo de “negros o blancos”, que significa todas las razas. Pero ¿qué quiere decir eso de “esclavos o libres”? El ser esclavo, o sea, lo contrario de ser libre, va más allá de lo que implica el término esclavitud. Significa ser cautivo de cualquier cosa de la cual sea difícil escapar. Esclavo abarca a aquellos cuya libertad está restringida por aflicciones físicas o emocionales; esclavo abarca a los adictos a alguna sustancia o práctica; esclavo se refiere, sin duda, a los que están aprisionados por el pecado, “ceñidos” por lo que otra enseñanza del Libro de Mormón llama “las cadenas del infierno” (Alma 5:7); esclavo abarca a los que están reprimidos por las tradiciones o las costumbres contrarias a los mandamientos de Dios (véase Mateo 15:3–6; Marcos 7:7–9; D. y C. 74:4–7; 93:39). Finalmente, esclavo incluye también a los que se encuentran confinados entre los límites de otras ideas erróneas. El profeta José Smith enseñó que predicamos para “libra[r] a los cautivos”1. Nuestro Salvador “invita a todos… a que vengan a él y participen de su bondad”, “a nadie de los que a él vienen desecha” y “todos son iguales ante Dios”.
III.
Los hijos de Dios en todas las naciones tienen Su promesa de que Él se les manifestará. El Libro de Mormón nos dice:
“Y… se manifiesta por el poder del Espíritu Santo a cuantos en él creen; sí, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, obrando grandes milagros, señales y maravillas entre los hijos de los hombres, según su fe” (2 Nefi 26:13).
Fíjense en que estas manifestaciones del Señor se han prometido a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”. En la actualidad vemos el cumplimiento de esa promesa en todas las naciones en donde se permite trabajar a nuestros misioneros, incluso entre pueblos a los que no se ha relacionado previamente con el cristianismo.
Por ejemplo, sabemos de muchos casos en los que el Señor mismo se ha manifestado a hombres y mujeres en la nación de Rusia, que hace tan poco tiempo quedó libre de las garras del comunismo. Al leer artículos críticos o en los que se ridiculiza a los mormones, dos rusos sintieron la fuerte impresión de buscar el lugar donde aquéllos se reunían. Ambos hombres conocieron a los misioneros y se unieron a la Iglesia2.
Un médico de una aldea de Nigeria tuvo un sueño en el cual vio a un buen amigo suyo predicando a una congregación. Aquello le intrigó, por lo que viajó un domingo hasta donde vivía su amigo y quedó asombrado de encontrar exactamente lo que había visto en su sueño: una congregación a la que llamaban barrio en la que su amigo, que era el obispo, enseñaba. Impresionado por lo que oyó en sus varias visitas, él y su esposa recibieron las charlas y se bautizaron. Dos meses después, más de treinta personas de su aldea se habían convertido a la Iglesia y la clínica de ellos era el lugar donde se reunían.
Conocí a un hombre del norte de India que nunca había oído siquiera el nombre de Jesucristo hasta que lo vio en un calendario, en el taller de un zapatero. El Espíritu lo llevó a convertirse a una iglesia protestante. Pasado un tiempo, al visitar la universidad de una ciudad distante, vio un anuncio de un grupo estadounidense llamado “Jóvenes embajadores de la Universidad Brigham Young”. Durante esa presentación, una voz interior le dijo que después del programa fuera a la entrada donde vería a un hombre de chaqueta azul que le diría lo que debía hacer; de esa manera consiguió un Libro de Mormón, lo leyó y se convirtió al Evangelio restaurado. Desde entonces, ha servido en calidad de misionero y de obispo.
Una niñita de Tailandia guardaba la memoria de un amoroso Padre Celestial. Mientras crecía, muchas veces oraba a Él en silencio. Cuando tenía poco más de veinte años, conoció a nuestros misioneros y sus enseñanzas le confirmaron los sentimientos de amor por Dios que recordaba tener desde su infancia. Se bautizó y cumplió una misión de tiempo completo en Tailandia.
En Camboya, sólo el cinco por ciento de la gente es cristiana. Allá había una familia que estaba buscando la verdad. Un día, su hijo de once años andaba en bicicleta y vio a unos hombres con camisa blanca y corbata que mostraban una lámina a una persona y le preguntaban quién era; el niño sintió que debía parar y, mientras observaba, sintió que debía decir: “Es Jesucristo, el Hijo de Dios, que vino a salvar al hombre”. Y continuó su camino. Les llevó un mes a los misioneros encontrarlos a él y a su familia. En la actualidad, el padre de aquel niño es consejero de la presidencia de misión.
El pasado junio, una familia de cinco personas fue al programa de puertas abiertas de una nueva capilla de Mongolia. Al entrar el padre al edificio, sintió “una fuerza potente que lo invadía”, una sensación de paz que nunca había sentido y que le hizo brotar lágrimas; por eso, les preguntó a los misioneros a qué se debía aquel sentimiento asombroso y cómo podía volver a experimentarlo. Al poco tiempo, toda la familia se bautizó3.
Éstos son sólo unos pocos ejemplos; hay miles más.
IV.
El Libro de Mormón enseña también que el gran Creador murió “por todos los hombres, a fin de que todos los hombres queden sujetos a él” (2 Nefi 9:5). El estar sujetos a nuestro Salvador significa que, si nuestros pecados van a ser perdonados por Su Expiación, debemos cumplir las condiciones que Él ha impuesto, entre ellas la fe, el arrepentimiento y el bautismo. Ese cumplimiento depende de nuestros deseos, de nuestras decisiones y acciones. “Él viene al mundo para salvar a todos los hombres, si éstos escuchan su voz” (2 Nefi 9:21).
El Señor provee la vía para todos Sus hijos y desea que cada uno de nosotros venga a Él. En el último capítulo del Libro de Mormón, Moroni suplica:
“Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad; y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo…” (Moroni 10:32).
V.
La Biblia nos dice que Dios hizo un convenio con Abraham y le prometió que, a través de él, todas las “familias” o “naciones” de la tierra serían bendecidas (véase Génesis 12:3; 22:18). Lo que llamamos el convenio de Abraham abre la puerta hacia las bendiciones más selectas de Dios para todos Sus hijos, en todas partes. La Biblia enseña que “si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29; véase también Abraham 2:10). El Libro de Mormón promete que todos los que reciban la invitación del Señor a arrepentirse y creer en Su Hijo, y la pongan en práctica, se convierten en “el pueblo del convenio del Señor” (2 Nefi 30:2). Eso es un poderoso recordatorio de que ni las riquezas ni el linaje ni ningún otro privilegio de nacimiento debe llevarnos a creer que somos “mejores que otros” (Alma 5:54; véase también Jacob 3:9). En verdad, el Libro de Mormón manda: “No estimaréis a una carne más que a otra, ni un hombre se considerará mejor que otro…” (Mosíah 23:7).
La Biblia nos enseña que algunos de los descendientes de Abraham serían esparcidos “por todos los reinos de la tierra”, entre “todos los pueblos”, y “desde un extremo de la tierra hasta el otro” (Deuteronomio 28:25, 37, 64). El Libro de Mormón confirma esa enseñanza, declarando que los descendientes de Abraham serían dispersados “sobre toda la superficie de la tierra, y… entre todas las naciones” (1 Nefi 22:3).
El Libro de Mormón aumenta nuestro conocimiento de la forma en que el ministerio terrenal del Salvador llegó a todos los de Su rebaño esparcido. Además de Su ministerio en lo que ahora llamamos el Medio Oriente, el Libro de Mormón registra Su aparición a los nefitas del continente americano (véase 3 Nefi 11–28). Allí Él repitió que el Padre le había mandado visitar a Sus otras ovejas que no eran de la tierra de Jerusalén (véase 3 Nefi 16:1; Juan 10:16); también dijo que visitaría a otros, “los que todavía no han oído mi voz” (véase 3 Nefi 16:2–3). Tal como se había profetizado siglos antes (véase 2 Nefi 29:12), el Salvador dijo a Sus seguidores de las Américas que se iba a mostrar “a las tribus perdidas de Israel, porque no están perdidas para el Padre, pues él sabe a dónde las ha llevado” (3 Nefi 17:4).
El Libro de Mormón es un gran testigo de que el Señor ama a toda la gente de todas partes. Allí se afirma que “él se manifestará a todas las naciones” (1 Nefi 13:42). “¿No sabéis que hay más de una nación?”, dijo el Señor por medio del profeta Nefi.
“¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres, y que me acuerdo de los que viven en las islas del mar; y que gobierno arriba en los cielos y abajo en la tierra; y manifiesto mi palabra a los hijos de los hombres, sí, sobre todas las naciones de la tierra?” (2 Nefi 29:7).
Así también el profeta Alma enseñó que “el Señor les concede a todas las naciones que, de su propia nación y lengua, enseñen su palabra, sí, con sabiduría, cuanto él juzgue conveniente que tengan…” (Alma 29:8).
VI.
El Señor mismo no sólo se manifiesta a todas las naciones, sino que además, manda que escriban Sus palabras:
“¿No sabéis que el testimonio de dos naciones os es un testigo de que yo soy Dios, que me acuerdo tanto de una nación como de otra? Por tanto, hablo las mismas palabras, así a una como a otra nación…
“Porque mando a todos los hombres… que escriban las palabras que yo les hable…
“Porque he aquí, hablaré a los judíos, y lo escribirán; y hablaré también a los nefitas, y éstos lo escribirán; y también hablaré a las otras tribus de la casa de Israel que he conducido lejos, y lo escribirán; y también hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas lo escribirán” (2 Nefi 29:8, 11–12; véase también 1 Nefi 13:38–39).
Más aún, el Libro de Mormón enseña que cada uno de esos grupos tendrá los escritos de los otros (véase 2 Nefi 29:13).
De eso sacamos en conclusión que el Señor hará finalmente que las enseñanzas inspiradas que ha dado a Sus hijos en diversas naciones salgan a luz para beneficio de toda la gente; en ellas se incluirán los relatos de la visita del Señor resucitado a lo que llamamos las tribus perdidas de Israel y Sus revelaciones para toda la simiente de Abraham. El descubrimiento de los Papiros del Mar Muerto ilustra una de las formas en que eso puede ocurrir.
Cuando salgan a luz los nuevos escritos —y saldrán, de acuerdo con las profecías—, esperamos que no los traten con el mismo rechazo con que algunos han tratado el Libro de Mormón porque ya tenían una Biblia (véase 2 Nefi 29:3–10). Tal como lo dijo el Señor a un profeta de ese libro: “Y no supongáis que porque hablé una palabra, no puedo hablar otra; porque aún no está terminada mi obra; ni se acabará hasta el fin del hombre…” (2 Nefi 29:9).
En verdad, el Evangelio es para todos los hombres, de todas partes, para toda nación y para todo pueblo. Todos están invitados a aceptarlo.
Vivimos en los días predichos en que se envía la justicia desde los cielos y la verdad brota de la tierra hasta que “inunden la tierra como un diluvio” a fin de recoger a los escogidos “de las cuatro partes de la tierra” (Moisés 7:62). El Libro de Mormón ha salido a luz para recordarnos los convenios del Señor, para convencer a todos “de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a Sí mismo a todas las naciones” (portada del Libro de Mormón). Agrego este testimonio de Él y de Su misión en el nombre de Jesucristo. Amén.