Su luz: Una norma para todas las naciones
Veo brillar luz en sus semblantes; proviene del Señor, y al irradiar esa luz, serán bendecidas ustedes y muchas personas más.
Es un honor contar con la presencia del presidente Gordon B. Hinckley, nuestro amado profeta, y del presidente Thomas S. Monson, a quien también estimamos y amamos. Es un privilegio estar con cada una de ustedes, hermanitas, y con sus maravillosas hermanas líderes.
Ustedes son jovencitas de gran potencial que tienen mucho por hacer en la vida. Realizarán una gran obra en sus hogares, en la Iglesia y en la comunidad. Para lograrlo, tendrán que adquirir un testimonio y tener fe en Cristo, centrarse en Él en vez del mundo. Ustedes son hijas rectas de Dios y Él las ama y desea ayudarles.
El tema de esta conferencia es muy apropiado: “Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones”1. Veo brillar la luz en sus semblantes; proviene del Señor, y al irradiar esa luz, serán bendecidas ustedes y muchas personas más.
Esa misma luz les iluminó el camino a Mary Elizabeth Rollins, de 15 años, y a su hermana Caroline, de 13, un oscuro y frío día en Independence, Misuri. Corría el año 1833, y una chusma furiosa irrumpía por las calles de Independence, quemando las propiedades y causando destrucción. En su camino se encontraba el hogar del hermano William W. Phelps, donde tenían la imprenta en la que él imprimía las revelaciones que recibía el profeta José Smith. La muchedumbre destruyó la imprenta y lanzó los escombros a la calle. Sin embargo, amontonaron las páginas impresas en el patio para quemarlas más tarde.
Mary Elizabeth y Caroline se habían escondido por el cerco, atemorizadas al ver la destrucción. A pesar de que sentía mucho miedo, Mary Elizabeth no le quitaba la vista a esas valiosas páginas. Ella y su hermana salieron de su escondite, recogieron las Escrituras y se echaron a correr. Los de la chusma las vieron y les ordenaron detenerse, pero las valientes muchachas corrieron hacia un maizal donde sin aliento se tiraron al suelo. Con cuidado acomodaron las páginas de las revelaciones entre las altas hileras de maíz, y para cubrirlas se acostaron encima de ellas. Los despiadados malhechores buscaron con empeño a las niñas, a veces estando a punto de hallarlas, pero nunca lo lograron. Al final abandonaron la búsqueda para ver qué más podían destruir.
Creo que la luz del Señor dirigió a Mary Elizabeth y a Caroline para que supieran qué hacer y cómo protegerse. Hermanas, esa luz brilla para ustedes, y les guiará como lo hizo para las niñas Rollins. Las mantendrá seguras aun frente al peligro. Como prometió el Maestro: “y también seré vuestra luz… prepararé el camino delante de vosotros, si es que guardáis mis mandamientos… y sabréis que yo soy el que os conduce”2.
Mis queridas amiguitas, ustedes pueden apartarse de la maldad como lo hicieron las hermanas Rollins, si adquieren su propio testimonio del Salvador. Al hacerlo, aumentará su fortaleza espiritual; atesoren la espiritualidad y se darán cuenta de cuán dulce es.
Ustedes deben tomar sus propias decisiones, pero deben tomarlas con una perspectiva eterna. Con la edad, la experiencia y la fe tendrán la sabiduría para tomar buenas decisiones y para tomar las que sean correctas. Yo creo que ustedes, jovencitas, saben a dónde deben ir para recibir las respuestas correctas. En las palabras de Mormón: “…conocéis la luz por la cual podéis juzgar, la cual es la luz de Cristo”3.
Hace algunos años me encontraba en el lugar donde en 1431 quemaron a Juana de Arco en la hoguera. La joven Juana de Arco, una de las grandes heroínas de la historia, llegó a ser insólita adalid del ejército francés en el oscurantismo, mucho antes de la restauración del Evangelio. Juana tuvo la Luz de Cristo y también el valor para seguir sus impresiones y dejar una huella en el mundo. De familia campesina, no sabía leer ni escribir, pero era inteligente. Largos años de guerra con los ingleses habían empobrecido y dividido su país. A los diecisiete años, sintiendo la impresión de que su vida tenía un propósito, se fue de casa resuelta a ayudar a liberar a su país oprimido. Por supuesto, la gente se burlaba de sus ideas y pensaba que estaba un tanto loca, pero al final los convenció de que le dieran un caballo y una escolta para ir a ver al rey.
El joven rey Carlos VII de Francia había oído hablar de Juana y decidió ponerla a prueba. Él se pasó a las filas del ejército y dejó que uno de sus leales vasallos ocupara el trono. Cuando Juana entró en la sala, apenas dio reconocimiento al hombre que ocupaba el trono, pero de inmediato se dirigió a Carlos y se inclinó ante él como su rey. Esto impresionó al rey de tal modo que la puso al mando de sus 12.000 tropas. Al principio los soldados franceses no querían obedecerla, pero al ver que todos los que la seguían triunfaban, y que los que la desobedecían fracasaban, llegaron a considerarla su líder.
Vestida con una armadura blanca y portando su propia bandera, Juana de Arco liberó la ciudad de Orleans en 1429 y derrotó a los ingleses en otras cuatro batallas. Fue herida en dos ocasiones, pero cada vez se recuperó y siguió peleando. Sus órdenes parecían ser las de un genio militar. Marchó hasta la ciudad de Reims, donde empuñó espada y bandera mientras a Carlos se le coronaba rey. Luchó en la Batalla de París hasta que fue capturada en Compiegne por aliados ingleses, quienes la vendieron a los ingleses por 16.000 francos. Se la encarcela, se la acusa de hereje y es quemada en la hoguera en 1431.
Pese a ese triste final, éste no le resta a la grandeza de Juana, quien fue lo suficientemente valiente para seguir la inspiración personal a la que todos tenemos derecho. Como el Señor le dijo al profeta José Smith: “…yo soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo”4.
A otras jovencitas del siglo quince, Juana de Arco les pareció muy diferente. Hermanas, ¡no tengan miedo de ser diferentes en nuestro siglo! A veces es necesario ser diferente a fin de cumplir las normas de la Iglesia. Repito, no tengan miedo de ser diferentes, pero sean lo mejor que pueden ser. Muchas jovencitas se preocupan por la conducta de sus amigas y por la forma en que se visten. Esa conducta tal vez derive del deseo de ser aceptada por las compañeras. Juana de Arco no se preocupó por lo que hacían sus amigas, más bien por lo que sabía que debía hacer.
En nuestra sociedad actual veo a muchas personas que culpan a los demás por sus fracasos. Me he dado cuenta de que aquellos que se hacen responsables de sus acciones tienen más éxito que los que culpan a otros por sus faltas y carencia de logros.
Podemos manifestar nuestra luz de muchas maneras; podría ser con una simple sonrisa. Hace poco leí acerca de un hombre del noroeste de los Estados Unidos que en camino al trabajo solía pasar por una parada de autobuses. Le empezó a llamar la atención una niña de entre los demás niños que esperaban el autobús escolar. Aún cuando llovía, ella sonreía y le decía adiós. Él dijo: “La niña era alta y delgada, como de trece años, y tenía aparatos de ortodoncia, los cuales brillaban con las luces del auto”. Los esfuerzos de ella por ser amigable le hacían empezar bien el día y era algo que él esperaba con gusto.
El hombre se apellidaba Hankins, y tenía una hija, Cheryl, que tenía más o menos la misma edad que la niña de la parada de autobuses. Un día, Cheryl pidió permiso a sus padres para asistir a una actividad en una iglesia cercana. Una vecina, Vicki, la había invitado a ir. La actividad era la Mutual, la precursora del programa de las Mujeres Jóvenes. A Cheryl le gustó la Mutual, y al poco tiempo les dijo a sus padres que Vicki era mormona. Cheryl no tardó en llegar a casa un día, después de la escuela, y dijo que Vicki iba a enviar a dos jóvenes —los misioneros— para que le hablaran a su familia acerca de la Iglesia.
Los élderes llegaron, les enseñaron acerca del Libro de Mormón y de José Smith, y expresaron su testimonio de la restauración del Evangelio. La familia empezó a leer esas nuevas Escrituras que captaron su atención. Un día, el señor Hankins conoció a Vicki; era la niña sonriente que tantas veces había visto en la parada de autobuses. Ella estuvo presente cuando él y otros dos miembros de la familia se bautizaron.
Al considerar las acciones de Vicki y las de otras jovencitas, los hermanos Hankins se convencieron de que “el más grande potencial para la obra misional yace en la juventud de la Iglesia”. Desde entonces, los mismos hermanos Hankins han servido como misioneros; ellos confiaron en las referencias que les daban los jóvenes, así como en su buen ejemplo. Vicki, la jovencita de la parada de autobuses, que sonreía todos los días aun cuando llovía, cambió la vida de ellos para siempre5.
Cada una de ustedes puede ser una amiga de alguien, incluso si es tan sólo con una sonrisa. Así como Vicki, ustedes pueden dejar que la luz de sus corazones se refleje en sus semblantes. El apóstol Juan escribió acerca de “una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies”6. De igual forma, ustedes, jovencitas, pueden ser portadoras de luz. En la parábola del Salvador de las diez vírgenes7, cada mujer tenía una lámpara. Claramente, esta parábola tiene una aplicación tanto temporal como espiritual. El aceite se puede comprar en el mercado, pero otra clase de aceite, el espiritual, que no está a la venta, se puede acumular sólo mediante buenas obras diarias.
La parábola relata lo que sucedió cuando todas las diez mujeres esperaban al esposo. Éste llegó a la hora más oscura, cuando menos lo esperaban. Era la medianoche, y a las cinco insensatas se les había acabado el aceite. Se preguntarán por qué las cinco vírgenes sensatas no pudieron compartir su aceite con las otra cinco. No era egoísmo de su parte; la preparación espiritual no se puede compartir al instante, ya que cada uno de nosotros llena su lámpara gota a gota, en nuestro diario vivir.
Hace algunos años, el fallecido presidente Spencer W. Kimball definió lo que eran esas gotas de aceite, cuando dijo:
“Hay aceites que mantienen viva la llama del Evangelio. Un tipo de aceite es el de la oración familiar que nos ilumina y nos da vida y alegría, pero que es difícil conseguirlo a la medianoche. Una o dos gotas no la mantendrán encendida mucho tiempo…
“Otro tipo de aceite es el del ayuno. La última medianoche es tarde para empezar a disciplinar nuestra vida en preparación para el gran día del Señor…
“Otro aceite que no se consigue a la medianoche es el indispensable aceite del servicio en el hogar. Ese escaso aceite de servicio se acumula mediante visitas a los enfermos, al prestar una mano de ayuda…
“Hay otro aceite que todos necesitarán, ricos o pobres, enfermos o sanos; su luz es brillante y aumenta con su uso. Cuanto más se use, más se tiene. Es fácil comprarse durante el día, pero no se consigue por la noche: es el aceite del diezmo.
“Hay un… aceite que es tan valioso que si no se añade a los otros aceites, ninguna mecha arderá. Sin él, la luz de los otros se opacará y se extinguirá: es el aceite de la castidad”8.
Mis estimadas jovencitas, muchas de ustedes pusieron aceite en sus lámparas el año pasado cuando siguieron el desafío del presidente Hinckley de leer el Libro de Mormón. Pueden seguir haciéndolo cada vez que lean las Escrituras, participen de la Santa Cena y ofrezcan sus oraciones diarias. Y a medida que cada una ponga aceite en su lámpara, su luz llegará a ser “un estandarte a las naciones”.
El consejo del Señor de “levanta[rnos] y brilla[r], para que [n]uestra luz sea un estandarte a las naciones” deberá infundirnos ánimo. Queridas hermanas, grandes oportunidades las aguardan. La tecnología seguirá progresando; los medios para expresar sus talentos excederán a sus esperanzas y expectativas más preciadas. A cada una le llegarán desafíos, pero podrán encontrar la felicidad al hacer todo lo que saben que es lo correcto. Necesitarán fe y determinación para encontrar su lugar en el mundo, pero con perseverancia y la ayuda del Señor, lo lograrán.
En calidad de hijas de nuestro Padre Celestial, cada una puede ser partícipe de Su naturaleza divina9, que es parte inherente de su ser. Testifico que cada una de ustedes, jovencitas, tiene dones especiales de nuestro Padre Celestial. Algunos de esos dones son particulares a la condición de mujer. Al cultivar esos dones, aumentarán en fortaleza, propósito y nobleza. Ésta es la obra de Dios. Todos somos Sus siervos. Él vela por nosotros; Él desea que triunfemos. Todos tenemos que lograr una parte de esta obra sagrada, a pesar de que parezca pequeña e insignificante.
Espero y ruego que las más ricas bendiciones del Señor estén con ustedes, maravillosas hermanitas, para sostenerlas y velar por ustedes. Las bendigo para que sean fortalecidas y magnificadas, y que reciban felicidad y satisfacción, ruego en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.