Instrumentos de la paz del Señor
Los que hemos tomado sobre nosotros el nombre de Cristo, ¿nos hemos deslizado inadvertidamente en los hábitos de calumniar, criticar y en una actitud de prejuicio?
Una amiga mía forma parte de un foro político que aparece todas las semanas por televisión. Al explicar su función, ella dijo: “Se nos insta a hablar antes de pensar”. Parece que vivimos en una época en la que muchos hablan sin pensar, lo que fomenta reacciones emocionales en vez de respuestas reflexivas. Ya sea en un foro nacional o internacional, en relaciones personales o en la política, en el hogar o ante el público, las voces se hacen cada vez más estridentes, y el ofender y darse por ofendido parecen ser acciones intencionales en vez de involuntarias.
El Señor ha advertido que desde el principio y a lo largo de la historia Satanás incitaría la ira en el corazón del hombre1. En el Libro de Mormón, Lamán, con sus murmuraciones, estableció el sistema de provocar la ira, avivar la cólera e instigar el asesinato2. En el Libro de Mormón encontramos una y otra vez hombres falsos e inicuos que instigaban la furia y fomentaban el conflicto. En los días del capitán Moroni, el apóstata Amalickíah incitó “el corazón de los lamanitas contra el pueblo de Nefi”3. Amulón y los perversos sacerdotes de Noé, Nehor, Korihor, Zoram el apóstata (el papel deshonroso cunde por todo el Libro de Mormón), fueron agitadores que inspiraban desconfianza, estimulaban la controversia e intensificaban el odio.
Cuando le hablaba a Enoc, el Señor indicó que tanto la época de Su nacimiento como la que precedería a Su segunda venida serían “días de iniquidad y venganza”4. Y además ha dicho que en los últimos días, la ira se derramaría sobre la tierra sin mezcla5. La ira se define como la justa indignación de Dios, pero también como los casos sumamente humanos de fervor impulsivo o de enojo profundo y violento. La primera tiene que ver con la preocupación de un amoroso Padre cuyos hijos a menudo “no tienen afecto y aborrecen su propia sangre”6, mientras que la última surge de un pueblo que no “[tiene] ni orden ni misericordia… empedernido en su perversidad”7. Me temo que la tierra está pasando por ambas iras, y creo que la ira divina la provocan mayormente aquellos que agitan el corazón de los hombres a la iniquidad, a la calumnia y al odio violento.
Las primeras víctimas de la ira humana son la verdad y la comprensión. Santiago aconsejó que el hombre debía ser “pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”8. Tal como Enoc observó, el trono de Dios es de paz, justicia y verdad9. Ya sean amigos falsos o maestros deshonestos, artistas o animadores, comentaristas o personas que escriban a los diarios locales, buscadores de poder o riqueza, tengamos cuidado de aquellos que nos incitan a tal grado de ira que reprima la tranquila reflexión y los sentimientos caritativos.
En las aguas de Mormón, Alma exhortó a aquellos que estuvieran dispuestos a hacer un convenio con Dios a que fuesen testigos de Dios y a llevar las cargas los unos de los otros10. Nosotros, los que en verdad hemos concertado un convenio sagrado, debemos permanecer fieles al camino, la verdad y la vida, que es Jesucristo.
Los que hemos tomado sobre nosotros el nombre de Cristo, ¿nos hemos deslizado inadvertidamente en los hábitos de calumniar, criticar y en una actitud de prejuicio? Las diferencias personales, partidarias, de negocios o religiosas, ¿se han convertido en una forma de degradar a los que tienen diferentes puntos de vista? ¿Nos detenemos para entender la posición aparentemente distinta de los demás y buscamos, de ser posible, un terreno común?
Recuerdo que cuando era estudiante posgraduado, tuve que escribir una crítica sobre un destacado filósofo político; en ella era obvio que estaba en desacuerdo con él. La profesora me dijo que mi artículo era bueno, pero no lo suficiente; comentó que antes de empezar la crítica, debía presentar primeramente el argumento más convincente a favor del punto al que me oponía, algo que el filósofo mismo pudiese aceptar. Rehice el artículo. Aún tenía marcadas diferencias con el filósofo, pero lo comprendí mejor, y vi los puntos fuertes y las virtudes de su posición, así como sus limitaciones. Aprendí una lección que he puesto en práctica a lo largo de mi vida.
El general Andrew Jackson, al caminar a lo largo de la línea de la Batalla de Nueva Orleáns, dijo a sus hombres: “Caballeros, ¡eleven sus armas un poco más bajo!”. Creo que muchos de nosotros debemos elevar nuestras “armas” un poco más bajo. Por otro lado, debemos elevar el nivel de nuestras conversaciones privadas y públicas. Debemos evitar ridiculizar la posición de los demás, representándolos como “hombres de paja” por así decirlo, y proferir difamaciones injustificadas de sus motivos y su carácter. Como el Señor aconsejó, debemos apoyar a hombres y mujeres honrados, sabios y buenos, dondequiera que se encuentren, y reconocer que entre “todas las sectas, partidos y denominaciones” hay aquellos que no llegan a la verdad del Evangelio porque no saben dónde hallarla11. ¿Esconderíamos esa luz por haber entrado en la cultura de la calumnia, de catalogar a las personas, de ofender y de sentirnos ofendidos?
A veces es muy fácil caer en un espíritu de burla y hostilidad al tratar con los que piensan de manera contraria a la nuestra; desmoralizamos o degradamos a otras personas a fin de que se las desprecie y se desechen sus ideas; es una de las herramientas principales de los que ocupan el edificio grande y espacioso que el padre Lehi vio en visión12. Judas, el hermano de Cristo, amonestó diciendo que “habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu”13.
La burla está estrechamente relacionada con el espíritu de hostilidad. Los hostiles están predispuestos a buscar faltas y a aquellos que las cometen. De manera implícita o explícita, manifiestan una incredulidad despectiva hacia la sinceridad y la rectitud. Isaías habló de “los que se desvelan para hacer iniquidad” y “hacen pecar al hombre en palabra; los que arman lazo al que reprendía en la puerta, y pervierten la causa del justo con vanidad”14. En ese respecto, el Señor ha aconsejado en los postreros tiempos que “ces[emos] de criticar[nos] el uno al otro” y “sobre todo, [vistámonos], como con un manto, con el vínculo de la caridad, que es el vínculo de la perfección y de la paz”15.
El presidente George Albert Smith comentó: “No hay nada en el mundo que sea más nocivo o perjudicial para la familia humana que el odio, el prejuicio, la sospecha y la actitud de crueldad que algunas personas tienen hacia sus semejantes”16. En asuntos de política, amonestó diciendo: “Cada vez que su punto de vista político les dé motivo para hablar desfavorablemente de sus hermanos, sepan que están en terreno peligroso”17. Al referirse a la gran misión del reino de los últimos días, aconsejó lo siguiente: “Nosotros no pertenecemos a una iglesia militante; ésta es una Iglesia que ofrece paz al mundo. Nuestro deber no es ir al mundo y criticar a los demás, ni tampoco criticar a los hombres porque no comprendan; pero tenemos el privilegio de ir entre ellos, con bondad y amor, y dar a conocer la verdad que el Señor ha revelado en estos últimos días”18.
El Señor nos ha establecido como pueblo para una misión especial. Como le dijo a Enoc en tiempos antiguos, el día en que vivimos sería de oscuridad, pero también sería un período en el que la rectitud descendería de los cielos, y la verdad saldría de la tierra para dar una vez más testimonio de Cristo y de Su misión expiatoria. Como un diluvio, ese mensaje inundaría el mundo, y los elegidos del Señor serían congregados de los cuatro extremos de la tierra19. Dondequiera que vivamos, se nos ha formado como pueblo para ser instrumentos de la paz del Señor. En las palabras de Pedro, Dios nos ha reclamado Suyos para proclamar el triunfo de Aquel “que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios”20. No podemos darnos el lujo de implicarnos en un mundo que tiende a lanzar ofensas y a sentirse ofendido; más bien, tal como el Señor lo reveló tanto a Pablo como a Moroni, no debemos tener envidia ni ser jactanciosos; no debemos irritarnos fácilmente ni comportarnos indebidamente. No nos regocijamos en la iniquidad sino en la verdad; ciertamente éste es el amor puro de Cristo, a quien representamos21.
En un mundo acosado por la ira, el Profeta de nuestros días, el presidente Gordon B. Hinckley, ha aconsejado: “Ahora bien, hay mucho que podemos y que debemos hacer en estos tiempos peligrosos. Podemos dar nuestra opinión sobre los diversos aspectos de la situación, pero nunca digamos nada indebido ni participemos en actividades ilícitas con respecto a nuestros hermanos y a nuestras hermanas de las diversas naciones de un lado o del otro. Las diferencias políticas nunca justifican el odio ni la mala voluntad. Espero que los del pueblo del Señor estén en paz los unos con los otros durante los tiempos difíciles, sean cuales sean los casos de lealtades que tengan a los diversos gobiernos o partidos”22.
Como verdaderos testigos de Cristo en los últimos días, no caigamos en la oscuridad, al punto de que, en las palabras de Pedro, no tengamos “la vista muy corta”, sino que seamos fructíferos en el testimonio de Cristo y Su Evangelio restaurado, en pensamiento, en palabra y en obra23. Dios vive. Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. José Smith, el gran Profeta de la Restauración, fue el instrumento mediante el cual se nos ha constituido en un pueblo, guiado hoy día por un Profeta de Dios, el presidente Gordon B. Hinckley. Renovemos a diario en nuestro corazón el amor puro de Cristo y junto con el Maestro venzamos las tinieblas del mundo.
En el nombre de Jesucristo. Amén.