El don del albedrío
Si obedecemos los mandamientos de nuestro Padre Celestial, nuestra fe aumentará, lograremos más sabiduría y fortaleza espiritual, y nos será más fácil tomar decisiones correctas.
Hace algún tiempo, mientras conducía, me detuve en un semáforo en rojo. El automóvil que estaba delante de mí tenía un pequeño cartel adhesivo que decía: “Hago lo que quiero”.
Me pregunto por qué alguien escogería poner algo así en su vehículo. ¿Qué mensaje quería comunicar? Quizás el conductor del auto deseaba expresar públicamente que al hacer lo que él quería había alcanzado una libertad plena. Al meditar sobre ello, me di cuenta de que nuestro mundo sería bastante caótico si todos hicieran lo que quisieran.
Es obvio que existe cierta confusión en nuestra sociedad acerca de ese tema. En los medios de comunicación, en los anuncios publicitarios, en el entretenimiento y en todos lados encontramos generalizada la idea de que cuando alguien hace lo que quiere, entonces disfruta de libertad y es feliz. Eso sugiere que el único criterio que debemos tomar en cuenta en nuestras decisiones es si algo nos agrada, si es divertido o si está de acuerdo con nuestros deseos personales.
Nuestro Padre Celestial nos ha dado un concepto mejor. Se trata de Su gran plan de felicidad, que nos da libertad y felicidad verdaderas. En el Libro de Mormón leemos:
“Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos, a menos que sea por el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.
“Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él” 1.
Al venir a este mundo, traemos con nosotros de nuestro hogar celestial ese don y privilegio que Dios nos ha dado, al que llamamos albedrío. Nos da el derecho y el poder de tomar decisiones y de escoger. El albedrío es una ley eterna. El presidente Brigham Young, al hablar de nuestro albedrío, enseñó: “Ésta es una ley que ha existido desde las eternidades, y seguirá existiendo incluso a través de todas las eternidades venideras. Todo ser inteligente debe tener el poder de elegir”2.
El presidente Wilford Woodruff hizo la siguiente observación acerca del mismo tema: “Ese albedrío ha sido siempre la herencia del hombre bajo las normas y el gobierno de Dios. Lo poseía en el cielo de los cielos aun antes de que el mundo fuese, y el Señor lo preservó y lo defendió en contra de la agresión de Lucifer y de aquellos que estuvieron de su lado… En virtud de ese albedrío, tanto ustedes como yo y todo el género humano somos hechos seres responsables, somos responsables del sendero que tomemos, de la clase de vida que vivamos y de las obras que ejecutemos”3.
Cuando el Señor le enseñó a Abraham acerca de la naturaleza eterna de los espíritus y de que él había sido escogido antes de nacer, le explicó a Abraham uno de los propósitos importantes del venir a la tierra, al decirle: “Y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”4.
Por consiguiente, nuestro albedrío hace de nuestra vida en la tierra un período de prueba. Si no tuviésemos ese maravilloso don del albedrío, no seríamos capaces de demostrarle a nuestro Padre Celestial si estaremos dispuestos a hacer todo lo que Él nos mande.
Para poder utilizar nuestro albedrío, debemos tener un conocimiento del bien y del mal, debemos tener la libertad de tomar decisiones y, una vez que hayamos ejercido nuestro albedrío, habrá consecuencias que seguirán nuestras decisiones.
He aprendido que si obedecemos los mandamientos de nuestro Padre Celestial, nuestra fe aumentará, lograremos más sabiduría y fortaleza espiritual, y nos será más fácil tomar decisiones correctas.
Nuestro ejemplo extraordinario, el Señor Jesucristo, fue el ejemplo perfecto para todos nosotros de cómo utilizar el albedrío. En aquel concilio de los cielos, cuando se nos presentó el plan de nuestro Padre, en el que se nos dijo que tendríamos la oportunidad de venir a esta tierra y recibir un cuerpo, el Hijo Amado, quien fue el Amado y el Escogido del Padre desde el principio, le dijo a Su Padre: “Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”5.
Del mismo modo, debemos tomar decisiones utilizando el mismo criterio: En vez de decir: “Hago lo que quiero”, nuestro lema debería ser: “Hago lo que el Padre desea que yo haga”.
Si hacemos esto, podemos tener la certeza de que las bendiciones del Señor se derramarán sobre nosotros. Es posible que tengamos que tomar algunas decisiones cuando no es conveniente para nosotros; sin embargo, he aprendido que, a pesar de que el momento a veces no sea el más conveniente para lo que ya tenemos programado, si tomamos la decisión correcta, el Señor cuidará de nosotros a Su propia manera, aunque en ese momento no lo sepamos.
En 1989, cuando se nos transfirió de la Misión Alemania Hamburgo, a Alemania del Este con el fin de presidir la Misión Dresden, no era el momento más conveniente para nuestra familia. Nuestros hijos apenas se habían adaptado a su nueva escuela en Hamburgo y ahora tendrían que familiarizarse con el sistema socialista escolar de Alemania del Este. Una de nuestras hijas ni siquiera podía ir con nosotros, puesto que tenía que terminar sus estudios en Alemania occidental. Sin embargo, hemos aprendido de esa experiencia que aquello que nos pareció muy difícil al comienzo, a su debido tiempo se convirtió en una gran bendición para todos nosotros. El Señor tiene Su propia manera de ayudarnos con nuestros desafíos.
Mis queridos hermanos y hermanas, siento gran agradecimiento por el maravilloso don del albedrío que nuestro Padre Celestial nos ha dado. Estoy agradecido por saber que somos Sus hijos. Sé, mediante mis muchas experiencias, que Él nos ama y se preocupa por nosotros. Sé que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, nuestro Salvador y Redentor. Sé que el profeta José Smith vio al Padre y al Hijo y que él es el Profeta de la Restauración. Sé que el presidente Gordon B. Hinckley es el profeta de Dios hoy.
De eso testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.