La solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro
Equilibrar nuestras responsabilidades
El tema que se me ha asignado es el siguiente razonamiento de la proclamación sobre la familia: “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos”1. Deseo abordar el tema de un modo muy distinto del que suelen recibirlo en otras reuniones de capacitación, por lo que no haré muchas citas de manuales; en lugar de ello, deseo hablar con ustedes de corazón a corazón acerca de su servicio en el reino de nuestro Padre Celestial. El objetivo será ver si juntos podemos comprender con mayor claridad la forma de equilibrar nuestras responsabilidades de amar a nuestra familia y de cuidar de ella con los llamamientos especiales que nuestro Padre Celestial nos ha encomendado.
Cuando se organizó la Iglesia el 6 de abril de 1830, el profeta José Smith recibió la revelación que se encuentra registrada en la sección 21 de Doctrina y Convenios, parte de la cual dice:
“He aquí, se llevará entre vosotros una historia; y en ella serás llamado vidente, traductor, profeta, apóstol de Jesucristo, élder de la iglesia por la voluntad de Dios el Padre, y la gracia de tu Señor Jesucristo,
“habiendo sido inspirado por el Espíritu Santo para poner los cimientos de ella y edificarla para la fe santísima…
“Por tanto, vosotros, es decir, la iglesia, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba, andando delante de mí con toda santidad;
“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:1–2, 4–5).
Entre las primeras instrucciones que se dieron a esta Iglesia cuando fue organizada estaba la de acatar la inspiración y la revelación que viniera del Señor, por medio de Su profeta, al cumplir con nuestras responsabilidades de edificar Su reino. Él ha prometido dirigirnos por el camino que recorramos para llevar a cabo esta grandiosa obra.
El consejo del Profeta
Considero que el presidente Gordon B. Hinckley, nuestro profeta de la actualidad, nos dio la clave para equilibrar nuestras responsabilidades, en la reunión mundial de capacitación de líderes que se realizó el 21 de junio de 2003. En aquella transmisión, él dijo:
“De ustedes… es el privilegio de representar al Redentor del mundo al hacer avanzar esta obra. De ustedes es la oportunidad de hablar de la belleza de la sangre expiatoria del Señor Jesucristo por Sus hijos e hijas. ¿Podría haber mayor privilegio que ése?
“Regocíjense en el privilegio que tienen. Su oportunidad no durará para siempre. Muy pronto será tan sólo un recuerdo la gran experiencia que están teniendo ahora.
“Ninguno de nosotros realizará todo lo que pueda desear realizar. Pero hagamos lo mejor que podamos. Estoy convencido de que, entonces, el Redentor dirá: ‘Bien, buen siervo y fiel’… (Mateo 25:21)”2.
Como recordarán, en aquella transmisión él nos explicó nuestra responsabilidad cuatripartita. La primera se aplica al tema que tratamos en esta transmisión. Dijo:
“Primero, es fundamental que no desatiendan a su familia. Nada de lo que tienen es más valioso. Sus respectivas esposas y sus hijos merecen la atención del marido y padre. Al fin de cuentas, es esa relación familiar lo que llevaremos con nosotros a la vida venidera. Parafrasearé las palabras del pasaje de las Escrituras: ‘Porque ¿qué aprovechará al hombre si sirviere fielmente en la Iglesia y perdiere a su propia familia?’ (véase Marcos 8:36)”3.
Ése ha sido el mensaje constante de nuestros profetas desde los primeros días de la organización de la Iglesia. El lugar más importante para enseñar el Evangelio y para ejercer el liderazgo es el hogar, en la familia. Si seguimos esas instrucciones, daremos asignaciones y proyectaremos programas, actividades y clases que complementarán y apoyarán a nuestras familias.
Establecer el debido orden de prioridades
La forma en que empleemos el tiempo y en que conservemos el equilibrio en la vida es fundamental para la forma en que cumplamos con nuestros deberes familiares y con nuestro servicio en la Iglesia. Disciplínense para seguir el consejo del profeta sobre el modo de decidir el orden de prioridad de su tiempo.
Su compañero eterno
Para comenzar, analicen con su compañero o compañera eternos cuánto tiempo les hace falta estar juntos para fortalecer su matrimonio y demostrarse el amor que se tienen el uno al otro. Eso tiene prioridad absoluta.
La Iglesia está para ayudar a las personas y a las familias a venir a Cristo y alcanzar la vida eterna. La vida eterna es el máximo de todos los dones de Dios a Sus hijos, y ésta sólo se alcanza por conducto de la relación familiar, la cual debe comenzar con la unión entre marido y mujer, que es sagrada para el Señor y que no debe tratarse con liviandad. El convenio del matrimonio es imprescindible para el plan del Señor y es el propósito por el cual Él creó los cielos y la tierra. En todas las épocas de la historia, Él ha dado Su ley divina para amparar y proteger la santa unión entre marido y mujer.
Sus hijos
Segundo, tengan en cuenta las necesidades espirituales de sus hijos. ¿Cuánto tiempo es necesario para que estén seguros de que están cerca de ellos? Ustedes tienen la responsabilidad, como padres y madres, de fijar el tiempo adecuado para enseñarles, puesto que la instrucción más importante que los hijos recibirán en la vida debe provenir de sus padres. Debemos estar al tanto de lo que la Iglesia esté enseñando a nuestros hijos a fin de hacer concordar esa enseñanza con las instrucciones que demos a cada hijo o hija. Por ejemplo, en el folleto Para la fortaleza de la juventud, en la cita que se hace de la proclamación sobre la familia, se da a la gente joven el siguiente consejo acerca de la familia:
“Hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando [ésta] se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”4.
Y el consejo continúa así:
“El ser parte de una familia es una gran bendición. Tu familia te puede proporcionar compañía y felicidad; te puede ayudar a aprender principios correctos en un ambiente de cariño, y a prepararte para la vida eterna. No todas las familias son iguales, pero cada una de ellas es importante en el plan de nuestro Padre Celestial.
“Haz lo que esté de tu parte para crear un ambiente feliz en el hogar; sé alegre, servicial y considerado o considerada para con los demás. Muchos de los problemas que surgen en el hogar resultan porque los miembros de la familia dicen palabras hirientes y actúan de manera egoísta; ocúpate de las necesidades de los demás miembros de la familia; trata de ser un pacificador o una pacificadora en vez de fastidiar, pelear y discutir. Ten presente que la familia es la unidad más sagrada de la Iglesia”5.
El proveer para su familia
En el tercer lugar de prioridades, el deber más importante es proveer para nuestra familia. Cito otra vez lo que dice la proclamación sobre la familia:
“Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida”6.
Tenemos que adquirir de continuo conocimientos prácticos a fin de poder ganarnos la vida. En este mundo cambiante, debemos estar al día en el arte del saber, o los conocimientos que tengamos quedarán obsoletos. Aunque estemos ocupados en las asignaciones de la Iglesia, no perdamos las oportunidades de superarnos y de mejorar de ese modo el bienestar de nuestra familia. Eso nos requiere invertir el tiempo y la reflexión adecuados para prepararnos para el futuro.
Ese consejo se aplica tanto a las hermanas como a los hermanos. Aun cuando la responsabilidad de proveer para la familia pertenece principalmente al padre, en la proclamación se indica que las “incapacidades físicas, la muerte u otras circunstancias”7 también pueden requerir que ustedes, hermanas, empleen y aumenten sus conocimientos para proveer para su familia.
El prestar servicio en la Iglesia
En el cuarto lugar de nuestras prioridades, está nuestro deber con respecto al tiempo que dedicamos a las actividades de la Iglesia. Las familias Santos de los Últimos Días activas en la Iglesia valoran el tiempo que dedican a ésta y acomodan su vida familiar para hacerle lugar.
Los líderes deben tener muy presentes, sobre todo, las diversas situaciones familiares cuando extiendan llamamientos y creen así expectativas. Es muy probable que, en particular, el padre y la madre de hijos pequeños que tienen llamamientos que les exigen mucho salir de casa, lleguen a pensar que sus actividades en la Iglesia interfieren en su vida familiar. Los líderes de la Iglesia podrán ayudar en eso si reconocen y apoyan los esfuerzos que hacen los miembros por equilibrar el servicio a la Iglesia con sus responsabilidades familiares.
Hacer participar a nuestros familiares
Hay formas de revitalizar nuestra relación personal con nuestros familiares mientras servimos en los llamamientos de la Iglesia si los hacemos participar, cuando ello sea apropiado, en nuestro servicio a la Iglesia. Permítanme darles un ejemplo personal.
Mi padre fue mi obispo durante los primeros años de mi vida. Era un hombre ocupado con su exigente profesión de abogado; también participaba en asuntos cívicos y era muy solicitado para hablar en público. Y, naturalmente, era padre de seis hijos. Siempre agradecí que mi padre tuviera bien puesto el orden de prioridad de sus deberes. Mamá era para él lo primero, lo cual era evidente por el modo como la trataba, y a ello seguía su verdadera dedicación a sus hijos.
Cuando yo tenía unos seis años, recibí un carretón rojo de regalo de Navidad, el cual era exactamente como éste en miniatura. El carretoncito rojo resultó ser un auténtico vínculo de cariñosa amistad entre mi padre y yo. En su ocupada vida, él tenía que buscar las formas de hacer participar a sus familiares en las actividades sin disminuir su propio rendimiento.
Gran parte de su servicio de obispo tuvo lugar durante la Gran Depresión Económica de la década de 1930. Muchos de los miembros de nuestro barrio tenían necesidades apremiantes y, mi padre, como el obispo, tenía la responsabilidad de suministrarles los medios de sustento. Eso constituyó una buena actividad para el obispo y para su hijo con su carretoncito rojo.
Al llegar yo a casa de la escuela, hallaba apilados a un lado del garaje, harina, azúcar, trigo y otros artículos de primera necesidad, y comprendía que aquel atardecer mi padre y yo tendríamos la oportunidad de estar juntos.
Cuando él llegaba a casa, el carretón rojo estaba ya cargado con las provisiones que llevaríamos a alguna familia. Y así, los dos, caminando juntos y conversando, llevábamos a cabo nuestra asignación de bienestar al entregarles los víveres a los necesitados.
Pude presenciar personalmente el amor y el interés que un buen líder del sacerdocio tenía para con los miembros de su barrio. Y lo más importante es que tuve la ocasión de pasar unos momentos muy valiosos con mi padre.
Centrarse en las prioridades básicas
Permítanme instarlos a hacer lo que les enseñamos en la primera reunión mundial de capacitación de líderes. Les recordamos que todas las unidades de la Iglesia se encuentran en diferentes etapas de desarrollo y que todas tienen necesidades diferentes. Cuando proyectemos nuestros programas de la Iglesia, tenemos que tomar en consideración las familias.
Repito, les advertimos que no abrumen a los miembros con más de un llamamiento en la Iglesia además del de maestro orientador y de maestra visitante. Disciplínense para ceñirse al orden de prioridad de los deberes básicos, y se sorprenderán al ver la forma en la que la inspiración del Señor los dirigirá al llevar a cabo sus responsabilidades de ser siervos en Su reino.
El objetivo fundamental de la Iglesia restaurada es hacer más fácil el prestar ayuda al Señor en Su obra, que es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre, y brindar oportunidades de hacerlo. Logramos eso más que nada al fortalecer a las familias. En esta época de decadencia moral, de incertidumbre política, de disturbios internacionales y de inestabilidad económica, debemos realzar y magnificar nuestro objetivo de fortalecer y estabilizar las familias. El propósito definitivo de la Iglesia es ayudar a las familias a alcanzar la salvación y la exaltación en el reino eterno del cielo.
Guía para la familia
Hace varios años, publicamos la especial Guía para la Familia. Tenía por objeto que la utilizaran los miembros de la Iglesia, sobre todo los nuevos conversos y los que tienen una experiencia limitada en la Iglesia. Los instamos a emplearla. Comienza con la siguiente aseveración:
“La familia es la unidad básica de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y la unidad social más importante que pueda existir tanto en esta vida como en la eternidad. Dios ha establecido la familia para que Sus hijos sean felices, para que puedan aprender principios correctos en un ambiente de amor y para que se preparen para la vida eterna.
“El hogar es el lugar idóneo para enseñar, aprender y aplicar los principios del Evangelio”8.
Repito, los instamos a consultar las útiles enseñanzas de esta guía.
El ejemplo del Salvador
Nuestro Señor y Salvador ministró personalmente a las personas, elevando a los oprimidos, dando esperanza al desalentado y buscando a los descarriados. Mediante Sus palabras y Sus acciones, Él puso de manifiesto a las personas que las amaba, que las comprendía y que las valoraba. Él reconocía la naturaleza divina y el valor eterno de cada persona, individualmente. Aun cuando llamaba a las personas al arrepentimiento, Él condenaba el pecado sin condenar al pecador.
Al igual que nuestro Salvador, los líderes de la Iglesia debemos amar a las personas a las que prestamos servicio, manifestando afecto e interés hacia cada una, en forma individual. Que el Señor nos bendiga en la sagrada responsabilidad que Él nos ha dado es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.