“Yo también me llamo Paul Koelliker”
Hace varios años, mi esposa y yo visitamos Suiza con la esperanza de aprender más sobre nuestra historia familiar. Cuando llegamos a la ciudad de Glarus, a unos 30 minutos del Lago Zurich, nos dimos cuenta de que nuestras reservas del hotel se habían extraviado. El recepcionista del hotel lo lamentó mucho y procuró buscarnos otro lugar donde quedarnos. Tras varias llamadas infructuosas, dijo: “Ah, esperen un momento. Hay un pequeño hotel no muy lejos de aquí. El propietario ha estado de viaje por los Estados Unidos. Lo llamaré para ver si ya ha regresado”. Y así lo hizo. Nos enteramos de que el propietario acababa de llegar ese día y que su hotel estaba completamente vacío.
Éste se encontraba justo al pie de los Alpes, en la orilla de un hermoso lago. Durante una agradable cena, el propietario dijo: “Conozco a un Paul Koelliker. Vive en Glarus”. Cuando quise darme cuenta, nuestro nuevo amigo estaba hablando por teléfono con Paul Koelliker, de Glarus. Éste le preguntó si yo era de Salt Lake City. Cuando respondí que sí, dijo: “Ya conozco a ese hombre”.
En ese momento, me acordé de que hacía veinticinco años yo me encontraba sentado ante mi escritorio en mi oficina del edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia en Salt Lake cuando sonó el teléfono. La persona que llamaba dijo con un marcado acento alemán: “Me llamo Paul Koelliker. He visto en el directorio telefónico que usted también se llama así y me gustaría conocerlo”. Así que fui a su encuentro acompañado por mi padre y mi abuelo, y pasamos juntos unos agradables momentos. Me dio el nombre de algunos de sus antepasados, pero no logramos relacionarlos con los nuestros. No volvimos a vernos sino hasta que hice ese viaje a Suiza.
A primera hora del día siguiente fuimos a su oficina. Ese Paul Koelliker no sólo vive en Glarus, sino que es el director de los archivos del cantón de Glarus. Cuando le dije que estábamos intentando encontrar las raíces de nuestra familia, me respondió: “Creo que les puedo ayudar”. Nos llevó hasta el archivo, nos mostró los libros organizados por familias y nos dijo: “No puedo permitirles que fotocopien todo esto, sino que tendrán que escribirlo a mano”. De modo que, durante las siguientes siete horas, nos dedicamos a escribir lo más rápido que pudimos.
Regresamos de nuestro viaje a Suiza con los nombres de cientos de nuestros antepasados, por los cuales posteriormente efectuamos la obra del templo. Sabíamos que había muchos nombres más en espera en el archivo de Glarus. Nuestra familia siente de manera insistente la impresión espiritual de que esos nombres nos están esperando. Sé que el Señor nos ayudará a encontrar a nuestros antepasados si actuamos de acuerdo con las impresiones del Espíritu.