2008
La Primera Visión
Junio de 2008


Ven y escucha la voz de un profeta

La Primera Visión

De un discurso de la conferencia general de abril de 2005.

President Dieter F. Uchtdorf

Mientras crecía en Alemania, asistí a la Iglesia en muchos y diferentes lugares y circunstancias: en humildes habitaciones detrás de un edificio, en mansiones impresionantes y en capillas modernas y muy funcionales. Todos esos edificios tenían un importante factor en común: En ellos estaba presente el Espíritu de Dios; el amor del Salvador se podía sentir a medida que nos reuníamos en calidad de familia de rama o de barrio.

En la capilla de Zwickau había un viejo órgano impulsado por aire. Todos los domingos se asignaba a un jovencito para que subiera y bajara la firme palanca de los fuelles que hacían funcionar el órgano. A veces tenía el gran privilegio de ayudar en esa importante tarea.

Mientras la congregación cantaba nuestros amados himnos de la Restauración, yo bombeaba con todas mis fuerzas para que al órgano no se le acabara el aire. El operador de los fuelles se sentaba en un asiento desde donde se apreciaba un vitral que embellecía la parte del frente de la capilla. En el vitral se representaba la Primera Visión, estando José Smith arrodillado en la Arboleda Sagrada, mirando hacia el cielo un pilar de luz.

Durante los himnos de la congregación, e incluso durante los discursos y los testimonios de los miembros, yo solía contemplar esa representación de uno de los momentos más sagrados de la historia del mundo. En mi mente, veía a José en el momento en el que recibía conocimiento, testimonio e instrucciones divinas al convertirse en un bendito instrumento en las manos de nuestro Padre Celestial.

Sentía un espíritu especial al contemplar la bella escena de ese vitral, la de un jovencito creyente en una arboleda sagrada, que tomó la valiente decisión de orar con fervor a nuestro Padre Celestial, quien lo escuchó y le respondió con amor.

En ese entonces, era yo un jovencito de la Alemania de la posguerra, tras la Segunda Guerra Mundial, que vivía en una ciudad en ruinas, a miles de kilómetros de distancia de Palmyra, Estados Unidos, y más de cien años después de que ese hecho se llevó a cabo. Por medio del poder universal del Espíritu Santo, sentía en mi corazón y en mi mente que era verdad, que José Smith vio a Dios y a Jesucristo, y oyó Sus voces.

El Espíritu de Dios le dio consuelo a mi alma a esa tierna edad, con la certeza de la realidad de ese momento sagrado que resultó en el inicio de un movimiento mundial que había de “rodar, hasta que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2). En aquel entonces creí el testimonio de José Smith sobre esa gloriosa experiencia en la Arboleda Sagrada, y hoy día lo sé. ¡Dios le ha hablado de nuevo a la humanidad!