Padres e hijos: Una relación excepcional
Los padres y los hijos pueden desempeñar un papel muy importante en ayudarse mutuamente a alcanzar su máximo potencial.
Es un panorama maravilloso verlos a todos ustedes, los padres sentados hombro a hombro con sus hijos para escuchar las enseñanzas del Señor y recibir consejo de las Autoridades Generales. Es siempre una alegría unirme a hombres y jóvenes del sacerdocio, pero ver aquí a padres e hijos juntos es algo especial. Es un recordatorio visual de dos de los elementos más poderosos de nuestra teología: el sacerdocio y la familia. El sacerdocio es el poder divino mediante el cual las familias son selladas por la eternidad. Todo en el evangelio restaurado de Jesucristo, incluso las ordenanzas del santo templo, se centra en la posibilidad de que las familias individuales lleguen a formar parte de la familia eterna de Dios.
Esta noche quisiera hablarles a ustedes, padres e hijos, sobre la forma en que se hablan el uno al otro. No existe otra relación como la que puede y debe existir entre un muchacho y su papá. Puede ser una de las relaciones más afectivas y gozosas de la vida, una que puede tener un profundo impacto en lo que tanto los hijos como los padres lleguen a ser. Ahora bien, comprendo que algunos de los jóvenes no tienen padres con quienes puedan tener este tipo de conversaciones; y algunos de ustedes, los hombres, no tienen hijos o han perdido a sus hijos debido a un accidente o una enfermedad. Pero mucho de lo que diré esta noche se aplica a los tíos, abuelos, líderes del sacerdocio y otros consejeros que en ocasiones llenan el vacío de esas importantes relaciones entre padre e hijo.
Como saben, todos estamos en una jornada. Los papás ya han avanzado un poco más por el camino, pero ninguno de nosotros ha llegado todavía al destino final. Todos estamos en el proceso de llegar a ser lo que algún día seremos. Los padres y los hijos pueden desempeñar un papel muy importante en ayudarse mutuamente a alcanzar su máximo potencial.
Sé que la relación entre padres e hijos nunca es perfecta, pero todo lo que voy a sugerirles esta noche es posible si ponen empeño para que así sea.
Jóvenes: ustedes son el orgullo y la alegría de su padre. En ustedes ellos ven un futuro prometedor y la esperanza de una versión mejor, perfeccionada, de sí mismos. Los logros de ustedes les producen gran alegría; las preocupaciones y los problemas de ustedes también son los de ellos.
Padres: para los hijos, ustedes son el modelo principal de hombría. Son el mentor de mayor importancia para ellos y, aunque no lo crean, ustedes son el héroe de ellos en incontables formas. Sus palabras y su ejemplo tienen gran influencia en ellos.
Esta noche quiero dar a los jóvenes tres sugerencias sencillas de cómo sacar el máximo provecho de la relación con su padre. Luego, quiero dar a los padres tres sugerencias en cuanto a relacionarse y comunicarse con sus hijos.
A ustedes, poseedores del Sacerdocio Aarónico: pienso que al hacer estas tres cosas lograrán que la relación con su padre sea aún mejor de lo que es ahora.
Primero, confíen en su padre. Él no es perfecto, pero los ama y nunca haría nada que no pensara que fuese para beneficio de ustedes. Así que, hablen con él; exprésenle sus pensamientos y sentimientos, sus sueños y temores. Cuanto más sepa él sobre la vida de ustedes, más posibilidades tiene de comprender sus preocupaciones y de darles buenos consejos. Al confiar en su papá, él sentirá la responsabilidad de esa confianza y se esforzará más que nunca por comprender y ayudar. Como padre, él tiene el derecho a recibir inspiración para ustedes. Los consejos que les dé serán expresiones sinceras de alguien que los conoce y los ama. Lo que más desea su papá es que sean felices y que tengan éxito; entonces, ¿por qué no confiar en alguien así? Muchachos, confíen en su papá.
Segundo, interésense por la vida de su padre. Pregúntenle en cuanto a su trabajo, sus intereses, sus metas. ¿Cómo decidió dedicarse al trabajo que realiza? ¿Cómo era él cuando tenía la edad de ustedes? ¿Cómo conoció a la mamá de ustedes? Conforme aprendan más de él, quizá se den cuenta de que conocer las experiencias que él tuvo les ayude a comprender mejor por qué responde él de la manera que lo hace. Obsérvenlo. Presten atención a la forma en que trata a la mamá de ustedes. Fíjense cómo cumple con sus llamamientos en la Iglesia; cómo se relaciona con otras personas. Les sorprenderá lo que aprenderán de él simplemente por observarlo y escucharlo. Piensen en lo que no saben de él y averígüenlo. Con lo que aprendan, aumentará el amor y la admiración por él y lo comprenderán mejor. Jóvenes, interésense en la vida de su papá.
Y tercero, pídanle consejos a su padre. Seamos sinceros: probablemente les dé consejos ya sea que se los pidan o no, ¡pero funciona tanto mejor cuando ustedes se los piden! Pídanle su consejo en cuanto a la actividad en la Iglesia, las clases, los amigos, la escuela, las citas con las chicas, los deportes y otros pasatiempos. Pídanle consejos sobre las asignaciones que ustedes tengan en la Iglesia, la preparación para la misión y las decisiones que tengan que tomar. No hay nada que demuestre mayor respeto por otra persona que pedirle un consejo, porque lo que realmente se dice al pedir un consejo es: “Aprecio lo que sabes y las experiencias que has tenido, y valoro tus ideas y sugerencias”. Es muy agradable para un padre escuchar esas cosas de su hijo.
Por experiencia propia sé que los padres a los que se les pide consejo se esfuerzan más por dar consejos buenos, sensatos y útiles. Cuando piden el consejo de su padre, no sólo reciben el beneficio de sus comentarios, sino también le brindan un poco más de motivación para esforzarse para ser un mejor padre y un mejor hombre. Pensará con mayor detenimiento en cuanto a lo que les aconseje, y pondrá mayor empeño en predicar con el ejemplo. Jóvenes, ¡pidan el consejo de su padre!
Y bien, padres, ahora les toca a ustedes. Hablemos sobre algunas cosas que pueden hacer para mejorar la relación con sus hijos. Observarán que hay una conexión entre las tres sugerencias que les voy a dar a ustedes y las tres que les di a sus hijos. No es una coincidencia.
Primero, padres, escuchen a sus hijos; realmente escúchenlos. Hagan las preguntas apropiadas y escuchen lo que ellos les digan cada vez que pasen unos minutos juntos. Ustedes necesitan saber —no adivinar, sino saber— lo que sucede en la vida de su hijo. No supongan que saben lo que él siente sólo porque ustedes fueron jóvenes una vez. Sus hijos viven en un mundo muy diferente de aquél en el que ustedes se criaron. Cuando ellos compartan con ustedes lo que está sucediendo, tendrán que escuchar con mucha atención, sin juzgarlos, a fin de comprender lo que ellos están pensando y por lo que están pasando.
Busquen su propia mejor manera de lograr una conexión con ellos. A algunos padres les gusta llevar a los hijos a pescar o a algún evento deportivo. A otros les gusta ir a pasear tranquilamente en auto o trabajar juntos en el jardín. Algunos se dan cuenta de que a los hijos les gusta conversar por la noche justo antes de irse a dormir. Hagan lo que funcione mejor para ustedes. La relación con cada uno de ellos debe ser parte rutinaria de su responsabilidad en cuanto a sus hijos. Todos los meses, cada padre debe tener por lo menos una conversación directa y de calidad con los hijos durante la cual hablen sobre cosas específicas tales como los estudios, los amigos, los sentimientos, los videojuegos, los mensajes de texto, la dignidad, la fe y el testimonio. El lugar o el momento en que se lleve a cabo no son tan importantes como el hecho de que se haga.
¡Y qué necesario es que los padres escuchen! Recuerden, la conversación en la que ustedes hablan el 90 por ciento del tiempo no es una conversación. Empleen la palabra “sientes” o “piensas” con tanta frecuencia como resulte apropiado en las charlas con sus hijos. Pregunten: “¿Cómo te sientes acerca de lo que estás aprendiendo en esa clase?”, “¿qué piensas sobre lo que dijo tu amigo?”, “¿qué sientes en cuanto al sacerdocio y la Iglesia?”.
No piensen que tienen que tratar de arreglar o resolver todo durante esas charlas. La mayor parte del tiempo, lo mejor que pueden hacer es simplemente escuchar. Los padres que escuchan más de lo que hablan descubren que los hijos comparten más sobre lo que realmente sucede en la vida de ellos. Padres, escuchen a sus hijos.
Segundo, oren con los hijos y por ellos. Denles bendiciones del sacerdocio. Un hijo que esté preocupado por un examen importante o por un acontecimiento especial seguramente se beneficiará con una bendición del sacerdocio del padre. Las ocasiones tales como el inicio de un nuevo año escolar, un cumpleaños o el empezar a salir en citas con chicas pueden ser momentos oportunos para invocar una bendición del Señor para su hijo. Hacer una oración los dos juntos y compartir su testimonio puede acercarlos más el uno al otro y también acercarlos más al Señor.
Soy consciente de que muchos de ustedes, los padres, sufren por los hijos que se han desviado y a los que el mundo está atrapando, al igual que Alma y Mosíah se preocupaban por sus hijos. Sigan haciendo todo lo posible por mantener relaciones familiares estrechas. Nunca se den por vencidos, aun cuando lo único que puedan hacer sea orar fervientemente por ellos. ¡Esos preciosos hijos suyos son sus hijos para siempre! Padres, oren con sus hijos y bendíganlos.
Tercero, atrévanse a tener conversaciones de temas difíciles con sus hijos. Ustedes saben a lo que me refiero: charlas sobre las drogas y el alcohol, sobre los peligros de los medios de comunicación actuales —internet, tecnología cibernética y pornografía— y sobre la dignidad en el sacerdocio, el respeto hacia las chicas y la pureza moral. Aunque éstos no deben ser los únicos temas sobre los que hablen con sus hijos, no traten de evitarlos. Sus hijos necesitan el consejo, la guía y los comentarios de ustedes sobre esos temas. Conforme hablen sobre estos asuntos tan importantes, se darán cuenta de que la confianza entre los dos se incrementará.
Me preocupa especialmente que nos comuniquemos abierta y claramente con los hijos en cuanto a los asuntos sexuales. Sus hijos están creciendo en un mundo que abiertamente acepta la promiscuidad prematura, casual y descuidada, y que hace alarde de ella. Sus hijos simplemente no pueden evitar las obvias imágenes, los mensajes y señuelos sexuales que los rodean. Los padres y los líderes de la Iglesia deben tener conversaciones abiertas y frecuentes que enseñen y aclaren la forma en que los jóvenes del sacerdocio deban abordar este asunto. Sean positivos en cuanto a lo maravillosa y hermosa que puede ser la intimidad física cuando ocurre dentro de los límites que el Señor ha fijado, entre ellos los convenios del templo y el compromiso del matrimonio eterno. Los estudios demuestran que el arma más grande para disuadir la actividad sexual promiscua es una actitud sana que vincule dichas relaciones personales con un compromiso genuino y un amor maduro. Padres, si no han tenido esa “seria charla” con sus hijos, por favor háganlo, y pronto.
Y ahora, para terminar, quisiera dirigirme a todos los ex misioneros. Todo lo que he dicho esta noche también se aplica a ustedes. Confíen en su padre. Pueden tener una relación más estrecha con él de la que hayan tenido antes, sin importar cómo era antes de la misión. Durante los próximos años, tomarán las decisiones más importantes de la vida. Junto con la oración al Padre Celestial, el consejo de su padre terrenal puede ayudarles a tomar las decisiones relacionadas con su educación, la elección de una carrera y el matrimonio. La decisión más importante que tomarán en esta vida ¡es la de casarse con la joven correcta en el templo! Mientras que nadie debe apresurar esa importante decisión, todo ex misionero debe estar trabajando en ello. Estén en los lugares donde puedan conocer la clase apropiada de amigos; y salgan en citas. El simplemente “pasarla juntos” no es la manera de hacerlo, ¡ni es suficiente! El “cortejo” parece ser un arte que se ha perdido; ¡vuelvan a descubrirlo! ¡Realmente funciona! ¡Pregúntenle a su padre; él lo sabe! No se desvíen por el camino del mundo; más bien, mantengan la dignidad y el espíritu que disfrutaron en la misión. La Iglesia necesitará su liderazgo en el futuro.
Y padres, las tres sugerencias que les di hace unos momentos también se aplican a la relación de ustedes con sus hijos ex misioneros. Escúchenlos y mantengan un vínculo con ellos mediante una conversación regular y directa. Hablen con ellos a fondo sobre sus sentimientos y deseos; oren con ellos y denles bendiciones a medida que afronten las decisiones importantes del futuro.
Estoy agradecido por mis hijos y por mis yernos que me han enseñado tanto, y ruego que Dios nos bendiga a todos como padres e hijos, para que honremos el sacerdocio y que nos amemos unos a otros al hacer de nuestra relación mutua una de las grandes y eternas prioridades de la vida. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.