2009
Nuestro ejemplo perfecto
Noviembre de 2009


Nuestro ejemplo perfecto

El mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo es que podemos y debemos tener la expectativa de llegar a ser mejores mientras vivamos.

President Henry B. Eyring

Me siento bendecido por tener la oportunidad de hablarles en este día de reposo. Aunque nuestras circunstancias y experiencias son diferentes, compartimos el deseo de llegar a ser mejores de lo que somos. Puede que haya algunos pocos que equivocadamente piensen que son suficientemente buenos, y otros que hayan abandonado la lucha por tratar de ser mejores pero, para todos, el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo es que podemos y debemos tener la expectativa de llegar a ser mejores mientras vivamos.

Parte de esa expectativa se establece para nosotros en una revelación dada por Dios al profeta José Smith. La misma describe el día en que estaremos frente al Salvador, lo cual nos sucederá a todos. Nos dice qué hacer para prepararnos y lo que debemos esperar.

Está en el libro de Moroni: “Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro. Amén”1.

Eso debería ayudarles a comprender por qué todo Santo de los Últimos Días creyente es un optimista en cuanto a su futuro, no importa lo difícil que sea el presente. Nosotros creemos que al vivir el evangelio de Jesucristo podemos llegar a ser como el Salvador, que es perfecto. El considerar los atributos de Jesucristo debería aplastar el orgullo de la persona satisfecha de sí misma que piensa que no tiene necesidad de mejorar; y aun la persona más humilde puede encontrar esperanza en la invitación de llegar a ser como el Salvador.

Para mí, la forma en que se producirá esa maravillosa transformación está expresada en una canción que se escribió para los niños. Recuerdo haber observado los rostros en un salón lleno de niños que la cantaron un domingo. Todos los niños estaban inclinados hacia adelante, sentados casi al borde de la silla. Pude ver la luz en sus ojos y la resolución en sus rostros mientras cantaban con entusiasmo. Ustedes también deben haber oído esa canción; espero que resuene para siempre en nuestra memoria. Sólo espero poder darle el sentimiento que le dieron aquellos niños.

Yo trato de ser como Cristo y hacer lo que hizo Él.

El mismo amor que Él mostró yo quiero mostrar también.

Me tienta a veces el mal a obrar,

mas la voz del Espíritu me empieza a hablar,

dice: “Ama a otros cual Cristo te ama.

Sé bondadoso y tierno y fiel”.

Pues esto es lo que Jesús nos enseña.

Yo quiero seguirlo a Él2.

A mí me pareció que no sólo estaban cantando, sino que estaban declarando su resolución. Jesucristo era su ejemplo; ser como Él era la meta que se habían fijado; y sus rostros ansiosos y ojos iluminados me convencieron de que ellos no tenían dudas; esperaban lograrlo. Ellos creían que la instrucción del Salvador de ser perfectos no era una esperanza sino un mandamiento y estaban seguros de que Él había preparado el camino.

Esa resolución y confianza puede y debe estar en el corazón de todo Santo de los Últimos Días. El Salvador ha preparado el camino por medio de Su Expiación y Su ejemplo; y aun los niños que cantaron esa canción sabían cómo lograrlo.

El amor es el principio motivador mediante el cual el Señor nos conduce por el camino para llegar a ser como Él, nuestro ejemplo perfecto. Nuestro modo de vivir, hora tras hora, debe estar lleno de ese amor a Dios y del amor por los demás. Eso no es una sorpresa, ya que el Señor los declaró como su primer y segundo grandes mandamientos. El amor a Dios es el que nos llevará a guardar Sus mandamientos; y el amor por los demás nos da la capacidad de obedecerlo.

Así como Jesús usó a un niño durante Su ministerio terrenal como ejemplo para el pueblo del amor puro que deben y pueden tener a fin de ser como Él, Él nos ha dado la familia como ejemplo de un entorno ideal en el cual podemos aprender a amar de la manera que Él ama.

Eso es debido a que las experiencias más felices y las más dolorosas se tienen dentro de las relaciones familiares. La felicidad viene al poner el bienestar de los demás por encima del nuestro; eso es lo que significa el amor. Los dolores vienen ante todo a causa del egoísmo, que es la ausencia de amor. El ideal de Dios para nosotros es que establezcamos una familia de una manera que con más probabilidad nos lleve hacia la felicidad y nos aleje del pesar. El hombre y la mujer han de hacer convenios sagrados de que tendrán como objetivo central de su vida el bienestar y la felicidad del otro. Los niños nacerán dentro de una familia donde los padres consideren las necesidades de los hijos tan importantes como las suyas; y los hijos deben amar a los padres y amarse unos a otros.

Ése es el ideal de una familia con amor. En muchos de nuestros hogares se encuentran las palabras “Nuestra familia puede ser eterna”. Cerca de mi casa hay una lápida de una mujer que fue madre y abuela. Ella y su esposo se sellaron en el templo de Dios, el uno al otro y a su posteridad, por esta vida y por la eternidad. La inscripción en la lápida dice: “Por favor, que no queden sillas vacías”. Ella pidió que se escribiera eso porque sabía que el hecho de que la familia estuviese junta dependía de las decisiones que cada miembro tomara. Las palabras “por favor” están allí porque ni Dios ni ella pueden obligar a otra persona a escoger la felicidad; y está Satanás, que quiere el sufrimiento y no la felicidad para las familias en esta vida y en la venidera.

Hoy quisiera sugerir algunas cosas que podrán parecer difíciles, pero que les darán la certeza de haber reunido los requisitos para que no haya sillas vacías en su familia en el mundo venidero.

Primero, doy consejo a los esposos y a las esposas. Pidan en oración tener el amor que les permita ver siempre lo bueno en su cónyuge; pidan tener el amor que haga que las debilidades y los errores parezcan insignificantes; supliquen el amor que haga que el gozo del cónyuge sea el de ustedes también; pidan el amor que aminore la carga y alivie los pesares de su cónyuge.

Fui testigo de esto en el matrimonio de mis padres. En la etapa final de la enfermedad de mi madre, cuanto más sufría ella, más se esforzaba mi padre por darle consuelo. Él solicitó en el hospital que le pusieran una cama en el cuarto de ella, ya que estaba resuelto a estar a su lado para que a ella no le faltara nada. Todas las mañanas caminaba varios kilómetros para ir al trabajo, y otros por la noche para volver al lado de ella durante ese difícil periodo. Creo que un don que Dios le concedió fue que creciera su poder para amar cuando eso era tan importante para ella. Pienso que él hacía por amor lo que Jesús hubiera hecho.

Ahora doy consejo a los padres de un hijo descarriado: El Salvador es el ejemplo perfecto de perseverar con amor. Recordarán Sus palabras de consuelo a los del pueblo nefita que anteriormente habían rechazado la invitación de venir a Él. Se dirigió a los sobrevivientes de la destrucción que ocurrió después de Su crucifixión: “¡Oh vosotros de la casa de Israel, a quienes he preservado, cuántas veces os juntaré como la gallina junta sus polluelos bajo las alas, si os arrepentís y volvéis a mí con íntegro propósito de corazón!”3.

La historia del hijo pródigo nos da esperanza a todos. El pródigo recordó el hogar, al igual que lo harán los hijos de ustedes; ellos sentirán el amor que los atraerá de nuevo a ustedes. El élder Orson F. Whitney hizo una promesa en la conferencia general de 1929, que sé que es verdadera, a los padres fieles que honran el sellamiento a sus hijos efectuado en el templo: “Aunque algunas ovejas se descarríen, el ojo del Pastor está sobre ellas, y tarde o temprano sentirán los tentáculos de la Divina Providencia que tratarán de alcanzarlos y traerlos de nuevo al redil”.

Más adelante, agrega: “Oren por sus hijos descuidados y desobedientes; aférrense a ellos con su fe; tengan esperanza, tengan confianza, hasta que vean la salvación de Dios”4. Ustedes pueden orar por sus hijos, amarlos y tenderles una mano con la confianza de que Jesús también les tiende la mano. Cuando se siguen esforzando, hacen lo que Jesús hace.

Ahora doy mi consejo a los hijos. El Señor les dio un mandamiento con una promesa: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor tu Dios te da”5. Es el único de los Diez Mandamientos que tiene una promesa. Tal vez sus padres ya no vivan; en algunos casos, quizás piensen que sus padres no son dignos del honor y del respeto de los hijos; es posible que jamás los hayan conocido, pero ustedes les deben la vida, y en cada uno de los casos, aun si no se les prolonga la vida, la calidad de ésta mejorará simplemente por recordar a los padres con honor.

Ahora me dirijo a aquellos que han adoptado a las familias de otras personas como si fuesen las suyas propias: Tengo amistades que se acuerdan de los cumpleaños de mis hijos mejor que yo. Mi esposa y yo hemos tenido amistades que casi nunca olvidan visitarnos o recordarnos algún día festivo particular. Siempre me conmueve cuando alguien empieza una conversación diciendo: “¿Cómo está su familia?”, y después esperan la respuesta con el rostro lleno de amor; prestan atención cuando hago una descripción de la vida de cada uno de mis hijos. Su amor me ayuda a sentir de manera más profunda el amor del Salvador por nuestros hijos. Al preguntar ellos, percibo que sienten lo que Jesús siente y preguntan lo que Él preguntaría.

A todos nosotros tal vez nos sea difícil apreciar en nuestra vida un mayor poder para amar y para ver que nos parecemos cada vez más al Salvador, nuestro ejemplo perfecto. Deseo darles ánimo. Ustedes han tenido evidencia de que están avanzando por el camino para ser más semejantes a Jesús. Sería de ayuda el que recordaran que a veces se han sentido como un niño pequeño, incluso en medio de preocupaciones y pruebas. Piensen en esos niños que cantaron la canción; piensen en las ocasiones, tal vez recientemente, en que se sintieron como esos niños, que cantaban: “Yo trato de ser como Cristo y hacer lo que hizo Él”. Recordarán que Jesús les pidió a Sus discípulos que le llevaran a los niños pequeños, y dijo: “Dejad a los niños venir a mí… porque de los tales es el reino de Dios”6. Ustedes han sentido la paz de un pequeño niño puro las veces que han tratado de ser como Jesús.

Tal vez haya sido cuando se bautizaron. Él no tuvo necesidad del bautismo, porque era puro; pero cuando ustedes se bautizaron, tuvieron la sensación de haber quedado limpios, como un niño. Cuando el Señor fue bautizado, los cielos se abrieron y Él oyó la voz de Su Padre Celestial: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”7. Ustedes no oyeron una voz, pero sintieron la aprobación de nuestro Padre Celestial por haber hecho lo que Jesús hizo.

Lo han sentido en la familia al pedir el perdón de su esposo o esposa o al perdonar a un hijo por algún error o alguna desobediencia. Esos momentos se presentarán con más frecuencia al tratar de hacer las cosas que saben que Jesús haría. Debido a la expiación de Él por ustedes, al obedecerle como un niño, percibirán el amor que el Salvador tiene por ustedes y el que ustedes tienen por Él. Ése es uno de los dones que se prometen a Sus fieles discípulos. Y este don no sólo lo reciben ustedes, sino también los miembros amorosos de su familia. La promesa se dio en 3 Nefi: “Y todos tus hijos serán instruidos por el Señor; y grande será la paz de tus hijos”8.

Espero que hoy salgan en busca de oportunidades para hacer lo que Él hizo y amar como Él ama. Les prometo que la paz que sintieron cuando eran niños la volverán a sentir con frecuencia, y permanecerá con ustedes. La promesa que les hizo a Sus discípulos es verdadera: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da”9.

Ninguno de nosotros es todavía perfecto, pero podemos tener una frecuente certeza de que estamos en ese camino; Él nos dirige y nos invita a seguirlo.

Testifico que el camino es la fe en Jesucristo, el bautismo, recibir el Espíritu Santo y perseverar con amor en guardar Sus mandamientos. Testifico que el Padre vive y nos ama. Él ama a Su Amado Hijo, el Señor Jesucristo, quien es nuestro ejemplo perfecto. José Smith fue el profeta de la Restauración. Él vio al Padre y al Hijo. Sé que es verdad. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene el poder del sacerdocio para ofrecer las ordenanzas que nos permiten ser cada vez mejores y ser más semejantes al Salvador y a nuestro Padre Celestial. Les dejo mi bendición para que sientan la certeza y la aprobación que sintieron cuando eran niños. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Moroni 7:48.

  2. “Yo trato de ser como Cristo”, Canciones para los Niños, págs. 40–41.

  3. 3 Nefi 10:6.

  4. Orson F. Whitney, en Conference Report, abril de 1929, pág. 110.

  5. Mosíah 13:20.

  6. Marcos 10:14.

  7. Mateo 3:17.

  8. 3 Nefi 22:13.

  9. Juan 14:27.