Aférrense
Nuestro Padre Celestial no nos ha abandonado durante nuestra probación en la tierra. Nos ha provisto de todo el “equipo de seguridad” necesario para regresar satisfactoriamente a Él.
Hace varios años me llamó la atención un breve artículo de un periódico local que desde ese entonces no he podido olvidar: “Cuatro personas murieron y siete trabajadores fueron rescatados después de pasar más de una hora aferrados a la parte inferior de un puente de unos cuarenta metros de altura en St. Catharines, Ontario, [Canadá], cuando el andamio en el que estaban trabajando se vino abajo” (“News Capsules”, Deseret News, 9 de junio de 1993, pág. A2).
Esta breve historia me tuvo, y aún me tiene, deslumbrada. Después de leerla, llamé a una amiga que vivía en St. Catharines. Me dijo que los obreros llevaban aproximadamente un año pintando el puente Garden City Skyway y sólo les quedaban dos semanas para terminar el proyecto cuando ocurrió el accidente. Después del accidente se preguntó a los responsables por qué aquellos hombres no disponían de ningún equipo de seguridad. La respuesta fue simple: tenían el equipo de seguridad, pero habían optado por no ponérselo. Cuando el andamio se desplomó, los sobrevivientes se aferraron a un borde de apenas tres centímetros de una viga de acero; permanecieron más de una hora de pie sobre un saliente de veinte centímetros hasta que los equipos de rescate lograron bajarlos. Un sobreviviente relató que pensó mucho en su familia mientras se agarraba al puente. Él mencionó: “Sólo deseo agradecer al Señor el estar vivo… déjame decirte, me dio bastante miedo” (en Rick Bogacz, “Skyway Horror”, Standard, 9 de junio de 1993).
De este incidente se pueden aprender muchas lecciones y hacer muchas comparaciones. Si bien la mayoría de nosotros jamás tendrá que verse en una situación tan dramática, entre la vida y la muerte, muchos sentimos que estamos viviendo un momento angustioso.
Quizá sintamos como que estamos aferrados al borde de tres centímetros de una viga de acero. El período de probación terrenal no es fácil y no es breve. Tenemos la bendición de venir a esta tierra y obtener un cuerpo mortal, y esta vida es nuestra oportunidad de demostrar nuestra valía y ejercitar el albedrío (véase Abraham 3:25). Podemos escoger seguir el plan de salvación (véase Jarom 1:2; Alma 42:5; Moisés 6:62) y redención (véase Jacob 6:8; Alma 12:25; 42:11) de nuestro Padre Celestial, o podemos tratar de forjar nuestro propio camino. Podemos ser obedientes y guardar Sus mandamientos, o podemos rechazarlos y afrontar las consecuencias que seguramente vendrán como resultado de ello.
A causa de eso, nuestros deberes y funciones en la vida también son peligrosos, pero debemos hacerle frente a los desafíos. Tal vez experimentemos la soledad, vivamos relaciones tensas, se traicione nuestra confianza, tengamos tentaciones o adicciones, nuestro cuerpo físico tenga limitaciones o perdamos el tan necesario empleo. Puede que nuestros problemas tengan que ver con sentimientos de decepción porque no hemos podido materializar nuestras esperanzas y sueños justos según nuestro plan. Tal vez dudemos de nuestra capacidad y temamos la posibilidad de fracasar incluso en nuestros llamamientos en la Iglesia o en la familia. Los problemas y los peligros que encaramos actualmente, incluso la tolerancia de la sociedad hacia el pecado, ya ha sido predicha por profetas antiguos y vivientes. Estos desafíos son tan peligrosos y reales como la amenaza de una muerte segura al caer desde un puente de cuarenta metros de altura.
Mi vida no es perfecta. También yo tengo muchos de esos problemas. Todos los tenemos. Sé que las tentaciones del adversario y las dificultades de la vida terrenal siempre están presentes y que siempre nos acosan. Estoy de acuerdo con las palabras del obrero rescatado referentes a la peligrosa experiencia de mantenerse aferrado a aquella viga de acero: “Déjame decirte, me dio bastante miedo”.
No obstante, es preciso señalar que en las Escrituras hay muy pocos relatos de personas que vivieron en una época de plena felicidad sin oposición alguna. Aprendemos y maduramos cuando superamos los problemas con fe, perseverancia y rectitud personal. Me fortalece la infinita confianza del presidente Thomas S. Monson en nuestro Padre Celestial y en nosotros. Él ha dicho: “Recuerden que tienen el derecho a recibir las bendiciones de nuestro Padre [Celestial] en esta obra. Él no los ha llamado a su posición privilegiada para que anden solos, sin guía y confiando en la suerte. Al contrario, Él conoce su habilidad, se da cuenta de su devoción y convertirá sus supuestas ineficiencias en obvias fortalezas. Él ha prometido: ‘…iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros para sosteneros’” (“Las remolachas azucareras y el valor de un alma”, Liahona, julio de 2009, págs. 3–4).
Nuestro Padre Celestial no nos ha abandonado durante nuestra probación en la tierra. Nos ha provisto de todo el “equipo de seguridad” necesario para regresar satisfactoriamente a Él. Nos ha dado la oración personal, las Escrituras, los profetas vivientes y el Espíritu Santo para guiarnos. A veces puede que hacer uso de este equipo nos resulte pesado, incómodo y terriblemente pasado de moda; su utilización adecuada requiere que seamos diligentes, obedientes y constantes. Yo, por mi cuenta, decido utilizarlo. Todos debemos tomar esta misma decisión.
En las Escrituras se nos enseña acerca de otro componente clave de este equipo de seguridad: una “barra de hierro”. Se invita a los discípulos de nuestro Salvador, Jesucristo, a aferrarse a esta barra de hierro a fin de encontrar sin problemas el camino que conduce a la vida eterna. Me refiero a la visión de Lehi del árbol de la vida que se encuentra en el Libro de Mormón.
Mediante revelación personal divina, Lehi, un profeta del Libro de Mormón, y Nefi, su hijo, recibieron cada uno una visión de nuestro estado mortal de probación y de sus correspondientes peligros. Lehi dice: “Y ocurrió que surgió un vapor de tinieblas, sí, un sumamente extenso vapor de tinieblas, tanto así que los que habían entrado en el sendero se apartaron del camino, de manera que se desviaron y se perdieron” (1 Nefi 8:23). Aun así, “vio otras multitudes que avanzaban; y llegaron y se agarraron del extremo de la barra de hierro; y siguieron hacia adelante, asidos constantemente a [esa] barra de hierro, hasta que llegaron, y se postraron, y comieron del fruto del árbol”, es decir, del árbol de la vida (1 Nefi 8:30).
La visión de Lehi nos enseña que debemos aferrarnos a esa baranda de seguridad —la barra de hierro, que se halla a lo largo de nuestro estrecho y angosto sendero personal— y asirnos fuertemente a ella hasta llegar a la meta definitiva de la vida eterna con nuestro Padre Celestial. Nefi promete que quienes se aferren a la barra de hierro “no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:24).
Les invito a leer nuevamente los relatos completos de esta inspirada visión. Estúdienlos, medítenlos y aplíquenlos al diario vivir. Hoy en día podríamos decir que se nos dice: “Agárrense fuerte”. Debemos aferrarnos a la barra de hierro y no soltarnos jamás.
El presidente Harold B. Lee, que era el profeta cuando yo era adolescente, enseñó: “Si hay una cosa en particular que se necesita más en este período de tumulto y frustración, en que los hombres, las mujeres, los jóvenes y los jóvenes adultos buscan con urgencia respuestas a los problemas que afligen a la humanidad, esa cosa es una ‘barra de hierro’ que nos guía con seguridad por el sendero recto hacia la vida eterna, por en medio de los caminos extraños y sinuosos que con el tiempo llevarían a la destrucción y a la ruina de todo lo que es ‘virtuoso, o bello, o de buena reputación’” (“The Iron Rod”, Ensign, junio de 1971, pág. 7).
Esta cita tenía relevancia cuando yo era jovencita, y quizá tenga más relevancia en la actualidad. Las palabras de los profetas advierten, enseñan y fomentan la verdad, ya sea que se hayan dicho en el año 600 a. de J.C., en 1971 o en 2009. Los exhorto a escuchar y a creer las palabras inspiradas de aquellos a quienes sostenemos como profetas, videntes y reveladores, y a actuar basándose en dichas palabras.
No siempre es fácil aferrarse a la barra de hierro. A veces nos soltamos por culpa de la presión de los amigos o del orgullo, creyendo que luego habrá tiempo de retomar el camino más adelante, aunque en realidad estamos abandonando nuestro equipo de seguridad. Lehi vio en su visión a muchos que se soltaron de la barra de hierro. Nefi dice: “…y muchos otros desaparecieron de su vista, desviándose por senderos extraños” (1 Nefi 8:32). Cuando pasamos por momentos difíciles puede que nos hallemos desorientados “en senderos extraños”. Déjenme decirles con toda certeza que siempre es posible encontrar el camino de regreso. El sacrificio expiatorio de nuestro Salvador Jesucristo hace posible que el arrepentimiento nos permita asirnos de nuevo a la barra de hierro y volver a sentir la amorosa guía de nuestro Padre Celestial. El Salvador nos ha extendido una invitación permanente: arrepiéntanse, sujétense y no se suelten.
Al igual que Nefi, también yo los exhorto con todas las energías de mi alma a “[obedecer] la palabra de Dios y [acordarse] siempre de guardar sus mandamientos en todas las cosas” (véase 1 Nefi 15:25). Hagamos uso del equipo de seguridad que Él nos ha facilitado. Aférrense y crean que nuestro Padre Celestial los bendecirá por su diligencia.
Sé que el evangelio restaurado es verdadero y que nos guía un profeta de Dios, el presidente Thomas S. Monson. Tengo el gran privilegio y la bendición de ser su hija. Amo mucho a mis padres.
Cierta noche en que yo me sentía algo desalentada, le dije: “Oh, papá. Las bendiciones que tenemos por ser miembros de la Iglesia y las bendiciones prometidas del templo son magníficas, si tan sólo escogiéramos aceptarlas”. A lo que él respondió sin vacilar: “Ann, lo son todo”.
Ruego sinceramente que nos aferremos a las verdades eternas del evangelio de Jesucristo porque, literalmente, lo son todo; es mi sincera oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.