Cómo conservar el gran cambio en el corazón
Para perseverar hasta el fin, debemos tener un gran deseo de complacer a Dios y de adorarlo con fervor.
En diciembre de 1967, se realizó con éxito el primer trasplante de corazón en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Se extirpó el corazón enfermo del moribundo y se suturó en su lugar el corazón saludable de un donador que había fallecido. Desde entonces, se han efectuado más de setenta y cinco mil trasplantes de corazón en el mundo.
En todo trasplante de corazón, el cuerpo del paciente reconoce al nuevo corazón que puede salvarle la vida como un órgano “foráneo” y comienza a atacarlo. Si no se controla, la reacción natural del cuerpo rechazará al corazón y el paciente morirá. Hay medicamentos que reprimen esa reacción natural, pero deben tomarse a diario y con precisión. Es más, la condición del nuevo corazón se debe controlar de continuo. De vez en cuando se hace una biopsia en la que se extraen pequeñas muestras de tejido y se examinan bajo el microscopio. Si se encuentra una indicación de rechazo, se ajustan los medicamentos; y si el proceso se detecta al inicio, se puede evitar la muerte.
Es extraño, pero algunos pacientes le restan importancia al trasplante; no toman los medicamentos con regularidad ni hacen las citas de seguimiento con la frecuencia que deberían; piensan que por el solo hecho de sentirse bien, todo está bien. Muchas veces, esa actitud de visión limitada los pone en riesgo y les acorta la vida.
Un trasplante de corazón puede prolongar la vida por años para personas que sin ello morirían de insuficiencia cardíaca; sin embargo, eso no es la “cirugía suprema” como lo describió la revista Time en 19671. La cirugía suprema no es un “potente cambio” físico, sino espiritual, en el corazón2.
Por medio de la expiación de Cristo y de la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio, nos sometemos a esa suprema operación, ese cambio espiritual en el corazón. Debido a las transgresiones, nuestro corazón espiritual ha enfermado y se ha endurecido, sometiéndonos a la muerte espiritual y a la separación de nuestro Padre Celestial. El Señor explicó la operación que todos necesitamos: “Y os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”3.
Pero al igual que con los pacientes de trasplante de corazón, este gran cambio en el corazón espiritual es sólo el comienzo. El arrepentimiento, el bautismo y la confirmación son necesarios pero no suficientes. En verdad, para perseverar hasta el fin, debe haber tanto o mayor cuidado del corazón espiritual cambiado como del corazón físico trasplantado. Sólo de esa manera nos hallaremos sin culpa en el día del juicio4.
El perseverar hasta el fin puede ser difícil, ya que la tendencia del hombre natural es rechazar el corazón espiritual cambiado y permitir que endurezca. No es de sorprender que el Señor advirtiera: “…cuídense aun los que son santificados”5.
Todos conocemos a personas que tuvieron ese gran cambio en el corazón pero luego se dejaron vencer por el hombre natural; comenzaron a ser menos dedicados en su adoración y devoción a Dios; su corazón se endureció y así pusieron en peligro su salvación eterna.
La vida de las personas que se convirtieron por la predicación de los hijos de Mosíah ofrece algunas ideas de cómo evitar el rechazo de ese corazón espiritual tan cambiado. De ellos leemos que “cuantos llegaron al conocimiento de la verdad por la predicación de Ammón y sus hermanos… y fueron convertidos al Señor, nunca más se desviaron”6.
¿Cómo les fue posible perseverar hasta el fin? Sabemos que “se distinguían por su celo para con Dios, y también para con los hombres; pues eran completamente honrados y rectos en todas las cosas; y eran firmes en la fe de Cristo, aun hasta el fin”7.
Su celo para con Dios seguramente refleja el anhelo de complacer a Dios y adorarlo con fervor y devoción; su celo para con los hombres indica un interés ferviente de ayudar y servir a los demás. El ser perfectamente rectos y honrados en todas las cosas sugiere que se aferraron a sus convenios con firmeza y no trataron de evadir sus compromisos para con Dios o con el hombre. Además, sabemos que enseñaron a sus hijos el Evangelio en su hogar y que enterraron sus armas de guerra, apartándose así de la tentación.
Deben de haber evaluado frecuentemente la condición de su corazón espiritual cambiado, y no se limitaron a suponer que todo estaba bien. Al figurativamente examinar el nuevo corazón, podían reconocer desde un principio cualquier endurecimiento o rechazo y así tratarlo.
Alma el joven plantea a la gente contemporánea del pueblo de Ammón una serie de preguntas que, en sentido figurado, realizan una biopsia del corazón espiritual cambiado: “…si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?”8. Además les pregunta si han llegado a ser suficientemente humildes, libres de orgullo y envidia y bondadosos con su prójimo9. Al contestar sinceramente preguntas como ésas, podremos corregir desde el principio cualquier desviación del camino estrecho y angosto y guardar nuestros convenios con exactitud.
En 1980, nuestra familia se mudó frente al hospital donde yo hacía mis prácticas y trabajaba todos los días, incluso los domingos. Si terminaba mi trabajo del domingo antes de las dos de la tarde, podía manejar con mi esposa y mi hija a la Iglesia para asistir a las reuniones que comenzaban a las dos y media.
Un domingo, a fines del primer año de capacitación, sabía que terminaría antes de las dos de la tarde, pero pensé que si me quedaba un rato más, mi esposa y mi hija se irían sin mí y entonces yo podría irme a casa y dormir una siesta que tanto necesitaba. Lamento decirles que eso fue lo que hice; esperé hasta las dos y cuarto, caminé lentamente a casa y me acosté en el sofá con la intención de dormir la siesta, pero no pude dormirme; estaba inquieto y preocupado. Siempre me había gustado asistir a la Iglesia y me preguntaba porqué no sentía ese día el fuego del testimonio y el fervor que siempre había sentido.
No tuve que pensarlo mucho. Debido a mi horario, había descuidado mis oraciones y el estudio de las Escrituras. Me levantaba una mañana, decía la oración y salía para el trabajo. Muchas veces el día se convertía en noche y en día otra vez antes de que yo regresara a casa muy tarde la noche siguiente; entonces estaba tan cansado que me quedaba dormido antes de decir la oración o de leer las Escrituras. Al día siguiente empezaba el proceso de nuevo. El problema era que no estaba haciendo las cosas básicas que debía hacer para que mi corazón tan cambiado no se convirtiera en piedra.
Me levanté del sofá, me arrodillé y supliqué a Dios que me perdonara, prometiéndole que cambiaría. Al día siguiente, llevé conmigo al hospital un Libro de Mormón. En la lista de “cosas para hacer” de ese día, y de allí en adelante, había dos elementos: orar por lo menos de mañana y de noche, y leer las Escrituras. A veces, llegaba la medianoche y rápidamente tenía que buscar un lugar para orar en privado; había días en que mi estudio de las Escrituras era breve. También prometí al Padre Celestial que siempre haría todo lo posible por asistir a la Iglesia, aunque perdiera parte de la reunión. Al cabo de algunas semanas, volví a sentir aquel fervor, y el fuego del testimonio volvió a arder intensamente en mí. Prometí que, no importa cuáles fueran las circunstancias, nunca más caería en la trampa mortal de descuidar esas acciones aparentemente pequeñas y poner así en peligro los asuntos de naturaleza eterna.
Para perseverar hasta el fin, debemos tener un gran deseo de complacer a Dios y de adorarlo con fervor y devoción; eso significa mantener viva la fe en Jesucristo al orar, al leer las Escrituras, participar de la Santa Cena todas las semanas y tener el Espíritu Santo como compañero constante. Tenemos que ayudar y servir a los demás activamente, y compartir el Evangelio con ellos. Debemos ser completamente honrados y rectos en todas las cosas y no transigir nunca en nuestros convenios con Dios ni en nuestra responsabilidad hacia los demás, sean cuales sean las circunstancias. En nuestro hogar, debemos hablar de Cristo, regocijarnos en Cristo y predicar de Cristo para que nuestros hijos, y también nosotros, sintamos el deseo de aplicar la Expiación a nuestra vida10. Debemos reconocer las tentaciones que fácilmente nos acosan y colocarlas fuera del alcance, bien fuera de nuestro alcance. Finalmente, debemos hacer con frecuencia una biopsia de nuestro corazón cambiado y revertir cualquier señal temprana de endurecimiento.
Les ruego que analicen el estado de su corazón cambiado. ¿Detectan algún principio de rechazo como resultado de la tendencia del hombre natural a tomar las cosas a la ligera? Si es así, busquen un lugar donde también ustedes puedan arrodillarse. Recuerden que están arriesgando algo más que los años de vida terrenal. No se arriesguen a privarse de los frutos de la operación suprema: la salvación y la exaltación eternas.
Ruego que sigamos adelante con fe firme en Cristo y que perseveremos con gozo hasta el fin11. En el nombre de Jesucristo. Amén.