2011
¿Estaba equivocado mi obispo?
Enero 2011


¿Estaba equivocado mi obispo?

Jeannie L. Sorensen, California, EE. UU.

Nuestro barrio acababa de dividirse, de modo que cuando el obispo pidió verme, estaba segura de que recibiría un llamamiento en el nuevo barrio. Había estado trabajando con las mujeres jóvenes y las amaba; eran sumamente receptivas al Evangelio y disfrutaba al enseñarlas. De seguro el Señor permitiría que siguiera haciéndolo.

Para mi sorpresa, el obispo dijo que el Señor deseaba que enseñara en la Primaria. ¡Por supuesto que estaba equivocado! Sin embargo, me aseguró que había ayunado y orado y que tenía una fuerte impresión con respecto a mi llamamiento. Yo amaba a los niños, pero ¿qué sabía yo con respecto a enseñarles?

Durante quince años de matrimonio, la única tristeza que mi esposo y yo compartíamos era que el Señor no nos había bendecido con hijos. Nuestros esfuerzos por adoptar también habían sido en vano debido a nuestras dificultades médicas.

Confiando en el obispo, acepté el llamamiento para enseñar en la Primaria, pero, en mi corazón, me preocupaba. Estaba enojada con el Señor por dejarnos sin hijos y me molestaba este nuevo llamamiento.

“¿Por qué, Señor, me pides esto?”, me preguntaba. “En Tu sabiduría, no se me ha permitido tener hijos propios. ¿Por qué me habrían de pedir que enseñe a los hijos de otras personas?”.

Oraba, luchaba y batallaba con el Señor, rogándole, entre lágrimas, que me diera entendimiento. Finalmente, decidí que, dado que había aceptado el llamamiento, sería mejor que dejara de lamentarme de mi suerte y lo hiciera lo mejor que pudiera.

Entonces llegaron las bendiciones. Rápidamente aprendí a querer a los niños y ellos aprendieron a quererme a mí. Descubrí que el amor de ellos era suficientemente grande como para ayudarme a llenar el vacío que había en mi vida. Poco después, no me era posible caminar por el pasillo de la capilla sin que al menos dos niños me dieran la mano y otros se detuvieran para abrazarme al pasar. A la vez, mi esposo fue llamado como líder Scout y, al poco tiempo, nuestra casa estaba repleta de niños y adolescentes.

Mi esposo falleció a los cuarenta y siete años, en noviembre de 1986. Una vez más el Señor sabía mejor que yo lo que necesitaba. Pocas semanas después de la muerte de mi esposo se me llamó a servir en una misión de enseñanza en la Primaria de la rama laosiana de Fresno, California. El valor de esta gente excepcional y sus hijos me dio fuerzas para seguir adelante sin mi esposo.

Qué gozo tan especial fue ver a los jóvenes a quienes había enseñado convertirse en adultos, servir en misiones, casarse en el templo y formar su propia familia. Decenas de estos hijos “adoptivos” todavía pasan a saludarme y a alegrarme el día; y me siento feliz al verlos en el Templo de Fresno California, donde ahora sirvo.

Mi servicio en la Primaria ha sido en verdad una bendición de toda la vida. Estoy muy agradecida de que el Señor se haga cargo de nuestros llamamientos y no nosotros.