¿Por qué debo orar por mi cuenta si ya lo hago con mi familia?
Imagina que estás luchando para superar un problema personal. ¿Te sentirías cómodo al compartir tu problema con un grupo, o preferirías confiárselo a una persona en privado?
El presidente Spencer W. Kimbal (1895–1985) enseñó: “Hay ciertas cosas por las que es aconsejable orar privadamente, cuando no tenemos que preocuparnos en cuanto al tiempo o a la confidencialidad de nuestras oraciones. La oración que se ofrece en soledad es invaluable y beneficiosa. El orar a solas nos ayuda a despojarnos de la vergüenza, la pretensión y cualquier dejo de engaño; nos ayuda a abrir el corazón y a ser completamente honrados y honorables a medida que expresamos todas nuestras esperanzas y sentimientos”1. Aquello con lo que no nos sintamos cómodos como para decirlo en nuestras oraciones familiares podría —y a menudo debería— tratarse en una oración privada.
Nuestras oraciones personales nos permiten tener la mayor sinceridad con nuestro Padre Celestial y hablar de los temores y deseos más profundos de nuestro corazón. Cuando José Smith oró en privado, recibió la revelación que dio comienzo a la restauración del evangelio de Jesucristo. El dirigirnos a nuestro Padre Celestial de forma individual nos permite ser más receptivos a las impresiones del Espíritu que se han dispuesto para nuestro beneficio.
Sin embargo, la oración familiar es también sumamente valiosa; nos permite acercarnos a nuestro Padre Celestial y tener experiencias espirituales con nuestra familia. Tal como el presidente Kimball enseñó: “La Iglesia insiste en que haya una oración familiar cada noche y cada mañana”2.