2011
Aprender a oír y entender al Espíritu
Febrero de 2011


Aprender a oír y entender al Espíritu

Una de las cosas más importantes que podemos hacer es aprender a oír y seguir los susurros del Espíritu.

David M. McConkie

Mi padre se crió en el pequeño pueblo de Monticello, Utah. Cuando él tenía siete años, una de sus tareas diarias era traer las vacas de la familia de donde estaban pastando. Su posesión más preciada era su navaja, la cual siempre llevaba consigo. Un día, mientras montaba en su caballo para ir a recoger las vacas, fue a sacar su navaja del bolsillo. Consternado, se dio cuenta de que la había perdido por el sendero. Se sentía desconsolado, pero creía en lo que le habían enseñado su padre y su madre: que Dios oye y contesta las oraciones.

Detuvo el caballo y se deslizó del lomo sin montura de éste, al suelo. Allí se arrodilló y le pidió al Padre Celestial que lo ayudara a encontrar su navaja. Volvió a montar en el caballo, dio la vuelta y regresó por el sendero. Después de cierta distancia, el caballo se detuvo. Papá se bajó del caballo y metió la mano en el polvo del sendero. Allí, enterrada en el polvo, encontró su preciada navaja. Él sabía que el Señor había oído y contestado su oración.

Por haber aprendido a escuchar y actuar de acuerdo con los susurros del Espíritu, mi padre tuvo la bendición de ver la mano del Señor en muchas ocasiones de su vida. Él fue testigo de muchos milagros, pero cuando reunía a la familia para enseñarnos el Evangelio, a menudo hablaba de su experiencia en aquel sendero polvoriento de Monticello, cuando el Señor oyó y contestó la oración de un “niño pecoso de siete años”.

Ya en sus años postreros, nos dijo que había aprendido algo más de esa experiencia de su niñez. Con un brillo en los ojos dijo: “¡Aprendí que Dios puede hablarle a los caballos!”.

La experiencia de mi padre, cuando él era niño, dejó una impresión muy duradera, porque fue el comienzo de su formación espiritual personal. Fue cuando aprendió por sí mismo que Dios oye las oraciones. Fue cuando comenzó, según lo declaró el Profeta José Smith, a aprender a reconocer el Espíritu de Dios1.

El don del Espíritu Santo

El Salvador prometió a Sus Apóstoles que después de dejarlos, ellos disfrutarían del don del Espíritu Santo. Él dijo: “…el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho” ( Juan 14:26). Esta promesa se cumplió en el día de Pentecostés.

Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tienen derecho a ese mismo don. Después de ser bautizados, se nos confiere el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos por uno que es autorizado para administrar las ordenanzas del Evangelio. Ese don es el derecho, cuando somos dignos de ello, a la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad.

La compañía del Espíritu Santo es una de las bendiciones más grandes que podemos disfrutar en la vida mortal. El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo:

“Los hombres deberían —por sobre todas las cosas en este mundo— buscar la guía del Espíritu Santo. No hay nada más importante que tener la compañía del Espíritu Santo…

“No existe precio demasiado alto, labor demasiado pesada, lucha demasiado severa, ni sacrificio demasiado grande, si de todo ello recibimos y disfrutamos del don del Espíritu Santo”2.

El profeta José Smith enseñó que el Espíritu de Dios se puede aprender a reconocer y que “al aprender a reconocer y entender el Espíritu de Dios, podrán crecer en el principio de la revelación hasta que lleguen a ser perfectos en Cristo Jesús”3.

Una de las cosas más importantes que podemos hacer es aprender a reconocer el Espíritu de Dios, aprender a oír y seguir los susurros del Espíritu. Si lo deseamos y somos dignos, el Señor nos instruirá en el principio de la revelación.

Aprender a escuchar y actuar

Para aprender a reconocer el Espíritu de Dios, tenemos que aprender a escuchar con el corazón. El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “La voz del Espíritu es una voz apacible y delicada, una voz que se puede sentir en vez de escuchar; es una voz espiritual que se recibe en la mente como un pensamiento que entra en el corazón”4.

El presidente Packer también enseñó: “La inspiración se hace presente con más facilidad en entornos tranquilos. Las Escrituras están repletas de pasajes en lo que se mencionan palabras tales como apacible, quieto, calmo, Consolador: ‘Quedaos tranquilos , y sabed que yo soy Dios’ (Salmos 46:10; cursiva agregada). Y la promesa: “Recibirás mi Espíritu, el Espíritu Santo, sí, el Consolador, que te enseñará las cosas apacibles del reino (D. y C. 36:2; cursiva agregada)”.

El presidente Packer agregó: “Si bien fomentamos esta comunicación, ¡nunca se debe forzar! Si tratamos de forzarla, es posible que seamos engañados”5.

De máxima importancia en nuestro proceso de instrucción es nuestra responsabilidad de actuar, sin demora, de acuerdo con los susurros del Espíritu que recibimos. El presidente Thomas S. Monson declaró: “Velamos y esperamos. Escuchamos para oír esa voz suave y apacible; cuando esa voz habla, toda persona sabia obedece. No debemos postergar la inspiración del Espíritu”6.

Aprender a oír y entender al Espíritu es un proceso gradual y continuo. El Salvador dijo: “El que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto” (D. y C. 50:24); “pues a quien reciba, le daré más” (2 Nefi 28:30).

Al igual que Cristo “no recibió de la plenitud al principio, mas recibía gracia sobre gracia” (D. y C. 93:12), así también, a medida que guardamos Sus mandamientos, recibiremos “gracia sobre gracia” (D. y C. 93:20; véase también Juan 1:16) y “línea por línea, precepto por precepto” (2 Nefi 28:30). Muchas veces nuestro proceso de instrucción es tan gradual como el descenso del rocío del cielo (véase D. y C. 121:45; 128:19).

El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, ha enseñado que “no existe una fórmula o técnica sencilla que [nos] permita dominar de inmediato la habilidad de recibir la guía del Espíritu. Nuestro Padre espera que [aprendamos] la forma de obtener esa ayuda divina al ejercer la fe en Él y en Su Santo Hijo, Jesucristo”.

El élder Scott continúa diciendo: “Lo que al principio podría parecer una tarea de enormes proporciones, a medida que pase el tiempo será mucho más fácil si te esfuerzas constantemente por reconocer y seguir la inspiración el Espíritu. Tu confianza en la dirección que recibas por medio del Espíritu Santo también será más fuerte. Te testifico que al ganar experiencia y tener éxito al dejarte guiar por el Espíritu, tu confianza en las impresiones que sientas será mucho más firme que tu dependencia en lo que veas u oigas”7.

Como parte de nuestro proceso de instrucción, el Señor nos ayudará a ver los resultados, en nuestra propia vida y en la vida de los demás, de la manera en que actuamos según los susurros que recibamos del Espíritu. Estas experiencias fortalecerán nuestra fe y nos darán mayor valor para actuar en el futuro.

Para aprender a oír y entender al Espíritu se necesita un esfuerzo considerable; sin embargo, el Señor ha prometido que los fieles “recibirá[n] revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que conozca[n] los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna” (D. y C. 42:61).

Notas

  1. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 138.

  2. Bruce R. McConkie, A New Witness for the Articles of Faith, 1985, pág. 253.

  3. Enseñanzas: José Smith, pág. 138.

  4. Boyd K. Packer, “Lenguas de fuego”, Liahona, julio de 2000, pág. 10.

  5. Véase Boyd K. Packer, “La reverencia inspira la revelación”, Liahona, enero de 1992, pág. 24.

  6. Thomas S. Monson, “El espíritu vivifica”, Liahona, junio de 1997, pág. 4.

  7. Richard G. Scott, “Cómo obtener guía espiritual”, Liahona, noviembre de 2009, págs. 6–7.

Ilustraciones por Greg Newbold.

Retrato de Brigham Young por Dan Weggeland, cortesía del Museo de Historia de la Iglesia.