Prestar servicio en la Iglesia
Bendecidos por los consejos
De Counseling with Our Councils, 1997, págs. 15–17.
Hace unos años, cuando prestaba servicio como obispo, una familia de nuestro barrio pasó por una crisis cuando el padre perdió su trabajo. Yo estaba preocupado por su bienestar y los visité para asesorarlos y ofrecerles la ayuda de la Iglesia. Curiosamente, se mostraron reacios a aceptar mi oferta de ayuda provisional, por lo que llevé el asunto al consejo de barrio. Con un espíritu de amorosa confidencialidad, compartí con ellos mi preocupación por esa maravillosa familia y les pedí ideas para saber cómo podríamos bendecirlos.
Nuestra presidenta de la Sociedad de Socorro se ofreció para visitar a la madre a fin de determinar las necesidades temporales de la familia y analizar con ellos la forma de conseguir las cosas que necesitaran —lo cual, por supuesto, era la responsabilidad de ella, según el programa de la Iglesia. En un par de días ella había logrado lo que yo no había conseguido y la familia, con humildad y gratitud, aceptó que la ayudáramos con los artículos de primera necesidad. El presidente del quórum de élderes habló con el padre sobre la familia —lo cual, por supuesto, era su derecho y deber— y se mantuvo en contacto con él para explorar maneras de conseguir un trabajo. Nuestro presidente de Hombres Jóvenes se dio cuenta de que la casa necesitaba urgentemente una mano de pintura e hizo arreglos para que los presbíteros trabajaran con el grupo de sumos sacerdotes para pintarla.
Durante el transcurso de mi conversación con los padres, me enteré de que estaban muy endeudados y atrasados con el pago de la hipoteca de la casa. De acuerdo con las pautas aprobadas de bienestar, indagué sobre la posibilidad de que sus familiares pudieran ayudar, pero recibí muy poca información. Sin embargo, nuestra presidenta de la Sociedad de Socorro pudo averiguar que la madre tenía un hermano adinerado.
“No hay razón para ponerse en contacto con él”, dijo la madre. “Hace años que ni siquiera hablamos”.
Yo comprendía su dilema, sin embargo, sentí que era importante seguir el orden de la Iglesia. De modo que lo consulté con ella y finalmente recibí su permiso para contactar a su hermano que vivía en una ciudad lejana. Lo llamé y le expliqué las circunstancias difíciles en las que se encontraba su hermana menor. A los tres días llegó a Salt Lake City y ayudó a su hermana a poner sus asuntos financieros en orden. Mientras tanto, el presidente del quórum de élderes ayudó al esposo a encontrar un trabajo estable con buenos ingresos.
Más importante, sin embargo, fue que se acercaron y se unieron más como familia. Creo que jamás olvidaré ese emotivo momento en que la madre se reunió con su hermano después de muchos años de separación. Aunque su hermano se había alejado de la Iglesia, hubo un inmediato vínculo afectivo entre los dos espíritus y, como resultado, el hermano volvió a la plena actividad en la Iglesia y reanudó su relación con la familia.
Todo esto sucedió gracias a la inspirada labor de un fiel consejo de barrio que funcionó de acuerdo con el programa que Dios ha señalado para Sus hijos por medio de Sus siervos.