Hablamos de Cristo
Él sufrió mis dolores
“Ciertamente él ha llevado nuestros pesares y sufrido nuestros dolores” (Mosíah 14:4).
Nunca olvidaré el verano y el otoño de 2009. El 9 de junio mi padre falleció después de padecer demencia por más de diez años. El 25 de junio, mi hijo de 22 años falleció inesperadamente y, menos de un mes después, también murió mi prima. El 13 de agosto, mi madre, que tenía 82 años, tuvo una operación a corazón abierto y comenzó una prolongada recuperación. El 18 de octubre falleció mi hermano de 41 años de edad. El 31 de octubre mi esposo tuvo un infarto masivo y el corazón le dejó de funcionar durante ocho minutos. Los bomberos, los paramédicos y una bendición del sacerdocio nos lo trajeron de vuelta a la vida.
La gente con frecuencia me preguntaba cómo sobrellevamos todos esos acontecimientos. Mi respuesta constante era que acudíamos al Salvador y Él velaba por nosotros; no nos dejó solos en nuestras aflicciones. Sentí que los cielos me ministraron y me sostuvieron. Verdaderamente Él “ha llevado [mis] pesares” (Mosíah 14:4).
También recibimos consuelo de la familia, los amigos y los miembros de nuestro barrio y nuestra estaca. Nos cuidaron con amor de innumerables maneras. Nuestra nieta de 13 años, Krystal, nos escribió una carta después de la muerte de nuestro hijo Michael. Nos recordó que no estábamos solos cuando escribió: “Dios los sostiene”. Su carta me recordó el pasaje de Doctrina y Convenios 84:88: “Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”.
Obtuve fortaleza al leer un discurso del élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, titulado “La confianza en el Señor”. Él dijo: “En el preciso momento en que todo parece ir bien, con frecuencia surgen múltiples dificultades simultáneamente. Cuando esas pruebas no son resultado de tu desobediencia, son evidencia de que el Señor siente que estás preparado para progresar más. Entonces te da experiencias que estimulan el adelanto, la comprensión y la compasión, y que te refinan para tu beneficio eterno. Llegar de donde estás a donde Él quiere que tú estés exige un gran esfuerzo que generalmente va acompañado de pesar y de dolor” (véase Liahona, enero de 1996, pág. 18).
Dijo que preguntas tales como “¿Por qué tiene que pasarme esto a mí?” o “¿Por qué tengo que sufrir esto ahora?” nos conducen a callejones sin salida. Más bien, el élder Scott sugiere hacer preguntas como “¿Qué debo aprender de esta experiencia?”, “¿A quién debo ayudar?” y “¿Cómo puedo recordar mis muchas bendiciones en tiempos de prueba?”.
He resistido la tentación de preguntar “¿Por qué?”; más bien, he pedido la guía del Padre Celestial durante mis pruebas. Él me ha bendecido con esperanza en el futuro, me ha ayudado a sanar mi corazón apesadumbrado, ha intensificado mi percepción de la bondad que me rodea, me ha dado oportunidades de prestar servicio, ha profundizado mi compasión hacia los demás y ha magnificado mi amor por mi familia y mis amigos.
A través de todo ello, he obtenido un testimonio de que nuestro desafío es someter nuestra voluntad a nuestro Padre Celestial, porque sólo entonces podemos ser perfeccionados y pulidos de la forma que Él ha estipulado específicamente para cada uno de nosotros.
Cómo sobrellevar el dolor
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No se nos deja solos en nuestro dolor, porque Jesucristo, “varón de dolores y experimentado en quebranto” (Isaías 53:3), ha soportado nuestros dolores como parte de la Expiación.
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Podemos esforzarnos por resistir la tentación de preguntar “¿Por qué?”. Más bien, podemos pedir la guía del Señor.
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Podemos aceptar el desafío de someter nuestra voluntad a nuestro Padre Celestial.