Cómo aumentar nuestro servicio caritativo al seguir al Salvador
El Salvador enseñó: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:24).
En cuanto a esta amonestación, el presidente Thomas S. Monson dijo: “Creo que el Salvador nos está diciendo que a menos que nos perdamos en dar servicio a los demás, nuestra propia vida tiene poco propósito. Aquellos que viven únicamente para sí mismos, al final se marchitan y, en sentido figurado, pierden la vida, mientras que aquellos que se pierden a sí mismos en prestar servicio a los demás progresan y florecen— y en efecto salvan su vida”1.
Puede resultar difícil encontrar el tiempo y la energía necesarios para ayudar a nuestra familia, a los vecinos, a los miembros de la rama o del barrio, a la comunidad y hasta a los desconocidos. ¿Cuándo y cómo ayudar, sobre todo si cada uno de nosotros cuenta con tiempo limitado? ¿Cómo prestar servicio cuando las circunstancias limitan nuestras capacidades?
Nuestro ejemplo, desde luego, es el Salvador Jesucristo, que nos invita a seguirlo (véase Mateo 4:19). Aunque no compartimos Su divino llamamiento, podemos compartir Su ministerio. Al describir ese ministerio, el apóstol Pedro dijo que Jesús “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38).
Jesús sanó a los enfermos y ministró a los afligidos (véase Mateo 9:20–22; Marcos 8:22–25). Quizás no efectuemos los mismos poderosos milagros, pero podemos dar consuelo y atender a las necesidades de quienes estén moribundos, enfermos o que lloren a un ser querido.
El Salvador milagrosamente alimentó a quienes no tenían comida (véase Mateo 14:15–21). Nosotros podemos dar una ofrenda de ayuno generosa, participar en proyectos de Bienestar de la Iglesia para la producción de alimentos y contribuir en la labor de la comunidad para alimentar a los necesitados.
Jesús se preocupaba y ministraba a las personas en forma individual (véase Lucas 8:45–48). Al tratar de seguir Su ejemplo, el Espíritu abrirá nuestros ojos para que reconozcamos a los que sufran, a los que estén solos y a los desamparados; y seremos guiados para satisfacer sus necesidades.
Jesús pasó tiempo con los demás, aun cuando no lo había planeado (véase Lucas 24:29) y aun cuando tenía Sus propias preocupaciones (véase Mateo 14). Se nos aconseja prestar servicio en forma ordenada y que no “corramos más aprisa de lo que nuestras fuerzas nos permitan” (véase Mosíah 4:27). Pero a veces nuestras mejores oportunidades para prestar servicio y bendecir a los demás llegan cuando es menos conveniente. En la parábola del Salvador, el buen samaritano interrumpió su viaje en ese mismo momento para atender a las necesidades del hombre herido (véase Lucas 10:30–37).
Nadie pasaba desapercibido para el Salvador ni era demasiado humilde para que Él le tendiera la mano (véase Mateo 9:9–13). Al igual que el Salvador, nosotros podemos amar y elevar a los demás al enseñarles un camino mejor e invitarlos a unirse a nosotros en la vida abundante que el Salvador ofrece.
Nuestro Padre Celestial conoce nuestros talentos, circunstancias y deseos particulares, y Él sabe la forma en que podemos utilizarlos para bendecir a los demás. A medida que nos acerquemos a Él y busquemos Su guía, Él nos ayudará a saber a quién, dónde y cómo servir.