Clásicos del Evangelio
El concepto Santo de los Últimos Días del matrimonio
Hugh B. Brown nació el 24 de octubre de 1883 en Granger, Utah. Fue ordenado apóstol en 1958. Prestó servicio como consejero del presidente David O. McKay durante ocho años. El artículo que sigue a continuación es un extracto de su libro You and Your Marriage (Tú y tu matrimonio).
El matrimonio es y debe ser un sacramento. La palabra sacramento se define de varias maneras, pero entre las personas cristianas significa una ceremonia o un acto religioso solemnizado por alguien que posee la debida autoridad. Es una promesa, un convenio solemne, un símbolo o unión espiritual entre las partes contrayentes, y entre ellas y Dios. El hecho de que el matrimonio fue instituido y santificado por el Señor mismo se manifiesta en las siguientes citas:
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él …
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:18, 24).
Cuando Jesús salió de Galilea y fue a las costas de Judea, más allá del Jordán, lo siguió una gran multitud; y los fariseos le preguntaron en cuanto al divorcio.
“Y él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, hombre y mujer los hizo,
“y dijo: Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne?
“Así que, no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mateo 19:4–6).
El matrimonio cumple con los propósitos de Dios
Es obvio que Dios dispuso que el hombre y la mujer llegaran a ser uno. Al oficiar personalmente en este primer casamiento, Él santificó la institución del matrimonio. Es un estado normal, saludable y deseable, y fue instituido para cumplir con los propósitos de Dios sobre la tierra.
Es el elemento central de la entidad familiar. Es más que una institución humana que se regula únicamente mediante la costumbre y la ley civil; es más que un contrato bajo la sanción de la ley moral. Es, o debe ser, un sacramento religioso mediante el cual el hombre y la mujer se comprometen solemnemente a colaborar con Dios en su propósito declarado de poner la vida terrenal y la mortalidad a disposición de Sus hijos espirituales, y de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de ellos.
Hay quienes dicen que la vida más noble, más dedicada y más deseable se logra fuera del convenio del matrimonio. En otras palabras, no permitirían a aquellos que buscan la gloria más elevada el ser “contaminados por relaciones físicas o propias de los animales”. No hay justificación en las Escrituras para tal doctrina. En el libro de Proverbios leemos: “El que halla esposa halla el bien y alcanza la benevolencia de Jehová” ( Proverbios 18:22)…
Y en Doctrina y Convenios leemos: “Y además, de cierto os digo, que quien prohíbe casarse no es ordenado por Dios, porque el matrimonio lo decretó Dios para el hombre” (D. y C. 49:15).
El matrimonio en el templo trae la verdadera felicidad
Los Santos de los Últimos Días creen que a fin de obtener lo mejor de la vida y la máxima felicidad en este mundo y en el venidero, los hombres y las mujeres deben casarse en el templo por el tiempo de esta vida y por la eternidad. Sin las ordenanzas selladoras del matrimonio en el templo, el hombre no puede lograr un estado divino ni recibir la plenitud de gozo.
Para un Santo de los Últimos Días, sólo hay una clase de matrimonio que es totalmente aceptable: el matrimonio en el templo o matrimonio celestial, el cual se lleva a cabo únicamente en los templos de la Iglesia. Los templos se edifican y se dedican en santidad al Señor para proporcionar un lugar donde se puedan efectuar ceremonias y ordenanzas espirituales y eternas. Aunque reconozcamos los matrimonios civiles que lleven a cabo ministros de otras iglesias y los matrimonios civiles que efectúen oficiales de la ley u otras personas legalmente autorizadas para efectuarlos, creemos que sólo en un templo de Dios se puede llevar a cabo un matrimonio por el tiempo de esta vida y por la eternidad, y únicamente por alguien que tenga la autoridad que Cristo le dio a Pedro cuando dijo: “…todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos” (Mateo 16:19).
En las Escrituras se hace referencia a esta autoridad como “las llaves del reino de los cielos” (Mateo 16:19) y, en el matrimonio celestial, esas llaves abren la puerta de ese reino.
Las necesidades se satisfacen por completo
El hombre tiene ciertas necesidades básicas —morales, sociales, biológicas y espirituales— y éstas sólo se pueden satisfacer por completo en la institución del matrimonio eterno ordenada por Dios.
Para vivir una vida abundante aquí y tener después la vida eterna, el hombre debe amar y ser amado, prestar servicio y sacrificarse, tener responsabilidades y ejercer los poderes creativos que Dios le dio. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Pero quizás el mayor mérito del matrimonio no sea el beneficio que reciben el hombre o la mujer individualmente. Desde un principio, el mandamiento del Señor indica el propósito de su unión: “Fructificad y multiplicaos; y henchid la tierra y sojuzgadla” (Génesis 1:28). En el matrimonio apropiado existe la oportunidad para que el hombre satisfaga su necesidad de ser creativo y productivo. Esto se puede lograr por completo, y disfrutar debidamente, sólo en la relación matrimonial, al tener hijos y al criarlos. Los padres deben recordar que los hijos nacidos de ellos, sus hijos, también son hijos de Dios. Él es el Padre de sus cuerpos, procreados como espíritus; y durante la existencia preterrenal Él sabiamente previó que el elemento eterno y el espíritu eterno estuviesen inseparablemente conectados y recibiesen una plenitud de gozo. Por lo tanto, los Santos de los Últimos Días creen que Dios verdaderamente es el tercer integrante de esta relación, y que el traer hijos al mundo dentro de la institución divinamente autorizada del matrimonio es parte de Su plan para llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.
La naturaleza eterna del matrimonio
Cuando el Señor Jesús designó el amor a Dios y el amor a los semejantes como los dos grandes mandamientos, glorificó el amor. De hecho, se nos dice que Dios es amor; por consiguiente, como Dios es eterno, el amor debe ser eterno, y se ha dispuesto que sus frutos y bendiciones continúen a través de las eternidades venideras. Pero para disfrutar los privilegios y beneficios del amor eterno en relación con esposos y esposas, padres e hijos, la ordenanza que autoriza y santifica la más hermosa de todas las relaciones no es aceptable si está limitada “hasta que la muerte los separe”. Para que las relaciones familiares y los vínculos conyugales sean eternos, el contrato del matrimonio debe estipular, con la debida autoridad, que es “por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad”.
Todas las personas deben comprender su responsabilidad hacia sus hijos y los convenios que hacen con respecto a ello. Cuando el Señor dijo: “…sin ellos nosotros no podemos perfeccionarnos” (D. y C. 128:18), se refería a una cadena cuyos eslabones se extienden tanto al futuro como al pasado. De hecho, tal vez tengamos mayor responsabilidad directa hacia aquellos que se nos han confiado en esta vida que hacia nuestros antepasados. No se nos puede considerar responsables por los pecados, ya sea de comisión o de omisión, de nuestros antepasados; pero Él nos ha advertido que en el caso de que nuestra posteridad falle, y si la falla se puede atribuir al incumplimiento de nuestro deber hacia ellos, entonces los pecados recaerán sobre nuestra cabeza.
Entre las bendiciones de quienes obtengan el más alto grado en el reino celestial se encuentra la de progenie eterna que, entre otras cosas, significa que aun después de la muerte los hombres pueden seguir colaborando con Dios para llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.
Progresar como compañeros eternos
El concepto Santo de los Últimos Días del progreso eterno incluye el desarrollo eterno, el aumento eterno de conocimiento, de poder, de inteligencia, de conciencia y de todas las características y habilidades que constituyen el ser un dios. Pero en el plan de Dios, el hombre no puede obtener esa condición de perfección continua en un estado inacabado o de soltería. Debe haber progreso y expansión del hombre completo; en otras palabras, el hombre que ha encontrado su otra mitad y se ha unido a ella.
Este concepto del matrimonio, con su perspectiva divina, da nuevo significado y mayor importancia, dignidad y gloria a la idea del matrimonio. Con este concepto, la persona sensata tendrá más cuidado y será más selectiva al escoger a su compañera o compañero eterno. Indudablemente, antes de establecer ese contrato sempiterno, tanto el hombre como la mujer deben ser humildes y prudentes, y buscar la guía divina por medio de la oración.
La santidad religiosa y la sanción de la relación matrimonial aumenta y se aprecia más cuando la pareja, antes de casarse —y para ello necesariamente deben ser de la misma fe— comienzan con el mismo objetivo en mente. Deben prepararse y ser merecedores de recibir la ordenanza sagrada en edificios donde sólo aquellos que son dignos pueden entrar. Allí reciben instrucción, hacen convenios y luego, frente al altar, prometen amor y fidelidad el uno al otro en presencia de Dios y de ángeles. Ciertamente, tal concepto y práctica, con sus correspondientes obligaciones, conducen a la estabilidad del hogar, la exaltación de la institución del matrimonio y la salvación de las almas de los hombres.
Un acto de fe
Ese tipo de matrimonio es esencialmente un acto de fe solemnizado en la presencia de un compañero divino. Se requieren fe y valor para llevarlo a término y perseverar hasta el fin a pesar de las dificultades, pruebas, desilusiones y pérdida de seres queridos que tengan que enfrentarse.
Cuando uno acepta las condiciones y obligaciones de este compañerismo eterno, debe entender que fracasar en ello prácticamente es un fracaso completo. No importa el éxito que tenga en otros campos o actividades; si un hombre no cumple con las obligaciones impuestas mediante el convenio eterno, el terrible castigo será la pérdida de la gloria celestial junto con la responsabilidad por las pérdidas causadas a aquellos con quienes hizo el contrato y por quienes es responsable.
“…el matrimonio lo decretó Dios para el hombre.
“Por tanto, es lícito que tenga una esposa, y los dos serán una sola carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación;
“y para que sea llena con la medida del hombre, conforme a la creación de éste antes que el mundo fuera hecho” (D. y C. 49:15–17).