Ve a arreglarle la radio
Kent A. Russell, Florida, EE. UU.
Nuestro vecino de al lado era el ministro de los jóvenes de una iglesia de nuestra localidad y los jóvenes de su iglesia lo visitaban con frecuencia. No era raro ver varios autos estacionados frente a su casa tanto durante el día como por la noche.
Algunos de esos jóvenes siempre escuchaban música en el auto a todo volumen; podíamos escuchar cuando se aproximaban estando a varias cuadras de distancia y, a medida que se acercaban a nuestra casa, las ventanas se sacudían. Con frecuencia, la música me despertaba por la noche. Cada vez sentía más fastidio y comencé a ver a esos jóvenes como mis enemigos.
Un día, mientras rastrillaba las hojas del jardín, escuché el estruendo de la música de un auto a varias cuadras de distancia; al poco rato, el sonido se oía cada vez más cerca y más fuerte. Cuando el conductor dobló en la esquina y se dirigió a la casa de mi vecino, yo ya estaba enojado y oré al Padre Celestial para que destruyera la radio del auto.
Mi oración desesperada pasó a ser una de alabanza y gratitud cuando repentina y felizmente la radio quedó muda en el momento en que el auto se detenía. Yo había arreglado radios de autos antes y, por el sonido, sabía que no la habían apagado, sino que había dejado de funcionar.
El muchacho estaba enojado porque la radio se le había averiado y sus amigos lo rodearon para consolarlo. Yo, en cambio, sentí una orgullosa satisfacción al presenciar lo que creí fue la mano de Dios destruyendo la radio.
Pero, al seguir observando, me di cuenta de que me veía a mí mismo tal como me había comportado hacía muchos años. El corazón se me ablandó y comencé a pensar que, después de todo, quizás el joven no era mi enemigo. Entonces el Espíritu me susurró: “Ve a arreglarle la radio”.
La idea me sorprendió y traté de no hacerle caso. ¿Por qué iba a reparar algo que me hacía la vida imposible? Pero volví a sentir la impresión, y la seguí.
Después de ofrecer mi ayuda, de inmediato vi la causa del problema. Fue algo fácil de arreglar y en poco tiempo la radio sonaba tan fuerte como siempre.
El joven expresó su gratitud y preguntó si había algo que pudiera hacer por mí. Le dije que me levantaba temprano para trabajar y que si pudiera bajar el volumen de la música por las noches, se lo agradecería mucho. Me sonrió y me aseguró que así lo haría.
No sólo bajó el volumen de la radio por la noche, sino que se convirtió en mi vigilante personal y se aseguró de que sus amigos también bajaran el volumen. Desde ese entonces, nunca tuvimos ningún problema con música estridente después de que oscurecía.
El Padre Celestial verdaderamente escuchó y contestó mi oración. Su solución proporcionó paz y silencio, una lección valiosa en cuanto a seguir el Espíritu y una mejor comprensión de lo que significa “amad a vuestros enemigos” (Lucas 6:27).