Sobrellevarlo bien
Tomado del discurso “That’s Life”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young–Hawai, el 30 de octubre de 2012. Para leer el texto completo en inglés, vaya a devotional.byuh.edu/archivedevotional.byuh.edu/archive.
No debemos esperar que el Señor nos quite nuestras tribulaciones simplemente porque le prometemos que siempre seremos fieles si lo hace; más bien, debemos sobrellevarlas bien, y después se nos bendecirá.
El Plan de Salvación es un plan maravilloso, y parte de ese plan abarca el vencer los obstáculos que a veces se interponen en nuestro camino y nos impiden lograr nuestras esperanzas y sueños. Todos enfrentamos crisis durante nuestra estadía en la tierra; algunas son pequeñas y otras grandes.
Una crisis pequeña podría ser el que se nos acabe la gasolina del automóvil en una vía muy transitada; una crisis grande podría ser la pérdida de un ser querido, un accidente devastador o una tragedia familiar. Nosotros traemos sobre nosotros mismos algunas de esas crisis por medio de la desobediencia a las leyes de Dios y del hombre; otras, nos llegan sin que nosotros tengamos ninguna culpa. Supongo que la mayoría de nosotros nos hemos enfrentado a “las malas jugadas” de la vida. Cualquiera que haya participado en un juego sabe muy bien que suceden las malas jugadas, que son parte del juego y que ni su magnitud ni su frecuencia son predecibles.
Un buen jugador se da cuenta de que las malas jugadas son parte de la vida y se esfuerza por seguir viviendo con fe y valor. A fin de permanecer fieles a nuestro deseo de vivir de nuevo con nuestro Padre Celestial, debemos encontrar la manera de superar los obstáculos y descubrir lo que es realmente importante en la vida.
Sigue nadando
Cuando nuestra hija Lindsay era pequeña, a ella y a mí nos gustaba ver películas juntos; una que nos gustaba y vimos muchas veces era una de dibujos animados que se llamaba Buscando a Nemo. En la película, un buzo atrapa a Nemo, quien finalmente acaba en una pecera en el consultorio de un dentista. Marlin, el padre de Nemo, está resuelto a encontrarlo. Durante el trayecto, Marlin conoce a un pez llamado Dory; juntos enfrentan un obstáculo tras otro mientras tratan de encontrar a Nemo. Ya sea frente a un obstáculo grande o a uno pequeño, el mensaje de Dory a Marlin siempre es el mismo: “Sigue nadando”.
Varios años después, Lindsay prestó servicio en una misión en Santiago, Chile. Las misiones son difíciles, y las decepciones son muchas. Todas las semanas, al final de mi correo electrónico, le escribía: “Sigue nadando. Te quiere, Papá”.
Cuando Lindsay estaba embarazada de su segundo hijo, se enteró de que el bebé tenía un orificio en el corazón y que además tenía el síndrome de Down. Al escribirle durante ese tiempo sumamente difícil, concluía mis correos electrónicos con las palabras: “Sigue nadando”.
Cada uno de nosotros enfrenta obstáculos en la vida, pero a fin de superarlos y llegar a donde queremos ir, debemos seguir nadando.
Uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras es la sección 121 de Doctrina y Convenios; es un pasaje maravilloso en el que el profeta José Smith empieza en lo más profundo de la desesperación y se eleva a alturas celestiales. Esta sección y las secciones 122 y 123 provienen de una carta que José escribió a la Iglesia, y debemos ponerlas en el debido contexto a fin de entenderlas mejor.
José y algunos de sus seguidores estuvieron presos en la cárcel de Liberty, Misuri, desde diciembre de 1838 hasta abril de 1839. La cárcel no tenía calefacción y la comida apenas se podía comer. Se encontraban en un calabozo con suelo de tierra y un cielo raso tan bajo que no les permitía estar totalmente de pie. Mientras tanto, los santos habían sido expulsados de sus hogares. En medio de esa turbulencia, el gobernador Lilburn W. Boggs emitió la malvada orden de exterminación.
José pregunta: “Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?” (D. y C. 121:1). Éste es el mismo José Smith que tuvo visitas celestiales de Dios el Padre; Jesucristo; Moroni; Juan el Bautista; Pedro, Santiago y Juan; y otros. Casi inmediatamente después de las preguntas de los primeros versículos, José expresa su frustración:
“Permite que tu enojo se encienda en contra de nuestros enemigos; y en el furor de tu corazón, vénganos de nuestras injurias con tu espada.
“Acuérdate de tus santos que sufren, oh Dios nuestro, y tus siervos se regocijarán en tu nombre para siempre” (versículos 5–6).
El Señor responde a las súplicas de José diciendo: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento” (versículo 7).
Luego le enseña a José un principio maravilloso: “…y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos” (versículo 8).
El mensaje es directo y breve; no debemos esperar que el Señor nos quite nuestras tribulaciones simplemente porque le prometemos que siempre seremos fieles si lo hace; más bien, debemos sobrellevarlas bien, y después se nos bendecirá. Ésta es una maravillosa lección de la vida para cada uno de nosotros.
En el versículo 10 hay más instrucción en la que el Señor le dice a José: “No eres aún como Job; no contienden en contra de ti tus amigos, ni te acusan de transgredir, como hicieron con Job”. A pesar de lo mucho que Job sufrió, se nos enseña: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?” (D. y C. 122:8).
La sección 122 complementa la sección 121; yo la llamo la sección de los si. La palabra si aparece quince veces. Por ejemplo, en el versículo cinco dice: “Si te es requerido pasar tribulaciones; si te encuentras en peligro entre hermanos falsos; si estás en peligro entre ladrones; si peligras en tierra o mar” (D. y C. 122:5; cursiva agregada).
Si sustituyésemos esos desafíos por los que enfrentamos en el mundo actual, tal vez aprenderíamos algo; como por ejemplo: si ha ocurrido una muerte en mi familia, o si mi novio o mi novia me deja, o si tengo problemas económicos o si fuera más inteligente.
Después de los si condicionales, el Señor dice: “…entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (versículo 7). En otras palabras, los desafíos que tenemos en la vida, en última instancia, son útiles e incluso esenciales.
“Por tanto, muy queridos hermanos, hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo” (D. y C. 123:17).
La vida está llena de obstáculos, algunos de los cuales parecen ser insuperables. Debemos sobrellevarlos alegre y fielmente y, al hacerlo, al final regresaremos a vivir con Dios para siempre.
El ejemplo del Salvador
El ejemplo más grande que tenemos de perseverancia es la vida del Salvador. La Expiación hizo necesario que Él descendiera por debajo de todas las cosas y diera Su vida perfecta por nosotros. Al descender por debajo de todas las cosas, Él sufrió por todas las desdichas y pecados de la vida, “padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu” (D. y C. 19:18).
Jesús sabía lo que se requería de Él, y dijo, de manera muy humana: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). No obstante, estuvo dispuesto a hacer la voluntad de Su Padre y soportar todas las cosas.
Lo que lleguemos a ser marca la diferencia
El negocio que poseo hoy fue fundado por mi padre hace casi sesenta años. Él murió en 1980 y me dejó a mí al frente de la compañía cuando sólo tenía 30 años.
En aquellos primeros años, surgían situaciones en las que era necesario que yo tomara decisiones que afectarían el futuro de nuestro frágil negocio. Me esforcé por actuar como mi padre lo hubiera hecho y pasé mucho tiempo de rodillas, tratando de discernir qué hacer. En todas esas decisiones, nunca tuve un sentimiento de paz ni una guía que me indicara hacer una u otra cosa. Finalmente, hice lo que pensé que era mejor y seguí adelante; sin embargo, estaba decepcionado por no haber podido recibir ninguna clase de confirmación en cuanto a mis acciones.
Una noche, mi padre se me apareció en un sueño; empecé a reprenderlo por no ayudarme a saber qué hacer. Dijo que estaba al tanto de mi situación, pero que, en el lugar donde se encontraba, estaba ocupado y su antiguo negocio no era tan importante. “Chris, en realidad no nos importa el negocio aquí”, dijo, “lo que sí nos importa mucho es la persona en que te convertirás debido a tu negocio”.
Fue una gran lección que espero nunca olvidar. Lo que obtengamos en la vida no tiene la menor importancia, pero la clase de persona que lleguemos a ser es lo que marca la diferencia.
A veces nos olvidamos que en la vida premortal luchamos al lado del Señor en defensa del plan del Padre: el albedrío moral. ¡Y ganamos! Lucifer y sus seguidores fueron expulsados y nosotros recibimos la oportunidad de experimentar la vida por la que luchamos. El plan del Padre incluía la Expiación. Nuestra tarea es hacer frente a nuestros desafíos y sobrellevarlos bien. Al hacerlo, la Expiación cobra significado en nuestra vida y realizamos la obra y la gloria del Señor: “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
Doy testimonio de que Jesús es el Cristo; Él es el Salvador del mundo; Él es el Príncipe de Paz y nuestro Intercesor ante el Padre. Doy testimonio de que el Padre nos conoce por nombre, que nos ama a pesar de nuestras imperfecciones y que preparará un lugar para nosotros, si somos fieles y perseveramos hasta el fin.