Clásicos del Evangelio
La divina Trinidad
Gordon B. Hinckley, el decimoquinto Presidente de la Iglesia, nació el 23 de junio de 1910. Fue ordenado Apóstol el 5 de octubre de 1961, a los 51 años, y el 12 de marzo de 1995 fue sostenido como Presidente de la Iglesia.
Tomado de: “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”, Liahona, marzo de 1998, págs. 2–9.
Nuestra creencia en Dios el Eterno Padre, en Su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo es el eje central de nuestra religión.
Al exponer los elementos principales de nuestra doctrina, el profeta José Smith colocó éste en primer lugar:
“Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo” (Artículos de Fe 1:1).
El Profeta también enseñó: “El primer principio del Evangelio es conocer con certeza la naturaleza de Dios” (History of the Church, Tomo 6, pág. 305).
Estas enseñanzas, que lo abarcan todo y que tienen enorme significado, están en armonía con las palabras del Señor…: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
Dios el Eterno Padre
Creo sin vacilación ni duda en Dios, el Eterno Padre. Él es mi Padre, el Padre de mi espíritu y el Padre de los espíritus de todos los hombres. Es el gran Creador, el Regidor del universo… El hombre fue creado a Su imagen. Él es un Ser personal; es real; es individual y tiene “un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre” (D. y C. 130:22).
En el relato de la creación de la tierra, “dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).
¿Podrían haber sido más explícitas las palabras? ¿Acaso degrada en algo a Dios, como algunos quieren hacernos creer, el hecho de que el hombre haya sido creado a Su misma imagen? Por el contrario, esta idea debería hacer surgir en el corazón de todo hombre y toda mujer un mayor aprecio por sí mismo o misma, por ser hijo o hija de Dios…
Cuando era misionero… mientras estaba dando un mensaje en Londres, Inglaterra, un provocador me interrumpió y dijo: “¿Por qué no se limita a enseñar la doctrina de la Biblia, …lo que dice en Juan (4:24): ‘Dios es Espíritu’?”.
Abrí la Biblia en el versículo que él había citado y se lo leí por completo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, es necesario que le adoren en espíritu y en verdad”.
Le dije: “Por supuesto que Dios es un espíritu, y también lo es usted, una combinación de espíritu y cuerpo que lo hace un ser viviente; y yo también lo soy”.
Cada uno de nosotros es un ser dual, una entidad espiritual y una entidad física. Todos saben de la realidad de la muerte… y cada uno de nosotros también sabe que el espíritu continúa viviendo como entidad individual y que, en un momento dado, bajo el plan divino que el sacrificio del Hijo de Dios hizo posible, habrá una reunión del espíritu y el cuerpo. La declaración de Jesús de que Dios es espíritu no es una negación a que Él tenga un cuerpo, como tampoco lo es la declaración de que yo soy espíritu al mismo tiempo que tengo cuerpo.
No pretendo comparar mi cuerpo con el de Él en refinamiento, capacidad, belleza y fulgor. El Suyo es eterno; el mío es mortal. Pero ese concepto sólo aumenta la reverencia que siento por Él… procuro amarlo con todo mi corazón, alma, mente y fuerza. Su sabiduría es mucho más grande que la de todos los hombres… Su amor… abarca a todos Sus hijos, y Su obra y Su gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos e hijas… (véase Moisés 1:39).
El Señor Jesucristo
Creo en el Señor Jesucristo, el Hijo del Dios eterno y viviente. Creo en Él como Primogénito del Padre y Unigénito del Padre en la carne. Creo en Él como una persona individual, separada y distinta de Su Padre…
Creo que en Su vida mortal Él fue el único hombre perfecto que ha caminado sobre la tierra. Creo que en Sus palabras se hallan esa luz y esa verdad que, si se siguieran, salvarían al mundo y traerían la exaltación a la humanidad. Creo que en Su sacerdocio radica la autoridad divina, el poder de bendecir, el poder de sanar, el poder de gobernar los asuntos terrenales de Dios, el poder de atar en los cielos aquello que se ate en la tierra.
Creo que por medio de Su sacrificio expiatorio, y la ofrenda de Su vida en el Calvario, Él expió los pecados de la humanidad, aliviándonos de la carga del pecado si abandonamos el mal y lo seguimos a Él. Creo en la realidad y en el poder de Su resurrección… creo que mediante Su expiación… a cada uno se nos ofrece el don de la resurrección de los muertos. Y más aún, creo que por ese sacrificio, a todo hombre y a toda mujer, a todo hijo y a toda hija de Dios, …si obedece Sus mandamientos, se le proporciona la oportunidad de la vida eterna y de la exaltación en el reino de nuestro Padre.
Jamás ha andado sobre esta tierra alguien más grandioso; ningún otro ha hecho un sacrificio comparable al suyo ni brindado una bendición similar. Él es el Salvador y el Redentor del mundo. Yo creo en Él. Declaro Su divinidad… Lo amo… Pronuncio Su nombre con reverencia y admiración…
Las Escrituras nos hablan de aquellos a quienes Él se mostró y con quienes habló en calidad de Hijo resucitado y viviente de Dios. De igual manera, se ha aparecido en esta dispensación, y los que lo vieron proclamaron:
“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!
“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;
“que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” (D. y C. 76:22–24).
Éste es el Cristo en quien yo creo y de quien testifico.
El Espíritu Santo
Ese conocimiento proviene de la palabra de las Escrituras y ese testimonio se recibe por el poder del Espíritu Santo; es un don, sagrado y maravilloso, que recibimos por revelación del tercer miembro de la Trinidad. Creo en el Espíritu Santo como Personaje de espíritu que ocupa un lugar con el Padre y el Hijo, y que los tres miembros componen la divina Trinidad…
De la conversación que tuvo lugar entre Pedro y Ananías cuando éste se guardó una parte del pago que había recibido por la venta de un terreno, es evidente que en tiempos antiguos se reconocía al Espíritu Santo como miembro de la Trinidad.
“Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo…?
“…No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:3–4).
El Espíritu Santo es… el Consolador prometido por el Salvador que enseñaría a Sus seguidores todas las cosas y les haría recordar todas las cosas (véase Juan 14:26).
El Espíritu Santo es el Testificador de la verdad; puede enseñar a los hombres lo que ellos no pueden enseñarse unos a otros… Se promete que se conocerá la veracidad del Libro de Mormón “por el poder del Espíritu Santo”. Moroni entonces declara: “…y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:4–5).
Yo creo que ese poder, ese don, está a nuestra disposición hoy en día.
Real y personal
…yo creo en Dios, el Eterno Padre, y en Su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.
Me bauticé en el nombre de estos tres Personajes; me casé en el nombre de cada uno de Ellos. No tengo ninguna duda en cuanto a que son reales e individuales. Esa condición de seres individuales se puso de manifiesto cuando Juan bautizó a Jesús en el Jordán. Allí en el agua se encontraba el Hijo de Dios; la voz de Su Padre se dejó oír proclamando Su divinidad filial, y el Espíritu Santo se manifestó en forma de paloma (véase Mateo 3:16–17).
Sé que Jesús dijo que cualquiera que lo hubiera visto a Él había visto a Su Padre (véase Juan 14:9). ¿No podría decirse lo mismo de muchos hijos que se parecen a uno de sus padres?
Cuando Jesús oró al Padre, ¡ciertamente no estaba orándose a Sí mismo!
Perfectamente unidos
Son Seres distintos y separados, pero son uno en propósito y en intento; están unidos como uno en la obra de llevar a cabo el grandioso y divino plan para la salvación y la exaltación de los hijos de Dios.
…Cristo rogó al Padre por los apóstoles, a quienes amaba, diciendo:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos;
“para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:20–21).
Esa perfecta unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es lo que liga a los tres en la unidad de la divina Trinidad.