¿Alguien me escucha?
Lucas había orado muchas veces, pero, ¿tenía un testimonio de la oración?
“Yo oro cada día con fe y hablo con el Padre. Él me escucha cuando oro con fe” (Canción “Oro con fe”, Liahona, Sección para los niños, marzo de 1991, pág. 5).
Estaba preocupado. Mi maestra de la Primaria me había pedido que diera un discurso la siguiente semana en el Tiempo para compartir. “Podrías compartir tu testimonio en cuanto a la oración”, me dijo. Acabábamos de hablar de la oración en nuestra clase.
Yo había orado muchas veces; siempre hacía mis oraciones personales y con frecuencia oraba durante la oración familiar. También había orado muchas veces para bendecir los alimentos y había orado en la Primaria; pero ahora no estaba seguro de si tenía un testimonio sobre la oración, o si comprendía la manera en que la oración me podía ayudar. “¿De verdad alguien me escucha cuando oro?”, me preguntaba.
Fui a la cocina, donde mi madre estaba preparando la cena.
“Mamá”, dije, “¿cómo puedo compartir mi testimonio de la oración si no estoy seguro de que tengo un testimonio de ella?”.
Mamá me rodeó con el brazo. “¿Por qué no das mañana una lección sobre la oración en la noche de hogar y hablaremos sobre ello?”, dijo.
Ella me ayudó a encontrar relatos y discursos de la conferencia en cuanto a la oración. Entonces, me comencé a preparar para la noche de hogar y para mi discurso en la Primaria.
Cuando di mi lección el lunes, mamá y papá me contaron cómo la oración los había ayudado. También di mi discurso en la Primaria el domingo siguiente, pero no me sentí muy diferente; todavía me preguntaba si tenía un testimonio de la oración. Oré sinceramente en cuanto a mis dudas, pero no recibí la respuesta en seguida.
Un día, papá llegó a casa después de haber estado buscando trabajo todo el día sin tener éxito. Él estaba muy triste; había estado sin trabajo por muchas semanas. Corrí hacia él y lo abracé, como siempre lo hacía.
“No estés triste, papá”, dije. Entonces, de pronto sentí algo en el corazón. “Tenemos que orar”, dije.
“¿Ahora mismo?”, preguntó mi papá.
“Sí, ahora mismo”, dije. “Creo que el Padre Celestial nos oirá”.
Nos arrodillamos juntos y oramos, pidiendo que el Padre Celestial nos diera consuelo.
Después de la oración, leímos las Escrituras, como lo hacíamos cada noche, y luego nos sentamos juntos y hablamos. Noté que poco a poco nuestra tristeza se reemplazaba con la felicidad que siempre sentíamos en casa. Me sentí diferente, como si estuviéramos a salvo y protegidos, y sabía que todo saldría bien. Fue un sentimiento maravilloso.
Mamá también lo notó. “¿Sientes eso, Lucas?”, preguntó suavemente. “El Espíritu Santo nos está consolando, ayudándonos a saber que no estamos solos”.
“Sí, puedo sentirlo”, dije. Sabía que el Padre Celestial había oído nuestra oración.
Fue una noche que nunca olvidaré. Ahora tengo mi propio testimonio del poder de la oración.