2014
La gracia y la expiación de Jesucristo
Marzo de 2014


La gracia y la expiación de Jesucristo

Podemos recibir fortaleza para hacer más de lo que creemos.

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En el verano de 2012, Palakiko C. se había graduado de la escuela secundaria en Hawái, EE. UU.; esperaba ansiosamente asistir a la Universidad Brigham Young y servir en una misión. Palakiko ya había hecho mucho para prepararse para la misión: había acompañado a los misioneros de tiempo completo en tres ocasiones durante todo un día, y solía ir con ellos a visitar familias y enseñarles el Evangelio.

Una noche, Palakiko y los misioneros empezaron a enseñar a una familia en la que algunos eran miembros de la Iglesia y que tenía cinco hijos de entre 8 y 14 años que no habían sido bautizados.

“Los visitamos durante seis semanas”, recuerda Palakiko. “Cada semana veía cómo crecía su fe a medida que les enseñábamos los principios doctrinales que los ayudarían a obtener la vida eterna”.

Los cinco hijos no tardaron en aceptar la invitación a bautizarse y le pidieron a Palakiko que efectuara los bautismos. Palakiko aceptó con entusiasmo; el bautizarlos sería un privilegio y un honor. Sin embargo, se le presentó un reto más difícil cuando también le pidieron que diera un discurso sobre el Espíritu Santo durante el servicio bautismal.

Palakiko estaba muy nervioso. “¿Cómo podía dar un discurso el día que ellos recordarían por el resto de su vida?”, se preguntaba. “¿Qué iba a decir?”.

A pesar de su ansiedad, Palakiko sabía que debía hacerlo, así que empezó a preparar el discurso ese mismo día.

“Hice todo lo posible para asegurarme de que todo saliera bien”, dice. Oró, leyó las Escrituras en busca de guía y consuelo, y hasta practicó la oración bautismal en su mente. El día del servicio, todo salió bien con los bautismos, y mientras daba el discurso esforzándose por tener el Espíritu, se sintió guiado en cuanto a lo que debía decir.

“En ningún otro momento de mi vida he sentido más el Espíritu que durante aquel discurso”, comenta Palakiko. “Me alegra haber podido ser un instrumento en las manos del Señor”.

Palakiko pudo hacer lo que necesitaba porque fue fortalecido por la gracia, o el poder habilitador, de la expiación del Salvador.

¿Qué es el poder habilitador de Jesucristo?

Puesto que todos pecamos, tenemos que aprender y aplicar los principios del arrepentimiento, un aspecto esencial del evangelio de Jesucristo. Sin el sacrificio del Salvador, ninguno de nosotros podría vencer el pecado ni regresar a la presencia de nuestro Padre.

Ayudarnos a superar el pecado es un aspecto de la gracia del Salvador; pero hay otro. La gracia se define como “ayuda o fortaleza divina [que] proviene de la misericordia y el amor de Dios”1. Por la gracia de Jesucristo podemos ser fortalecidos para “hacer el bien y ser benignos, y para servir más allá de nuestro propio deseo personal y de nuestra capacidad natural”2. Como lo ha explicado el élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, “la palabra gracia a menudo se usa en las Escrituras para indicar un poder que fortalece o hace posible que las cosas ocurran”3.

Palakiko fue bendecido por la gracia del Salvador a fin de lograr algo para lo que él mismo se consideraba incompetente. Ese mismo poder puede ayudarnos a todos de maneras tanto pequeñas como grandes.

¿Cómo podemos tener acceso a la gracia del Salvador?

Dios puede ayudarnos cuando necesitamos guía o apoyo, pero también depende de nosotros. Debemos procurar Su ayuda y ser dignos de ella.

Como ha dicho el élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles: “Cuando uno obedece los mandamientos del Señor y presta servicio a Sus hijos desinteresadamente, la consecuencia natural es el poder de Dios: el poder para hacer más de lo que podemos por nosotros mismos. Nuestras perspectivas, nuestros talentos y nuestras habilidades se amplían porque recibimos la fortaleza y el poder del Señor”4.

Este modelo puede verse en la vida de Jasmine B., de Washington, EE. UU., quien recibió ayuda para afrontar una enfermedad. Antes de contraer la enfermedad, Jasmine era una joven sana que se destacaba en el equipo de atletismo de su escuela secundaria y a quien le encantaba levantarse temprano para ir a seminario.

Entonces empezó a sentirse enferma; perdió 7 kilos rápidamente, y no importaba cuánto durmiera, cada vez le costaba más levantarse para ir a seminario. No podía correr tan bien como antes, siempre tenía hambre y sed, y se sentía débil todo el tiempo.

Pasó un mes antes de que empezase a orar para pedir ayuda. “Tardé tanto”, explica, “porque el pensar en orar pidiendo ayuda era un acto de sumisión por el que admitiría que algo malo me pasaba. Me daba miedo”.

No obstante, como se había humillado para procurar la ayuda del Señor, empezaron a llegar las respuestas. Fue a ver a un médico que descubrió que había desarrollado diabetes del tipo I, lo cual significaba que su cuerpo no podía producir insulina para procesar el azúcar. La diabetes tiene consecuencias de por vida y se debe controlar con mucho cuidado. Mientras los médicos elaboraban un plan para ayudarle a controlar su dolencia, Jasmine empezó a preocuparse de que tal vez no pudiera seguir compitiendo en atletismo.

“Nunca dejé de orar mientras luchaba por entender mi nueva vida y por controlar mi enfermedad”, agrega. “Oré en busca de fortaleza y entendimiento, y para ser capaz de aceptar esa prueba. No habría conseguido superar aquellos días y semanas tan difíciles de no haber sido por la oración”.

Jasmine mejoró de una forma increíble. A las dos semanas del diagnóstico estaba de vuelta practicando en la pista de atletismo, y ese mismo año obtuvo buenos resultados en las competencias estatales. “Creo que mi Padre Celestial me ha bendecido con un cuerpo fuerte y sano porque me he estado esforzando por mantenerme firme en el Evangelio”, dice. “Tener diabetes no era el fin del mundo; sabía que podría superar este momento con Su ayuda”.

Por la gracia de Dios y mediante su dependencia de Él, Jasmine es capaz de hacerle frente a su enfermedad y tener triunfos maravillosos en su vida.

La gracia está al alcance de todos

Este mismo poder fortalecedor, la gracia de Cristo, está al alcance de todos nosotros. Siempre que se sientan solos, abrumados o desalentados, recuerden que el Señor Jesucristo pone Su gracia al alcance de ustedes.

Como lo ha explicado el élder Craig A. Cardon, de los Setenta: “Al ejercer la fe en el Señor Jesucristo, el poder habilitador de Su expiación nos fortalece en nuestros momentos de necesidad [véase Jacob 4:7] y Su poder redentor nos santifica cuando nos ‘[despojamos] del hombre natural’ [Mosíah 3:19]. Esto brinda esperanza a todos, especialmente a aquellos que piensan que el Salvador no está dispuesto a ayudar [ni] a salvar cuando se vuelve a ceder a la debilidad humana”5.

Notas

  1. Guía para el Estudio de las Escrituras, “Gracia”, scriptures.lds.org.

  2. David A. Bednar, “La Expiación y la travesía de la vida mortal”, Liahona, abril de 2012, pág. 15.

  3. David A. Bednar, “En la fuerza del Señor”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 76.

  4. Richard G. Scott, “La paz en el hogar”, Liahona, mayo de 2013, pág. 30.

  5. Craig A. Cardon, “El Salvador desea perdonar”, Liahona, mayo de 2013, pág. 15.