Padres fieles e hijos descarriados Cómo mantener la esperanza mientras se superan los malentendidos
Una de las mayores penas que puede sufrir un valiente padre en Sión es la de un hijo que se aparta del sendero del Evangelio. Preguntas como: “¿Por qué?”, “¿Qué hice mal?” o “¿Cómo podemos ayudar ahora a este hijo?”, están constantemente en la mente y el corazón de estos padres. Estos hombres y mujeres oran con fervor, escudriñan diligentemente las Escrituras y escuchan con atención el consejo de los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares al acudir al evangelio de Jesucristo para obtener guía, fortaleza y consuelo.
Las declaraciones de las Autoridades Generales de la Iglesia que describen la influencia de los padres fieles en los hijos descarriados han sido, y continúan siendo, una gran fuente de consuelo para las familias1. Ese consuelo proviene de la esperanza que estos mensajes parecen transmitir de que los padres que honran los convenios del Evangelio, obedecen los mandamientos del Señor y sirven fielmente pueden influir en la salvación de sus hijos e hijas que se apartan del camino. Sin embargo, la interpretación de estas declaraciones por parte de algunos miembros de la Iglesia ha contribuido, en alguna medida, a un malentendido doctrinal. La confusión deriva de la aparente incoherencia de estas interpretaciones con la doctrina de la expiación de Jesucristo y los principios del albedrío moral y la responsabilidad individual por los pecados y las transgresiones.
A fin de mantener la esperanza, y al mismo tiempo abordar este malentendido, sería útil hacer un repaso de las verdades que se destacan repetidamente en los libros canónicos, de las enseñanzas aclaratorias de los apóstoles y profetas modernos, y de la evidencia pertinente que se encuentra en los registros históricos de la Iglesia.
Promesas proféticas acerca de la posteridad
La siguiente cita se encuentra en Enseñanzas del Profeta José Smith, una recopilación elaborada por Joseph Fielding Smith cuando servía como historiador y registrador de la Iglesia: “Cuando se fija el sello sobre el padre y la madre, esto les asegura su posteridad, a fin de que no se pierdan, sino que sean salvos en virtud del convenio de su padre y su madre”2.
El élder Orson F. Whitney (1855–1931), del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó en 1929 algo similar basándose, aparentemente, en la declaración del profeta José: “El profeta José Smith dijo —y jamás enseñó una doctrina más consoladora— que el sellamiento eterno de padres fieles y las divinas promesas que se les hayan hecho por su valiente servicio en la Causa de la Verdad los salvarán no sólo a ellos, sino también a su posteridad. Aunque algunas ovejas se descarríen, el ojo del Pastor está sobre ellas, y tarde o temprano sentirán los brazos de la Divina Providencia que se extienden hacia ellas y las traen de nuevo al rebaño. Ellas volverán, ya sea en esta vida o en la vida venidera. Tendrán que pagar su deuda a la justicia; sufrirán por sus pecados y tal vez anden por caminos espinosos; pero si eso finalmente los conduce, como al hijo pródigo, al corazón y al hogar de un padre amoroso que perdona, la dolorosa experiencia no habrá sido en vano. Oren por sus hijos negligentes y desobedientes; aférrense a ellos mediante su fe. Continúen con esperanza y confianza hasta que vean la salvación de Dios”3.
Algunos miembros de la Iglesia interpretan las declaraciones de José Smith y Orson F. Whitney como una afirmación de que los hijos descarriados reciben incondicionalmente las bendiciones de la salvación gracias a la fidelidad de sus padres y por medio de ella. No obstante, esta interpretación queda atenuada por el hecho de que el registro más completo del sermón del Profeta no estaba a disposición de los historiadores de la Iglesia cuando compilaron una versión combinada de sus enseñanzas, utilizando las notas de Willard Richards y William Clayton. En el conjunto de notas más completo que registraron Howard y Martha Coray, se indica que José Smith restringió esta declaración para expresar que las bendiciones prometidas estaban condicionadas a la obediencia de los hijos:
“Cuando el padre y la madre de una familia han [sido sellados], sus hijos que no hayan transgredido quedan protegidos por el sello por el cual han sido sellados los padres. Éste es el juramento de Dios a nuestro padre Abraham y esta doctrina permanecerá para siempre”4.
Esta aclaración es más coherente con la doctrina. De no ser por la información adicional contenida en los registros Coray, el concepto de la salvación incondicional para los hijos desobedientes contradiría muchas enseñanzas básicas del profeta José Smith, incluso el segundo Artículo de Fe, que afirma que “los hombres serán castigados por sus propios pecados” (Artículos de Fe 1:2).
Esta explicación también está en concordancia con muchos ejemplos de los libros canónicos. Por ejemplo, Alma explicó lo siguiente a su hijo Coriantón:
“Mas he aquí, tú no puedes ocultar tus delitos de Dios; y a menos que te arrepientas, se levantarán como testimonio contra ti en el postrer día.
“Y ahora bien, hijo mío, quisiera que te arrepintieses y abandonases tus pecados, y no te dejases llevar más por las concupiscencias de tus ojos, sino que te refrenaras de todas estas cosas; porque a menos que hagas esto, de ningún modo podrás heredar el reino de Dios. ¡Oh recuerda, y comprométete, y abstente de estas cosas!” (Alma 39:8–9; cursiva agregada).
Samuel el Lamanita declaró a los nefitas:
“…y esto con objeto de que aquellos que crean sean salvos, y sobre los que no crean descienda un justo juicio; y también, si son condenados, traen sobre sí su propia condenación.
“Así pues, recordad, mis hermanos, que el que perece, perece por causa de sí mismo; y quien comete iniquidad, lo hace contra sí mismo; pues he aquí, sois libres; se os permite obrar por vosotros mismos; pues he aquí, Dios os ha dado el conocimiento y os ha hecho libres.
“Él os ha concedido que discernáis el bien del mal, y os ha concedido que escojáis la vida o la muerte; y podéis hacer lo bueno, y ser restaurados a lo que es bueno, es decir, que os sea restituido lo que es bueno; o podéis hacer lo malo, y hacer que lo que es malo os sea restituido” (Helamán 14:29–31; cursiva agregada).
Hay otras Escrituras que corroboran igualmente el principio de que los hombres y las mujeres son agentes bendecidos con albedrío moral y son responsables de sus propios pensamientos, palabras y hechos5.
Los brazos de la Divina Providencia
La Iglesia no tiene registros de otras enseñanzas del profeta José Smith sobre este tema en concreto. Aunque muchos líderes posteriores de la Iglesia han discrepado en el énfasis que ponen en diversos aspectos de las declaraciones de José Smith, Orson F. Whitney y otros, sí coinciden en el hecho de que los padres que honran los convenios del templo pueden ejercer una gran influencia espiritual en sus hijos a lo largo del tiempo. Los miembros fieles de la Iglesia pueden hallar consuelo al saber que pueden reclamar las promesas de guía y poder divinos, por medio de la inspiración del Espíritu Santo y los privilegios del sacerdocio, en su esfuerzo por ayudar a sus familiares a recibir las bendiciones de la salvación y la exaltación.
Los “brazos de la Divina Providencia” que describió el élder Whitney se pueden considerar como una especie de poder espiritual, una inspiración celestial que, con el tiempo, lleva a un hijo descarriado a volver al rebaño. Este tipo de influencia no puede anular el albedrío moral de un hijo pero, no obstante, sí puede invitarlo y persuadirlo. En definitiva, un hijo debe ejercer su albedrío moral y responder con fe, arrepentirse con íntegro propósito de corazón y actuar de conformidad con las enseñanzas de Cristo.
El presidente James E. Faust (1920–2007), que fue Segundo Consejero de la Primera Presidencia, dio la explicación más exhaustiva de este importante concepto eterno:
“Creo en la consoladora declaración del élder Orson F. Whitney:
“‘El profeta José Smith dijo —y jamás enseñó una doctrina más consoladora— que el sellamiento eterno de padres fieles y las divinas promesas que se les hayan hecho por su valiente servicio en la Causa de la Verdad los salvarán no sólo a ellos, sino también a su posteridad. Aunque algunas ovejas se descarríen, el ojo del Pastor está sobre ellas, y tarde o temprano sentirán los brazos de la Divina Providencia que se extienden hacia ellas y las traen de nuevo al rebaño. Ellas volverán, ya sea en esta vida o en la vida venidera. Tendrán que pagar su deuda a la justicia; sufrirán por sus pecados y tal vez anden por caminos espinosos; pero si eso finalmente los conduce, como al hijo pródigo, al corazón y al hogar de un padre amoroso que perdona, la dolorosa experiencia no habrá sido en vano. Oren por sus hijos negligentes y desobedientes; aférrense a ellos mediante su fe. Continúen con esperanza y confianza hasta que vean la salvación de Dios’6.
“Un principio que hay en esa declaración y que generalmente se pasa por alto es el de que deben arrepentirse plenamente, ‘[sufrir] por sus pecados’ y ‘[pagar] la deuda a la justicia’. Sé que éste es el tiempo de ‘prepararse para comparecer ante Dios’ [Alma 34:32]. Si un hijo descarriado no se arrepiente en esta vida, ¿es posible que los lazos del sellamiento sean lo bastante fuertes para que aún pueda arrepentirse? En Doctrina y Convenios se nos dice: ‘Los muertos que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios,
“‘y después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones, y sean lavados y purificados, recibirán una recompensa según sus obras, porque son herederos de salvación’ (D. y C. 138:58–59).
“Recordemos que el hijo pródigo malgastó su herencia y cuando lo hubo perdido todo regresó a casa de su padre, donde se lo recibió bien, aunque su herencia ya estaba gastada (véase Lucas 15:11-32). La misericordia no robará a la justicia, y el poder sellador de unos padres fieles sólo reclamará a los hijos perdidos con la condición de que se arrepientan y por la expiación de Cristo. Los hijos descarriados que se arrepientan disfrutarán de la salvación y de todas las bendiciones que acompañan a ésta, pero la exaltación es mucho más: hay que ganarla plenamente, en toda su medida. La cuestión de quién será exaltado corresponde al Señor y a Su misericordia.
“Hay muy pocos cuya rebelión y malas obras son tales que ‘han pecado más allá del poder del arrepentimiento’7. Este juicio también debe quedar en las manos del Señor. Él nos dice: ‘Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres’ (D. y C. 64:10).
“Tal vez no se nos permita entender completamente en esta vida lo perdurables que son los vínculos del sellamiento de los padres rectos con sus hijos. Puede que en este momento estén obrando recursos más útiles de lo que creemos8. Creo en la existencia de un gran poder en las familias, como es la influencia que nuestros amados antepasados ejercen desde el otro lado del velo”9.
Las enseñanzas del presidente Faust resumen con autoridad lo que sabemos y no sabemos acerca de los padres rectos y los hijos descarriados. La influencia de los padres que honran los convenios y obedecen los mandamientos definitivamente puede influir espiritualmente en los hijos que se descarrían al activar los brazos de la Divina Providencia en formas que no se han revelado plenamente y que no se entienden completamente. No obstante, la influencia de padres rectos: (1) no reemplaza, en la vida de una persona, la necesidad del poder redentor y fortalecedor de la expiación de Jesucristo; (2) no anula las consecuencias del mal ejercicio del albedrío moral; y (3) no niega la responsabilidad de una persona como agente “para actuar… y no para que se actúe sobre [ella]” (2 Nefi 2:26).
Los padres fieles quizás podrían hallar fortaleza para perseverar al seguir el ejemplo de otros padres rectos con hijos desobedientes. En el Libro de Mormón, el padre Lehi alentó regular y constantemente a sus hijos descarriados a que volvieran al Señor. Lehi “habló a Lamán, diciendo: ¡Oh, si fueras semejante a este río, fluyendo continuamente en la fuente de toda rectitud!
“Y dijo también a Lemuel: ¡Oh, si fueras tú semejante a este valle, firme, constante e inmutable en guardar los mandamientos del Señor!
“Esto habló por causa de la dureza de cerviz de Lamán y Lemuel; pues he aquí, murmuraban contra su padre en muchas cosas” (1 Nefi 2:9–11).
Posteriormente, Lehi estaba a punto de abandonar esta tierra, pero seguía invitando y persuadiendo a sus hijos descarriados a que escuchasen sus palabras (2 Nefi 1:12):
“¡Despertad y levantaos del polvo! ¡Escuchad las palabras de un padre tembloroso, cuyo cuerpo pronto tendréis que entregar a la fría y silenciosa tumba, de donde ningún viajero puede volver …
“Y mi deseo es que os acordéis de observar los estatutos y los juicios del Señor; he aquí, ésta ha sido la ansiedad de mi alma desde el principio.
“Mi corazón ha estado agobiado de pesar de cuando en cuando, pues he temido que por la dureza de vuestros corazones, el Señor vuestro Dios viniese en la plenitud de su ira sobre vosotros, y fueseis talados y destruidos para siempre…
“¡Oh hijos míos, que no os sucedan estas cosas, sino que seáis un pueblo escogido y favorecido del Señor! Mas he aquí, hágase su voluntad, porque sus vías son para siempre justas” (2 Nefi 1:14, 16–17, 19).
Un ángel del Señor se apareció al rebelde Alma, hijo, y le declaró lo siguiente: “He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre; porque él ha orado con mucha fe en cuanto a ti, para que seas traído al conocimiento de la verdad; por tanto, con este fin he venido para convencerte del poder y la autoridad de Dios, para que las oraciones de sus siervos sean contestadas según su fe” (Mosíah 27:14).
Esta experiencia tan notable se debió, en parte, a las oraciones de Alma, a quien el ángel reconoció en dos ocasiones como siervo de Dios. De esta manera, los padres fieles pueden invocar el poder de los cielos para que influya en sus hijos. Sin embargo, esos hijos siguen siendo sus propios agentes y, en definitiva, son ellos quienes deben decidir si se arrepienten o no. Alma, hijo, se arrepintió de sus pecados y nació del Espíritu (véase Mosíah 27:24), resultado que todos los padres de hijos descarriados anhelan con todo su corazón.
A medida que los padres sean pacientes y constantes en amar a sus hijos y en convertirse en ejemplos vivos de discípulos de Jesucristo, enseñarán con más eficacia el plan de felicidad del Padre. La constancia de estos padres transmite un potente testimonio del poder redentor y fortalecedor de la expiación de Jesucristo, e invita a los hijos descarriados a mirar con nuevos ojos y a oír con nuevos oídos (véase Mateo 13:43).
El actuar de conformidad con las enseñanzas del Salvador invoca el poder espiritual en nuestra vida: poder para oír y escuchar, poder para discernir y poder para perseverar. El ser discípulos devotos es la mejor y la única respuesta a cada pregunta y desafío.