La norma del Señor en cuanto a la moralidad
De un discurso pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young–Idaho, el 22 de enero de 2013. Para el texto completo en inglés, vaya a web.byui.edu/devotionalsandspeeches.
Nuestra decisión de obedecer o desobedecer las normas de Dios en cuanto a la moralidad determinará, en gran medida, nuestra felicidad en la vida.
Hace unos años, mi padre, que es abogado, entablaba un pleito judicial. Para defender su postura, citó sólo un caso: un caso de la Corte Suprema de California ocurrido muchos años antes. Su opositor citó varias decisiones más recientes de cortes menores.
El juez le dijo a mi padre: “Sr. Callister, ¿no tiene un caso más reciente que el que citó?”.
Mi padre miró al juez y respondió: “Su Señoría, permítame recordarle que cuando la corte suprema emite un juicio en cuanto a un asunto, sólo tiene que hacerlo una vez”. El juez asintió con la cabeza; se le había recordado que la corte suprema prevalece sobre toda decisión de cortes menores, aun cuando sean más numerosas o más recientes.
Lo mismo sucede con Dios, nuestro Padre; Él sólo necesita expresarse una vez en cuanto a la moralidad, y esa declaración prevalece sobre todas las opiniones de cortes menores, ya sea que provengan de psicólogos, terapeutas, políticos, amigos, padres o personas que se consideren los moralistas de la época.
Es casi increíble pensar que Dios haya dado a Sus hijos el poder que Él considera más preciado y sagrado: el poder para crear vida. Ya que Dios nos dio ese poder, Él, y sólo Él, tiene el derecho de indicar cómo debe usarse.
Al contrario de lo que piensa gran parte de la opinión pública, no hay nada negativo ni restrictivo en las normas morales de Dios. Más bien, son positivas, alientan y liberan; fomentan relaciones de confianza, realzan la autoestima, promueven una conciencia serena e invitan al Espíritu del Señor a bendecir a las personas en forma individual y en el matrimonio. Son normas que han demostrado ser beneficiosas para establecer matrimonios felices y comunidades estables.
¿Cuál es, entonces, la norma del Señor en cuanto al uso del poder sagrado de la procreación: Su norma de moralidad? En realidad, la norma del Señor en cuanto a la moralidad no es tanto una lista de cosas que se pueden y que no se pueden hacer, sino que es más bien un principio que se puede expresar de la siguiente manera: El poder procreador se debe ejercer dentro de la relación matrimonial por dos razones claves: (1) para ligar y fortalecer el vínculo entre los cónyuges; y (2) para traer almas al mundo. Estos usos cuentan con la bendición y la aprobación del Señor.
Por otro lado, el poder procreador no se debe ejercer fuera de la relación entre esposo y esposa. En consecuencia, Dios desaprueba todo pensamiento consciente o acción voluntaria que fomente o tenga como resultado el uso del poder procreador fuera de la relación matrimonial.
A continuación, cito algunas normas de moralidad del Señor con el fin de reducir cualquier malentendido o ambigüedad.
La fornicación y el adulterio
El Señor prohíbe la fornicación y el adulterio a pesar de lo que piense el mundo en cuanto a estos comportamientos. Esos actos constituyen el uso máximo del poder procreador con una persona del sexo opuesto con la que no estén casados legalmente. Si ninguna de las dos personas está casada, es fornicación; si una o las dos personas están casadas, es adulterio.
El apóstol Pablo dijo: “Porque la voluntad de Dios es… que os apartéis de la fornicación” (1 Tesalonicenses 4:3; cursiva agregada). También dijo: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los fornicarios… ni los adúlteros… heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9–10; cursiva agregada).
A veces, las personas no se dan cuenta de la gravedad de estas transgresiones o, en algunos casos, las justifican. Aparentemente, Coriantón no comprendió la gravedad de lo que había hecho cuando pecó con la ramera Isabel. Alma, su padre, lo puso en perspectiva: “¿No sabes tú, hijo mío, que estas cosas son una abominación a los ojos del Señor…?” (Alma 39:5). José también habló de ese gran mal cuando la esposa de Potifar lo tentó: “…¿cómo, pues, haría yo este gran mal y pecaría contra Dios? (Génesis 39:9).
Las caricias inapropiadas
Las caricias inapropiadas incitan los poderes de procreación. Debido a ello, previo al matrimonio, es contrario a la norma moral de Dios tocar las partes privadas o sagradas de otra persona, ya sea que esté con ropa o sin ella1.
La masturbación
El Señor condena la masturbación. La masturbación es el acto de estimular el poder de procreación del propio cuerpo. El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo:
“No seas culpable de manipular ni de jugar con este sagrado poder de creación…
“…No es agradable para el Señor, ni lo es para ti; tampoco te sentirás digno ni limpio”2.
Relaciones entre personas del mismo sexo
Algunas personas quieren hacernos creer que la postura de la Iglesia contra la relación física entre personas del mismo sexo es una norma pasajera y no una doctrina eterna. Esa creencia sería incompatible con las Escrituras, con las palabras de los profetas modernos y con el Plan de Salvación, todos los cuales enseñan la necesidad del matrimonio eterno entre un hombre y una mujer como requisito para la exaltación. Una relación entre personas del mismo sexo no es compatible con el modelo eterno de Dios de que los esposos y las esposas tengan hijos no sólo en la tierra, sino que también tengan progenie eterna en su estado exaltado.
Reconocemos que todos somos hijos de Dios y que merecemos que se nos trate como tales. Todos luchamos con imperfecciones, algunas de las cuales no fueron de nuestra elección; pero también creemos en una Expiación infinita que tiene la capacidad de otorgarnos, ya sea en esta vida o en la venidera, con todo el poder necesario para convertir nuestras debilidades e imperfecciones en fortalezas. El Señor nos ha prometido: “…si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).
Aquellos que se sientan atraídos hacia personas del mismo sexo tienen el deber de: (1) abstenerse de relaciones inmorales; y (2) hacer todo lo posible para hacerse acreedores de los poderes de la Expiación que purifican y perfeccionan. Sin embargo, mientras tanto, aquellos que tienen inclinaciones hacia las personas del mismo sexo pero no actúan de acuerdo con ellas, son dignos de tener llamamientos en la Iglesia y de recibir una recomendación para el templo3.
Los tentáculos del adversario
Ahora compartiré algunas señales de peligro que preceden a algunos de los pecados que he mencionado. En ciertos aspectos, Satanás es como un pulpo que trata de atraparnos; si con un tentáculo no lo logra, tratará con otro y otro hasta que encuentre uno que nos atrape. A continuación mencionaré algunos de los tentáculos del maligno que tienen el propósito de hacer que quebrantemos la norma de moralidad de Dios.
La pornografía
Dios no quiere que Sus hijos miren películas, programas de televisión, sitios en internet ni revistas que sean pornográficos en cualquier forma. Pornografía es toda imagen o narración que estimule el hombre carnal dentro de nosotros; es repulsiva al Espíritu del Señor.
Nadie puede afirmar que ha sido engañado por los efectos de la pornografía ni creer que exista tal cosa como una ojeada inocente. Es una serpiente venenosa y ponzoñosa que no perdona; acometerá en el momento en que den el primer vistazo y seguirá atacando con una porción completa de veneno cada vez que miren a partir de ese momento.
Si tienen ese problema, deben hacer todo lo posible por sobreponerse a él. Tal vez requiera confesión, intensa oración, ayuno, compenetrarse con las Escrituras, reemplazar el tiempo de ocio con algo constructivo, establecer límites en el uso de internet, buscar ayuda profesional y otras cosas semejantes; pero pueden vencerlo. En algún momento, la fuerza de voluntad será un ingrediente indispensable; no existe ninguna píldora ni terapia para remediar cada una de las adicciones.
La vestimenta inmodesta
La forma en que nos vestimos afecta no sólo nuestros pensamientos y acciones, sino también los pensamientos y las acciones de los demás. Por ello, el apóstol Pablo aconsejó a “las mujeres [que] se atavíen con vestimenta decorosa” (1 Timoteo 2:9).
La vestimenta de una mujer tiene un potente impacto en la mente y las pasiones de los hombres. Si es demasiado escotada, demasiado corta o demasiado ajustada puede provocar pensamientos inapropiados, incluso en la mente de un joven que esté tratando de mantenerse puro4.
Los hombres y las mujeres pueden lucir elegantes y a la moda, y al mismo tiempo ser modestos. Las mujeres, en particular, pueden vestirse de forma modesta y así contribuir a su propia autoestima y a la pureza moral de los hombres. En definitiva, la mayoría de las mujeres atraen el tipo de hombre para el cual se visten.
Pensamientos impuros
Se ha dicho: “…puedes mirar los pájaros al pasar, pero no los dejes en tu cabeza anidar”. No hay nada de malo en notar a una mujer bonita o un hombre apuesto al verlos pasar, eso es normal; pero si esos pensamientos se convierten en lujuria, entonces hemos dejado que se aniden.
No podemos evitar ver todos los carteles inapropiados o todas las personas que se visten inmodestamente, pero podemos eliminar el pensamiento impuro una vez que aparece. El pecado no radica en ver algo indebido de forma involuntaria; el pecado consiste en albergar el pensamiento una vez que llega. En las Escrituras se nos dice: “…porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7).
En definitiva, nuestros pensamientos se convierten en las semillas de nuestras acciones; tenemos el poder de tomar control de nuestra vida y de nuestros pensamientos. Los pensamientos buenos y los malos no pueden coexistir en la mente, del mismo modo que la luz y la oscuridad no pueden existir al mismo tiempo en el mismo lugar. En algún momento tenemos que decidir a quién invitaremos a quedarse.
Si lo deseamos, podemos erradicar todo pensamiento indigno y reemplazarlo de inmediato con una canción, un poema o un pasaje de las Escrituras edificantes. Así como la oscuridad se desvanece en presencia de la luz, la maldad se retira ante la presencia del bien.
Lugares aislados y amigos que nos tientan
En ciertos momentos y en ciertos lugares, sin importar lo fuertes que seamos, tenemos menos resistencia. En la peor de las circunstancias, incluso algunos de los mejores hombres y mujeres han caído. Le pasó al rey David al mirar a Betsabé por la noche, al principio desde una distancia aparentemente segura (véase 2 Samuel 11:2–4). Ninguno de nosotros debe considerarse tan fuerte ni tan inmune que no caerá. Los lugares apartados, el trasnochar y los amigos sin normas morales firmes tienen gran tendencia a conducirnos a las garras de Satanás.
La justificación
Para justificar la transgresión moral se usan dos argumentos frecuentes. El primero es: “La amaba”. Satanás es el gran falsificador, trata de hacer pasar la lujuria por amor. Hay una simple evaluación para detectar la diferencia. La motivación del amor es el autocontrol, la obediencia a las leyes morales de Dios, el respeto hacia los demás y la generosidad. Por el contrario, la lujuria está motivada por la desobediencia, la autocomplacencia y la falta de disciplina.
El segundo argumento es: “Nadie lo sabrá nunca”. El Señor ha disipado ese mito en muchas ocasiones; Él declaró: “Y los rebeldes serán traspasados de mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y sus hechos secretos serán revelados” (D. y C. 1:3; cursiva agregada).
No existe lugar suficientemente oscuro ni esquina suficientemente aislada para que nadie nunca lo sepa. Si violas la ley moral de Dios, Él lo sabrá, y tú lo sabrás.
El arrepentimiento
Si hemos cometido faltas morales en la vida, podemos arrepentirnos gracias a la expiación de Jesucristo. El primer paso básico para vivir una vida moralmente limpia en el futuro es arrepentirse de las transgresiones pasadas, cambiar el cimiento de arena por un cimiento de roca. Con frecuencia, eso comienza con la confesión.
No obstante, el arrepentimiento no es simplemente cuestión de tiempo, ni de abandonar el pecado ni de confesarlo. Más que nada, el arrepentimiento es un cambio sincero en el corazón, una determinación ardiente de vivir una vida moralmente limpia, no porque tengamos que hacerlo, sino porque queremos hacerlo.
Dios dejó bien claro que no podemos violar Sus normas sin sufrir las consecuencias; pero, debido a que Él es inconmensurablemente amoroso y compasivo, Él nos da esta gloriosa esperanza:
“…porque yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.
“No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D. y C. 1:31–32; cursiva agregada).
A todas las almas sinceras que tengan un cambio en el corazón y abandonen sus pecados, Él ha prometido: “…aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18).
Sin embargo, siempre es mejor permanecer limpio que pecar y luego arrepentirse. ¿Por qué? Porque puede que subsistan ciertas consecuencias adversas del pecado aun después del arrepentimiento, como por ejemplo una enfermedad, un hijo nacido fuera de los lazos del matrimonio o el daño a nuestra reputación. Nuestra meta en la vida no es sólo mantenernos puros, sino también llegar a ser perfectos. Nuestro avance hacia la perfección se acelera cuando somos puros, pero se demora cuando no lo somos.
Alma enseñó: “…la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10). No podemos quebrantar las leyes morales de Dios con impunidad y ser felices, porque Dios, quien nos creó, colocó en nuestras almas una brújula moral que se conoce como la conciencia. Siempre que violamos las normas de moralidad de Dios, esa conciencia comienza a funcionar: nos carcome, causa sentimientos de culpa y remordimiento, y actúa como testigo divino afirmándonos la verdad de esa norma.
Quizás tratemos de pasarla por alto y reprimirla, pero no podemos eludirla. La norma de moralidad del Señor no se puede desechar; no se puede atenuar ni se puede comprometer; sólo se puede obedecer o desobedecer. Finalmente, o se combate o se adopta; nuestra decisión determinará en gran medida nuestra felicidad en la vida.
Las bendiciones de una vida moral
Las bendiciones de vivir una vida pura y moral son enormes. Ese tipo de vida brindará confianza en uno mismo y autoestima; y nos dará una conciencia tranquila. Nos permitirá ser dignos de un cónyuge igualmente puro y hará que la expresión del poder procreador en la relación matrimonial sea más dulce y más satisfactoria porque la hemos reservado para el momento que el Señor mismo haya aprobado.
Puesto que el Señor nos ama inmensamente y desea que seamos felices, Él ha proclamado Sus intenciones en cuanto a Sus hijos en estos últimos días: “Porque levantaré para mí un pueblo puro que me servirá en rectitud” (D. y C. 100:16).
Ruego que cada uno de nosotros sea parte de esa generación pura y adoptemos la norma del Señor en cuanto a la moralidad.